miércoles, 4 de junio de 2025

ASYLUM (2014), de Brad Anderson

 

Imaginemos por un momento que en un hospital psiquiátrico se han cambiado todas las tornas. Los pacientes son los médicos y el personal sanitario está encerrado en las mazmorras de los casos más graves. Es un pequeño mundo al revés que es posible que pueda ser descifrado por ese joven médico de Oxford que se presenta allí para hacer sus prácticas. El asilo es algo parecido a una mansión fantasmal que emerge de la niebla para proyectar su larga sombra siniestra sobre un páramo de soledad y hastío. Por supuesto, con su correspondiente bosque en las cercanías. Nadie quiere llevar los suministros allí porque se amontonan doscientos enfermos, todos ellos de familias pudientes que pagan para perder de vista a sus seres queridos mentalmente destrozados. No obstante, el médico parece que empieza a percibir que los métodos de tratamiento no son precisamente muy académicos y comienza a sospechar que algo no va bien. No se descubre nada, amigos. Esto ocurre nada más empezar la película.

Antes hemos asistido a una cruel clase en la que se pone de manifiesto los anticuados métodos de la medicina de finales del siglo XIX con la exhibición de una mujer que, por pura casualidad, también estará internada en el psiquiátrico de alto nivel y baja niebla. Algo no cuadra. No sabemos muy bien el qué. Puede que los locos no estén tan locos. Puede que el personal médico no esté tan cuerdo. Ya se sabe, sólo hay una delgada línea que separa la locura de la cordura. Aquí, son unas cuantas escaleras.

Basada en un relato de Edgar Allan Poe, la película posee un principio muy atractivo. Hay buenos actores en su reparto, la bellísima Kate Beckinsale, Michael Caine, Ben Kingsley, Sinead Cusack…y otro que no es tan bueno como Jim Sturgess que se encarga del papel protagonista. Ése es uno de los problemas que conserva la cinta. Es incapaz de dar un matiz de cierta ambigüedad a un personaje que lo pide a gritos. Otro es la dirección. En lugar de ir en dirección de lo inquietante, el director Brad Anderson se decanta por lo evidente, dejando que la historia se le escape entre las manos y situándose muy lejos de las intenciones de Poe. Parece como si a Anderson le interesaran más los fiestorros que se preparan en la impostada superficie del hospital que en el brutal juego de poder que se ha establecido, que en el calculado misterio que envuelve todo el ambiente. Existe un giro final, bastante interesante en el que se pone de manifiesto el jaque mate, pero la película deja de funcionar demasiado pronto a pesar de las prometedoras premisas de su comienzo.

Y es que no es fácil retratar los laberintos mentales de los enfermos, ni las complicadas manías de los sanos. Es posible que, en esa época, fuera bastante difícil distinguir entre unos y otros porque los tratamientos que ponían en práctica los que se dedicaban al estudio y curación de las enfermedades mentales se podrían asemejar mucho a los de la tortura. No es fácil ir con cuidado y deslizar pistas aquí y allá, en un misterio que podría funcionar a la perfección siempre que los mecanismos estén bien engrasados. De todas formas, no me hagan caso. Yo sólo soy un enfermo del cine y puede que esté en la habitación de mi manicomio tratando de escribir unas cuantas letras que el director me va a borrar en unos minutos. En realidad, estoy notando una corriente eléctrica que me recorre el cuerpo…

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