jueves, 27 de noviembre de 2025

THE RUNNING MAN (2025), de Edgar Wright

 

Los medios de comunicación guardan una gran parte del poder de la manipulación colectiva. Ellos convierten sus índices de audiencia en porcentajes de muerte. Cuanto más morbo se muestra, la gente se agolpa con mayor hambre de insaciable sensacionalismo frente al televisor. Pueden ser instrumentos letales de propaganda al servicio de uno u otro lado, según les convenga. En un futuro, tal vez no demasiado lejano, la ética es una palabra en desuso y sólo cuenta la próxima víctima, apropiadamente vendida, envuelta en papel celofán, para formar la opinión pública sin ningún tipo de criterio. Por eso, es tan importante mantener nuestro pensamiento, nuestra idea y nuestra capacidad para discernir lo verdadero de lo falso, por mucho que se nos martillee con algo que guarde tan sólo la apariencia de sinceridad.

En medio de esta vorágine de medios, la gente sufre, trabaja, tiene desilusiones en su entorno más inmediato, lucha con denuedo para sacar a su familia adelante, se bate hasta la extenuación para superar enfermedades, pobreza, explotación o cualquier otra tortura moderna. Y los desesperados se prestan al juego sólo para obtener unos cuantos ceros que le permitan afrontar el futuro más inmediato con ciertas garantías. Es posible que, en algún momento, hay alguno que se ofrezca para ser la presa en una cacería teledirigida que está amañada desde el principio. Sólo para convertir los índices de audiencia en cifras de muerte. El sistema siempre gana. Y si no gana, se apaña lo que haga falta para que parezca que así ha sido.

Hace algunos años, Arnold Schwarzenegger protagonizó Perseguido, basándose en una novela de Stephen King, con muchísimos cambios sobre el relato original. En esta ocasión, Edgar Wright retoma la misma historia y lo que le sale es una trama irregular, con momentos de acción muy valorables y otros que son, simplemente, ridículos. No sin salpicarlo todo de horteradas propias del espectáculo televisivo más exacerbado, de los que, tal vez, se debería haber prescindido porque la historia tiene la suficiente fuerza como para mostrar un futuro inquietante, sometido a la dictadura de los medios que, a su vez, están al servicio del sistema de turno. No hace falta ser desatado para que la burla sea el principal acicate de una rebelión.

Por otro lado, el protagonista Glen Powell enseña la mediocridad de su arte con un personaje que, al principio, parece un hombre desesperado para, después, transformarse en un rehén permanentemente enfadado, sin más. A pesar de que el planteamiento inicial se acerca mucho más al espíritu de Stephen King, el director no puede evitar el exceso, cayendo en el gamberrismo vulgar. Eso da lugar a una película preocupantemente desequilibrada, con algunos apuntes muy interesantes como la tendencia a la vigilancia sin control, disfrazada con la excusa de la seguridad, o la explotación descarnada de un programa cuyo principal objetivo es alcanzar las máximas cotas de audiencia manipulando grabaciones, entregando carnaza al gran público, dando cabida al desahogo a través de la violencia televisada. Sin embargo, en algunos pasajes, parece que el supuesto héroe es un tipo que se salva porque se enfrenta y no porque es hábil por sí mismo, que lo es, pero que también debería mostrar una carencia de recursos propia de alguien que es sólo un simple trabajador harto de ser el instrumento perfecto para la derrota de la rutina. Ya sólo el proceso de elección de la víctima es bastante increíble, haciéndole acreedor de la condición de concursante con otros dos aspirantes que están dibujados, prácticamente, de manera puramente anecdótica.

Es cierto que, en contraposición con aquella primera versión de Schwarzenegger, el acabado formal de ésta es más realista, aunque los excesos estropeen parte de la intención. En todo caso, no cabe duda de que llega algo más lejos a la hora de plantearse con algo de seriedad qué es lo que estamos viendo, qué es lo pensamos ante lo que vemos y si somos capaces de formar un criterio propio ante lo que se nos enseña. ¿Lo somos?

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