viernes, 12 de diciembre de 2025

EL CLUB DE LAS PRIMERAS ESPOSAS (1996), de Hugh Wilson

 

Cuando llega la hora del cataclismo, no basta con bajar la cabeza y aceptar el movido vaivén del destino. Lo que hay que hacer es darles a esos maridos de cuchufleta lo que realmente merecen. ¿Que se han ido con una chica más joven para ponerles un pisito y lo que ella quiera? Lo que hay que hacer es destrozarles el pisito de marras y asegurarse de que la cuenta corriente se quede en números rojos. ¿Que vienen la consabida crisis de los cincuenta y que quieren ser más independientes para poder dedicarse a lo que siempre han soñado? Lo que hay que hacer es comprar la empresa en la que trabaja y convertirse en su jefe. Va a saber lo que es sufrir el condenado. ¿Que prefieren a la última estrella de la televisión porque la chica de talento dramático ya es tan mayor que se ha tenido que meter colágeno a espuertas en los labios? Lo que hay que hacer es arruinar las finanzas, decirle que la chica en cuestión es menor y que lo mismo debe parar con sus huesos en la cárcel. El negocio es simple, chicas. Se trata de montar una oficina que hurgue en los puntos débiles de esos maridos ingratos, estúpidos y malandrines para que la venganza sea completa. Bienvenidas al club de las primeras esposas.

Y es que hay algo que también tienen las mujeres, aparte de los ataques de nervios descontrolados. Saben reírse de todo. Cuando están cómodas entre ellas, agárrate los machos porque te van a despellejar. Son capaces de salir bailando por una calle húmeda y montar una fiesta en plena calzada. Son así. Imprevisibles, volubles, caprichosas, pero cuando se ponen, tienen una fuerza de voluntad que nada ni nadie es capaz de detener. Son verdaderos tanques de cañón recortado rellenos con balas de empuje. Sí, son muy diferentes de nosotros. Mucho. Para bien y para mal. Aunque para ellas todo sea para bien. Y que se te ocurra decir lo contrario, machote.

Diane Keaton, Goldie Hawn y Bette Midler fueron las protagonistas de una de las películas más taquilleras de 1996. Nadie daba un duro por esta historia. Eran los años testosterónicos de Bruce Willis, Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger y nadie iba a querer ir a ver a tres amargadas que se ríen mucho de sí mismas porque sus maridos las han abandonado de forma, más bien, humillante. Sin embargo, el éxito fue fulgurante. La gente se reía. Hombres y mujeres (en eso, somos iguales). Y gozaba con la venganza cuidadosamente planeada de estas tres gamberras que eran capaces de levantar una comedia sobre la guerra de sexos y de estados con secuencias realmente divertidas (como el tronchante ataque de nervios de Diane Keaton cuando están a punto de descubrirlas en el despacho del marido de Bette Midler). Las tres actrices estuvieron dispuestas, incluso, a rodar una segunda parte sobre este club tan particular. Los estudios se agarraron a sus ideas retrógradas y concluyeron que el éxito de esta película fue una “casualidad”. Sí, la casualidad de juntar a tres chicas con sentido del humor, capaces de bailar, reírse de todo y organizar un buen jaleo mientras el mundo entero las acompañaba y comprendían su rabia contra el sexo contrario. Estúpidos, eso sí, hay en todos los lados.

jueves, 11 de diciembre de 2025

GOLPES (2025), de Rafael Cobos

 

Hay heridas que se quedan supurando justo en medio del corazón. De alguna manera, te acompañan, sea cual sea la situación de tu vida. Son golpes que nunca se cierran, que parecen exhalar un grito sordo de auxilio mientras los días pasan como balas disparadas. Y el alma se convierte en algo sediento, que vaga por un páramo de sentimientos que temes mostrar. Tal vez porque te pueden colgar la etiqueta de debilidad. O puede que sea porque cada vez que ves un árbol, recuerdas lo innombrable y de cómo la muerte te partió en dos. El trabajo duro está en volver a juntar las dos mitades y sentir que has hecho lo correcto, aunque el destino se empeñe tercamente en negarte ese derecho.

Finales de los setenta o principios de los ochenta. Época de cambios y de paradojas. Esas mismas que pueden colocar frente a frente a dos hermanos porque uno está en el lado correcto de la ley y en el equivocado de la felicidad y el otro está a la espalda de las oportunidades, pero busca con fiereza un lugar en el mundo. Uno tendrá que perseguir al otro. Y aquella huida que comenzó en una noche que merecería el olvido aún sigue espoleando las piernas para correr, la mente para evadirse y el dolor para matar.

Aquel cine quinqui que invadió las pantallas en unos días de marginación y delincuencia parece tener un eco en este primer intento tras las cámaras del guionista Rafael Cobos. Su asociación con Alberto Rodríguez ha dado resultados muy interesantes en películas como la reciente Los tigres o en la estupenda El hombre de las mil caras. En esta ocasión, Cobos plantea un regreso a aquellas películas en las que el director José Antonio de la Loma era dueño y señor de la narrativa callejera y se empeña en bucear en océanos de tristeza con cierto tino aunque, en algunos momentos, cuesta entender las decisiones de sus protagonistas. Para ello, cuenta con un trabajo más que apreciable de Jesús Carroza y algo más discreto de Luis Tosar. Cobos comete algún error que otro, dejando algunas cosas fuera de la lógica y punteando los renglones de su historia con una banda sonora que llega a ser bastante machacona. El intento es bueno, pero su estilo debe depurarse un poco más, a pesar de su acierto en las ambientaciones y en esos abismos de incomunicación que plantea mientras su historia huele a polvo cansado y a días de desolación e incertidumbre.

Y es que no es fácil plantear historias en las que sus protagonistas buscan ese Edén que no existe y que se cifra en un supuesto paraíso que sólo sirve para la ensoñación. Hasta los vasos parecen sucios mientras los coches huelen a tela fatigada y la noche se viste de inhóspita en un mundo del que no queda más solución que escapar. Cobos, siempre en colaboración con Rodríguez, da en el blanco con otra película de parecidos ambientes como La isla mínima y consigue mejores calados y congojas cercanas, pero aquí se halla algo lejos de esa inspiración porque la derrota no necesita de incomprensión, todo lo contrario. Es una dama que, para que tome el camino de la fuga, ha de hacerse con la mirada de quien se atreve a acercarse, porque una vez que cumple su misión, no le queda más remedio que marcharse. Aquí, se para, se ve más evitable, pero los personajes se empecinan en perder, por mucho que el sol salga en una playa cualquiera de un país vecino.

Por otra parte, puede que sea una película que tenga algo más de arraigo en todos aquellos que no vivieron aquellos años. Quizá porque están dispuestos a creerse cualquier cosa y que el hecho de que todo ocurra por un motivo alegórico con proyección en nuestros días consiga convertirse en un problema que sienten cercano. No lo sé. Puede que necesite ayuda para asaltar mis sentimientos encontrados y que la tierra que esconde tu sangre sea más benévola si, al final, todos sabemos cuál es el lugar de nuestro corazón.

miércoles, 10 de diciembre de 2025

WOLFS (2024), de Jon Watts

 

Dos solucionadores de problemas. Pongamos por caso. Una persona, hombre o mujer, tiene un problema inesperado. Esa persona es notoria, es decir, por una cosa u otra, es suficientemente conocida como para que el problema se convierta en un escándalo. La solución es llamar a uno de estos tipos para que borre todo rastro de lo que ha pasado. Uno de ellos es un profesional, con muchos recursos, bastante entregado a su trabajo. Casi se podría decir que le gusta. El otro es más perezoso. Prefiere mirar. Sus soluciones son más caseras, aunque igualmente efectivas. Se ven obligados a trabajar juntos porque, por una de esas casualidades del destino, llaman a los dos para solucionar el mismo problema. Eso da comienzo a una noche muy larga. Demasiado larga, incluso. Se van descubriendo cosas que no cuadran demasiado en ese mundo de efectividad rápida que ellos habitan. Puede que el hecho de coincidir no haya sido tan casual. Puede que todo forme parte de un plan cuidadosamente urdido. Puede que el muerto no esté muerto. Puede que…bah, es igual, ya lo solucionaremos.

Y así cabalgan a través de la pradera de la noche, de un sitio a otro, tratando de deshacerse de las pruebas y, sobre todo, de unos paquetitos bastante valiosos de droga que el muerto, que no está muerto, debería haber entregado a un viejo conocido. Demasiadas casualidades ¿no? Quizá todo termine en un empuje de valentía para subrayar que estos dos tipos no se van a desligar del otro así como así. Y que van a demostrar hasta qué punto son profesionales y hasta dónde llega su deber.

Con muchísimas referencias a Dos hombres y un destino, George Clooney y Brad Pitt se vuelven a juntar para ofrecer una de esas películas en las que las miradas cómplices son las principales protagonistas. El argumento en sí…bueno, eso ya lo solucionaremos porque hay algún agujero en ese plan y más aún en la solución, pero claro, el director y guionista Jon Watts tiene a Clooney y a Pitt y cuando tienes a dos actores de ese carisma, a los que el público está deseando ver, poco importa. Ellos te van a sostener la película con un simple arqueo de ceja, porque estás deseando que, dentro de un argumento de suspense, te hagan sonreír de tal manera que te sientas cómplices de sus andanzas en la jungla de asfalto. Está bien y ya, pero por ellos dos. Si estos dos solucionadores son interpretados por otros cualquiera, la película se caería bastante a pedazos.

No se preocupen. Con los contactos oportunos y necesarios, estos dos individuos podrán barrer, empaquetar, trasladar y deshacerse de cualquier prueba de una juerga que se fue de control y de las bebidas y otras sustancias que la causaron. Una cana al aire, al fin y al cabo, no debe acabar nunca mal, por muchas ganas que se tengan a una fiscal. Caramba, si hasta tienen a una chica que hace curas rápidas con respuestas cortantes. No hay nada como ir bien equipados y tener suficientes recursos. Por cierto, subir el cadáver al maletero de un hotel tiene su gracia. No se pierdan detalle. Es lo mejor de la película.

martes, 9 de diciembre de 2025

LA HORA DEL SILENCIO (2024), de Brad Anderson

 

Si no oyes, no puedes advertir el sigilo del peligro. Si no oyes, tampoco puedes saber que han disparado. Si no oyes, no podrás comunicarte con nadie para pedir socorro. Esos son los problemas a los que se enfrenta Frank Shaw, un policía competente que ha tenido mala suerte y, debido una persecución infortunada, está perdiendo la audición a pasos agigantados. En el departamento le han puesto como traductor de sordomudos y Frank ya no es tan feliz. No puede ir detrás de los delincuentes, sólo puede traducir lo que otros dicen y, sobre todo y ante todo, no puede escuchar a su hija tocando la guitarra. De repente, un encargo aparentemente sin importancia. Debe ir a recoger a una testigo, también sorda, que vive en un edificio que están desalojando para hacer una reforma integral. Todo parece ir en orden, pero, entre los plásticos, las pinturas y los escombros, nada va a ir bien. Sus audífonos, cada vez de menos ayuda, se quedan sin batería. Hay ciertos individuos que no tienen ningún interés en que la chica testifique y el edificio, ése que tiene plásticos en las paredes, muros derruidos y ventanas diáfanas, se convierte en una trampa mortal para dos personas que no pueden oír.

Eso sí, Frank tiene muchos recursos y está decidido a proteger a la testigo. Hará todo lo que haga falta para mantenerla viva. Ella tuvo problemas con la droga aunque ya lo ha dejado y esos tipos pretenden matarla con una sobredosis para que no levante sospechas su muerte. Los pasillos parecen interminables. Las ventanas son puertas de salvación. Las armas las tienen ellos porque Frank ha perdido la suya y, cuando recupera otra, las balas se agotan con demasiada facilidad. Arriba, abajo, el ascensor, más arriba, ellos creen que para abajo. Silencio. Hay que intuir ya que no se puede oír. Diablos, no sabemos la suerte que tenemos de poder oír. Sin oídos, no se puede escuchar el amartillado del gatillo.

Curiosa película, de cierto ritmo, que está dirigida por un hábil Brad Anderson, del que valoramos con cierto agrado aquella Transsiberian con Eduardo Noriega. La premisa de un policía sordo que se debe enfrentar a una banda de criminales al tiempo que tiene la obligación de proteger a una testigo clave contra ellos, es original, está bien llevada y, aunque casi toda la película se centra en las idas y venidas dentro del edificio en plena reforma, mantiene muy bien la tensión, porque el peligro no está en lo que se ve, sino en lo que se oye y los protagonistas no pueden. Joel Kinnaman, que se está especializando en papeles de sordo después de aquella extraña Noche de paz, el intento silente de John Woo, resulta muy creíble como ese policía disminuido en sus facultades y que acude a toda su experiencia para salvar la situación. Como secundario y como siempre, Mark Strong otorga solidez a la trama y se pasa un rato realmente angustiante deseando que los sordos se salven y los audífonos funcionen.

Nadie es menos capaz porque haya una pieza en el cuerpo humano que no funcione. Somos lo que somos y la experiencia es todo un libro de instrucciones para la supervivencia. No deberíamos olvidar eso nunca a la hora de juzgar a alguien que no puede oír, o no puede ver, o con cualquier otro sentido apagado. Quizá son aún mejores que nosotros.

viernes, 5 de diciembre de 2025

TOOTSIE (1982), de Sidney Pollack

La vida de un actor es ciertamente difícil. Hay que estar dispuesto a pasar todo tipo de pruebas, para todo tipo de papeles y si, además, es un tipo que está arrastrando una cierta fama de difícil por aquello de encontrar la lógica en todos y cada uno de sus movimientos, nadie está como loco para trabajar con él. Eso es lo que le pasa a Michael Dorsey. No encuentra razón para que un moribundo camine hacia el centro del escenario y se muera, o es demasiado viejo, o es demasiado joven. Y es un actor realmente bueno. Hasta un día se preguntó si un tomate pensaría. A grandes males, grandes remedios. El hambre aprieta. Tiene la ilusión de financiarle una obra off-Broadway a su compañero de piso y se ha enterado de que están buscando un rostro nuevo en la típica serie de hospitales. Él se prepara para el papel. Ha buceado en las motivaciones del personaje. Lo comprende perfectamente. Requiere una pequeña caracterización, pero eso no es problema. A los actores les encanta ser otra persona. Y eso es exactamente lo que Michael tiene que hacer. Va a interpretar a una mujer como si fuera una mujer. Así lo contratarán. Ya no se llama Michael Dorsey, sino Dorothy Michaels. Y su papel va a ser el de administradora del hospital.

Esto que, en principio hasta podría tener cierta gracia, acarrea una serie de inconvenientes. Tiene que compartir vestuario con otras actrices, tiene que soportar el insoportable acoso del director, que se cree que es un genio de la televisión, tiene que apartar a manotazos al pegajoso y viejo verde de turno que interpreta a uno de los médicos y, por si fuera poco, hay una actriz…una actriz…que le parece la más encantadora del mundo y ella la ha escogido como confidente para contar sus avatares, circunstancias e infelicidades. Michael…perdón, Dorothy sabrá todo de ella y, al mismo tiempo, se está enamorando de ella. ¿Cómo salir de este problema? Complicándolo aún más, por supuesto.

Una de las escasas incursiones en el terreno de la comedia por parte del director Sidney Pollack y, a la vez, una de sus más afortunadas películas. Para ello, cuenta con un elenco superlativo en el que destaca por derecho propio Dustin Hoffman que debe crear al caprichoso Michael Dorsey a la vez que asciende al estrellato televisivo como Dorothy Michaels. A su lado, una estupenda y muy tranquila Jessica Lange, una nerviosa y siempre encantadora Teri Garr, un acertado y lacónico Bill Murray, un airado Dabney Coleman, una atractiva y sugerente Geena Davis, un ilusionado y solitario Charles Durning…y ya está. Estamos ante una espléndida screwball comedy de principios de los años ochenta que se ha quedado para siempre en la memoria de los cinéfilos de bien y los espectadores de aún mejor.

A veces, esto lo saben ustedes muy bien, hay que fingir ser alguien que no somos para conseguir lo que queremos para saber que, en determinado momento, hay que saber lo que no queremos para seguir siendo lo que somos. No importa cómo seamos, eso es un tesoro que hay que salvaguardar, aunque creamos que no y aunque hagamos concesiones a los vaivenes de una vida que casi siempre se muestra ingrata. Así que buenos días…he dicho, buenos días.

 

jueves, 4 de diciembre de 2025

NÚREMBERG (2025), de James Vanderbilt

 

El fascismo sólo crece y se impone cuando los pueblos lo permiten. En Alemania, en los años treinta, se instaló a través de unos cuantos razonamientos que parecían imbatibles para el ciudadano medio. Argumentos tales como el orgullo de la patria, el derecho a la expansión, a la supervivencia a cualquier precio, al desprecio del ser humano, al odio como ley parecían irrebatibles ante una Europa que callaba y miraba hacia otro lado. Así, nació una élite de monstruos arrogantes que se escondían tras una máscara de orden y de verdad ineluctable. Podrían ser semejantes a los hombres, pero eran bestias sin más consideración que los objetivos de supremacía y de sometimiento. Una lección que tiene toda la apariencia de haber sido inútil.

En el duelo de inteligencias que se entabla entre un asesino desalmado y un profesional de la mente humana, hay certezas y mentiras, y una de ellas es la de trabajar de forma incansable para fabricar el aviso de que aquello no acababa en un juicio que daba un aire de legalidad a la justicia. Se trataba de que el mundo supiera todo antes de que la horca realizara su alegato definitivo. La verdad era abrumadoramente dura, pero era necesario que se conociera porque el fantasma de caer en los mismos errores y permitir de nuevo el ascenso de una ideología criminal era real y estaría latente en todos los años venideros. Bien lo sabemos hoy en día. Aquellas miradas de comprensión que escondían las peores intenciones aún siguen golpeando nuestros criterios. Al fascismo se le puede combatir con la más elemental de las lógicas, pero no todo el mundo está dispuesto a utilizar esa arma porque, en el fondo, aún hay muchos, muchos que llevan a un dictador en el interior. Y a cualquier voz disidente se le silenciará de una manera o de otra. No hacen falta disparos, torturas o humillaciones. Basta con la indiferencia. Y ése es el peor de los pecados.

No se debe caer en el tremendo error de comparar esta película con Vencedores y vencidos, de Stanley Kramer, porque el objetivo de aquella no se parece al de ésta. Allí se ponía en tela de juicio el papel de los jueces y legisladores que se aprestaban a dictar sentencias que sabían injustas y que podrían haberse opuesto a las ideas más crueles jamás convertidas en ley. Aquí, de lo que se habla, es de la fascinación por una serie de personajes que se aprovecharon de una situación de inferioridad para crear la mayor maquinaria de guerra nunca conocida por el hombre, para asentar la razón como la máxima excusa para el asesinato de masas. Y nadie está libre de culpa porque unos miraron, otros se inhibieron y algunos otros también cometieron sus execrables crímenes de guerra que nadie se atrevió a juzgar. El director James Vanderbilt realiza un trabajo muy competente, con una planificación muy elegante y planos de una auténtica clase mientras el espectador, secuestrado por todo lo que plantea la película, se queda admirado del trabajo de dos actores como Russell Crowe, enorme y convincente en la piel del Mariscal del Reich Hermann Göring y Rami Malek, psiquiatra encargado de dar el visto bueno a la salud mental de los veintidós procesados del primer y más importante proceso de los que se celebraron en Núremberg por crímenes de guerra. El resultado es, salvo en unos pocos pasajes, muy efectivo, llevando al público a los márgenes de la desolación porque la Historia está muy cerca de repetirse de nuevo.

Los monstruos, lo sabemos, siempre intentan hacerse atractivos para que nadie pueda rebatir su mentira continua. A todos aquellos que avivan el odio se les debería poner en funcionamiento cualquier atisbo de inteligencia para que puedan darse cuenta de que los derechos de los pueblos nunca están por encima de los de los individuos. Aquellos son un invento, con frecuencia, político. Éstos son inalienables. Y cuando los malvados manipuladores consiguen que alguien se les una, ya hay más culpables de cualquier debacle que se pueda plantear. Esta película habla de todo eso, y de mucho más. Y, por una vez, por una sola y maldita vez, nuestro sentido común debería ponerse a funcionar para que ningún fanatismo, sea del signo que sea, tenga más seguidores que el rechazo y la condena.

miércoles, 3 de diciembre de 2025

BEGINNERS (2011), de Mike Mills

 

En la vida, las cosas, a veces, acaban llegando. Todo aquello que parecía que nunca iba a pasar, al final, pasa. Un padre confiesa a su hijo dos cosas. Una, es gay, siempre lo ha sido y quiere vivir fuera del armario. Otra, tiene un cáncer terminal. Sin embargo, el hijo está algo sorprendido. Su padre vive de una forma alegre. No piensa en la desgracia que tiene encima. Se dedica a vivir la vida, a hacer las cosas abiertamente, a vivir con otro señor, bastante más joven que él, a acudir una vez a la semana a sus reuniones de amigos gays para ver una película sobre el tema gay. A reunirse y reír, y apoyar a éste o aquel Senador que ha dicho que él también es gay. La desgracia, esa que ya no merece ese padre contento, acaba por venir y la muerte se lo lleva. Es algo que el hijo va recordando mientras vive su particular historia de amor con una francesa a la que conoció en una fiesta en la que ella no podía hablar por culpa de una laringitis. Es actriz y tiene algo en la mirada…no sé…es como si dijera que le quiere cada vez que pestañea. Es inteligente, perspicaz, con un punto rebelde y gamberro, con reacciones brillantes. Es la chica ideal. No obstante, él es un cobarde. Nunca se ha lanzado a la piscina de la vida como hizo su padre. Se ha quedado en el borde con los pies colgando, remojándose un poco, pero nada más. Es la hora del compromiso, de dejar atrás el dolor, de descubrir, como hizo su padre, que la vida tiene cosas y personas maravillosas. Y una de ellas es esa francesa, actriz, de mirar risueño, de palabra muda, de nómada sentimiento.

Mientras tanto, está el perro. Sí, es lo más preciado que le ha dejado su padre. Un Jack Russell que mira de frente y parece que habla. Lamentablemente, no se le puede dejar en ningún sitio porque se pone a llorar. Y el chico no lo aguanta. Tiene que volver a por él y llevárselo, aunque eso suponga un buen lío de incomodidades o de contratiempos. El perro se llama Arthur y sabe hacer muchas cosas. Sólo que, muchas veces, no le da la gana de hacerlas. Es el compañero ideal para el viaje sentimental que ese hijo está a punto de comenzar. Con sus idas, sus venidas, sus sentidos del humor, sus bromas, sus vacíos…sus vacíos…

Mike Mills dirige con una sobriedad sencilla y con ideas luminosas en la narración para hacer que, a pesar de ser una historia que raya en lo trágico, estemos siempre ante la impresión de estar en una comedia. Ewan McGregor está brillante como ese hijo que ha amado y ya no sabe cómo amar. Melanie Laurent está mejor que nunca como la actriz francesa que le encandila y, por supuesto, Christopher Plummer es el padre, feliz, libre, sin ser escandaloso, sin levantar ni un ápice de compasión, sólo de felicidad. Todos juntos articulan una película pequeña, de sentidos y sentimientos, de sensibilidades cotidianas e irremediablemente absurdas. Como las que tenemos todos aunque las circunstancias sean diferentes. Al fin y al cabo, todos somos principiantes en algo.

martes, 2 de diciembre de 2025

MIS DOBLES, MI MUJER Y YO (1996), de Harold Ramis

 

La vida es un puñetero torbellino que no te deja respirar. No hay tiempo para vivir. Solo se puede trabajar, arreglar cosas, ir a los bancos, ocuparse de los niños, acabar con las chapuzas de casa, hay que multiplicarse si quieres llegar a todo y, a veces, incluso, es imposible. No se da abasto. Y no hay piedad. No hay perdones, no hay excusas, si no llegas es tu problema, nadie te ayuda, tú verás. Solución, si la ciencia lo permite. Clonarse. Hacer una copia perfecta de ti mismo que se ocupe, por ejemplo, del trabajo, que ya tiene ahí bastante para entretenerse. Ir de aquí para allá, cerrar contratos, comprar materiales, ejecutar las obras, sí, sí. Doug, que es el interfecto, parece que hasta va a tener tiempo de ocuparse de su mujer. Pero no. Resulta que no es suficiente, que hay que clonarse otra vez. Cuidadito, Doug, si llenas la casa de dobles, tu mujer no sabrá cuál es el original y va a haber alguna juerga prohibida en la cocina. Bueno, no pasa nada. El caso es que la segunda clonación ya no va tan bien. Es más fino, más cocinillas, más delicado, más indicada para, digamos, las tareas de la casa. Bueno, qué se le va a hacer. No todos van a salir tan perfectos como la primera copia. Pero aún no es suficiente y ese Doug 3 va a clonarse a su vez y aparece Doug 4, que ya es la auténtica degeneración de los facsímiles. No sirve para nada si no es para ensuciar, para ponerlo todo perdido, para tener un niño más. Clonación. Ciencia. O tempora o mores.

Grandes momentos de comedia, un tanto gamberra, eso sí, destila esta película. La dirección de Harold Ramis, no siempre acertado en sus intentos, aquí resulta un poco desatada, pero admisible. Hay secuencias realmente divertidas. Y, para ello, influye en gran medida el talento de Michael Keaton haciendo el papel protagonista, y el secundario, y el terciario y el cuaternario. Se multiplica bien el muchacho. Y más aún si al lado tiene una actriz segura, poco dado a los excesos, que se convierte en el elemento más admirablemente equilibrado de la película como es Andie McDowell. Con estos sencillos elementos y con la crítica acerada a la vida moderna que no nos deja ni mirar al cielo, Ramis fabrica una comedia que funciona bien, sin llegar a ser su mejor trabajo, que es Una terapia peligrosa y que nos pone por delante que, tal vez, la vida no sea tan mala después de todo porque si necesitamos copias, nos van a complicar mucho, mucho la existencia. Mientras tanto, no dejen de intentar llegar a tiempo a todas sus obligaciones. Les parecerá una conclusión rara, pero eso es lo que nos hace realmente humanos, aunque el estrés esté ahí picando en la minería de los nervios, y lo que también nos introduce la sensación de que valemos, de que somos mejores de lo que creemos y que hacemos todo y más por aquellos a los que realmente queremos.

Quítate César, que ya me pongo yo. Esto ha sido fácil. Te querría ver haciendo un artículo como el de Shutter Island