miércoles, 10 de septiembre de 2025

UN RAYO DE LUZ (1950), DE Joseph L. Mankiewicz

 

Nadie nace odiando. El odio es algo que se almacena, se macera, fermenta y se escupe. Y para que ocurra lo último sólo hace falta una pequeña espoleta que encienda la mecha. Todo ello se mezcla con multitud de sentimientos encontrados. Uno de ellos es la envidia. ¿Un negro consigue hacerse una carrera respetable como médico mientras yo, un blanco americano, se arrastra por los arrabales malviviendo? ¿Quién se ha creído que es? El otro es el deseo de amotinarse contra los negros, sea cual sea el resultado, levantando a todos esos que comparten barrio y miseria. A medias como un producto de la rabia interior que también ha ido haciendo su hueco en un puñado de almas. A medias por ese natural racismo lleno de rabia que se ha ido amontonando hasta que ya se ha llegado al límite. Ya no hay más sitio, ahora hay que desahogarlo. Ignoran que todo ese racismo y todo ese odio no es más que la consecuencia de su propia ignorancia. Y ése, desde siempre, ha sido uno de los grandes problemas sociales que se ha enquistado en todas y cada una de las civilizaciones occidentales.

Entre esa ignorancia supina, nadie piensa que un chico de color ha conseguido terminar la carrera de Medicina por sus propios medios, que no son, ni de lejos, los que están a disposición del hombre blanco. Un negro tiene más difícil el acceso a una enseñanza superior porque no tiene derechos, su posición dentro del estrato social no es mucho mejor que la de un animal. Sólo a base de trabajo y de tragar lo que muchos no estaríamos dispuestos se puede llegar a una posición tan respetable, tan entregada y, por supuesto, tan sacrificada. Y, no contentos con eso, es mejor organizar emboscadas de ensañamiento, a ver si ese negro se mete el diploma por el estetoscopio.

Esta fue una película valiente hasta más allá de lo razonable. En el año 1950, aún no se había desencadenado la lucha por los derechos civiles, los negros aún no podían votar y su acceso a la universidad era sólo una entelequia que la mayoría de la sociedad blanca atribuía a los deseos de radicales izquierdistas. Joseph L. Mankiewicz agarró el toro por los cuernos y realizó una película abiertamente antirracista, con una conclusión fantástica en la que se pone de manifiesto que al odio no se le combate con odio, sino con entrega y dedicación. Para ello, cuenta con estupendos trabajos de Sidney Poitier y, sobre todo, de Richard Widmark que, cuando se ponía en el registro odioso que ya había conseguido con éxito en El beso de la muerte, tres años antes, era muy creíble en sus reacciones y en sus rechazos. Linda Darnell también trata de poner algo de orden en unos personajes muy zarandeados por sus prejuicios (e incluso el doctor negro también tiene alguno, lo cual es extraordinariamente acertado por parte de Mankiewicz). El resultado es una película que, sin necesidad de acudir a efectismos reivindicativos, es creíble, tormentosa, posicional y convincente. Así que repasen los derechos civiles de los que somos depositarios y vean cuánto han tenido que soportar aquellos que no merecían tanta saña.


martes, 9 de septiembre de 2025

LUNA DE PORCELANA (1994), de John Bailey

Siempre la mujer que te devora las entrañas. No había ninguna necesidad. El inspector Baudine tenía su trabajo, que desempeñaba con entusiasmo y diligencia. Estaba en pleno proceso de enseñanza de su compañero novato. Iba y venía. Con independencia. Y, de pronto, tomando el aire, se encuentra con ella. Y él nota que la placa le pesa más y que el deseo vuelve en torno a su piel. No ha visto a otra igual. Está dispuesto a todo con ella. Sólo hay un pequeño defecto y es que ella está casada con un tipo despreciable, uno de esos hombres de negocios que creen que todo lo que poseen, incluso las mujeres, es suyo. De vez en cuando, por supuesto, se le va la mano. Beaudine cree sinceramente que es uno de esos individuos que hacen que el mundo sea mucho mejor si no están. Y ocurre. De repente, él no está. Sólo ella, con un arma en la mano. Beaudine se lo tiene que pensar mucho porque ella está dispuesta a arrastrarse dónde sea con tal de que el inspector de policía le saque del apuro. Para rizar aún más el rizo, Beaudine va a tener que hacerse cargo del caso e investigar a la chica. Y eso hace que vayan saliendo cosas que le llevan al convencimiento de que se enamoró de la Luna. Y todo el mundo sabe que la Luna sólo está completa unas pocas noches y luego va desapareciendo.

Uno de los peores errores que puede cometer un policía es considerar inferior a un policía novato. Da la casualidad de que ese imberbe que acompaña a Beaudine a todas partes es más competente de lo que parece. Se fija mucho, habla poco y toma nota mental de todo. Quizá sea un compañero útil llegado el momento, aunque en las circunstancias en las que se ve inmerso Beaudine puede que incluso sea un estorbo. Y no sabe hasta qué punto. Ese advenedizo de la policía puede complicar mucho las cosas. Y Beaudine sólo hubiera deseado calmarlo todo, vivir con ella y dejar que la Luna bañase sus sueños de ternura.

No cabe duda de que Luna de porcelana parece beber mucho de aquella maravillosa Fuego en el cuerpo, de Lawrence Kasdan, sólo que con menos, casi ninguna, dosis de sexo. El hombre arrastrado hasta los infiernos de la legalidad por culpa de una mujer que le atrae hasta el dolor no es algo nuevo en el cine. La novedad de esta historia de John Bailey, que no por casualidad fue el director de fotografía de Kasdan en esa película, es el desenlace, que no se espera y que se siente. El resto está bien llevado, con trabajos muy competentes de Madeleine Stowe, Ed Harris y Benicio del Toro, avisando ya de lo que era capaz con un papel un poco más extenso, con una fotografía estupenda y un entramado que llega a ser bastante creíble porque, de forma permanente, hay un filo de navaja cerniéndose sobre la garganta de ese policía que desciende poco a poco hacia los infiernos y que le duele cada paso que da. No, Beaudine, aunque lo hace por amor, no está contento, ni convencido. Sólo prometió mucho amor y él es tan íntegro que está pagando su deuda.

viernes, 5 de septiembre de 2025

NADIE 2 (2025), de Timo Tjahjanto

 

Don Nadie tiene que parar. Está un poco estresado. No tiene demasiado tiempo para la familia y siente que le duelen los nudillos de tanto repartir. No en vano, tiene que devolver la deuda que contrajo con sus patronos porque se hicieron cargo de aquellos treinta millones de dólares que quemó a la Mafia rusa en uno de sus arranques tan repentinos porque unos ladrones le habían birlado un llaverito a su hija. Así que pide un respiro y quiere ir al mismo sitio en donde, una vez, saboreó algunos bocados de felicidad al lado de su hermano y de su díscolo padre. Sin embargo, el tiempo pasa y nunca en balde y aquel paraíso de diversión y de descarga ahora es una de las estaciones más importantes del paso de droga desde México. Y un tonto con ínfulas le da un coscorrón a su hija. Don Nadie no pasa por ahí.

Después de la sorpresa que significó aquella primera parte en la que un tipo aparentemente normal tenía más peligro que Schwarzenegger enfadado, era difícil captar a la audiencia en la tesitura de ese Don Nadie disfrutando de unas vacaciones familiares. Ya se sabía que tenía ese segundo pensamiento que le hacía volver sobre sus pasos y armar una del tamaño de Mississipi. Evidentemente, es una película inferior y, siendo rigurosos, no es más que un montón de peleas unidas por un hilo argumental bastante débil. Bob Oedenkirk sigue siendo el ideal nadie y su mujer, Connie Nielsen, acapara en esta ocasión un mayor protagonismo. Por otro lado, se desaprovecha lastimosamente el personaje del padre, interpretado por Christopher Lloyd, que en la anterior se destapaba como un tipo de cuidado y en esta no es más que un loco que disfruta con la destrucción total, perdiendo gracia y, por supuesto, oportunidades de lucimiento demostrando que quien tuvo, retuvo. En el rincón contrario, una Sharon Stone que opta por pasarse de rosca a gusto y que denota que se lo debió pasar en grande interpretando el papel de una psicópata de libro, carente de emociones y de escrúpulos.

Por lo demás, uno de los haberes de la película es su uso casi narrativo de la música, que aumenta la sensación de vivir un chiste a través de una violencia que llega a rozar lo truculento. Nadie 2  es una película de verano, sin pretensiones, no aspira a ninguna otra cosa. Sí, se pasa bien si lo que se exige es un puñado de escenas con bofetadas bien coreografiadas y  se presta atención al murmullo que sale del respetable cuando el protagonista se piensa las cosas dos veces, pero ya no es esa película sorprendente, fresca, algo diferente y de acción que fue la primera. Ahora es un montón de golpes por aquí y por allá, con cadáveres a granel y una feria del tres al cuarto como principal escenario. Lo justo para acomodarse en el cine, disfrutar del aire acondicionado y salir como se ha entrado, con el gesto relajado del verano.

Así que, yo que ustedes, elegiría con sumo cuidado el lugar donde se pasa el verano. Más aún si van acompañados de adolescentes con edad tormentosa, porque dudo mucho que ninguno les vaya a seguir si el destino es un parque de atracciones de tercera en una ciudad perdida que no tiene más que un par de piscinas con toboganes gigantes y alguna que otra noria que puede llegar a ser un arma mortal. Como dice Connie Nielsen a su marido sin nombre: “Es tu familia, arréglalo”. Con eso, pues hala, a coleccionar tickets de máquinas de lo más variado y, entre una y otra, trompazo va, mamporro viene. ¿Les hace el plan?

jueves, 4 de septiembre de 2025

LOS ROSE (2025), de Jay Roach

 

No siempre los matrimonios comen perdices. Con eso, no quiero decir una perogrullada. Sé que hay parejas que se deshacen porque es imposible seguir con la convivencia. Me refiero a algo mucho más detenido en el tiempo. Puede que haya dos personas que han nacido para estar juntas y felices, pero siempre, en cualquier tipo de roce, lo que existe es una serie de energías subterráneas que van minando las galerías del cariño. Es todo aquello que no se dice, aunque sabemos perfectamente que es lo que nos delata como seres egoístas, incapaces de pensar en el otro, envidiosos de que el éxito pueda visitar a la otra persona, o la realización personal o…vaya usted a saber por qué. Lo que acaba realmente con cualquier matrimonio o con cualquier pareja de hecho es la verdad silenciosa.

Y aquí tenemos a los Rose. Son dos gañanes simpáticos que utilizan mucho, mucho humor inglés para seguir adelante y hacer que la vida tenga una pequeña sorpresa cada día. Una afirmación aguda por aquí, una réplica ingeniosa por allá y siempre aparece ese bálsamo del amor que es la risa. La risa cómplice. Esa risa doble que sale de dos bocas porque se permanece en la misma onda. Cuando esa onda se desajusta es cuando empiezan a aparecer los problemas. Y, si de verdad se quieren arreglar las cosas, no cabe duda de que habrá que rascar mucho, pero mucho, mucho, en las personas que un día fueron y que se sonrieron con la mirada, se amaron porque fueron uno y se celebraron porque encontraron una fórmula más o menos perdurable de felicidad.

Me estoy poniendo muy serio y eso no es ídem. Esta película es más comedia que otra cosa y, si nos ponemos quisquillosos, es cierto que aparece enseguida la primera versión dirigida por Danny de Vito e interpretada por Michael Douglas y Kathleen Turner con el título de La guerra de los Rose. Mientras que en esa la gracia estaba en las tremendas trastadas (por no emplear otra palabra malsonante y más fuerte y descriptiva) que se hacían uno a otro y que ponían a prueba la imaginación del colmillo más afilado, aquí vemos cómo el guion se detiene en contar la historia completa. El enamoramiento, el día a día, los fallos, los aciertos, la enorme complicidad permanentemente repleta de buen humor, para enfilar las sucesivas trastadas en la parte final en la que, inevitablemente, también aparecerá el destino. ¿Hay que comparar? Si la dirección de Danny de Vito en la primera era enormemente imaginativa, hay que reconocer que, en esta ocasión, todo está más trabajado, más alejado del humor físico y más cerca del gesto inteligente. Y a ello ayudan dos intérpretes que manejan con considerable destreza los registros de comedia y de desesperación soterrada como Benedict Cumberbatch y Olivia Colman. Merece la pena verse por ellos dos y por cómo son capaces de crear química para fabricar ácido sulfúrico.

Así que mirémonos un poco. Deshagámonos de esos pedantes y vacíos amigos que dan opiniones que no valen ni para envolver un mal pastel y examinemos con detenimiento dónde están nuestras frustraciones y de qué manera podemos aliviar las de los demás. No es una frase demasiado larga. Es fácil de memorizar y de aplicar e, incluso, de pronunciar cuando se está en cualquier reunión con éste o con aquél. Se queda de maravilla. Prueben a decirlo. Suena a pensamiento de cajón de niño de chupete y pañal, lo sé…pero miren…estoy seguro de que muy pocos han llegado a planteárselo. Y si lo han hecho… ¿saben qué es lo primero que se les ha pasado por la cabeza? No volver a pensarlo porque les hace sentir incómodos saber que su vida no es plena y que tienen una obligación más que moral para contribuir a la que los demás sí lo sea. Y ahí radica la mayor parte de nuestros problemas.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

LOS CUATRO FANTÁSTICOS: PRIMEROS PASOS (2025), de Matt Shakman

 

Cuarto intento del universo Marvel de reformulación de ese grupo de superhéroes tan especial que siempre han sido Los Cuatro Fantásticos después de los desastres de 2005 y 2007, con Jessica Alba como Susan Storm y Chris Evans tratando de ser reconocido como la Antorcha Humana antes de hacerse con el traje del Capitán América, y de 2017, con una descolocada Kate Mara como la Mujer Invisible. En esta ocasión, tenemos a Pedro Pascal como Míster Fantástico y a Vanessa Kirby, sin duda, lo mejor de la película como su dilecta esposa y alma y centro del grupo. El resultado es una película que arranca aplausos del público, pero que no es más que una remezcla de las dos primeras con unos diálogos más bien mediocres y con una falta de fuerza que delata su condición de inane porque no aporta absolutamente nada.

Sí, tenemos un par de escenas que no están mal, una recreación de los años sesenta que recuerda a las maquetas ideales de un piso piloto en una urbanización y, por enésimo cuarta vez a un malvado enorme, enorme, enorme que es otra visión del Dormamu de Doctor Extraño o del temido Thanos de Los vengadores. Además, en el plano argumental, la línea es tan simple como un chantaje, con la incomprensión terrestre y la posterior unión que hace la fuerza, aunque empujen poco. Y un plan para salvar el planeta que tiene más agujeros que las junturas de La Cosa.

Estoy siendo demasiado duro. Tal vez, porque el universo Marvel está entregando un nivel muy bajo, sin nada que sorprenda, sin carisma, aunque Vanessa Kirby hace suyo el personaje de Susan Storm, confirmando que es una de las miradas más fascinantes del panorama cinematográfico actual. Asistimos, y van ya unas cuantas, a la destrucción de Manhattan porque el malo es tan enorme que deja a King Kong al tamaño de un mono de juguete, por mucho homenaje que el director Matt Shakman trate de colar. Por otro lado, el pobre Ben Grimm, conocido también como La Cosa, en ningún momento abandona su apariencia de piedra, algo que no ocurría en los cómics. Pobrecillo. Casi no tiene oportunidad ni de demostrar su habitual buen humor.

El resto es bien sabido. Cómo se forman los fantásticos y por qué, cómo evolucionan, su apariencia de dependientes de un parque acuático de aguas azules exportadas al mundo, con pocas comeduras de tarro, no vaya a ser que salgan unos personajes muy profundos, sin magia y con unos cuantos mamporros entre los destrozos que, al fin y al cabo, pasa por ser lo más espectacular de la película. Eso sí, si la comparamos con la última del Capitán América o Falcon, esto es Ciudadano Kane, reconozcámoslo y no seamos tan destructivos.

Ya saben. Si el mundo está en peligro, llamen a los Cuatro Fantásticos. Se encenderán con el fuego, desaparecerán por arte de magia, harán demostraciones de fuerza o se estirarán hasta lo imposible para salvarnos a todos. Y no habrá nada nuevo bajo el sol. Eso sí, podrán tener un rato de solaz con la habitual maestría en la banda sonora de Michael Giacchino. Mientras tanto, piensen que el mundo es azul, que siempre habrá unos cuantos mutantes dispuestos a jugarse el pellejo ante los megalómanos de turno cuya hambre consiste en liquidar planetas del sistema solar, aunque no se sabe muy bien para qué, y abandónense a la corriente general que da palmas por haber asistido a una cosita que, si llega al aprobado, es porque usted es un profesor sobradamente generoso.

martes, 2 de septiembre de 2025

UNA QUINTA PORTUGUESA (2025), de Avelina Prat

 

La vida estable de un profesor de universidad se ve devastada cuando regresa a casa y no hay nadie. Tampoco hay rastro de lo que ha pasado. Su mujer se ha ido. Así, de repente. Sin dejar una nota, ni una explicación, ni una llamada de teléfono. La vida se rompe en mil pedazos y en la mirada con forma de interrogante de ese profesor se destila una perplejidad que no sabe descifrar. Todo iba bien, dentro de una rutina, quizá, algo aburrida, pero nada hacía pensar que ella se fuera por su propia voluntad. No hay otras personas. No hay motivos aparentes. Simplemente, se cansó, se fue y dejó tras de sí un paisaje árido en el que los sentimientos parecen enterrados bajo un jardín en Portugal.

Así, tenemos a un hombre que, tras la decepción máxima, intenta buscarse a sí mismo. Y, tal vez, no hay mejor manera de hacerlo que asumir la personalidad de otro. Lo deja todo, huye de su presente para regar un futuro que nunca viene. De ese modo, no tiene que afrontar responsabilidades, ni tampoco regodearse en la sensación de la culpa. Con su nuevo disfraz de jardinero, sólo tiene que preocuparse de las plantas, de los árboles, de una retirada quinta portuguesa con una dueña que también guarda unas cuantas cuestiones en lo más íntimo y con un aire de provisionalidad que acaba por ser permanente.

El juego del impostor se torna en algo elegante y pausado bajo la mirada serena de una directora como Avelina Prat. Es evidente que, para ello, cuenta con la ventaja de un actor de la categoría y naturalidad de Manolo Solo, que ocupa todos los rincones vitales de un personaje a la deriva que encalla en una isla en la que consigue que el mundo se olvide de él. Puede que sea porque tome conciencia de que no es nada, de que no ha conseguido nada y que, tras la falsa apariencia de la comodidad, se esconda una enorme frustración que travistió de felicidad cuando sólo era inercia. A su lado, María de Medeiros nos llama con un físico que ha evolucionado mucho y que dibuja en su rostro no sólo la edad, sino también la elegante experiencia de un punto amargo que ha acompañado a su personaje durante toda la vida. Y así, con una narrativa sencilla, pero enormemente compleja en su entramado tremendamente sugerente, Avelina Prat consigue una película hermosa, tranquila, dominada por las miradas abrumadoramente elocuentes de Manolo Solo, subyugada por una búsqueda que se adivina complicada, que se retuerce hasta un imposible reflejo infinito de espejos.

A veces, viajar sin rumbo puede ser el mejor manuscrito para depositar todos nuestros errores. Aún asumiendo que no todo lo que nos pasa es culpa nuestra. Los ojos perdidos en un horizonte de promesas pueden ser suficiente como para encender el motor de un pequeño tractor y sembrar todo aquello que no hemos querido hacer durante los días de antes. Al final, todo se resume en una vuelta al hogar. Ése en el que hemos encontrado la seguridad de haber hallado nuestro lugar en el mundo. Con el trasplante de arbustos justo a su debido tiempo. Con el día a nuestro favor y no enfrente. En el fondo, hay muy pocos afortunados que llegan a esa verdad y, a veces, el camino para encontrarla es tortuoso y teñido de tristeza. Es el momento de apostar por una película que cuenta desde el corazón y con el agua de una nueva vida para entender que siempre hay esperanza y, sobre todo, alguien que sí aguarda tu regreso y espera con una sonrisa tamizada por la ilusión.

jueves, 17 de julio de 2025

EL VERANO DE SUS VIDAS (2012), de Rob Reiner

 

Con este artículo acabamos la temporada de cine y cerramos el blog hasta el martes 2 de septiembre. Ha sido un curso muy largo y muy agotador. Sin embargo, el cine siempre estuvo ahí, dispuesto a escucharme y a ser el amigo que se necesita. Espero que no lo olvidéis y que sigáis viendo películas en vuestro descanso. Un abrazo para todos.

Puede que haya llegado el momento de desmontar del caballo y caminar hacia el crepúsculo. Demasiados golpes en la vida para un simple escritor que conoció el éxito con la calidad que destilaba en sus novelas del Oeste. Ya no queda nada de inspiración porque hace seis años se fue lo que más quería y su desgracia paralizada se quedó sin motivos para seguir. Ni dignidad, ni orgullo, ni nada. Sólo un sobrino que se preocupa y que quiere que siga viviendo en algún lugar tranquilo para intentar un último duelo con la vida. ¡Qué tontería! Como si una puesta de sol en verano, a la orilla de un lago, pudiera quitar de un plumazo todo lo que apesadumbra una existencia que se antoja inútil. El sobrino, con toda la buena intención que guarda, incluso se lleva un diploma acreditativo de un premio que el escritor recibió desde su sempiterna silla de ruedas hace mucho, mucho tiempo, cuando aún tenía ganas de expresar lo que sentía. Ahora ya no siente, ya no cabalga, ya no sueña. Es mejor terminar.

La vida, ya se sabe, es una mujer caprichosa que, de repente, puede mimarte hasta el exceso. Y en ese retiro obligado, en esa última oportunidad que el sobrino bienintencionado le otorga, el escritor conoce un sitio maravilloso, tranquilo y acogedor que lo resulta aún más cuando conoce a sus vecinas. Se trata de una mujer muy atractiva, en pleno trance de divorcio, con tres hijas a su cargo. Y es que el escritor se da cuenta de no que no sólo puede recibir sino que aún es capaz de regalar. Sobre todo y ante todo, puede enseñar a esas personas a imaginar, una herramienta extraordinaria para seguir viviendo y hacer que la vida sea soportable. Una niña, incluso, le paga para que le enseñe a canalizar la fantasía porque ella no sabe. Es posible que sea porque su padre se ha ido y no tiene muchas ganas de volver a verlas. Es posible porque crea que ese lugar tan idílico, en realidad, sea un callejón sin salida que la condene a una existencia gris y opaca. El escritor, viendo que la niña comienza a imaginar, vuelve a escribir. Y cuando uno escribe con ganas, aunque sea un cuento de apariencia infantil, es probable que vuelva a sonar un vals para bailar con aquello que no se tiene y que se vuelva a ver todo aquello que no se ve.

Excelente película, apacible y de buen gusto, dirigida por Rob Reiner e interpretado con la sabiduría habitual de Morgan Freeman dando vida a ese escritor que sólo quiere acabar con todo y que hace creer a todo el mundo que la imaginación es la más extraordinaria vía de escape para las personas. Con ella se puede visitar el mundo, crear a los personajes más fascinantes…e, incluso, bailar un vals con unas piernas que hace mucho que dejaron de funcionar sólo porque el amor, ese don huidizo y terco, es la mejor de las imaginaciones posibles. Y también porque es lo que proporciona los mejores momentos…aunque sólo pasen por la siempre fugaz imaginación. Y se recuerdan. ¿No es fascinante?

ELIO (2025), de Domee Shi, Madeline Sharafian y Adrián Molina

 

Elio es un niño que lo ha perdido todo. Su mundo se ha venido abajo y se ve demasiado pequeño como para reconstruirlo. Se han hecho cargo de él, pero en su continua maniobra de evasión, está entorpeciendo los anhelos de quien le quiere. Y, por supuesto, él cree que nadie le quiere. Está fascinado con los extraterrestres. Piensa que en un universo de quinientos millones de planetas parecidos al nuestro, tiene que haber vida en algún lugar. Y quiere llamar a alguna de sus naves para que le abduzcan. Así, es posible, tendrá la oportunidad de empezar de nuevo. Sin cariños de compasión, sin nada que le ate. Sólo con el infantil afán de hacer nuevos amigos y ser feliz fuera de este mundo.

Elio olvida que los extraterrestres, por muy perfectos y por muchas habilidades ignotas que posean, pueden ser buenos, pero también pueden ser malos. Allí, en el espacio infinito, aprenderá que el amor de quien te quiere de verdad es incondicional. No importa lo que hagas, por mucho que esté en contra de lo que otros piensen, siempre estará ahí, como el asidero del auxilio más extremo, como la última nota de una canción, como una señal de radio que rebota en el infinito, pero tendrá que hacer ese viaje. Valorar la auténtica amistad. Valorar el único amor que nunca falla. Valorar la certeza de que todos y cada uno de los habitantes de este planeta de lágrimas es único e irrepetible. Elio no lo sabe. Él es uno más. Tan prescindible como cualquiera. Tan inútil que tiene la seguridad de que nadie le echará de menos, y tampoco estará de más.

Lo que quiere decir esta película, sin duda, es bonito. Trata de dejar un mensaje de amor en un mundo frío que, cada vez, tiene menos tiempo. Sin embargo, en esta ocasión, la Pixar no acierta. Todo resulta en un festival de colorines, con personajes gruesos o muy, muy evidentes. Acaba por ser cristalino que la productora, esta vez, ha apostado más por el público infantil que por el adulto y, en algún momento, por muy agradable que sea, termina por ser inane, sin demasiado sentido del humor, por mucho homenaje a Terminator 2 que se incluya.

Y es que una de las características más destacables del cine de la Pixar siempre ha sido su sobresaliente trabajo en los guiones que, en ningún momento, dejaba de lado al público adulto que, al fin y al cabo, también va y, en última instancia, es quien paga. No cabe duda de que el público infantil disfrutará con tal despliegue de elementos visuales llamativos que se acerca mucho a un masaje para los ojos, pero no termina de ser tan brillante, tan aguda y tan divertida como han sido otras películas de la factoría. Y no enumero ejemplos porque hay muchos.

Eso sí, no se preocupen, que la dosis de emoción está asegurada. Hay lágrimas, hay despedidas que cambian absolutamente su significado cuando se dicen por rutina o cuando se dicen con sentimiento. Como ese “Vale. Te quiero. Adiós” que muchos niños han dicho a sus padres, a veces con prisa, a veces con una sonrisa que no tiene precio, a veces con un profundo significado de cariño. Todo lo que necesitamos todos los seres humanos es amor. Con él, podemos sobrellevar cada uno de los reveses que nos tiene reservado el destino e, incluso, en alguna que otra ocasión, también puede cambiarlo, pero debemos guardar la seguridad de que lo poseemos. Si no, desearemos que algún extraterrestre cruce la galaxia, nos secuestre y nos lleve a un mundo donde todo parecerá perfecto, excepto la auténtica sensación de sentirse amado por alguien que dará lo que nadie más puede dar. 

miércoles, 16 de julio de 2025

LALO SCHIFRIN: MÚSICA IMPOSIBLE

 

A finales de los años cincuenta, el trompetista y compositor de jazz Dizzy Gillespie realizó una gira por Sudamérica y, en una noche libre, fue a un pequeño club a escuchar a un pianista que le habían dicho que merecía mucho la pena. Era un jovencito de veintisiete años que sorprendió al maestro por la originalidad de sus ritmos. Al acabar la presentación, fue a hablar con él y le prometió que le llamaría para que se trasladase a Estados Unidos para tocar juntos. Un año le costó a Gillespie encontrar el hueco para ese pianista, pero Lalo Schifrin, que así se llamaba, comenzó a tocar con ese música de trompeta torcida y hasta el mismísimo John Coltrane quiso que le acompañara en algunos de sus conciertos.

Alguien habló a Lalo Schifrin de las posibilidades que se abrían ante él en la composición de la música para películas. Al principio, no le dio mucha importancia, pero surgió la oportunidad a través de un largometraje de serie B que se estaba preparando con el título de Rinocerontes blancos, una cinta ambientada en África sobre unos cazadores que le daba a Schifrin la posibilidad de experimentar con ritmos africanos. La película, protagonizada por Harry Guardino, Shirley Eaton y Robert Culp, nunca pasó de la exhibición en circuitos de cines de barrio, pero todo el mundo salía del cine elogiando aquella música poderosa que contenía.

Años después, el productor televisivo Bruce Geller vio la película y creyó que aquel tipo era el indicado para componer la sintonía de la serie que estaba preparando para su estreno en televisión. Su título era Misión: Imposible. Schifrin entregó una banda sonora rutinaria, pero Geller le dijo que aquello no era lo que estaba buscando, que lo que quería realmente era algo que hiciera que, si alguien estaba lavando los platos y sonaba la sintonía, dejara lo que estuviera haciendo porque empezaba la serie. Schifrin lo entendió perfectamente y quiso investigar un poco para ver qué podía hacer. Se dio cuenta de que la letra M, en Código Morse, eran dos largas; y la letra I, eran dos cortas. Con esa premisa, Schifrin dio a luz una de las sintonías más famosas de la historia de la televisión y, posteriormente, del cine.

Paralelamente, Schifrin continuaba con su aportación al cine con películas como El último homicidio, una banda sonora vital dado que una buena parte de su acción ocurre en un club de jazz; o, por supuesto, los magnéticos acordes de El rey del juego, de Norman Jewison, pero también las tonalidades del medio Oeste en una película tan recordada como La leyenda del indomable, de Stuart Rosenberg, con un inconmensurable Paul Newman, o uno de sus mejores trabajos en Bullitt, de Peter Yates, acompañando a Steve McQueen con una combinación jazzística moderna entre la serenidad del personaje y la trepidante trama. También fue el autor de ese inolvidable tema Burning bridges, interpretado por la Mike Curb Congregation para Los violentos de Kelly, de Brian G. Hutton.

Su aportación a la banda sonora de películas fue inapreciable. Con un estilo vanguardista y, a menudo rompedor, Schifrin era un buscador de ritmos incansable y especialmente lúcido, que hacía que la banda sonora no fuera un mero acompañamiento, sino también una caja de música que se quedaba grabada con facilidad en la mente del espectador. Así fue en Harry, el Sucio, de Don Siegel, o en la que, posiblemente, fuera la mejor película que hizo Bruce Lee, Operación Dragón, hoy irremediablemente trasnochada si no es por su espléndida banda sonora.

Otros títulos tan importantes en la historia de la música en el cine se agolpan en su filmografía como la excelente La gran estafa, de Don Siegel, o las bandas sonoras de series como Mannix o Starsky y Hutch, que deben gran parte de su agilidad a la música de Schifrin. También podía ser casi solemne en otro tipo de películas como Ha llegado el águila, de John Sturges, o el excelente trabajo que realiza para Brubaker, de Stuart Rosenberg, con Robert Redford destapando las carencias del sistema penitenciario. Resulta especialmente sutil para Billy Wilder en su última película Aquí, un amigo y violentamente ambiguo en Clave: Omega para Sam Peckinpah. Tampoco hizo ascos a la ambientación del cine de espionaje en El cuarto protocolo, haciendo que la prisa por caza al espía ruso con una bomba atómica casera fuera especialmente agónica.

En su larguísima filmografía de más de doscientos títulos, Schifrin dejó un legado de avances considerables en la búsqueda de música para unas imágenes que fueron mucho, mucho más poderosas a través de sus melodías imposibles y su pasión por remover al oyente de su asiento. Un grandísimo compositor.

martes, 15 de julio de 2025

OPERACIÓN SWORDFISH (2001), de Dominic Sena

 

Tomemos por ejemplo a Al Pacino en Tarde de perros. Sin duda, su mejor trabajo, si exceptuamos Serpico y, tal vez, El padrino, primera parte. Uno de los mejores títulos de Lumet. Imaginemos que en lugar de permanecer allí con los rehenes, hubiera asesinado a la rubia guapa a la primera de cambio. Con su permiso, señores, tengo que irme.

Así de fácil es una negociación. Tomando como referencia un viejo éxito del cine de los años setenta, un título mítico sobre unos atracadores que no consiguen lo que desean porque todo, absolutamente todo, sale mal. Es que, en este caso, no estamos ante un atracador vulgar. Él es un individuo que está disfrazando de asalto a un banco lo que no es más que un escalón más en su plan fascista. El patriotismo llevado al extremo puede dar origen a la canallada más impensable. Y este tipo, está dispuesto a ir hasta el final. No como Al Pacino en Tarde de perros, no. Hasta el final.

Para ello, necesita a un genio en la tecnología informática, uno de esos tipos que se han pasado la vida intentando traspasar los cortafuegos y barreras encriptadas del Pentágono hasta que lo consiguen. Para atraerle, nada más fácil. El fulano no ha pasado una buena racha. Ha estado en la cárcel, lo pillaron por poco y tiene una hija excepcional por la que bebe los vientos. Y, por si eso fuera poco, se le pone el cebo de una chica que dice que trabaja para la Agencia Antidroga. Vamos, que el genio informático se va a adentrar en un campo de minas, dispuesto a saltar por los aires.

Para que alguien esté dispuesto a saltar por los aires, no hay nada mejor que demostrar que se está dispuesto a llegar al final. La gente no lo sabe, pero necesita el fascismo para tener una cierta sensación de orden entre tanto caos. Y esto va a ser lo que tendrán. Millones para guerras sucias e ilegales. La seguridad puesta en cuarentena. Usted va a poder ser espiado, pero no se moleste, es por su bien. Ya es hora de que alguien tome cartas en el asunto.

Con una premisa y un desarrollo muy atractivo, Dominic Sena dirigió este entretenimiento que contiene una de las escenas de efectos especiales más complicadas de rodar, como es la explosión con la que se abre la historia después de la perorata de Al Pacino. Y es realmente absorbente todo lo que propone hasta que Sena opta por la acción desbocada, ya en las fronteras de lo increíble y de la rosca más pasada. A partir de ahí, en determinados pasajes, la película renuncia a su estado primigenio de hacer pasar a un ladrón por un patriota extremista y equivocado y pasa a ser un espectáculo de acción que acaba por no tener sentido al buscar el exceso hasta más allá del límite. Buen trabajo del cuarteto protagonista, John Travolta, Hugh Jackman, Halle Berry y Don Cheadle, buenos efectos especiales, buena factura…pero parece como si, temerosos de que les quedara una película corta y apañada decidieran optar por un largometraje que llega a aturdir. Ya se sabe, cuando se trata de pillar a un pez espada, a veces, se prefiere a un tiburón. Ustedes tienen la palabra.

viernes, 11 de julio de 2025

EL AMIGO AMERICANO (1977), de Wim Wenders

 

Es difícil definir el carácter de Tom Ripley. Es una de esas personas que ofrece dos caras con la excusa de su propia conveniencia. Por un lado, está el Ripley sin escrúpulos, que no duda en vender a quien sea, como sea y de la forma que sea. Es capaz de cometer las mayores maldades con esa habilidad escurridiza que posee. Por otro lado, está el Ripley que parece muy amigo de sus amigos, ese que parece que destila cariño por el otro, a pesar de que le ha metido en los mayores apuros que se puedan imaginar. Ambas facetas, juntas, conforman a un tipo malvado conquistador, a un hombre que vendería a su madre y, al mismo tiempo, no dudaría en echar una lágrima cuando los repartidores vienen a llevársela.

En este caso, Ripley está metido en negocios poco claros de arte. Conoce a un enmarcador, un tipo que parece buena persona, que entiende de cuadros y de música y que, desgraciadamente, parece que está enfermo. No te preocupes, amigo. Si me haces un favor, te garantizo que tendrás al mejor médico para que confirme o deniegue el diagnóstico de leucemia y ganarás el suficiente dinero para que tu familia no pase apuros cuando tú no estés. Es así de sencillo. Por un lado, la tiniebla. Por el otro, la esperanza. Lo único que se omite es el favor. Y ése no es otro que convertirse en un asesino y matar a un objetivo.

En esta ocasión, tras las cámaras está Wim Wenders, que opta por el universo de Edward Hopper para retratar las andanzas de Tom Ripley junto al incauto fabricante de marcos para cuadros, Jonathan. De alguna manera, Wenders fusiona el fondo con la forma para darnos, una vez más, la impresión de que hay algo agradable en el mundo mientras que, al mismo tiempo, huele a muerto. Dennis Hopper interpreta a Tom Ripley y da con un personaje que resulta, de algún modo, rechazable. Y no me arriesgo demasiado si digo que consigue una de las mejores interpretaciones de su carrera. El desventurado pececillo que se adentra en el proceloso mar de la baja delincuencia es Bruno Ganz, que hace que parezca fácil el deseo de morir en libertad. Mientras tanto, Europa es un escenario que, a cada momento, parece estrecharse en pos de estos dos hombres que mezclan la sangre con la amistad con cierta soltura. Para ello, Wenders no duda en convencer a una serie de amigos directores para que interpreten papeles secundarios, destacando por encima de todos ellos Nicholas Ray y Samuel Fuller. Eso sí, todos esos directores interpretan el papel de malvados. Por algo será.

Así que no se fíen de aquel que viene con buenas palabras y estupenda disposición. Seguro que, al final de la palabrería, hay una petición. Deslizada como si nada, como si fuera parte de la última oración cuando, en realidad, es la razón de toda la charla. Hay que tener cuidado con las conclusiones. A menudo, son más decepcionantes que todo el resto del relato. Cojan el coche y huyan. De otro modo, la sombra de un personaje como Tom Ripley les perseguirá para siempre.

jueves, 10 de julio de 2025

JURASSIC WORLD: EL RENACER (2025), de Gareth Edwards

 

Hacía falta algo de sangre nueva en la franquicia para revitalizar el eterno relato de los dinosaurios dominando la Tierra. Y se ha conseguido gracias a que tras las letras se halla un guionista de enorme categoría como David Koepp y que en la dirección se erige el tipo que hizo la que, posiblemente, sea la mejor película del universo Star Wars de la última época como es Rogue One y que responde al nombre de Gareth Edwards. El resultado es una película que entretiene con creces, con algún que otro elemento sobrante que no empaña la valoración final y con dos o tres secuencias admirablemente bien tensionadas con homenaje incluido al Tiburón, de Steven Spielberg.

Y es que hay que saber jugar con cartas ganadoras. Por supuesto, se reincide en los malvados ejecutivos que quieren sacar provecho del error que se cometió con la reproducción genética de los animales antediluvianos y con la consabida familia metida de lleno en las fauces…perdón, en las garras, perdón, en la intrincada selva prehistórica huyendo despavoridos de los colmillos más afilados de la creación. Sin embargo, hay momentos muy buenos, que consiguen mantener la atención, faltando, quizá, algún susto y adentrarse sin miedo en los terrenos siempre resbaladizos del terror, pero el aprobado alto no hay quien se lo quite, aunque se use y se abuse de la mutación de dinosaurios creados con el cruce de diversos ADN en el sempiterno juego del hombre queriendo ser Dios.

Por otro lado, Scarlett Johansson aporta una interpretación relajada, sin realizar demasiado énfasis en los intervalos dramáticos que explican su personaje. A su lado, bien por Jonathan Bailey que, por una vez, hace de un científico que es algo más que un comparsa culpable. Mahershala Ali, por su parte, también tiene un par de pasajes de cierta altura y el conjunto hace que todos nos traslademos a la enésima isla en la que el hombre intentó manipular la creación de animales que ya tuvieron su oportunidad y que, en esta ocasión, revelan el cansancio que el público acusa sobre ellos y la inevitable debilidad física en un mundo que, sencillamente, hace mucho que los rechazó.

Así que vamos a por sangre, que diría aquel. Se pueden salvar blablabla miles de vidas con la investigación de fármacos derivados del ADN de estos animales que ya no son sólo del cretácico sino que campan por sus respetos comiéndose a un humano por allí, a un coche por allá y a una embarcación por acullá. No olviden ir bien pertrechados, con un rifle que lanza balas de jeringa y que, en un ingenioso método, inician un vuelo de paracaidismo científico. Más que nada porque cualquier día puede ser el último y todavía con buenas cantidades de razón si al doblar la esquina se encuentra usted con un parasaurolophus que se niega a darle los buenos días. Y quien dice un parasaurolophus, dice un mosasauro, o un Tyrannosaurus que se solaza en la hierba alta de unas palmeras.

Ah, sí, otro aspecto importante y muy cuidado de la película es el de los escenarios. Muchos de ellos, sin duda, adornados y modificados por los correspondientes gráficos de ordenador, pero impresionantes. Prácticamente, son un personaje más dentro de esta trama que se olvida casi totalmente de las tres anteriores y que, como dice su título, inicia un camino de renacimiento de la serie que es difícil de prever. No se preocupen. Seguro que habrá otra empresa malvada del diablo que se encargará de resucitar de algún modo la débil naturaleza de estos monstruos gigantescos maquinando un uso militar, o genético, u hospitalario, o especulativo. De eso pueden estar seguros. Dependerá nuevamente de quién se haga cargo de la próxima entrega.

miércoles, 9 de julio de 2025

LA CHICA DE PETROVKA (1974), de Robert Ellis Miller

 

Un periodista americano se enamora perdidamente de una rusa en medio de su corresponsalía y el mundo se vuelve del revés. Es algo más que la diferencia de cultura. Es el ambiente irrespirable que se vivía en Moscú en plena Guerra Fría y hasta los besos se quedaban congelados y suspendidos en el aire mientras ellos intentaban derretirlos. La paranoia sobre el diferente estilo de vida que disfrutaban los capitalistas dominaba gran parte de la rutina diaria de la población. Todo empieza porque se vende el pasado. Sin quererlo ni saberlo, el futuro se abre después de poner a la venta todo lo que recuerda a alguien que se fue. Joe, el periodista americano, también se despide de todo lo que sintió y de todo lo que quiso…hasta que aparece ella, una simple e ingenua bailarina con un nombre imposible. Ella es una disidente. No está autorizada a vivir en Moscú y, si es detenida, será enviada a Siberia, pero así, con su libre pensamiento, sus ganas de vivir, es como un soplo de fresca brisa para Joe. Ninguno de los dos sabe que el amor, inevitablemente, siempre llama la atención.

Joe es un hombre cínico, que se ha convertido en un alma solitaria porque apenas ha podido soportar el dolor de la pérdida. Vende su pasado para olvidar y no es capaz de pedir el regreso a casa porque eso le hundiría aún más. Ella, Oktyabrina, es pura vida soltada en medio del centro de una ciudad inhóspita y fría. El entorno es reconocidamente hostil. Es como vivir en una urbe que no acepta el amor. Más aún cuando Joe entra en contacto con unos papeles ciertamente comprometedores. El amor quedará ahogado por el secreto. El secreto puede que vea la luz gracias al amor. Así de contradictorias son las cosas.

La música de Henry Mancini y la fotografía de Vilmos Zsigmond son dos razones adicionales para ver esta película que está interpretada en sus papeles principales por Goldie Hawn, Hal Holbrook y Anthony Hopkins, en la piel del buen amigo ruso del protagonista. No es una gran película y es posible que tenga diversos baches en la dirección, debida a Robert Ellis Miller, un realizador mediocre del que apenas se puede destacar la notable El corazón es un cazador solitario, con un eminente Alan Arkin en el papel principal. Sin embargo, es una de esas películas que se han sumergido en el océano del olvido y merece bastante la pena. Tiene buenas interpretaciones, es una historia de amor con cierta originalidad, está bien hecha, consigue que Austria parezca la Unión Soviética y, aunque destila cierta amargura por todo el metraje, mantiene el interés con tres actores atípicos, haciendo papeles que no son, ni mucho menos, los que nos tienen acostumbrados y tratando de parecer personas más o menos normales en un entorno que invita a todo menos a la normalidad.

Así que tengan cuidado de quién se enamoran. Pueden verse en una trampa que les ponga entre la espada y la pared y que el mundo, ese lugar de frialdad y vileza, no se detenga mucho en considerar si el amor puede salvarle. El mundo no quiere salvación. El mundo no quiere amor. Tan sólo quiere devorar a los que se saltan las reglas.


martes, 8 de julio de 2025

ESTA CASA ES UNA RUINA (1986), de Richard Benjamin

¿Quién no ha puesto ilusión en la casa de sus sueños? Cuando se encuentra, parece el palacio de los deseos. Todo es maravilloso. Sin embargo, hay casas y casas. Y esta casa es una ruina. Bonita fachada, eso sí, pero, por dentro, es como si hubiese pasado una plaga de termitas y hubiese devorado los interiores de cada listón, de cada barandilla, de cada tubería, de cada azulejo. Todo salta por los aires y, lo que es aún peor, se arregla una cosa y se estropean tres. Es una fortuna de nunca acabar. Eso es lo que pasa a un joven matrimonio de éxito. Él es representante de unas cuantas estrellas del rock. Ella es violinista en la Filarmónica de Nueva York. Ambos son guapos, atractivos y estupendos. Sólo que la casa que han comprado no acogería ni a un perro en una noche de lluvia. Entre otras cosas porque, cuando llueve, no hay ninguna diferencia entre estar fuera o estar dentro. Hay que llamar a los de las reformas, aunque cueste lo que no se tiene.

Ya se sabe, cuando una casa entra en reforma…nunca acaba. Es como jugar a ser Sísifo y echar a rodar la piedra por la ladera contraria cuando ya se ha llegado a la cima. Caramba, es que no funciona nada. Hasta se echa unos cubos de agua calentados al fuego en la bañera y se hunde. Y, claro, la única salida posible es la risa histérica. La risa del que no puede más. La risa del que se ríe ya porque no tiene ni ánimo para llorar. Para redondear la faena, cierto director de orquesta se empeña en tirarle los tejos a ella y es otro frente que hay que tapar, igual que la pérdida de agua en los baños del primer piso. Da igual. Hay que llamar a los de las reformas para que no acaben nunca y sólo se pueda vivir en la casa cuando las ranas críen pelo y el maldito niño de la estatua del Manneken Pis funcione como es debido.

Con clarísima inspiración en Los Blandings ya tienen casa, interpretada en 1947 por Cary Grant y Myrna Loy, Esta casa es una ruina es la revisión de la misma historia, pero añadiendo algunos toques salvajes de screwball comedy. Se podría decir en este caso que no es ni mejor ni peor, sino diferente e igualmente buena. A ello colaboran sobradamente dos actores de talla cómica más que comprobada como Tom Hanks y la siempre encantadora y avispada Shelley Long. El rato es entretenido, lleno de risas, como corresponde a una comedia alocada con obras y polvo de obra, con un ligero toque de agobio porque la casa es como un dragón que devora los arreglos. Y acaba por ser insaciable. El resto son clavos, soldaduras, carpintería complicada, albañilería con arte, loza voladora, radiales a pleno funcionamiento y la sempiterna sonrisa del encargado que jamás se va a aventurar a decir un plazo para la terminación del follón más grande que has visto nunca. Rían, rían…luego viene la factura.

viernes, 4 de julio de 2025

DEAD END (2003), de Jean Baptiste Andrea y Fabrice Canepa

 

En el mundo perfectamente ordenado de Frank Harrington, no cabe el error. Todos los años, en Nochebuena, él conduce el coche para llevar a toda su familia a cenar con su suegra. Es de noche y la visión es clara. Sin embargo, por aquello del cansancio, Frank decide coger un atajo. Y ése va a ser el mayor error de su vida. Esa carretera que no tiene desvíos, ni cambios de sentidos, ni señales, comienza a ser el recibidor de un destino que no se puede evitar. Todo comienza porque ven a una chica vestida de blanco en el bosque que les rodea. Frank puede ser un hombre de costumbres, pero no es un desalmado. Para el coche y parece que la chica está conmocionada. Lo mejor es que suba y llevarla al hospital más cercano. La carretera sigue y sigue. Y, de alguna manera, parece que el paisaje, monótono en su repetición de árboles gemelos, siempre es el mismo. Es como estar en un tiovivo. Siempre los mismos árboles. Siempre los mismos detalles. Siempre todo igual. Sólo que esta vez hay una forastera en el coche que es sumamente misteriosa.

Esta es una película pequeña, sin pretensiones, con un reconocible actor secundario como Ray Wise, reconocible en cientos de títulos, haciendo esta vez el papel de protagonista. El presupuesto es mínimo. Apenas es un coche con sus ocupantes en una carretera perdida que parece no tener ninguna salida. Sin embargo, el guion es ingenioso debido también a sus directores, los franceses Jean Baptiste Andrea y Fabrice Canepa. Tanto es así que, según avanzan los kilómetros, vamos adentrándonos en una película de terror con un desenlace muy inesperado. Toda la película está admirablemente contenida en las despreocupadas actuaciones de los intérpretes que se van tensando paulatinamente, con mesura y con razón. El terror es como una piedra oculta que se va acercando con premeditación y está acompañado de una tensión que resulta el mejor pasajero para este viaje nocturno hacia la nada, o hacia el todo, o hacia…pongan ustedes el destino, por favor.

Así que ya saben. Mucho cuidado con quien suben a su coche en mitad de la noche, con la familia, en una carretera impoluta e impresionantemente solitaria. Puede que tengan la sorpresa de su vida o, según se mire, de su muerte. Y es que, en el fondo, no hay nada mejor en la vida que la rutina ordenada a la que estamos acostumbrados. Después del pesado día, deberíamos relajarnos y compartir unos momentos de confianza y tranquilidad porque lo turbio espera ahí fuera. Está agazapado, listo para saltar y envolvernos, por mucho que sea en medio de un bosque frondoso que se repite como las imágenes de un kinetoscopio en cuyas ventanillas nos atrevemos a mirar. Sólo que quizá la animación se halle a este lado de la pantalla que gira. O de la carretera que se alarga. O del pretendido orden que intentamos llevar en una vida que se empeña en matarnos a sustos y a giros imprevistos. No olviden llevar vino. La cena de Navidad sabrá mucho mejor.

jueves, 3 de julio de 2025

F1 (2025), de Joseph Kosinski

 

Para un piloto que ha conducido todos los volantes, puede que sólo lo inexplorado sea lo suficientemente atractivo como para volver a colocarse en una parrilla de salida. O, tal vez, la posibilidad de una última victoria que jamás se ha tocado. Para él, el asfalto se ha convertido en un rompecabezas que hay que descifrar y, al mismo tiempo, que amar. Las marchas son los medios para llegar a una línea que, dentro de la Fórmula Uno, siempre ha sido demasiado lejana. Y, por el camino, tendrá que enfrentarse a viejos fantasmas y a nuevos competidores que destacan por el miedo que aún guardan en algún lugar de su arrogancia. El ruido del motor es adictivo. Y ese piloto tendrá que salir de la chicane más peligrosa de toda su carrera.

Por supuesto, es un tipo que está lleno de cicatrices, que ha probado el fuego y el impacto brutal, que ha dejado tantas amistades como enemigos, que quiere prescindir de todo el circo en el que se han convertido las carreras y que sólo quiere un vértigo más, una posibilidad de riesgo más, un chorro de adrenalina más en su maltrecho organismo. A su lado, un equipo que tendrá que trabajar para él y para un joven advenedizo, aunque el jefe de la escudería es un viejo amigo de viejas batallas. Días de trueno en forma de cilindros desbocados, aspiraciones inútiles a rebufo de otros coches, trucos que están al límite de lo éticamente permitido. Cualquier cosa con tal de acelerar un poco más y dejar que, de alguna manera, llegue el vuelo más rasante.

A pesar de ser un cúmulo de tópicos que, más o menos, funcionan, F1 es una película que obtiene el aprobado justo por su retrato de unas cuantas carreras que acaban por ser reconocibles dentro de lo que tanto hemos visto por televisión. En su contra, juegan varios factores. El primero de todos ellos es que, mirando todo con cierta frialdad, es una película de espíritu ochentero, que no cuesta ningún trabajo imaginar que se realizó en aquella década con, por ejemplo, Richard Dreyfuss y Tom Cruise en los principales papeles. Todo ello redunda en un argumento bastante típico que deja la película a bastantes segundos de retraso de la excelente Rush, de Ron Howard. Por otro lado, la música de Hans Zimmer bebe de ese mismo gusto trasnochado por los ochenta, con profusión de música electrónica que, ya entonces, estaba bastante pasada de moda. Por último y que sirva como aviso para navegantes. No se acerca ni de lejos a la realidad del mundo de la Fórmula 1. Es sólo una historia nacida para entretener y, en parte, lo consigue.

Entre sus haberes, la ambientación de los grandes premios, la excelente realización de las carreras y el trabajo de Brad Pitt como el piloto experimentado, el de Javier Bardem, que, una vez más, demuestra el buen actor que puede llegar a ser cuando deja de intentar distanciarse de sí mismo con caracterizaciones absurdas y el más que notable trabajo de Kerry Condon, aquella actriz que ya nos regaló una interpretación maravillosa en Almas en pena de Inisherin y que aquí resulta atractiva, precisa y con un festival de expresiones que, sin llegar a pasarse de rosca, acaban por ser creíbles y muy adecuadas. La dirección de Joseph Kosinski es algo inane en la parte dramática y algo potente en el asfalto de los grandes circuitos. E, incluso, para añadir algo de interés, la producción es de Lewis Hamilton y por allí aparecen Mark Verstappen, Valteri Bottas o nuestro Fernando Alonso.

Así que tómenlo con calma y relájense. No será una película que pase a la historia, ni mucho menos, pero se pasa el rato si dejamos la exigencia en la puerta de entrada del cine. Al fin y al cabo, ustedes, yo y cualquiera que se acerque a ver esta trama de pilotos, coches, ingenierías y viajes de vuelta, tenemos que salir airosamente de una chicane que aparece de repente en un circuito de rectas muy veloces.

miércoles, 2 de julio de 2025

ANÁLISIS FINAL (1992), de Phil Joanou

 

Una paciente cuenta a su psiquiatra la repetición sistemática de un sueño. Ella envuelve unas flores en una mesa. Y se ve una y otra vez haciéndolo. El psiquiatra se siente fascinado porque todo tiene una enorme coherencia que, sin duda, irá desembocando en un simbolismo oscuro y temible. La paciente nombra a menudo a su hermana,  como si fuera la única persona que la cuida en el mundo. El psiquiatra conoce a la hermana. Y se salta todos los códigos deontológicos de la profesión porque la hermana es la mujer más atractiva que ha visto jamás. El psiquiatra pierde el sentido. Intenta indagar en la patología de su paciente, pero eso pronto queda en un segundo plano porque delante de todo está ella, la hermana, una mujer que está pasando por dificultades en su matrimonio con un griego de baja estofa que trapichea con las cuentas de las viviendas sociales. El asesinato comienza a planear en la mente de la hermana y, en una aparente enajenación por alcohol, golpea con una pesa al marido y lo mata. El psiquiatra cree que es un homicidio involuntario y ayuda a la hermana con todas sus amistades. Sin embargo, todo es muy freudiano, todo es muy alucinante…todo es mentira.

En su momento, esta película fue vendida como el típico producto comercial en el que se juntaban las dos estrellas del momento, Richard Gere y Kim Basinger, por segunda vez (la primera fue en Atrapados sin salida, de Richard Pearce) más el añadido de una joven que comenzaba a llamar muchísimo la atención como Uma Thurman. Juntos conforman un triángulo de perfiles difusos, que caminan por los vericuetos de la psicología y del deseo reprimido, incluido el psiquiatra. Fue un éxito y, en parte, se debe a su trama que bebe directamente de Alfred Hitchcock, con homenajes preclaros a Vértigo o Recuerda aunque algunos pusieron reparos a ese final en el que la tensión se lleva al máximo y el psiquiatra consigue asirse al arma del crimen para salvar su vida. Si lo consideramos con sangre fría, la película tiene un argumento bien armado, con giros muy interesantes en la trama que la van haciendo paulatinamente más turbia, adentrándose en los meandros psicológicos de la dominación y la muerte. A destacar entre los tres protagonistas, a Kim Basinger, que, además de su atractivo, también sabe pasear un papel que deambula entre varios registros y que todos son creíbles en su belleza excepcional.

Así que mucho cuidado con lo que cuentan a su psiquiatra. Puede que sean pensamientos emanados de su subconsciente o que sean algo que han leído en algún sitio de forma distraída. Puede que ese psiquiatra esconda algunos ases en la manga y no les conduzca a la curación, aunque, por supuesto, puede acertar y proporcionarles la suficiente seguridad como para que hagan todo aquello que un día soñaron hacer. Es muy sencillo. También es posible que sea la víctima propiciatoria para encubrir un crimen. O que sea un idiota redomado que crea que es el más listo cuando lo que debe hacer es correr para tapar sus propios errores. ¿No creen?

martes, 1 de julio de 2025

A CONTRARRELOJ (Out of time) (2003), de Carl Franklin

 

La vida es apacible en un pueblo costero de Florida, cerca de Miami. Eso lo sabe bien el jefe de policía que, de vez en cuando, tiene que atender algún hurto, bajar a un gato de un árbol o llamar la atención al consabido vecino ruidoso. Su privacidad es desastrosa. Está al borde del divorcio porque, al fin y al cabo, su mujer ha ascendido más rápidamente que él dentro de la policía y ha conseguido el grado de inspectora en la gran ciudad, así que se ha buscado un entretenimiento con otra para sus ratos libres. Juegan a que es un policía que viene a investigar un posible allanamiento y ella se hace la indefensa y una cosa lleva a otra y él acaba tomándole declaración en ese polígono de placer y tormento que es la cama. El caso es que, de repente, todo parece cerrarse en torno a él. La amante y su rechazable marido, un violento guardia de seguridad, mueren en un incendio, hay un dinero del narcotráfico custodiado en comisaría, la mujer del jefe de policía regresa para investigar y todo apunta a que él puede ser el causante. Todo milimétrico. Todo muy bien planeado.

En eso se basa la película, más que en la investigación del crimen, en cómo se las ingenia Matt Whitlock, jefe de policía de un apacible pueblecito playero, en eludir todas las pistas que se van agolpando en su contra. Al fin y al cabo, él era el amante de la mujer muerta y podría tener algo que ver en el asesinato de su marido. Los indicios se suceden, el dominio del tiempo de Whitlock es extraordinario. Su mujer no es tonta y enseguida se da cuenta de que Matt tiene algo que esconder y muy poco que enseñar. Pruebas como mazos. El cerco se estrecha. El tiempo se acaba. Su nombre va a aparecer tarde o temprano y Whitlock tiene una doble tarea: impedir que le detengan como sospechoso y, al mismo tiempo, averiguar quién es el culpable.

Con claros antecedentes en No hay salida, de Roger Donaldson, el director Carl Franklin articula una película de notable entretenimiento, con ritmo, con agobio, midiendo la apretura del nudo que, poco a poco, se va estrechando alrededor de la garganta del protagonista. A ello también contribuye el siempre estupendo trabajo de Denzel Washington, en esta ocasión secundado por una atractiva Eva Mendes, con mención especial al consabido amigo del protagonista que interpreta John Billingsley, dándole un toque bastante tirado. Carl Franklin ya había dirigido algunos años antes la excelente El demonio vestido de azul, también con Denzel Washington, consiguiendo una película más que apreciable aunque en clave más negra y menos suspensiva y, sin olvidar ninguno de los dos elementos, aquí logra una historia muy interesante, muy bien llevada, con sentido y con la certeza de que el desenlace, aunque algo previsible, va a tener su lógica.

Así que ajústense los cinturones y siéntense en la parte de atrás del coche de policía. El jefe Whitlock les va a llevar por las calles de la emboscada personal, entrando la policía del Estado, el FBI y los tejemanejes de unos cuantos innombrables que están decididos a que pague por ellos mientras el dinero vuela como la suave brisa de las playas de Miami. Y corran. No dejen de hacerlo.

viernes, 27 de junio de 2025

GRITOS Y SUSURROS (1972), de Ingmar Bergman

 

No es fácil ver esta película. De alguna manera, Ingmar Bergman te coloca un serrucho muy cerca del alma y, si te mueves un poco, te herirá con saña. A veces, con otras películas, basta con quitar la vista de la imagen para huir de ella. Con esta, no vale. Tienes que verla o no. Es una decisión que cada cual debe aceptar. He visto muchas, muchas películas. He disfrutado tanto que es casi pecado decir que el cine ha sido mi amante, mi amigo y mi consuelo. Y me temo que así seguirá siendo hasta el fin de mis días. Y he visto esta película dos o tres veces y es de esas que me deja agotado moralmente, arrasado emocionalmente, admirado estéticamente. Al final, reconozco que Bergman ha jugado con mi alma, esa que nunca ve, y la ha agitado hasta unos límites que cuesta volver a restituirla a su estado original. En el rojo que inunda esta película, se asiste al agobio de una enfermedad terminal y, al mismo tiempo, al resurgimiento de una serie de resentimientos hondos, profundos, amargos e, incluso, brutales que hacen que los sentidos lleguen a un tope, que las verdades no puedan ser dichas porque sólo pueden ser interiorizadas, que la expresión máxima de un arte es introducirte dentro de él y viajar descontroladamente por las sensaciones que un cineasta inmortal te quiere descubrir. Aunque para eso tengas que descender hasta los mismísimos infiernos.

En muchos minutos del metraje, te das cuenta de que las palabras se quedan muy cortas y que Bergman utiliza los rostros de las actrices para decirlo todo. Y no hace falta nada más. Sus expresiones son los diálogos. Sus ojos son los énfasis. Su cuerpo es el acento. La cámara lo recoge todo y lo traslada allí mismo, al lado del que se acerca a ver la película con valentía y, paulatinamente, siente que todo se esfuma porque el director sueco te deja en carne viva ante una serie de temas que no sueles afrontar, pero que, de alguna manera, están siempre latentes en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Ese corazón que, después de la película, sale trastabillado, con sístole, pero sin diástole. Encogido sin poder estirarse. Amedrentado por la crueldad y por la sinceridad que acaba de ver. La desesperación se une a ese silencio. El vacío se abre inmenso y se cierra con fuerza para producir el agobio y la angustia existencial de unas hermanas que se han odiado y que ni siquiera la cercanía de la muerte va a poder diluir. No siempre se olvida todo. Las cicatrices están ahí. Y están abiertas. Jamás han llegado a cerrarse. ¿El amor? Sí, también existe. Es tan maravilloso que suele estar callado en un rincón. Es esa presencia que siempre está, pero que nunca se hace notar. Si te das cuenta de que existe o no, ya es cuestión tuya. La naturaleza de nuestro ser es también nuestra maldición. El terror es lo cotidiano. No hacen falta monstruos. Ya los tenemos a nuestro alrededor. La compasión ya la dejaremos para el momento de reclamarla. Es posible que nadie la regale. Todo el mundo que ame de verdad el cine, debería ver esta película.

jueves, 26 de junio de 2025

THE LAST SHOWGIRL (2024), de Gia Coppola

 

Cuando se llega a cierta edad, no hay maquillaje capaz de tapar las abismales grietas que causan las arrugas. Y eso no tiene mayor importancia para los seres humanos comunes y corrientes, pero resulta un problema de fuerza mayor para una corista que lleva treinta años con el mismo espectáculo. Ya no tiene ese rostro angelical que lucía hace años y el show en el que trabaja va a echar el cierre. Es un verdadero aprieto buscar un nuevo trabajo porque ya, con cincuenta y siete años en el carnet de identidad, nadie va a querer contratarla. Aparecen los miedos, las inseguridades, los errores y, por supuesto, el precipicio, casi insalvable, de un futuro incierto.

En ese peregrinar por una nueva vida, se cruzan colegas de siempre, que ya han emprendido antes el mismo camino y ahora tratan de ganarse los cuartos sirviendo las mesas de un casino y, de vez en cuando, se suben a una tarima para demostrar que quien tuvo retuvo. Las luces ya no alumbran con tanta fuerza. Esas irritantes arrugas se forman en el contorno de los ojos, la mirada ya no es tan fulgurante. El espectáculo, en la línea de los del Folies Bergére, ha quedado anticuado y ya nadie se acerca a comprar una entrada para disfrutar de figuras casi perfectas, sonrisas cristalinas, brillos conseguidos con lentejuelas y transparencias. Es la hora de plantearse un retiro y Las Vegas resulta tan fría como impasible. A nadie le importa la suerte de una corista, que no ha pasado de la tercera fila y que ha tenido sus líos con el regidor, su hija no deseada y su vida malgastada.

El drama llega a ser trágico aunque no haya muertes, ni desesperaciones manchadas con la verdad que siempre imponen los años. Es solamente el cambio de vida, el no saber cómo van a ser las cosas y la certeza de que hay solamente un peldaño de distancia con la miseria. Las noches ya no van a tener ese momento de prisa, de premura en el cambio de vestuario, de tacones vertiginosos y de cremas desmaquillantes. Van a ser noches en casa, con algún penoso programa de televisión como compañía, quizá con una copa en la mano y con un buen puñado de recuerdos, no todos agradables, pero que conforman una época que, para ella, fue muy cercana a la felicidad. La edad no perdona y las jóvenes vienen empujando con otras maneras, otros gestos, otra sensualidad mucho menos sugerida.

La directora de esta película es Gia Coppola, nieta de Francis Ford Coppola, y su realización, en muchos momentos, resulta muy poco acertada por esa obsesión por acercar tanto la cámara que el espectador no es capaz de descifrar los movimientos callejeros de la protagonista. En su piel, Pamela Anderson hace un trabajo muy meritorio, que revela la actriz que llevó siempre dentro y que nunca vio la luz porque el físico se imponía por encima de cualquier atisbo de talento. Tal vez hubiera merecido una nominación mucho más que otras candidatas este año. Y, desde luego, Jamie Lee Curtis hubiera merecido otra como actriz secundaria encarnando a esa amiga que está bajando cuidadosamente todos los escalones de la humillación sin dejar de ofrecer una fachada teñida de sentido del humor. Ellas dos son las principales razones para ver esta película que resulta bienintencionada y severa porque nadie se ha preocupado de estas chicas que durante décadas se han dedicado a alegrar la vista a cualquier que haya querido disfrutar de ellas, trabajando honradamente y que, cuando las grietas en su piel se hacen barrancos, nadie quiere volver a oír hablar de ellas.