jueves, 30 de octubre de 2025

LOS DOMINGOS (2025), de Alauda Ruiz de Azúa

 

Si Dios existe, es casi seguro que sonríe cuando se le sirve de tantas maneras como formas de amar existen. Dios estará satisfecho cuando haces algo por alguien más, cuando se deja de lado el egoísmo inherente al ser humano y trabajas para que otras personas viven mejor, o, incluso, mueren mejor. O cuando se ofrece consuelo cuando la vida golpea tan dura que es casi imposible encajar sus reveses. O cuando se da amor sin esperar nada a cambio, porque él mismo sabe que el amor, en demasiadas ocasiones, no es correspondido. Es difícil, muy difícil, creer que a Dios se le sirve entregando la vida a la clausura para dedicar todas las horas del día a una oración interminable. Por mucha fe que se posea.

Y detrás de la decisión de profesar los hábitos para la clausura puede haber muchas razones. Algunas incomprensibles como aquella de la llamada que se siente, que Dios te habla para decirte que quiere que alguien sea suyo, solamente para escuchar letanías que son repetidas hasta la saciedad y que Dios debe tener un cajón lleno de paciencia para escucharlas. Sin embargo, si somos capaces de mirar hacia nuestro interior y darnos cuenta de que la condición que nos acompaña siempre es la humana y no la divina, entonces podríamos darnos cuenta, así como quien no quiere la cosa, que el hábito se toma para escapar del dolor. Al fin y al cabo, ese puñado de almas que solamente se muestra detrás de una verja, en actitud de rezo, viven en una especie de pecera, aisladas del mundo exterior, sin más contacto que el que quiera filtrar la superiora o el prior, con el convencimiento de la mente de que están haciendo algo importante para la Humanidad cuando, en realidad, es un retiro que está a salvo de todo dolor. Dolor, dolor, dolor…hay que reconocer que, como seres humanos, tenemos que enfrentarnos a él en muchas ocasiones y, en muchas ocasiones, salimos perdiendo con una derrota que se instala en el corazón y que es incapaz de encontrar una salida.

Por ejemplo, no deja de ser curioso que ese puñado de monjas aisladas, obligadas por obediencia, castidad, caridad y oración, pidan por alguien que se escapa tanto de las oraciones habituales como los inspectores de Hacienda… ¿En serio? No, no, no me entiendan mal. También son seres de Dios… pero ¿en serio me van a decir que esa profesión tiene algo que ver con algo medianamente divino? No, eso no ayuda y dudo mucho que eso complazca a Dios salvo para exhibir una media sonrisa de desaprobación. No obstante, el dolor sigue ahí, en medio de todas esas mujeres que han decidido renunciar a las pasiones terrenales y dedicarse a una espiritualidad sin utilidad alguna salvo para ellas mismas. Es así de fácil y así de terrenal. Por mucho cerrojo y mucha verja que haya en el camino.

Esta película está impecablemente dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, que ya dio muestras de ser una directora para tener muy en cuenta con Cinco lobitos. En esta ocasión, demuestra que no sólo hace de la sobriedad, un estilo, y que domina a la perfección la triple acción paralela, sino que es sobresaliente en la dirección de actores porque absolutamente todos están divinos. Por supuesto, con mención especial para Blanca Soroa, que otorga un físico y una actitud muy creíble para ese personaje que quiere profesar como monja y que, en el fondo, tiene una personalidad muy zarandeada por una edad conflictiva que, en rara ocasión, deja trasludir, y, desde luego, para Patricia López Arnáiz, tía de la susodicha, atea por convicción, que es depositaria de enormes cantidades de dolor y de pena y que, precisamente, no tiene lugar en donde refugiarse. Todo ello forma un entramado urdido a la perfección que se olvida de tendencias de ningún lado para centrarse en la propia debilidad humana que mueve a todos los personajes, cada uno a cuestas con la suya, y que pesa tanto que no pueden librarse de ella. A lo mejor, sólo es una sugerencia, a Dios también se le sirve tratando de quitarse de encima todo aquello que nos atenaza y nos paraliza. No es fácil, pero estoy seguro de que cada vez que luchamos contra todo eso, Dios esboza una sonrisa que nos pertenece a todos y cada uno de nosotros. 

miércoles, 29 de octubre de 2025

EL SARGENTO YORK (1941), de Howard Hawks

 

La eterna lucha entre la conciencia y el patriotismo fue algo más que un campo de batalla para el Sargento Alvin York. Él no era más que un pacífico granjero que vivía en algún lugar perdido del Medio Oeste, cazando conejos, desarrollando su puntería, dando catequesis a los niños en la parroquia del pueblo, llevando una existencia tranquila y acorde con sus creencias y experiencias. Sin embargo, la patria le reclama para marchar al frente en la Primera Guerra Mundial. York se siente apelado a su interior más íntimo porque, en realidad, se declara objetor de conciencia. No puede dirigir esa escopeta que tantas veces ha disparado a los conejos hacia un ser humano. Ni siquiera viendo cómo sus compañeros hunden su cabeza en el barro mientras tratan de avanzar en la ofensiva del Argonne. Es un hombre coherente, tranquilo, que quiere vivir en paz consigo mismo porque sabe que, si entra en guerra, no podrá seguir adelante. Las circunstancias le harán cambiar de parecer. Tendrá que coger un arma. Tendrá que arrastrarse por el barro. Tendrá que disparar a otros seres humanos…y tendrá que recoger una medalla al valor por hacer todo eso.

Quizá nadie mejor que Gary Cooper para trasladar las inmensas contradicciones de un personaje que rechaza las trincheras y que se convierte en un héroe de guerra. En su interior, incluso después de su hazaña, se dirimirá también el dilema de utilizarlo como propaganda, como ejemplo de arrojo en el campo de batalla y él no quiere nada de todo eso porque no encuentra honroso haber matado a unos cuantos, más de la cuenta. Él sólo encuentra honor en haber salvado a sus compañeros y poder traerlos de nuevo a casa. El resto es sólo humo, pólvora, gritos, desgracias y sangre.

Howard Hawks, que en un principio estaba destinado a dirigir Casablanca, intercambió el proyecto con Michael Curtiz, buen amigo suyo, en una cena en un restaurante de Hollywood. Ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer con los encargos que les habían asignado y, no obstante, se les ocurrieron varias ideas con el proyecto del otro. Decidieron cambiar sus obligaciones. Curtiz se haría cargo de Casablanca, no sin antes hacer caso a esa escena que Hawks ya había imaginado con los nazis cantando y siendo acallados a los sones de La Marsellesa. Hawks haría lo propio con El Sargento York, no sin antes hacer caso a escena que Curtiz ya había imaginado con el protagonista yendo de trinchera en trinchera para acabar con los enemigos uno a uno. El resultado es una de esas películas que no se olvidan, que distan mucho de enaltecer los valores patrióticos para quedarse en la figura del Sargento Alvin C. York, un hombre sencillo, que sólo quería cuidar su granja, dar catequesis, reírse con sus vecinos, comer un buen plato de carne con repollo cocido y contar historias con un café caliente en la mano. Ah…y cazar conejos tal y como le había enseñado su padre.

martes, 28 de octubre de 2025

EL MUELLE DE LAS BRUMAS (Quai des brumes) (1938), de Marcel Carné

 

La niebla cae sobre el puerto de El Havre. Es densa, casi es como si se elevara una cortina de agua sobre el aire y se pudiera beber. De entre sus velos, surge un hombre. Es un desertor que busca una vía de escape para empezar una nueva vida en algún lugar de América, tal vez Venezuela. Cualquier sitio mejor que Francia, que camina inexorable hacia una guerra con Alemania y que recrudece la represión en Argelia. Todo es un mal negocio. Se trata de subirse a un barco, cueste lo que cueste. Pero allí, en El Havre, se encuentra con una chica que le hace ver que el horizonte existe, que la esperanza aguarda, que hay razones para creer que, después de la niebla, aparece el sol. Él sólo tiene algunos francos en el bolsillo, sus ropas civiles, un pasaporte y un perro pequeño. Se da cuenta de que ella es el objeto de la lujuria de muchos hombres y, del interior de este soldado renegado, aparecen las ganas de protegerla, de librarla de sus chulos, de ofrecerle un futuro en América del Sur, en el primer barco que zarpe. Son vidas a la deriva que están ancladas en un puerto asolado por la niebla. Además de todo ello, la policía militar le busca. Es que no pueden pasar sin él en ese cuartel mugriento en el que ha consumido buena parte de su juventud. Adentrarse en el muelle de las brumas va a ser una aventura en la que se dejará algo más que su huida.

Otra obra maestra de Marcel Carné, con una historia desesperanzada y, a la vez, casi sublime en su hermosura. Con una cuidadísima fotografía que debe moverse en un permanente estado de neblina, Carné articula una historia de amor imposible entre Jean Gabin y Michelle Morgan que llega a impresionar porque, en todo momento, se ve lo pegajosa que llega a ser la vida, lo mucho que no nos deja disfrutar, los terribles obstáculos que coloca en medio para que no se lleguen a realizar los planes que se trazan como único plan de evasión. Al fin y al cabo, ese soldado que interpreta Gabin ya ha vivido todo lo que debía, ha bebido parte de ello y ahora sólo quiere quitarse de en medio, como si ya no existiese. El resultado es una película excepcional, desesperanzada y, a la vez, extrañamente optimista. No se olvida con facilidad.

Así que cuidado con esas pisadas de resonancia única, con el pavés de suelo húmedo que casi se exhibe con orgullo y que, a cada paso, parece que recomienda un nuevo escondite, una nueva fuga, una nueva ilusión. Las personas, en sí mismas, también se convierten en obstáculos insalvables para que dos corazones inicien una historia que no han querido comenzar y que, sin embargo, ahí está, esperando su resolución, agazapándose en un destino que, como todos podemos imaginar, no será tan feliz. La vida nunca lo es. Más bien es esa niebla que no deja ver con claridad todo lo que podríamos llegar a ser.



viernes, 24 de octubre de 2025

DIANE KEATON: EL ENCANTO DE UNA SONRISA INDEPENDIENTE

 

Yo sé que Annie sale de su propio cuerpo cuando hacemos el amor. Es lógico y normal. ¿Quién querría quedarse conmigo mientras ella puede vivir todas las vidas que quiera, ser los personajes que desee y pulular por las aventuras que se le presenten? Yo sé que, en medio de sus inseguridades, hay un corazón enorme, de una mujer sensible e inteligente, que siempre ha defendido con uñas y dientes su propia independencia. Así fue cuando se hundió en los tormentos de una vida impensable en las tres partes de El padrino, siendo la desgraciada mujer de Michael Corleone. Sin embargo, Annie llegó a su madurez a través de ese pequeño gafotas, no sé qué le vería. Se llamaba Woody Allen, se juntó con él personal y profesionalmente e hicieron juntos unas cuantas películas que han pasado a la historia. Ahí está Sueños de un seductor, o esa marcianada que fue El dormilón, o ese repaso por la filosofía rusa, más cerca del infierno que del cielo, en La última noche de Boris Grushenko. Sin embargo, Annie será para mí siempre Annie Hall. Yo creo que ahí es donde fue, prácticamente, ella misma. Con esa forma de vestir, con esa forma de moverse, con esa vacilación a través de cada paso de la gran manzana. Ella fue Annie. Y se quedó siendo Annie. Y además le dieron una figurita de oro muy apreciada en la profesión.

A continuación, Annie hizo una de esas aventuras que se han quedado para siempre en mi imaginario y en mi formación personal. Me enamoré de ella y me desenamoré varias veces mientras la veía, otra vez con el gafotas ese, en Manhattan, rapsodia de amor a una ciudad y a una forma de vida que, no obstante, no guarda sitio para la confianza en los demás. Ahí Annie fue Mary, siempre atractiva, temblorosa en la punta de sus sentimientos, dañina en su comportamiento obsesivo y errático. Y yo vagué con ella por las calles de Manhattan, en busca de un amor que, muy posiblemente, dejé escapar.

Claro, entre medias, Annie no se quedaba quieta. Bien que se fue con un tal Richard Brooks para describir el viaje sexual de una mujer, verdadera radiografía de la época en sus tabúes y sus fingimientos, en Buscando al señor Goodbar y volvió a juntarse otra vez con el gafotas fastidioso porque quería homenajear a un sueco en la espléndida Interiores, quizá la mejor película seria de un cineasta poco serio.

Luego dejó al gafotas, y se fue con un tipo guapo y bien parecido, algo caprichoso, pero con talento. Viajó hasta el corazón de la revolución soviética para hacer Rojos y… ¿saben qué? Annie fue lo mejor de la película. Mejor que el tal Warren Beatty, mejor que su amiguete Jack Nicholson, mejor que todo lo demás. Tal vez, la película era tan grande que mucha gente no vio el inmenso talento que ella desplegaba, pero, ya se sabe. No todo el mundo es capaz de apreciar el caviar…y más cuando se sirve en medio de la estepa.

Annie fue muy guerrera. Lo demostró calzándose una ametralladora para jugar a los espías en La chica del tambor, de George Roy Hill, basándose en una novela de John Le Carré. No muchos aprecian esta película, pero yo sí, porque vi a Annie cómoda, con su camiseta de tirantes y sus pantalones de faena. Ella era esa chica que se infiltra y espía y lo hace mejor que nadie.

Luego vino lo de compartir unas cuantas escenas con Jessica Lange y con Sissy Spacek en la más que apreciable Crímenes del corazón, una aventura de Annie que ha quedado muy, muy olvidada. Y luego encarnó a una ejecutiva perdida con un bebé en brazos en Baby, tú vales mucho que lo único que hizo es confirmar que Annie sólo había una.

Cuando se decide hacer una nueva versión de aquella El padre de la novia, de Vincente Minnelli, se piensa inmediatamente en ella para servir de contrapeso ideal a los excesos de Steve Martin. Y el maldito gafotas la llama de nuevo para pasar con ella un pedazo de aventura que se llamó Misterioso asesinato en Manhattan, entre crímenes, espejos, vecinos sospechosos y risas con unos diálogos maravillosos, ella lo hace todo al lado de Woody. Quién fuera él.

Annie tiene una estupenda capacidad para reírse de sí misma y desinhibirse, sobre todo, si tiene al lado a dos gamberras como Bette Midler y Goldie Hawn en El club de las primeras esposas. Y Annie aún nos regala un gran trabajo, de esos que sólo están al alcance de muy pocas como ella, en La habitación de Marvin y la acompaña nada que Meryl Streep. Y Annie le gana la partida..

A partir de aquí, como hace siempre, Annie se despreocupó un poco y sus aventuras fueron más inocuas, más olvidables, más dispersas y mucho más ligeras, aunque todavía nos deja una comedia de altura como Cuando menos te lo esperas, haciendo una divertida pareja con Jack Nicholson. Hay películas que están hechas para que recordemos lo que dos actores maduros nos han hecho sentir durante tantos años…

Poco mencionable, a partir de este momento. Quizá su emparejamiento con Kevin Kline en una historia por debajo de sus posibilidades como Por fin solos o el encanto que desprende su matrimonio con Morgan Freeman en la estupenda y desapercibida Ático sin ascensor. En cualquier caso, en ningún momento Annie ha dejado de salirse de su propio cuerpo para vivir un buen puñado de aventuras en el cuerpo de sus personajes. Ahora mismo, acaba de hacerlo. Y por última vez. Annie es así. No avisaba nunca. De repente, estaba como ausente. Yo, por mi parte, no importa a donde vaya. Siempre la llevaré conmigo.

jueves, 23 de octubre de 2025

CAZA DE BRUJAS (2025), de Luca Guadagnino

 

Vivimos unos tiempos en los que se ha instalado el pensamiento único. Es obligatorio creer en determinados extremos porque, si no es así, se corre el riesgo de ser sacrificado, crucificado, vilipendiado y, en última instancia, cancelado. Es un intento descarado por aniquilar el criterio propio porque, ya se sabe, eso es un auténtico peligro para la élite del poder. Es necesario que una gran parte se vea arrastrada por esa marea de no salirse de la norma. No es más que una enorme cortina de humo porque, mientras estemos ocupados en tales asuntos, no seremos capaces de articular un pensamiento pergeñado e inventado por nosotros mismos. Es la dictadura del pensar.

Esto se puede trasladar a cualquier campo que se nos ocurra. Más aún si ese campo es el universitario porque, desde tiempos inmemoriales, se ha perpetuado la idea de que ahí es donde reside el núcleo de la intelectualidad, seres que piensan, sienten y actúan a otro nivel porque poseen el nivel de conocimiento necesario como para no ser rebatidos y, si lo son, se hace con algún punto de reparo, no vaya a ser que en el razonamiento o argumentario salgamos perdiendo por goleada.

Una alumna es víctima de un abuso sexual por parte de un profesor. Y sin más pruebas, interrogatorios o comisiones de investigación, se la cree porque lo dice ella. Y no sólo eso, sino que la víctima quiere que otros profesores la apoyen porque, además de ser buenos docentes, es probable que guarden algún sentimiento hacia ella. Un castillo en el aire que se sostiene sólo porque hay que creerla y punto. Puede que, para agravar aún más el asunto, haya algo de verdad en lo que cuenta, pero el profesor acusado, mucho antes de cualquier juicio o encuesta, es despedido sin tener en cuenta su impecable curriculum académico, su competencia docente o su labor de investigación. Cancelado. No hay más.

En ese contexto, puede que los profesores a los que la víctima alude y pide ayuda, no tengan ni idea de lo que ha pasado. Sólo hay que apoyarla porque la chica en cuestión tiene un comportamiento sexual liberado, es de color y no hay más que hablar. Cuando se le niega el apoyo, entonces es el momento de extender la duda hacia todos aquellos que han guardado silencio, no importa que la acusación no sea de tipo sexual. Vale cualquiera porque, al fin y al cabo, la universidad se va a movilizar en su favor. Ella es la víctima. Punto. Hay que resarcirla de algún modo.

Nunca me gustó demasiado el director Luca Guadagnino en sus anteriores y afamados intentos como Call me by your name o Queer, pero hay que reconocer que en esta ocasión es posible que haya realizado su mejor película, narrando e interpelando directamente al espectador sobre una serie de asuntos espinosos que están de tremenda actualidad sin nombrar directamente a ninguno. Para ello, necesita que el público esté bien atento a las acciones y reacciones de este grupo de personajes que está capitaneado por una espléndida Julia Roberts, que realiza una interpretación fantástica y que se sobrepone con admirable entereza a los estragos del tiempo. También cabe mencionar el maravilloso trabajo que realiza Michael Stuhlbarg como su marido, sibarita de profesión que tiene grandes momentos de diálogo. El resultado es una película explicativa, en la que las pasiones se vuelven tóxicas y las actitudes, equívocas y deja bien claro que las cuentas pagadas son la mejor solución para llegar a la tranquilidad de conciencia.

Es mejor utilizar el criterio propio, créanme. Posiblemente, se han olvidado ya para qué servía, pero se trata de ver todas las informaciones, separar el grano de la paja, seleccionar qué es lo que creemos que es verdad y qué es mentira y, a partir de ahí, formular nuestro propio pensamiento. Si seguimos la doctrina que, desde los distintos estamentos, se nos está imponiendo, no nos queda más que la infelicidad porque jamás estaremos de acuerdo con nuestra naturaleza, nunca podremos sentirnos satisfechos con la argumentación nacida de nuestro intelecto. No hace falta ser pedante ni nada de eso. Basta con tener la suficiente cultura y educación como para decir lo que pensamos sin pensar que eso va a generar malas caras, peores reacciones y el silencio del teléfono. 

miércoles, 22 de octubre de 2025

MISÁNTROPO (2023), de Damián Szifron

 

Un individuo se sube a un rascacielos y comienza a disparar indiscriminadamente a todo el que pasa por delante de su mirilla. Los blancos son perfectos. Es como si fuera un francotirador de élite eliminando parte de la basura que lo cerca a sus pies. Casi treinta muertos. Todos de un solo disparo. El FBI está desconcertado. Por eso, el agente encargado de la investigación intuye que hay una agente de policía local que podría ayudarles con el caso. Ella, en el fondo, tampoco se lleva muy bien con el resto de la Humanidad. Es como si, en todo momento, quisiera demostrar algo. Es irregular reclutar para el FBI a una simple agente de policía sin estudios, pero haciendo la típica trampa de hacerle desempeñar sobre el papel a un enlace entre los federales y los locales, ella se une al equipo.

Y, sin duda, la chica tiene dedicación. Ella proviene de la noche ingrata, de la ciudad más sucia, del rechazo. Igual que el asesino, que parece que ha desarrollado un odio hacia el resto de la condición humana que desahoga con disparos. Es así de sencillo. Es un individuo que ya está harto de los demás. No ha tenido facilidades. Sus sueños no se han cumplido. Ha sido rechazado allá por donde ha ido. Sólo ha tenido el refugio temporal de la casa familiar en una granja en medio de la nieve. Por eso, los disparos son tan secos, tan únicos, tan inesperados. Muerte a todos. ¿Qué os hace creer que merecéis más que yo la vida?

La primera aventura americana del director Damián Szifron se revela como bastante aceptable, con un argumento policíaco de cierto interés al establecer ese paralelismo, salvando las distancias, entre el asesino y la agente encargada de saber qué es lo que se esconde tras la psicopatía del francotirador. Shallene Woodley da el tipo para encarnarla porque es una actriz que destila una mirada inteligente y, al mismo tiempo, se pueden intuir las cicatrices de que se hacen cada vez más profundas en un alma que se niega a mostrar. Por otro lado, es muy interesante el retrato que realiza Ben Mendehlsson en la piel del agente del FBI encargado, en un notable ejemplo de insertar la homosexualidad en la vida ordinaria de uno de los protagonistas sin que en ningún momento se advierta ningún elemento forzado. Sólo quizá al final, Szifron se recrea un poco en algo que debería terminar con más síntesis lo cual podría haber guardado una mayor dosis de agresividad repentina. Es algo alargado. Puede que demasiadas explicaciones para unir los sentimientos de cazadora y cazado.

Así que es el momento de seguir paso a paso la investigación que se realiza en torno a ese francotirador de formación paramilitar, que sólo ha obtenido las miradas de falsa seguridad de todos aquellos a los que ha conocido. Y, al mismo tiempo, también hay que situarse detrás de esa policía que ha querido serlo para enderezar una vida que tenía demasiado torcida siendo, quizá, un embrión que, de no haber dado un volantazo en su vida, habría subido a una torre y hubiera disparado a unos cuantos transeúntes.

martes, 21 de octubre de 2025

TIOVIVO c. 1950 (2004), de José Luis Garci

 

Como decía Manuel Alcántara: “Eran tiempos muy difíciles, pero, tal vez, eran los más nuestros” y esta serie de estampas en el Madrid alrededor de 1950 no hace más que reafirmase en esa sentencia. Por aquellas calles de una nación triste y necesitada, pululaban todo tipo de personajes que la hacían ridícula, sí, pero también única. En este fresco lleno de viñetas nos encontramos con gente buena, gente mala, gente cierta, gente equivocada, gente de ida, gente engañada, gente engañosa, gente…sólo gente. Tal vez, como ahora mismo, sólo que con más hambre. Por ahí tenemos al paralítico que perdió una pierna en cada bando. O al optimista que cree firmemente que España es la reserva espiritual de Occidente. O al listo que comercia con el estraperlo de la cultura. O la grotesca representación de una corrida de toros en el escenario del Florida Park del Retiro, con sus olés, sus aplausos y su petición de oreja. España…España…qué triste y qué hermosa. Tú bien vales un baile casi etéreo al son de Cheek to cheek, o la bondad de unos compañeros de banco que se aprestan a una farsa con tal de que el conserje, pobre e ingenuo, quede bien con su familia. Sí, esos mismos compañeros que apuestan por uno de ellos en un duelo inimaginable contra la máquina calculadora, de manivela y reciente aparición. De alguna manera, volvemos a La colmena, de Mario Camus, con otro plantel de intérpretes extraordinario, que va de María Asquerino a Agustín González, de Miguel Rellán a Carlos Hipólito, de Alfredo Landa (fantástico diagnosticando el mal de un coche por teléfono en base a su ruido) a Andrés Pajares, de Elsa Pataky, quizá en su mejor interpretación, a Antonio Dechent, de Enrique Villén a Luis Varela, de Fernando Guillén Cuervo a Ana Fernández, de Ángel de Andrés López a Aurora Bautista, de Manuel Galiana a Luisa Martín…y muchos más. Todos ellos con esa visión de la España oportunista, que estaba a la que saltaba con tal de sobrevivir. Muchos países dentro de esa nación que se arrastraba por el gris, por el paletismo, por los días sin sol y el frío inclemente.

José Luis Garci, al lado de Horacio Valcárcel en el guion, consiguió una excelente película, primorosamente fotografiada, sin un hilo argumental aparente. Sólo son escenas de aquellos días tan espantosamente difíciles y, sin embargo, tan nuestros. Decenas de historias, con sus inquietudes, sus inmensas frustraciones, sus sueños de cortísimo alcance porque, con toda probabilidad, sólo llegaban al día siguiente. No era tiempo de poetas, sino de listos. No era tiempo de supervivencia, sólo de vivos.

No falta el buen humor en muchas de esas estampas rápidas y resueltas con dos pinceladas maestras. Madrid está cansada, con sus luces miserables y sus nieblas impertinentes. La gente deambula de aquí para allá, con sus planes racionados, sus dineros escasos y extraviados, sus corazones heridos. Quizá, nos dice Garci, no hemos acabado de superar todo aquello. Por eso, es bueno que el cine vuelva a recordarnos que hubo un tiempo en el que había menos comida y más personas. 

viernes, 17 de octubre de 2025

EL CAZADOR DE RECOMPENSAS (2022), de Walter Hill

 

Max Borlund es un tipo que se dedica a atrapar a forajidos a cambio de la recompensa. Sin preguntas, ni respuestas. Él va, lo atrapa, lo entrega y cobra. Sin más. Sin embargo, además de su bien ganada fama de ser más rápido que el viento, también le gusta pensar que, en algún lugar de su interior, aún queda algo de humanidad. No es de piedra. Por eso, alguien le contrata para ir a buscar a su mujer secuestrada. Un encargo en el que, además de cobrar, también puede ayudar a las personas. Parece ser que un sargento de color del ejército ha decidido extorsionar al marido y exigir varias cantidades de dinero si quiere volver a ver a su esposa. Borlund no es tonto. Algo huele rematadamente mal en ese encargo en el que se le pide oficiar de policía con una autorización especial para operar en el territorio de México. Y, para más sospecha, se le asigna un cabo del ejército, también de color, que, por supuesto, irá de incógnito cabalgando a su lado. Demasiadas cosas que no cuadran. Max Borlund tendrá que decidir entre cobrar y su conciencia.

No cabe duda de que la premisa inicial de la película parece beber directamente de esa extraordinaria fuente que es Los profesionales, de Richard Brooks. Sin embargo, pronto se agota la fórmula y pasa a ser una especie de homenaje a Budd Boetticher salpicado con algunas imágenes y músicas más propias del spaghetti western. El resultado es bueno. Con un Christoph Waltz especializado en el papel de pistolero foráneo deseoso de cobrar cantidades más que suculentas, sólo que, en esta ocasión, se mueve por un raro sentido de la honestidad, mucho más directo que el cazador de recompensas que interpreta en Django desencadenado, de Quentin Tarantino. La película, además, cuenta con una climática fotografía ámbar que recuerda mucho a John Sturges y que resulta muy adecuada para rodear de tensión los avatares del cazador, su ayudante, la mujer a rescatar (por cierto, de armas tomar), el supuesto secuestrador y, como no podía faltar, un vengativo y todopoderoso terrateniente que responde al curioso nombre de Tiberio Vargas. Ah, por cierto, por el camino, Borlund también tendrá que enfrentarse a un forajido, poseedor también de una ética que está en contra de la del cazador de recompensas, que dio con sus huesos en la cárcel gracias a la eficiencia germánica con la que trabaja Borlund.

Así que ya saben. Si les cae un encargo con mucho dinero prometido y las circunstancias no acaban de encajar, desconfíen. Seguramente habrá algo que no se les ha contado y, si es así, tendrán que descubrirlo a golpe de revólver. Max Borlund, de alguna manera, se une a la galería de no héroes del director y guionista Walter Hill que demuestra que pudo ser grande aunque se quedara a medio camino. Un camino polvoriento y sin agua, lleno de trampas, de sed y de desprecio. El mismo que debe recorrer Max Borlund. Un tipo que va, agarra, entrega y cobra. Salvo que se dé cuenta de que en el proceso puede perder la única parte de verdadero ser humano que le queda. No hay más que ver con qué frialdad dispara.

jueves, 16 de octubre de 2025

BALA PERDIDA (2025), de Darren Aronofsky

 

No es la primera vez que podemos asistir a un retorcimiento del género negro consistente en la aparición de personajes algo estrambóticos en lugar de los consabidos malvados de vida equivocada. En esta ocasión, tenemos a un punky de los de antes, bastante desterrados de la memoria con sus afamadas crestas de gallo, a unos judíos ortodoxos, a unos ucranianos con muy malas pulgas y a un protagonista desorientado, perdedor por naturaleza, que siempre lleva en la conciencia la certeza de que podría haber sido un buen contendiente de la vida y se ha quedado en el fracaso significado detrás de la barra de un bar.

Por supuesto, no deja de haber un homenaje al que es, posiblemente, uno de los héroes más significativos del género, porque todo gira en torno al encargo de cuidar un gato. Y Philip Marlowe, el detective nacido de la imaginación de Raymond Chandler, tenía uno y, de hecho, era uno de los motivos iniciales para la trama de El largo adiós, de Robert Altman. Si tomamos como elemento adicional que el asunto está dirigido por un cineasta al borde de la paranoia excesiva como Darren Aronofsky, es posible que tengamos un cuadro bastante completo de lo que se puede esperar de esta película.

Y es que, aquí, el héroe es un chico que, realmente, tiene poco de espabilado y se ve mezclado en unos zarandeos que no entiende muy bien. A él sólo le han dado un gato para cuidar en una ausencia y eso es todo. Tiene una novia que está dispuesta a plantearse con seriedad la posibilidad de una vida en común, una madre que no deja de llamarle para hablar con entusiasmo desmedido del béisbol y, aunque no tiene muchas luces, trata de ponerse al día como gato (nunca mejor dicho) panza arriba. El resultado es una película que aprueba bien justito porque, a pesar de que los categóricos de turno, ya se ha dicho que es lo menos Aronofsky de Aronofsky, algo que una mente abierta me tendría que explicar porque no comprendo que un cineasta que ha hecho auténticos bodrios como Noé o como Madre, ahora se intente clasificar porque se atreve con una historia negra que, a pesar de la inclusión de los personajes mencionados, está muy lejos de la perplejidad de los descritos por Guy Ritchie, o de la originalidad estructural de Quentin Tarantino.

Así que, ya saben, mucho cuidado con acceder a cuidar de la mascota del vecino, puede que, en un momento dado, les revienten un riñón o que la madeja de salga de madre y haya algún muerto que duela de verdad. Todo gira en torno a algo que no se sabe muy bien qué es, pero que se intuye, Más que nada porque el chico en cuestión, un Austin Butler aplicado, pero no genial, es un bateador que ha llegado a tercera base y ya no se ha movido de ahí. La rodilla no le deja. Va a tener que gastar dos o tres neuronas de más para que todo lo que se desborda no llegue a la inundación. Mientras tanto, no lo duden, Darren Aronofsky nos llena la película de música estridente, bastante desbocada, que no pone en el ambiente de finales de los noventa en los que se supone que está ambientada la trama, pero hay que reconocer que sí se inspira cierta curiosidad sobre cuál va a ser el destino y, sobre todo, la salida de ese protagonista que menea el bate a diestro y siniestro esperando tener su oportunidad. Habría que señalar que hay actores de probada capacidad que pueblan las calles de esta travesía como Liev Schreiber, Vincent D´Onofrio o esa aparición especial del final con sólo una palabra de diálogo que no voy a desvelar. Lo dicho, aprobado y por los pelos. Algo más de cine. Algo menos de paranoia.

No cabe duda de que, cuando hay dudas, lo que hay que hacer es seguir el dinero. Aunque uno esté anclado en la tercera base, hay que correr con todo el fondo posible y tratar de que los daños sean los menores posibles. Aquí no pasa eso porque, por supuesto, el director no deja de hurgar con sonrisa de cierto sadismo, en los lados más oscuros del ser humano y, en algún pasaje, llega a ser bastante incómodo. ¿Están ustedes dispuestos a lanzar para que ese bateador anote carrera? Ya me contarán. 

miércoles, 15 de octubre de 2025

EL ESPEJO DE LOS ESPÍAS (1970), de Frank Pierson

 

El chantaje siempre ha sido un arma efectiva para que los servicios de inteligencia contasen con la colaboración de algunos desesperados. En este caso, un polaco que solicita asilo en Gran Bretaña. Eso no es tan fácil de obtener, amigo. Se da la circunstancia de que se ha detectado un posible movimiento de instalación de misiles en la Alemania del Este y eso hay que investigarlo a través de alguien que sepa moverse por el terreno. Y ese alguien es el polaco. Alguien que, además, sólo quiere el asilo por amor. Enternecedor. El inconveniente es que el tipo es un advenedizo, no tiene ni idea de cómo se tiene que comportar así que hay que asignarle a alguien que sepa transmitirle cómo mentir, cómo aguantar y cómo recopilar toda la información necesaria. Y el instructor también sabe más de lo que calla. El pago por el servicio, como no podía ser de otra manera, es que la madre Inglaterra acogerá al polaco con los brazos abiertos, como un ciudadano más, con su trabajo, sus seguros sociales, su cotización a la jubilación y los mejores deseos del Estado. Luego ya, al otro lado del Checkpoint Charlie, hablamos.

Otra vez ese universo de espías grises, feos, obligados a la traición de la forma menos enfática posible bajo la pluma sobresaliente de John Le Carré. En esta ocasión, el polaco en cuestión es Christopher Jones, aquel chico que, dos años después, interpretó de forma hierática y errática al joven oficial que conquistó La hija de Ryan. Curiosamente, en esta película, se descubren algunas de las virtudes dramáticas que se negó a mostrar en la cinta de David Lean. Puede que la compañía ayudase, porque el burócrata que le ofrece el trato o el chantaje es ni más ni menos que Ralph Richardson, y el jugador de ventaja encargado de instruirle es Anthony Hopkins, siempre acertado.

El resultado es una película tensa, con momentos realmente buenos propios del cine de la guerra fría, con interpretaciones sólidas a pesar de la reticencia que se puede guardar a un actor tan limitado como Jones, con aportaciones femeninas muy considerables como la de Susan George, antes de saltar a la fama por los Perros de paja, de Sam Peckinpah, y Pia Degermark, enlace imposible al otro lado del muro. Sí, porque, para complicar aún más la labor del novato, también hay algo de intriga sentimental.

Así que mucho cuidado con encontrarse con las plegarias atendidas porque este polaco quiere formar parte del Imperio y tendrá que pagar un alto precio por ello. Ya se sabe, estos malditos extranjeros creen que pueden instalarse en las islas y disfrutar del orden y del bienestar sin contrapartida alguna y eso no puede ser. En este mundo de espías, de todas formas, no se puede dar nada por hecho. A la vuelta de esa esquina gris pueden aguardar sorpresas inesperadas propias de individuos con más de una arista dispuesta a clavarse en las entrañas más dolorosas. El espionaje es duro. Y el amor, también.

martes, 14 de octubre de 2025

IN AMERICA (2002), de Jim Sheridan

 

La muerte de alguien tan amado no puede borrarse con un cambio del destino, porque el destino, en realidad, ya ha realizado su misión. La emigración ilegal vía Canadá de una pareja de irlandeses con sus dos hijas se antoja una aventura que no tiene visos de tener éxito porque ya vienen con el fracaso y el dolor estampados en el alma. En los bolsillos de su vestuario no hay nada. Sólo vacío, igual que el que sienten en su interior. El padre, de forma algo ingenua, espera convertirse en actor. Ya se sabe. En la tierra de los sueños, es mejor soñar. Su primera parada no puede ser más desoladora. Acaban en un vertedero de drogas, adictos y travestidos viciosos que hacen que el aire esté muy lejos del que respiraban en Irlanda. De vez en cuando, el destino parece que vuelve a su obligación y coquetea de lejos con la esperanza, pero la muerte del hijo que han perdido pesa tanto, es tan difícil de llevar que apenas pueden escalar unos adoquines en la jungla de asfalto. La madre queda embarazada. Parece que el destino les depara una segunda oportunidad aunque, de ninguna manera, se puede borrar lo que ha pasado. Quizá lo mejor sea grabar todo lo que ven los ojos de una niña para creer que, en algún lugar, de algún modo misterioso, aún existe la magia en la vida.

Las niñas son las que desarman todo punto de vista apesadumbrado de los adultos. Ellas son la auténtica magia que pende sobre Manhattan en un entorno que no invita al pensamiento celestial. América tiene fama de ser hospitalaria y eso es un mito que ha creado la falsa esperanza. Suele ser un entorno hostil, quizá repleto de sorpresas, en donde los sueños pululan sobre las aceras y, de vez en cuando, alguno se hace realidad. Y otros, en cambio, transforman su rostro y se convierten en pesadillas. Es como caminar entre el cielo y el infierno, conoces los dos lugares y, sin previo aviso, uno de ellos te cae encima. Eso es vivir en América y más aún si no eres nativo.

Jim Sheridan puso parte de sus propios traumas al servicio de esta historia por la forma en la que marcó a su familia el fallecimiento de su hermano Frankie. Más allá de su habilidad narrativa, es obligatorio destacar el trabajo actoral que desarrolla con Paddy Considine y Samantha Morton en la piel de esos padres al borde de la desesperación y que tratan de salir adelante en medio de un bosque de dolor hecho de edificios de treinta pisos. A su lado, maravillosas y ladronas expertas en su labor, las hermanas Bolger, que interpretan a sus hijas. Ocurrentes, imaginativas, haciendo del mundo de los niños el paraíso en el que todos los adultos deberíamos vivir.

Y es que el dolor, sólo el dolor, es capaz de arrebatarnos la emoción y los sentimientos. A menudo, nos integramos en esa monstruosa maquinaria que es la multitud porque ya no somos capaces de sentir por nosotros mismos. Y, tal vez, sólo la mirada inocente puede devolver algo del brillo perdido. 

viernes, 10 de octubre de 2025

BLACK AND BLUE (2019), de Deon Taylor

 

Después de probar el sabor de la sangre en Afganistán, tal vez sea bueno regresar a Nueva Orléans y hacer algo realmente útil para aquellos que fueron tus vecinos. Sin embargo, no todo va a ser tan fácil. La degradación del barrio de tu juventud es terrible. Ya sólo caminan las drogas, los edificios abandonados y casi desmantelados para que las múltiples pandillas controladas por dos o tres señores de la calle realicen sus sucios negocios y ofrezcan un muro donde la gente pueda consumir tranquilamente. La policía, realmente, ya no atiende las llamadas en ese barrio a no ser que uno de los suyos tenga problemas. Y vas a ser tú la que los tenga. Porque ves lo que no tienes que ver. Grabas lo que es imposible. Y te vas a convertir en una presa que debe moverse con presteza en esa jungla de cemento roto y corazones partidos. Nadie va a confiar en ti porque eres policía. El color de tu piel no es ningún salvoconducto, porque allí odian a la autoridad porque, con cierta razón, creen que está al servicio de los blancos. Y el propio cuerpo de seguridad te va a perseguir con saña. No puedes divulgar lo que has visto. Para mantener la prohibición, harán cualquier cosa. Incluso ponerte en contra a los pandilleros. Eres policía y, por tanto, eres el enemigo. Lo malo es que no tienes ningún amigo. Ni siquiera el que debería serlo siempre.

Notable película de tensión y violencia, bebiendo de fuentes cercanas a Training day, de Antoine Fuqua, y que pone en juego toda una conspiración urdida en torno a una agente de policía novata, pero no por ello ingenua, que está absolutamente sola en medio de la destrucción y que debe superar todos los impresionantes obstáculos que se le ponen por delante para sobrevivir. Es cierto que, quizá, la tecnología sea el mayor enemigo de esta película porque se pueden ocurrir diferentes salidas al problema que tiene, pero aún así, está bien mantenida la tensión en ese ambiente sucio y degenerado, de gente que ya no tiene más esperanza que morir de una sobredosis o de una paliza. El trabajo de Naomie Harris en la piel de esta agente de policía es muy bueno y descubre que Moneypenny en las últimas entregas de Bond es algo más que una chica atractiva. Su altura dramática es lo mejor y la principal razón para ver esta película que habla, a partes iguales, del misterio, del racismo, de la sinrazón y de la corrupción. Con todo ello, el director Deon Taylor articula una historia de alto voltaje, con momentos realmente trepidantes, ambientada en los peores barrios de Nueva Orléans y con referencias a la degradación sobrevenida a la ciudad como consecuencia del huracán Katrina, que dejó algunas zonas de la ciudad, prácticamente, en ruinas. El resultado, en algunos pasajes, es vibrante, algo cansino, con el peligro permanentemente pendiendo de la cabeza de la protagonista y moviéndose con soltura en los terrenos del cine de acción con sus gotas bien dosificadas de denuncia. Una película que no ha tenido el eco que merecía y que, sin ser ninguna obra maestra, debería haber disfrutado de mejor suerte.

jueves, 9 de octubre de 2025

PARECIDO A UN ASESINATO (2025), de Antonio Hernández

 

A veces, unas palabras de tranquilidad dichas en una situación límite pueden sonar a promesa inquebrantable dependiendo de a quién se dicen. Eso da lugar a una serie de acontecimientos provocados por los pretéritos de unos adultos que tienen vidas rotas y que tratan desesperadamente de reconstruir. Al principio, todo parece que guarda un cierto orden. Un escritor de éxito, una pareja ideal, una adolescente que trata de salir de un trauma y un hombre que nunca supo cuál era su sitio. Todos estos elementos se conjugan para que las situaciones se repitan. Un detalle aquí, otro allá y habrá que asistir a todos y cada uno de los puntos de vista para encajar todas las piezas.

El miedo es el principal motor de la violencia. Miedo a que el horror del pasado se vuelva a producir. Miedo a que se rompa un vínculo emocional que algunos creen que es sagrado. Miedo a que la verdad sea insoportable. Miedo a que todas las razones que llevaron a la violencia sean suficientes como para no poder regresar a los sentimientos…Ése es uno de los más importante enemigos a los que se enfrenta la sociedad. Es necesario revisar todos los movimientos para conocer los motivos y el resultado será algo muy parecido a un asesinato tan horrible que apenas se puede concebir.

Excelente película de Antonio Hernández, que ya hizo una película sobresaliente como En la ciudad sin límites, y un estupendo y desconocido título como Matar el tiempo, que arma un mecanismo de relojería en el que primero presenta las piezas y, después, trata de juntarlas para que el espectador sea, de algún modo, cómplice de la narración. Para ello, cuenta con una Blanca Suárez a la que se puede tocar en su fragilidad emocional y con un comedido Eduardo Noriega que aporta naturalidad, clase y elegancia a su personaje, pivote principal de todos los sentimientos que emanan de los protagonistas y, al mismo tiempo, provocador de acontecimientos con unos silencios que acaban por ser tremendamente acusadores. Salvo un pequeñísimo fleco narrativo, el resultado es el de una película muy bien armada, notablemente contada, excelentemente dirigida y demoledoramente argumentada.

Así que mucho cuidado con las palabras de tranquilidad para asegurar una mentira. Las consecuencias pueden ser imprevisibles. Más que nada porque no hay absolutamente nada que pueda domar los sentimientos más profundos. Ni siquiera los nuevos principios, ni las buenas intenciones, ni las soluciones traumáticas. Es difícil contener las lágrimas cuando todo se ha basado en una columna de barro que se va deshaciendo por la base más débil. Y a pesar de todo, la apariencia de normalidad, de hablar las cosas con cierta naturalidad, de afrontar hechos que, sin duda, son definitivos, pesará como una losa porque todos los personajes se quieren aferrar a ella. Es fácil cuando la vida es cómoda, cuando hay éxito, cuando se da una imagen que no se posee o cuando el retorcimiento moral lleva a la agresión. Por el camino, se puede ir perdiendo todo lo que nos hace normales y la toxicidad se eleva a niveles insospechados. Incluso en paisajes de ensueño del Pirineo oscense. Incluso en cabañas ideales en medio del bosque. Incluso en iglesias que esconden sombras de persecución. Y el pasado es siempre el marionetista encargado de manejar hilos y empujar decisiones. Mucho cuidado. Mucho.

Y en el fondo de todo este entramado de rabia contenida, de intrincados planes de objetivos muy oscuros, en realidad, se halla el amor. Todos los personajes que intervienen aquí quieren amar y ser amados. Cada uno a su manera. Y, por supuesto, no siempre es la mejor manera para que se realice esa parte de nuestro interior que siempre nos hace sentir bien porque nos sentimos acompañados, apoyados y, hasta cierto punto, hasta liberados. Hay que rebuscar en las razones. Hay que remover en los motivos. Hay que agitar en las reacciones. Hay que sujetar los objetivos. No es nada fácil reconstruir cuando apenas quedan ruinas. 

miércoles, 8 de octubre de 2025

LLAMAD A CUALQUIER PUERTA (1949), de Nicholas Ray

 

Volver a sentir la rebeldía juvenil natural quizá merezca la pena dentro de un juicio penal. Sí, estamos ante un chico descarriado, que no se ha juntado con las mejores compañías, pero alguien, en algún lugar, cree que merece otra oportunidad porque nadie nace odiando. Si la sociedad no sabe ver que debe ser un instrumento de acogida y no de rechazo, llamad a cualquier puerta y veréis que dentro de cada casa se está librando una batalla que, a veces, termina con la muerte.

Y es que la máxima preocupación de cualquier sociedad debería ser los jóvenes. ¿Por qué? Porque sin ellos no hay futuro. Ellos sostendrán no sólo lo que ya se ha construido, sino también lo que se les añada por el devenir de los tiempos. Van a llevar una pesada carga. Y si la sociedad se afana en estigmatizarles, no se avanzará absolutamente nada. Un joven puede ser descerebrado, irresponsable, díscolo, disoluto…pero siempre está encendida la llama de la esperanza. Es esa luz débil que todos hemos sentido alguna vez que no deja de calentar la idea de que, tal vez, es posible que las cosas cambien y marchen mejor. No sólo para sí mismo, sino también para esos individuos que nos rodean y que, no siempre, suelen ser la familia que uno elige. Se les llama amigos.

Nick Romano va a tener un verdadero amigo en su abogado defensor, Andrew Morton, un tipo que salió del mismo arroyo y que, a base de trabajo, sacrificio y autoestima, ha logrado sacar la cabeza y llevar una vida acorde con sus ideas. Nick le va a entregar su vida en un juicio en el que se va a decidir su futuro, o la ausencia de él. Ahí es nada. ¿Quién quiere hacerse cargo de esa tremenda responsabilidad? El único que luchará por ello será Morton, que tendrá que poner en juego todas sus habilidades de abogado para otorgar esa segunda oportunidad a Nick. De lo contrario, esa puerta se cerrará y nadie más podrá llamar.

Nicholas Ray puso en juego su legendaria obsesión por la juventud. Después del debut de Los amantes de la noche, y gracias a Humphrey Bogart que quedó muy impresionado con su trabajo, se hizo cargo de esta película para cargar aún más las tintas sobre una sociedad adocenada, que acepta con un encogimiento de hombros la posibilidad de condenar a un joven a perder su vida, sin más pretexto del famoso “algo habrá hecho”. Bogart se empleó a fondo para encarnar su personaje, con largos parlamentos que Ray grabó en los ensayos sin decirle nada para que no sintiera el peso interpretativo de alguien que se debate sin medida por ese joven, interpretado de forma muy mediocre por John Derek, en un juicio en el que cuenta cada palabra y en el que la mirada del ya delincuente oscila entre el orgullo de no necesitar a nadie y la necesidad de tener algo por lo que enorgullecerse.

Así que mucho cuidado con los juicios emitidos a la ligera. Pueden hacer más daño de lo que pensamos. Hay que escarbar en profundidad en la vida salpicada de dificultades que no nos podemos ni imaginar de jóvenes que comparecen ante el juez y son culpables y, a la vez, son totalmente inocentes. ¿Quieren ustedes hacerse cargo de esa responsabilidad?

martes, 7 de octubre de 2025

CLAUDIA CARDINALE: UNA MIRADA PARA TI

 

Una de las virtudes que siempre quise ver en Claudia Cardinale fue su mirada. No sé cómo lo hacía, pero, de algún modo, parecía que la mirada iba dirigida directamente hacia mí. Y supongo que algo parecido sentían el resto de espectadores. Esa mirada la he visto en novias, en ese momento en el que ellas se vuelven hacia ti y parece que te dedican una profundidad de la que sólo tú eres el poseedor. Nadie más. Eso hacía que todas y cada una de las interpretaciones de una actriz como ella parecieran llevar algo muy personal, algo intransferible. Ella actuaba para mí. O para ti. O para ellos. O para nosotros.

Fue una actriz de carrera muy larga, porque nunca llegó a retirarse. No fue una diva como Sophia Loren o Gina Lollobrigida. Ella se conformaba con actuar, con ser parte de las películas en las que intervenía, entre otras cosas, porque no se consideraba especialmente guapa, a pesar de que se lo repetían continuamente al oído. Puede que esa violación de la fue víctima a los diecisiete años y que tuvo como consecuencia el embarazo y posterior nacimiento de su primer hijo marcara una conducta que nunca se creyó del todo el poder que tenía su belleza, su serenidad siempre marcada, su tranquila interpretación.

Ya con su tercera película se juntó con dos monstruos como Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni para aquel plato de lentejas que era Rufufú, de Mario Monicelli, parodia-homenaje al Rififí, de Jules Dassin, una de las mejores películas de cine negro nacidas en Europa, y que aquí también quiso echar una mirada desenfadada al neorrealismo italiano, tan común en las salas de cine de aquellos años en los que ya estaba dejando paso al cine del desarrollismo.

Ella es parte fundamental del argumento de esa joya titulada Un maldito embrollo, de Pietro Germi, que no es más que la aplicación de las reglas del cine negro al neorrealismo con un resultado sorprendente y muy apreciable. Interviene en la segunda parte de Rufufú, con el título de Rufufú da el golpe, nuevamente al lado de Gassman, pero sin Mastroianni, menos divertida que la primera, pero muy digna secuela.

Su primer encuentro con Luchino Visconti fue en la extraordinaria Rocco y sus hermanos, nada menos que al lado de Alain Delon, dando ya muestras de una evolución dramática muy interesante, y consigue el reconocimiento mundial interviniendo en La chica con la maleta, de Valerio Zurlini, máximo exponente del cine del desarrollismo italiano, en la piel de esa chica perdida, pasada de hermano a hermano, que pasea una delicada belleza por las calles de Italia.

También resulta el acompañamiento perfecto para los duelos de capa y espada para la muy divertida Cartouche, de Philippe de Broca, siendo la respuesta ideal a Jean Paul Belmondo y Federico Fellini la reclama para ser la chica ideal en la mente de Marcello Mastroianni para su obra maestra Ocho y medio. Para culminar este principio de los años sesenta, Luchino Visconti la viste de seda y elegancia para encarnar a la prometida de Alain Delon en una de sus obras máximas como es El gatopardo, primera película en la que coincidió con Burt Lancaster, del que llegó a decir que era “desesperante porque, antes de coger un cenicero, te da una charla sobre las motivaciones para cogerlo. Te dan ganas de coger el cenicero y tirárselo a la cabeza”.

Su primera incursión en el cine americano se halla en la muy divertida La pantera rosa, de Blake Edwards, encarnando a la Princesa, posible objetivo de las andanzas de Sir Charles “El Fantasma”, interpretado con elegancia por David Niven, mientras es protegida por el detective más patoso de la historia del cine, el Inspector Clouseau bajo el rostro de Peter Sellers.

Viaja a España para unirse a John Wayne y Rita Hayworth en la última producción Bronston, El fabuloso mundo del circo, de Henry Hathaway. Viaja a Estados Unidos para unirse a Rock Hudson en la comedia de intriga Misión secreta y desempeña un interesante papel en medio de la guerra de Argel en la notable Mando perdido junto a Anthony Quinn, George Segal y Alain Delon.

Uno de sus mejores papeles dentro del cine americano se halla en Los profesionales, de Richard Brooks, al lado de Lee Marvin, Burt Lancaster, Jack Palance, Robert Ryan y Woody Strode. En la piel de María, una mexicana que se casa con un terrateniente despótico, hace caso a su alma de revolucionaria para cruzar a México y unirse a su gran amor, un guerrillero que sigue en refriegas, tal vez, porque no tiene otro lugar a donde ir. Una gran película, con un personaje que ella solventa con talento y una poderosa carga sensual.

Sigue en Estados Unidos rivalizando en belleza con Sharon Tate en la interesante y muy olvidada No hagan olas, de Alexander MacKendrick y, después de reencontrarse con Rock Hudson en la muy prescindible Guapa, ardiente y peligrosa, Sergio Leone hace que sea el centro y origen de toda la trama de su ópera-western Hasta que llegó su hora, con Henry Fonda, Charles Bronson y Jason Robards como compañeros de reparto.

Es tentada por el cine francés porque le plantean un duelo en la cumbre en Las petroleras, al lado de otro símbolo sexual como Brigitte Bardot, con la que, por cierto, se llevó especialmente bien y Visconti la reclama de nuevo para ser la esposa, a la que su marido siempre pide disculpas en silencio y ensoñación, en la muy notable Confidencias, otra vez con Burt Lancaster.

A partir de este momento, su carrera decae peldaño a peldaño, aunque aún nos deje muestras de su paso elegante y siempre certero con su mirada por delante. Ahí está la muy interesante La piel, de Liliana Cavani, o su inmersión en el caos de la jungla con el Fitzcarraldo, de Werner Herzog, pero ya sus apariciones comienzan a ser casi como de estrella invitada, de momento fulgurante y breve, en muchos títulos sin distribución internacional y confinados en los mercados de Italia, Francia y Alemania. A destacar ese breve, pero elegantísimo trabajo que hace para Fernando Trueba en su episódica intervención de El artista y la modelo, con Jean Rochefort de protagonista.

Aún queda una película suya por estrenar, Piccolina bella, de Anna Scaglione, un drama sobre la inmigración en tierras de cultivo. Ella no dejó de trabajar, igual que su mirada no dejó de perseguirme. Eso ayudó a que yo también fuera un profesional que quisiera ir a buscarla al corazón de las Montañas Pintadas de México, o que fuera un tipo que no dejaba de tocar la armónica para que sus sueños se hicieran realidad, o que deseara cogerle la maleta para que no tuviera que atracar en otro hombre, o que supiera que el diamante más grande del mundo estaba seguro en sus manos. Esos milagros obraba su mirada y ahora se cerraron sus ojos. Ya no seré nadie sólo porque ella no estará.

viernes, 3 de octubre de 2025

CUATRO BODAS Y UN FUNERAL (1994), de Mike Newell

 

Charles tiene el aspecto perfecto para ser considerado lo que comúnmente se puede llamar un buen chico. Es atractivo, tiene sentido del humor, es algo díscolo con sus relaciones con las chicas porque son esporádicas, nunca demasiado duraderas y nada serias, pero es un buen amigo, se mueve con responsabilidad, siempre llega tarde a las bodas y actúa maravillosamente bien como padrino de los que quieran un buen discurso en el banquete. Prácticamente lo tiene todo, menos capacidad para el compromiso. En una de esas bodas a las que, de vez en cuando, tiene que asistir conoce a una americana irremediablemente atractiva. Es elegante, es discreta, es hermosa y también tiene un curioso sentido del humor. Se llama Carrie. Y todo cambia en la vida de Charles. Seguirá con su vida, sin duda, porque Carrie debe volver a los Estados Unidos, pero todo lo que hará a partir de ese momento estará presidido por la sombra de ella. La sombra de su sonrisa, de su pelo, de su mirada, de su gesto, de su risa, de su ceño. Puede que vuelvan a coincidir, puede que no, pero de lo que no cabe duda es que Carrie ha dejado una huella indeleble en la levita de Charles.

Así se van sucediendo los acontecimientos vitales. Nuevas bodas, nuevas amistades, alguien muere, alguien nace…Charles, mientras tanto, sigue buscando a Carrie entre la multitud y se da cuenta de que la decepción existe y de que él también puede ser presa de ella. Carrie está comprometida, tiene novio, se ha tomado la aventura con Charles como algo pasajero, sin permanencia…o eso cree Charles…o, más bien, eso es lo que Carrie piensa de él. El caso es que la vida sigue y Carrie se casa y en medio de la boda alguien muy querido fallece. Mientras tanto, la trayectoria vital de Charles continúa con los mejores amigos que alguien puede imaginar. Son bromistas, cariñosos, están ahí siempre, acuden a él en busca de consejo, ofrecen su hombro para el siempre necesario consuelo e, incluso, una de sus amigas, Fiona, parece la ideal para borrar a Carrie del corazón de Charles…pero no, quizá Charles se considera tan ínfimo que no quiere arrastrar a Fiona a una vida infeliz porque ella se merece mucho más. Todo tendrá que recolocarse para que Charles encuentre al fin su destino.

Esta película fue un éxito sin precedentes dentro de la cinematografía inglesa. Una de las primeras historias salida de la imaginación de Richard Curtis, la principal virtud de Cuatro bodas y un funeral es que no se desvía en ningún momento de su intención primigenia y es la de divertir con una sonrisa. Algo leve, muy amable, pero sonrisa, al fin y al cabo. Alrededor de la historia, hay intérpretes muy competentes como el propio Hugh Grant en la piel de Charles, espléndidamente secundado por una aparentemente cómoda Andie McDowell, una bella y algo insidiosa Kristin Scott Thomas y algunos de los amigos como John Hannah y el maravilloso estudiante y posteriormente ordenado sacerdote Rowan Atkinson, que pasea su inutilidad para oficiar bodas sin vergüenza alguna.

Así que ya saben. No se queden encerrados con una pareja en el día de su boda. Más aún si son sus propios amigos. Y, en todo caso, no se olviden de llevar encima algo que pueda justificar que, en realidad, estaban buscando con denuedo el objeto de marras. Es la excusa perfecta. Risible, pero perfecta.

jueves, 2 de octubre de 2025

UNA BATALLA TRAS OTRA (2025), de Paul Thomas Anderson

 

“Quizá desde siempre sólo ha habido una revolución: la de los buenos contra los malos. La pregunta es ¿quiénes son los buenos?”. Esta frase que aparece en Los profesionales, de Richard Brooks puede ser perfectamente aplicable a esta película en la que el director Paul Thomas Anderson reparte estopa a diestro y siniestro aunque, por supuesto, no deja de tomar partido por la revolución, aún dejando claras muchas de sus carencias mientras que a los reaccionarios no los salva ni un poquito.

Así, pues, tenemos a un grupo revolucionario, activista que, prácticamente, coquetea descaradamente con el terrorismo, de convicciones firmes, pero que, por otro lado, destaca por su chapucería, por la inconstancia de sus acciones y por esa confusión ancestral de anteponer unos supuestos ideales a los valores verdaderamente importantes. Especialmente, llama la atención el personaje que interpreta Leonardo di Caprio, un revolucionario que, en realidad, no revoluciona nada, no soluciona nada y que sólo sirve para lanzar proclamas que no llegan más allá del pasillo de sus propias limitaciones. Por otro lado, la ultraderecha es descrita desde la cómoda posición del estereotipo de gente que es partidaria del orden y que, precisamente, hace de eso su principal mensaje que es el principal gancho para ganar adeptos, aunque sus métodos sean tan reprochables como el uso de la violencia para los que, de alguna manera, quieren cambiar las cosas.

Es noble el intento, sin embargo, la película adolece de varios defectos. Paul Thomas Anderson se desata y usa una narración que, para empezar, acompaña de una música que llega a ser bastante irritante. Por otro lado, con tanta profundidad en la descripción de los personajes, acaba por causar una sensación de vacío, propia de quien quiere decir mucho y que, en realidad, no dice prácticamente nada. Es cierto que di Caprio, especializado últimamente en papeles de inútil, ofrece momentos interpretativos interesantes y que el personaje de Benicio del Toro es una isla en cuanto a su militancia que roza el desenfado. Por el otro lado, Sean Penn no es más que un personaje de grand guignol, en la que el actor se esfuerza por parecer ridículo al dotar a su personaje de unos andares decididos, propios de un militar esquinado, experimentado y bastante tronado, pero acortando sus zancadas de tal manera que acaba por ser motivo de sonrisa. Este retrato tan típico, tan tópico, y tan psicotrópico, quita fuerza al motivo central que no es otro que el cambio generacional en el liderazgo revolucionario, queriendo ser inspirador y esperanzador.

Resulta llamativo que Paul Thomas Anderson sea un director tan apreciado (algunos, en un alarde de falsa originalidad, han querido compararlo con Stanley Kubrick) cuando en sus películas hay muy poco rastro del genio del Bronx. Estéticamente se halla a años-luz, narrativamente es mucho más atropellado porque acumula ideas que se amontonan en un cuello de botella en el que no hay resoluciones para todo. Eso por no hablar por las delirantes reacciones en muchos de sus personajes. Tal vez, sus películas menos agresivas sean las mejores que ha hecho, caso de Licorice Pizza o, incluso, Puro vicio, mientras que las sobrevaloradas hasta límites insospechados como El hilo invisible o The master sean derrapes considerables vestidos con ropa de alta costura adquirida en el top-manta.

El caso es que aquí, con esa continua contraposición entre reaccionarios y revolucionarios, Anderson nos destila un mensaje básico, bastante conocido, con sus correspondientes dosis de violencia y de auténtica decepción porque el camino que está tomando la política en medio mundo, con sus consabidas polarizaciones, está siendo temible, rechazable, intragable e irremediablemente cansino. Anderson habla de cosas que ya sabemos poniendo mucho modelo a destruir, algo que, si lo pensamos detenidamente, cala hondo en un público joven que necesita encumbrar mediocridades a marcha revolucionaria. Mientras tanto, no lo olviden, el tiempo no existe, pero siempre somos prisioneros de él. No vaya a ser que algún día necesiten esta frase.

miércoles, 1 de octubre de 2025

CONFESIONES VERDADERAS (1981), de Ulu Grosbard

 

Tom Spellacy siente que es el momento de volver a ver su hermano. Hubo un tiempo en que Tom era un duro inspector de homicidios de la ciudad de Los Ángeles y su hermano Desmond era el asistente más cercano del cardenal decano de la archidiócesis. Incluso llegó a sonar como su sucesor. Sin embargo, algo ocurrió y todo se vino abajo. Tom conocía de sobra los bajos fangos de la suerte y tuvo que arrastrar a Desmond con él en la investigación de un asesinato. Quizá fuera lo mejor. El cura se estaba dejando llevar por el suave aroma de la corrupción y estaba cerrando los ojos ante varias especulaciones inmobiliarias y ciertas prácticas poco recomendables de los hombres de sotana y púrpura. Fue inevitable. Desmond tuvo que pagar porque media diócesis estaba implicada y, de alguna manera, él tapó muchas cosas que llevaron a un brutal crimen que conmocionó a media ciudad. Los curas son así desde siempre. Saben tapar. Saben callar. No saben perder.

Sin embargo, el tiempo ha pasado. El viento azota con su soledad en una alejada y olvidada parroquia en algún lugar en medio del desierto. Desmond tiene ya reservado allí su pedacito de tierra para despedirse definitivamente de una vida que le ha sido dura porque conoció el éxito más fulgurante y descendió de golpe a los infiernos de la indiferencia. Tom resolvió el crimen y se quedó allí, luciendo placa a pesar de que su pasado no era precisamente el más honesto. Ambos hermanos desbarataron, sin énfasis ninguno, todas las malas hierbas que estaban creciendo con la fe de los más incautos. Sus confesiones verdaderas fueron las últimas palabras que se dijeron. Ahora ya todo pasó. Los años cuarenta se convirtieron en los sesenta. El golf, los banquetes, los privilegios, la admiración, la sensación de poder…todo eso se volvió arena en un lugar en el que sólo los extraviados se detienen. No hay fieles. Sólo una iglesia rodeada de matojos. Sólo el olvido sitiado por el dolor. Y, no obstante, quizá mereció la pena. La culpa no fue de Tom. La culpa fue Desmond. Eso fue todo.

Con una lejana inspiración en el famoso crimen de la actriz Elizabeth Short, narrado con detalle por Brian de Palma en La dalia negra, Ulu Grosbard desperdició una de las mejores oportunidades que ha tenido un director para armar un drama con misterio al contar con dos de los mejores actores de finales de los setenta y de principios de los ochenta como Robert Duvall y Robert de Niro. Lo que podría ser un duelo interpretativo si se hubiera puesto más carne en el asador, se convierte en una victoria convincente de Robert Duvall en el papel de Tom, policía de vuelta, que decide destaparlo todo aunque puede que no tenga demasiada razón. Grosbard cree que tiene suficiente con los dos actores y rehúye el énfasis en una historia que podría tener muchísimo más gancho con la producción que se ve, la interpretación que se degusta y el misterio que se describe. En lugar de ello, se centra en el dilema moral (y Grosbard no es Kurosawa) que supone delatar toda la corrupción existente en la curia al precio de hundir la carrera de alguien que está más cercano de lo que se cree. La película no está mal, pero podría haber estado muchísimo mejor y haberse convertido en un clásico de los ochenta, con su ambientación, su trama, sus actores y su profundidad. Ya se sabe, a veces las bendiciones no son suficientes y hace falta entrar más a saco para decir unas cuantas verdades que, en realidad, están sujetas por los finos alambres del embuste.