De vez en cuando, hay
películas que son manuales de acción. Ésta es una de ellas. Su trama no se basa
en ninguna novela de ficción, sino en un estudio político-militar realizado por
Edward Luttwak en el que se detalla, de forma minuciosa, cuáles son los pasos
para perpetrar un golpe de estado con la participación del Ejército. No para
ponerlo en práctica, sino para reconocerlo en el momento en que se produzca.
Luttwak escribió el libro fijándose en la realidad geopolítica de América
Latina en los ochenta y, tal vez, la película se resienta un poco al trasladar
la acción a un imaginario país, posiblemente europeo, en la que se deja bien
claro que se empieza con el idealismo y se termina con la lujuria del poder. Ya
se sabe. El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente. Por
supuesto, también se describe el papel fundamental de los autores intelectuales
y de la idea de la imposición de fuerza sin utilizarla indiscriminadamente por
parte de los militares. A la cabeza de ellos, con una división acorazada
dispuesta a entrar en combate en cualquier momento, se halla Peter O´Toole. Sus
motivaciones son patrióticas, son justificables moralmente, son impecables con
su fundamento ético. No obstante, al final, cuando ya todo acaba y el golpe
triunfa, la mirada de O´Toole es magistral. Él está en la cúspide. Y no va a
bajar de ella. El golpe no es para instaurar la democracia, es para poner a
otro delincuente instalando una dictadura que, si es necesario, derivará hacia
la crueldad. Como decía aquél, hacia todo lo necesario para mantener el Estado.
La película tiene
momentos brillantes y, en contraposición, se hunde en pasajes mediocres.
Acompañando a O´Toole está David Hemmings y, sobre todo, Donald Pleasance, que
también da un par de lecciones de sobriedad e interpretación. Al fin y al cabo,
piénsenlo un poco. Un malvado no puede ser un malvado. Tiene que moverse entre
sus intenciones malvadas y sus apariencias benefactoras. Nadie va por la vida
gritando a los cuatro vientos que vienen tiempos difíciles y que él va a ser el
principal artífice de ellos. Las palabras arrogantes, pidiendo sacrificios y
colaboraciones, se convertirán en órdenes que están muy lejos de la petición.
Las balas, de vez en cuando, deberán sonar en las calles de la capital para que
se tenga plena conciencia de que el poder está por allí, en las aceras,
dispuesto a llevarse por delante lo que haga falta.
No, no es una película
de acción, es una cinta descriptiva, no sólo de los usos y métodos del asalto
al poder, sino también de la inevitable insidia que se produce en el interior
de sus autores materiales e intelectuales. Es fácil tener aplastado al pueblo
debajo de una bota de hierro. Lo difícil es saber cuándo hay que pisar. Y,
desde luego, hay alguna escena que otra que invita a volver los ojos hacia un
lado porque el dolor siempre es algo que llega tan rápido e hiriente como una
bala.
Así que siéntense y vean cómo se hace. Puede que, sin ser una gran película, aprendamos todos un poco más.
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