martes, 29 de abril de 2025

BÉSAME Y ESFÚMATE (1982), de Robert Mulligan

 

Es difícil olvidar a ese tipo que se casó contigo y que te hizo reír, soñar, bailar y tomar la vida como una eterna fiesta. Sin embargo, él se fue después de un desafortunado accidente y hay que seguir con la vida. Y aquella casa que compartiste con tu primer marido era tan bonita que, de forma un tanto descarada, propones a tu nuevo novio irte a vivir allí, casarte allí y comenzar de nuevo allí. La jugada tiene sus riesgos. Todo está lleno de recuerdos, casi todos agradables, y el chico que quiere casarse contigo, las cosas como son, es majo, pero irremediablemente algo aburrido. Esa era la principal virtud del difunto. Hacía que los días fueran muy diferentes. Por aquello de los espíritus y de los recuerdos que no se borran, resulta que en la nueva casa habita el fantasma del primer marido y, por supuesto, la situación se vuelve bastante incómoda. El difunto se aparece cuando le da la gana, incluso en los momentos menos oportunos, y el pretendiente no oye más que hablar de lo divertido, ocurrente, simpático y risueño que era el anterior marido. Chica, tendrás que tomar una decisión.

Entre tanto ir y venir, se llegan a confundir hasta las dimensiones. El fantasma no puede, digamos, entregarse del todo. Eso solo lo puede hacer el vivo. Pero el vivo es un muerto y es más divertido convivir con el fantasma. No sé si me explico. El caso es que, por allí, unos pasos de claqué, por acá unas pruebas irrefutables de que el amor existe más allá de la muerte. La madre de la chica también anda de aquí para allá preparando la boda. El enigma está en si se puede celebrar una ceremonia con un fantasma como novio. Los espectros tienen estas cosas.

Basada en la novela de Jorge Amado Doña Flor y sus dos maridos, el director Robert Mulligan dirigió esta película sin demasiada convicción, pero con un indudable gusto por lo elegante, por la comedia clásica y por Sally Field, que interpreta a la protagonista. A su lado, Jeff Bridges, en la piel del algo soso, aunque apasionado nuevo marido, y James Caan, que aborreció profundamente hacer la película hasta tal punto que se retiró durante cinco años del cine hasta que volvió a reaparecer a las órdenes de Francis Ford Coppola en Jardines de piedra. El resultado es una historia ligera, bastante deudora de la comedia de enredo, con momentos realmente graciosos y una cierta desgana en algunos pasajes. Aún así, es mejor que cualquier otra versión que se haya hecho de la novela de Jorge Amado. La elegancia es su distinción.

Así que, querido fantasma, más vale que te vayas esfumando. Tus intenciones son buenas, pero debes dejar que el destino se cumpla aunque, de alguna manera, sigas golpeando con tus zapatos de claqué esas escaleras que son tan importantes en toda esta historia. Tu tiempo pasó, tu sonrisa quedó y tu amor es sólo un recuerdo agradable. Como tantos y tantos otros que han desparramado su amor quedando sólo como el suave rastro de la ilusión.

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