Don
Nadie tiene que parar. Está un poco estresado. No tiene demasiado tiempo para
la familia y siente que le duelen los nudillos de tanto repartir. No en vano,
tiene que devolver la deuda que contrajo con sus patronos porque se hicieron
cargo de aquellos treinta millones de dólares que quemó a la Mafia rusa en uno
de sus arranques tan repentinos porque unos ladrones le habían birlado un
llaverito a su hija. Así que pide un respiro y quiere ir al mismo sitio en
donde, una vez, saboreó algunos bocados de felicidad al lado de su hermano y de
su díscolo padre. Sin embargo, el tiempo pasa y nunca en balde y aquel paraíso
de diversión y de descarga ahora es una de las estaciones más importantes del
paso de droga desde México. Y un tonto con ínfulas le da un coscorrón a su
hija. Don Nadie no pasa por ahí.
Después de la sorpresa
que significó aquella primera parte en la que un tipo aparentemente normal
tenía más peligro que Schwarzenegger enfadado, era difícil captar a la
audiencia en la tesitura de ese Don Nadie disfrutando de unas vacaciones
familiares. Ya se sabía que tenía ese segundo pensamiento que le hacía volver
sobre sus pasos y armar una del tamaño de Mississipi. Evidentemente, es una
película inferior y, siendo rigurosos, no es más que un montón de peleas unidas
por un hilo argumental bastante débil. Bob Oedenkirk sigue siendo el ideal
nadie y su mujer, Connie Nielsen, acapara en esta ocasión un mayor
protagonismo. Por otro lado, se desaprovecha lastimosamente el personaje del
padre, interpretado por Christopher Lloyd, que en la anterior se destapaba como
un tipo de cuidado y en esta no es más que un loco que disfruta con la
destrucción total, perdiendo gracia y, por supuesto, oportunidades de
lucimiento demostrando que quien tuvo, retuvo. En el rincón contrario, una
Sharon Stone que opta por pasarse de rosca a gusto y que denota que se lo debió
pasar en grande interpretando el papel de una psicópata de libro, carente de
emociones y de escrúpulos.
Por lo demás, uno de
los haberes de la película es su uso casi narrativo de la música, que aumenta
la sensación de vivir un chiste a través de una violencia que llega a rozar lo
truculento. Nadie 2 es una película de verano, sin pretensiones,
no aspira a ninguna otra cosa. Sí, se pasa bien si lo que se exige es un puñado
de escenas con bofetadas bien coreografiadas y
se presta atención al murmullo que sale del respetable cuando el
protagonista se piensa las cosas dos veces, pero ya no es esa película
sorprendente, fresca, algo diferente y de acción que fue la primera. Ahora es
un montón de golpes por aquí y por allá, con cadáveres a granel y una feria del
tres al cuarto como principal escenario. Lo justo para acomodarse en el cine,
disfrutar del aire acondicionado y salir como se ha entrado, con el gesto relajado
del verano.
Así que, yo que ustedes, elegiría con sumo cuidado el lugar donde se pasa el verano. Más aún si van acompañados de adolescentes con edad tormentosa, porque dudo mucho que ninguno les vaya a seguir si el destino es un parque de atracciones de tercera en una ciudad perdida que no tiene más que un par de piscinas con toboganes gigantes y alguna que otra noria que puede llegar a ser un arma mortal. Como dice Connie Nielsen a su marido sin nombre: “Es tu familia, arréglalo”. Con eso, pues hala, a coleccionar tickets de máquinas de lo más variado y, entre una y otra, trompazo va, mamporro viene. ¿Les hace el plan?
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