Las heridas llevan
directamente a la felicidad. Eso debió pensar Bowie cuando le alcanzaron en
aquel atraco y una chica dulce y maravillosa cortó la sangre y sanó su alma.
Bowie comienza con ella una historia de amor que, sin embargo, es pura
maldición. La policía, las circunstancias, los antiguos compinches, los
chivatazos, la prensa sensacionalista…nada va a estar a favor de estos amantes
de la noche que han decidido emprender la huida hacia adelante, casarse como
una decisión repentina, tratar de encontrar un rincón donde esconderse. El
pasado no suele olvidar lo que somos, 
por mucho que Bowie sea un joven descarriado que trata de regenerarse.
Sólo que no existen las oportunidades para él. La muerte es su verdadera novia.
Y la chica no se resigna a compartir a Bowie con nadie.
No cabe duda de que la
mala suerte y las contradicciones de la vida hacen imposible que Bowie y su
mujer consigan el pedazo de felicidad al que todo el mundo tiene derecho. Quizá
sea el terco destino, que se empeña una y otra vez en arrastrar a Bowie al
pozo. Casi no sería ninguna barbaridad asegurar que él lo sabe, pero lucha
hasta la extenuación para que esa chica irrepetible no le acompañe. Ella no es
mala. Sólo se ha enamorado del chico malo. Y él no es tan malo. O, al menos,
guarda la intención de no serlo aunque todo se vuelva contra él. Las pistolas,
el dinero, el coche a toda velocidad, entrar y salir, los antiguos amigos que
van cayendo y que no dudarán en delatarle en caso de que lleguen a ser detenidos.
Uno de los problemas de Bowie es que no tiene en quién depositar su confianza.
Sólo a ella. Y quiere dejarla al margen.
Nicholas Ray dirigió
esta película haciendo hincapié en lo que sería uno de sus sellos de autor como
es la preocupación por la juventud. En esta ocasión, estaríamos prácticamente
en una revisión de aquella Sólo se vive
una vez, de Fritz Lang, con Henry Fonda y Sylvia Sidney, con jóvenes
perdidos, tratando de encontrar un camino que no existe porque sólo pueden ir y
nunca volver. Con la ley y toda la sociedad detrás de ellos y con la prensa
azuzando a las multitudes para que los delaten, los encuentren, los entreguen
y, quizá, los linchen. Mala suerte, chicos. La noche no quiere amantes. Sólo
sangre que se vuelva negra a la luz de la luna.
Así que preparémonos
para emprender una huida sin fin. Ellos saben que, en el mismo momento en que
se detengan, estarán perdidos. La gente, la ciudad, la ley…nada de eso guarda
piedad para estos fugitivos de la felicidad. La sentencia será inapelable y, a
cada movimiento que hagan, todo irá a peor. Maldición. Algo como el amor nunca
debería acabar así. Al fin y al cabo, el chico no ha matado a nadie. La prensa
es la que ha agrandado el delito hasta hacer de él uno de los delincuentes más
buscados del país. Ése es el precio de un titular. La vida de un joven. 

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