Frecuentemente, cuando
caen las lágrimas, nadie está allí para recogerlas. En una habitación de hotel,
una estrella del rock inicia su particular descenso hacia la locura mientras en
su enferma mente se suceden las imágenes de su infancia, de su madre, de su
padre, de su terrible inseguridad, de la guerra, de las cosas que han pasado,
de las cosas que desearía que hubieran pasado. Todo se está derrumbando a su
alrededor y sólo queda ese muro que no puede atravesar porque es demasiado
sólido, demasiado macizo como para arremeter contra él. Al mismo tiempo, esas
imágenes que van surgiendo en su cerebro se acompañan de una música extraña que
parece esperar el inevitable desenlace de que ese cantante sin pasado ni
destino se arroje de una vez por la terraza del edificio.
El tipo se mira al
espejo y no sabe cuántas historias anidan en su interior. Parece que fue ayer
cuando fue a la escuela y los profesores le trataron como a uno más o, incluso,
alguno que otro trató de humillarlo porque, al fin y al cabo, la enseñanza no
es otra cosa que un ladrillo en el muro. Vio cómo los aviones se convertían en
cruces mientras todos los jóvenes de la generación de su padre marchaban hacia
el frente y nunca volvió a ver a quien más quería. Eso degeneró en una sobreprotección
exagerada por parte de su madre, que nunca ha dejado de ejercer como tal, como
si ahora, con un matrimonio fracasado, una vida hecha, millones de libras en el
banco y demasiadas mochilas arrastradas, necesitase que alguien le vigilase y
le cuidase. No, mamá. ¿Tú crees que lo mejor es tirar la bomba y acabar con
todo?
Experimento de arte y
ensayo donde, de un modo ciertamente especial y atrayente, Alan Parker articuló
una historia de desesperación alrededor del famoso álbum del grupo Pink Floyd The wall. Usando todo tipo de recursos,
la película es como un viaje al interior del pensamiento de ese protagonista
que está caminando por un filo que le corta en la planta de los pies y está
deseando saltar hacia el lado equivocado. Mientras tanto la certeza de que la
vida no ha merecido la pena, de que los sueños se han quedado estancados en
algún lugar por el camino, de que el amor ha sido algo tan efímero que apenas
ha quedado tiempo para disfrutarlo, se agolpa en el interior de un hombre que
cree que terminar con todo es la salida más lógica. Aunque lo lógico no sea
precisamente el área que mejor domine. Es un alma en llamas que grita pidiendo
auxilio aún sabiendo que nadie le oye. Son alaridos de vida en un entorno que
sólo le llama hacia el otro lado del muro. Quizá deba de destruir esa pared y
hacer que desaparezca. Quizá pueda. Quizá…
Sin duda, esa puede ser una salida mucho mejor que estar esperando a que los gusanos te devoren sentado al otro lado de ese muro que no debería estar cercando las ideas de alguien que, en el fondo, lo único que ha querido es el cariño sincero, moderado y sereno de aquellos que le han amado… si es que ha habido alguien.
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