Si
Dios existe, es casi seguro que sonríe cuando se le sirve de tantas maneras
como formas de amar existen. Dios estará satisfecho cuando haces algo por
alguien más, cuando se deja de lado el egoísmo inherente al ser humano y
trabajas para que otras personas viven mejor, o, incluso, mueren mejor. O
cuando se ofrece consuelo cuando la vida golpea tan dura que es casi imposible
encajar sus reveses. O cuando se da amor sin esperar nada a cambio, porque él
mismo sabe que el amor, en demasiadas ocasiones, no es correspondido. Es
difícil, muy difícil, creer que a Dios se le sirve entregando la vida a la
clausura para dedicar todas las horas del día a una oración interminable. Por
mucha fe que se posea.
Y detrás de la decisión
de profesar los hábitos para la clausura puede haber muchas razones. Algunas
incomprensibles como aquella de la llamada que se siente, que Dios te habla
para decirte que quiere que alguien sea suyo, solamente para escuchar letanías
que son repetidas hasta la saciedad y que Dios debe tener un cajón lleno de
paciencia para escucharlas. Sin embargo, si somos capaces de mirar hacia
nuestro interior y darnos cuenta de que la condición que nos acompaña siempre
es la humana y no la divina, entonces podríamos darnos cuenta, así como quien
no quiere la cosa, que el hábito se toma para escapar del dolor. Al fin y al
cabo, ese puñado de almas que solamente se muestra detrás de una verja, en
actitud de rezo, viven en una especie de pecera, aisladas del mundo exterior,
sin más contacto que el que quiera filtrar la superiora o el prior, con el
convencimiento de la mente de que están haciendo algo importante para la
Humanidad cuando, en realidad, es un retiro que está a salvo de todo dolor.
Dolor, dolor, dolor…hay que reconocer que, como seres humanos, tenemos que
enfrentarnos a él en muchas ocasiones y, en muchas ocasiones, salimos perdiendo
con una derrota que se instala en el corazón y que es incapaz de encontrar una
salida.
Por ejemplo, no deja de
ser curioso que ese puñado de monjas aisladas, obligadas por obediencia,
castidad, caridad y oración, pidan por alguien que se escapa tanto de las
oraciones habituales como los inspectores de Hacienda… ¿En serio? No, no, no me
entiendan mal. También son seres de Dios… pero ¿en serio me van a decir que esa
profesión tiene algo que ver con algo medianamente divino? No, eso no ayuda y
dudo mucho que eso complazca a Dios salvo para exhibir una media sonrisa de
desaprobación. No obstante, el dolor sigue ahí, en medio de todas esas mujeres
que han decidido renunciar a las pasiones terrenales y dedicarse a una
espiritualidad sin utilidad alguna salvo para ellas mismas. Es así de fácil y
así de terrenal. Por mucho cerrojo y mucha verja que haya en el camino.
Esta película está impecablemente dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, que ya dio muestras de ser una directora para tener muy en cuenta con Cinco lobitos. En esta ocasión, demuestra que no sólo hace de la sobriedad, un estilo, y que domina a la perfección la triple acción paralela, sino que es sobresaliente en la dirección de actores porque absolutamente todos están divinos. Por supuesto, con mención especial para Blanca Soroa, que otorga un físico y una actitud muy creíble para ese personaje que quiere profesar como monja y que, en el fondo, tiene una personalidad muy zarandeada por una edad conflictiva que, en rara ocasión, deja trasludir, y, desde luego, para Patricia López Arnáiz, tía de la susodicha, atea por convicción, que es depositaria de enormes cantidades de dolor y de pena y que, precisamente, no tiene lugar en donde refugiarse. Todo ello forma un entramado urdido a la perfección que se olvida de tendencias de ningún lado para centrarse en la propia debilidad humana que mueve a todos los personajes, cada uno a cuestas con la suya, y que pesa tanto que no pueden librarse de ella. A lo mejor, sólo es una sugerencia, a Dios también se le sirve tratando de quitarse de encima todo aquello que nos atenaza y nos paraliza. No es fácil, pero estoy seguro de que cada vez que luchamos contra todo eso, Dios esboza una sonrisa que nos pertenece a todos y cada uno de nosotros.






