Cuando el dolor y la
belleza se dan cita en el mismo lugar suele ser el nacimiento de una obra
maestra. El rojo al viento parece presagiar la sangre que va a correr tan solo
porque un rey anciano quiso preservar sus dominios entre sus hijos. Y eso hizo
estallar la envidia, la ambición y, como consecuencia, la guerra. En esta
historia, Kurosawa no parece interesado en narrar el desmembramiento de un
reino de puertas afuera, sino el cataclismo que ocurre en el interior de todos
nosotros cuando la vemos. Aquí, combina como nunca lo había hecho, la terrible
conjunción entre horror y poesía. Quizá utilice lo primero para llegar a lo
segundo. Es difícil de definir. Puede que sea demasiado complicado asistir a la
espera de la muerte en un castillo en llamas.
El proceso de inmersión
en ese mundo de crueldad que traspasa lo físico, requiere, ante todo, mucha
paciencia. Como la vida. Si alguna vez el cine ha conseguido narrar un cuento
en el que la existencia de los seres humanos es la parte principal, con mucha lentitud,
con mucha gratitud, aquí es donde ocurre. Kurosawa nos sumerge en un mundo de
soledad y, como no podía ser menos, la soledad es lenta. Al mismo tiempo, nos
coloca en medio de las batallas fratricidas de los tres hermanos que quieren
repartirse las tierras, Shakespeare al fondo, y nos eleva a un nivel emocional
extraño y, al mismo tiempo, enormemente perturbador. Ran es observar un cuadro que levanta muchas sensaciones, que te
hace visitar rincones inexplorados de tu interior, que hace que te ensimismes
con la estética de la muerte, que te coge de la mano para acompañarte mientras
te dice que el hombre no tiene demasiado remedio y que no hay lugar para los
buenos sentimientos, pero que no por ello dejará de haber belleza en algunos
rincones de propio ser humano.
No hay felicidad en
estas imágenes que transportan a un lugar tan endiabladamente indefinido, pero
sí hay ironía, humor, muerte y desolación. Puede que sea una de esas películas
en las que se nota lo imprescindible que es cada uno en su trabajo dentro del
cine. Todo está milimétricamente cuidado. Todo está al frente de ese viento que
no deja de soplar, que no deja de agitar los paños de colores que definen a los
ejércitos, que no deja de sembrar la discordia entre hermanos porque la
confianza ha huido en cuanto se ha ausentado la figura paterna.
El arte, a menudo,
posee estas manifestaciones difíciles de entender. No, no se puede ver esta
película si la costumbre de nuestro ánimo está en los montajes vertiginosos y
en las acciones trepidantes. Aquí, durante mucho, mucho rato, no pasa
absolutamente nada y, sin embargo, por debajo del río de pasiones, discurre
absolutamente todo. Las miradas, los diálogos, los silencios, las batallas, los
planos perfectos, sin mácula…Kurosawa nos brinda una obra de arte total que
sólo puede ser apreciada por algunos paladares que están dispuestos a escuchar
un argumento sin historia y una imagen sin igual. Sólo hay que sentarse y
disfrutar. Dejar que la sensación de divinidad en la Tierra sea tan fuerte como
la decisión de abdicar de un trono.
Hola otra vez, que poco puedo entrar últimamente y cuanto placer recibo cuando leo.
ResponderEliminarNo es la primera vez que relato mi anécdota sobre esta película y que refleja perfectamente lo que tu has descrito tan maravillosamente bien. Yo vi "Ran" en la mili, en el campamento de reclutas donde pasábamos nuestro primer mes de instrucción.
En aquel campamento en Cáceres tenían a bien proyectar películas bélicas los viernes por la tarde. No sé por qué razón aquel viernes no se podía salir del campamento a recorrer un rato la ciudad, así que el cine estaba abarrotado, por encima de 300 personas, era una sala enorme que se utilizaba para todo tipo de actos.
Comenzó la película con un ambiente muy bullicioso que molestaba, pero al proyectarse en versión original subtitulada, podía ser suficientemente soportable. No se tardó mucho mas de 10 minutos para que los primeros espectadores empezaran a escapar del cine en busca de un ocio más asequible intelectualmente (léase cantina). Aquella huida fue continua durante la primera hora. Calculo que a mitad de película quedaríamos menos de 15 reclutas. A las 2 horas ( Dura dos horas y tres cuartos largo, creo) sólo estábamos tres reclutas desperdigados en butacas dispersas en aquel enorme salón.
Cuando terminó el film, yo estaba sin palabras, nos levantamos los tres, nos miramos y no nos dijimos nada pero la expresión de los tres era la misma, acabábamos de contemplar una increíble obra maestra del arte ( así lo sentí yo).
Para mi trascendía con mucho al cine, no es la única película con la que lo he sentido. Obviamente, para mi, es una de las mejores películas que he visto en mi vida, pero es mucho más que una película, de la misma forma que "Las meninas" es mucho más que un cuadro, o el "David" mucho más que una escultura.
Es más, mucho más. Pero como dices es una película dificil, no porque intelectrualemnete haya q
Se me fue el dedo y lancé el comentario sin querer...
ResponderEliminarDecía que no es que se necesite ser un superdotado intelectual para disfrutar de "Ran", pero si que hay que tener paciencia, que hay que paladearla, sufrirla, incomodarte, abrir los ojos, respirar....y dejarte manejar en un espacio tiempo distinto, en un mundo de colores y de horrores, en un mundo de lealtades y de traiciones, en un mundo que replica la vida real con un escenario que no parece real.
Todo esto es "Ran" para mi...el único recuerdo realmente bueno de todo mi servicio militar.
Abrazos con la herencia repartida.
Encantadora anécdota. Oye, vaya nivel en el cuartel de Cáceres, os proyectaban "Ran". En el mío de Moncloa me ponían "Karate Kid", ya he contado que el cuadrante de las películas, por alguna razón mágica, coincidía con el de mis guardias y me tuve que ver "Karate Kid" dieciocho veces (es muy posible que sea le película que más veces he visto en mi vida).
ResponderEliminarVolviendo a lo interesante que cuentas, sí,"Ran" no es una película, es una experiencia. Es la cima de un arte que no lo es siempre. Y que tiene detrás a uno de los mayores genios que ha dado el cine. Y hay que paladearla. Dejar que te lleve. Dejar que seas una de esas banderas que ondean incansablemente ante un viento que siempre me ha parecido furioso. Aparte de ello, con un ritmo inusualmente lento en el que debes entrar, ocurre todo lo que cuentas: deslealtades, guerras, decepciones, ternuras, inutilidades, conciencia de esas mismas inutilidades, conciencia de los errores y la ambición desmedida que no entiende de otra cosa más que de alcanzar sus propios objetivos. Comprendo perfectamente todas esas sensaciones y, si bien es cierto que no es una película que me ponga muy a menudo, sí que, de vez en cuando, vuelvo a ella y también me siento con esas ropas, me meso la barba y rumio cuál será el siguiente movimiento de mi enemigo.
Abrazos con las banderas al viento.