La vida es apacible en
un pueblo costero de Florida, cerca de Miami. Eso lo sabe bien el jefe de
policía que, de vez en cuando, tiene que atender algún hurto, bajar a un gato
de un árbol o llamar la atención al consabido vecino ruidoso. Su privacidad es
desastrosa. Está al borde del divorcio porque, al fin y al cabo, su mujer ha
ascendido más rápidamente que él dentro de la policía y ha conseguido el grado
de inspectora en la gran ciudad, así que se ha buscado un entretenimiento con
otra para sus ratos libres. Juegan a que es un policía que viene a investigar
un posible allanamiento y ella se hace la indefensa y una cosa lleva a otra y
él acaba tomándole declaración en ese polígono de placer y tormento que es la
cama. El caso es que, de repente, todo parece cerrarse en torno a él. La amante
y su rechazable marido, un violento guardia de seguridad, mueren en un
incendio, hay un dinero del narcotráfico custodiado en comisaría, la mujer del
jefe de policía regresa para investigar y todo apunta a que él puede ser el
causante. Todo milimétrico. Todo muy bien planeado.
En eso se basa la
película, más que en la investigación del crimen, en cómo se las ingenia Matt
Whitlock, jefe de policía de un apacible pueblecito playero, en eludir todas
las pistas que se van agolpando en su contra. Al fin y al cabo, él era el
amante de la mujer muerta y podría tener algo que ver en el asesinato de su
marido. Los indicios se suceden, el dominio del tiempo de Whitlock es
extraordinario. Su mujer no es tonta y enseguida se da cuenta de que Matt tiene
algo que esconder y muy poco que enseñar. Pruebas como mazos. El cerco se
estrecha. El tiempo se acaba. Su nombre va a aparecer tarde o temprano y
Whitlock tiene una doble tarea: impedir que le detengan como sospechoso y, al
mismo tiempo, averiguar quién es el culpable.
Con claros antecedentes
en No hay salida, de Roger Donaldson,
el director Carl Franklin articula una película de notable entretenimiento, con
ritmo, con agobio, midiendo la apretura del nudo que, poco a poco, se va estrechando
alrededor de la garganta del protagonista. A ello también contribuye el siempre
estupendo trabajo de Denzel Washington, en esta ocasión secundado por una
atractiva Eva Mendes, con mención especial al consabido amigo del protagonista
que interpreta John Billingsley, dándole un toque bastante tirado. Carl
Franklin ya había dirigido algunos años antes la excelente El demonio vestido de azul, también con Denzel Washington,
consiguiendo una película más que apreciable aunque en clave más negra y menos
suspensiva y, sin olvidar ninguno de los dos elementos, aquí logra una historia
muy interesante, muy bien llevada, con sentido y con la certeza de que el
desenlace, aunque algo previsible, va a tener su lógica.
Así que ajústense los cinturones y siéntense en la parte de atrás del coche de policía. El jefe Whitlock les va a llevar por las calles de la emboscada personal, entrando la policía del Estado, el FBI y los tejemanejes de unos cuantos innombrables que están decididos a que pague por ellos mientras el dinero vuela como la suave brisa de las playas de Miami. Y corran. No dejen de hacerlo.
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