Llamarse Trudy es toda
una responsabilidad, pero cuando el apellido en Kockenlocker ya se te viene el
mundo encima. Eso es lo que siente la buena de Trudy cuando ve a los jóvenes de
su pueblo, Morgan Creek, marcharse al frente. ¡Qué menos que darles una
despedida memorable para que tengan todas las ganas del mundo de regresar! Es
lo mínimo. Sí, todo el mundo sale, les vitorea, viva, viva y luego regresan a
sus casas, pero Trudy es diferente, ella quiere ir a las fiestas de despedida,
a pesar de que su padre, el jefe de policía de la ciudad, está absolutamente en
contra de esas muestras de afecto. Todo va perfecto. Incluso Trudy tiene un
noviete que también está deseando alistarse aunque su salud no es que sea la
mejor de las trincheras. El caso, y aquí viene lo bueno, es que al día
siguiente de una fiesta memorable, Trudy no recuerda nada de la noche anterior
porque se pegó un buen coscorrón, pero resulta que se ha casado con uno de los
reclutas, aunque no sabe ni su nombre, ni quién es y, esa misma tarde de
amnesia y desorientación, resulta que se entera que está preñada. Horror.
¿A quién acude Trudy?
Pues a su hermana, que parece que tiene la cabeza sobre los hombros y se piensa
las cosas dos veces. ¿Qué le aconseja? Coger al noviete y liarle. Él será el
marido y el padre. Las dos cosas al mismo tiempo. Sin embargo, cuando el
muchacho se entera de los planes de las dos hermanas, él pergeña su propio
plan. El lío está montado en Morgan Creek, señores. Eso sí, para no
adelantarles nada después de tan prometedor planteamiento, puedo decirles que
lo que va a encontrar Trudy es mucho amor, mucha comprensión y enredos a
mansalva.
El director Preston Sturges realizó una de sus mejores comedias. Él mismo la bautizó como “la reina de las comedias locas” y a fe que es así. El ritmo es trepidante, los equívocos se suceden, las situaciones estrambóticas parecen cosa de la cotidianeidad corriente en ese villorrio de Morgan Creek. Lastimosamente, esta película hoy es pasto del olvido por la sencilla razón de que Sturges no consiguió que ninguna estrella protagonizara su extraordinario guión. Puso a Betty Hutton en la cabecera de reparto para encarnar a la alocada Trudy. Y ella es la más conocida de todos. Eddie Bracken es el noviete, Diana Lynn es la hermana y el habitual secundario de todas las comedias de Preston Sturges, el inefable William Demarest es el padre de las chicas que vela por la consabida moralidad del lugar. El resultado es desternillante, muy bueno, con un sentido de la comedia que pocas veces se ha podido ver en el cine, con Preston Sturges sacando el máximo de esa cantidad de actores de segunda que tiene a su disposición y que consiguen dar lo mejor de sí mismos. Si quieren salir a la calle con la sonrisa en los labios, no lo duden, su elección es pegarse un viaje hasta Morgan Creek y ver lo que allí ocurre. Las carcajadas se van a oír en el frente europeo y los soldados allí destinados querrán volver volando.

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