jueves, 30 de octubre de 2025

LOS DOMINGOS (2025), de Alauda Ruiz de Azúa

 

Si Dios existe, es casi seguro que sonríe cuando se le sirve de tantas maneras como formas de amar existen. Dios estará satisfecho cuando haces algo por alguien más, cuando se deja de lado el egoísmo inherente al ser humano y trabajas para que otras personas viven mejor, o, incluso, mueren mejor. O cuando se ofrece consuelo cuando la vida golpea tan dura que es casi imposible encajar sus reveses. O cuando se da amor sin esperar nada a cambio, porque él mismo sabe que el amor, en demasiadas ocasiones, no es correspondido. Es difícil, muy difícil, creer que a Dios se le sirve entregando la vida a la clausura para dedicar todas las horas del día a una oración interminable. Por mucha fe que se posea.

Y detrás de la decisión de profesar los hábitos para la clausura puede haber muchas razones. Algunas incomprensibles como aquella de la llamada que se siente, que Dios te habla para decirte que quiere que alguien sea suyo, solamente para escuchar letanías que son repetidas hasta la saciedad y que Dios debe tener un cajón lleno de paciencia para escucharlas. Sin embargo, si somos capaces de mirar hacia nuestro interior y darnos cuenta de que la condición que nos acompaña siempre es la humana y no la divina, entonces podríamos darnos cuenta, así como quien no quiere la cosa, que el hábito se toma para escapar del dolor. Al fin y al cabo, ese puñado de almas que solamente se muestra detrás de una verja, en actitud de rezo, viven en una especie de pecera, aisladas del mundo exterior, sin más contacto que el que quiera filtrar la superiora o el prior, con el convencimiento de la mente de que están haciendo algo importante para la Humanidad cuando, en realidad, es un retiro que está a salvo de todo dolor. Dolor, dolor, dolor…hay que reconocer que, como seres humanos, tenemos que enfrentarnos a él en muchas ocasiones y, en muchas ocasiones, salimos perdiendo con una derrota que se instala en el corazón y que es incapaz de encontrar una salida.

Por ejemplo, no deja de ser curioso que ese puñado de monjas aisladas, obligadas por obediencia, castidad, caridad y oración, pidan por alguien que se escapa tanto de las oraciones habituales como los inspectores de Hacienda… ¿En serio? No, no, no me entiendan mal. También son seres de Dios… pero ¿en serio me van a decir que esa profesión tiene algo que ver con algo medianamente divino? No, eso no ayuda y dudo mucho que eso complazca a Dios salvo para exhibir una media sonrisa de desaprobación. No obstante, el dolor sigue ahí, en medio de todas esas mujeres que han decidido renunciar a las pasiones terrenales y dedicarse a una espiritualidad sin utilidad alguna salvo para ellas mismas. Es así de fácil y así de terrenal. Por mucho cerrojo y mucha verja que haya en el camino.

Esta película está impecablemente dirigida por Alauda Ruiz de Azúa, que ya dio muestras de ser una directora para tener muy en cuenta con Cinco lobitos. En esta ocasión, demuestra que no sólo hace de la sobriedad, un estilo, y que domina a la perfección la triple acción paralela, sino que es sobresaliente en la dirección de actores porque absolutamente todos están divinos. Por supuesto, con mención especial para Blanca Soroa, que otorga un físico y una actitud muy creíble para ese personaje que quiere profesar como monja y que, en el fondo, tiene una personalidad muy zarandeada por una edad conflictiva que, en rara ocasión, deja trasludir, y, desde luego, para Patricia López Arnáiz, tía de la susodicha, atea por convicción, que es depositaria de enormes cantidades de dolor y de pena y que, precisamente, no tiene lugar en donde refugiarse. Todo ello forma un entramado urdido a la perfección que se olvida de tendencias de ningún lado para centrarse en la propia debilidad humana que mueve a todos los personajes, cada uno a cuestas con la suya, y que pesa tanto que no pueden librarse de ella. A lo mejor, sólo es una sugerencia, a Dios también se le sirve tratando de quitarse de encima todo aquello que nos atenaza y nos paraliza. No es fácil, pero estoy seguro de que cada vez que luchamos contra todo eso, Dios esboza una sonrisa que nos pertenece a todos y cada uno de nosotros. 

miércoles, 29 de octubre de 2025

EL SARGENTO YORK (1941), de Howard Hawks

 

La eterna lucha entre la conciencia y el patriotismo fue algo más que un campo de batalla para el Sargento Alvin York. Él no era más que un pacífico granjero que vivía en algún lugar perdido del Medio Oeste, cazando conejos, desarrollando su puntería, dando catequesis a los niños en la parroquia del pueblo, llevando una existencia tranquila y acorde con sus creencias y experiencias. Sin embargo, la patria le reclama para marchar al frente en la Primera Guerra Mundial. York se siente apelado a su interior más íntimo porque, en realidad, se declara objetor de conciencia. No puede dirigir esa escopeta que tantas veces ha disparado a los conejos hacia un ser humano. Ni siquiera viendo cómo sus compañeros hunden su cabeza en el barro mientras tratan de avanzar en la ofensiva del Argonne. Es un hombre coherente, tranquilo, que quiere vivir en paz consigo mismo porque sabe que, si entra en guerra, no podrá seguir adelante. Las circunstancias le harán cambiar de parecer. Tendrá que coger un arma. Tendrá que arrastrarse por el barro. Tendrá que disparar a otros seres humanos…y tendrá que recoger una medalla al valor por hacer todo eso.

Quizá nadie mejor que Gary Cooper para trasladar las inmensas contradicciones de un personaje que rechaza las trincheras y que se convierte en un héroe de guerra. En su interior, incluso después de su hazaña, se dirimirá también el dilema de utilizarlo como propaganda, como ejemplo de arrojo en el campo de batalla y él no quiere nada de todo eso porque no encuentra honroso haber matado a unos cuantos, más de la cuenta. Él sólo encuentra honor en haber salvado a sus compañeros y poder traerlos de nuevo a casa. El resto es sólo humo, pólvora, gritos, desgracias y sangre.

Howard Hawks, que en un principio estaba destinado a dirigir Casablanca, intercambió el proyecto con Michael Curtiz, buen amigo suyo, en una cena en un restaurante de Hollywood. Ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer con los encargos que les habían asignado y, no obstante, se les ocurrieron varias ideas con el proyecto del otro. Decidieron cambiar sus obligaciones. Curtiz se haría cargo de Casablanca, no sin antes hacer caso a esa escena que Hawks ya había imaginado con los nazis cantando y siendo acallados a los sones de La Marsellesa. Hawks haría lo propio con El Sargento York, no sin antes hacer caso a escena que Curtiz ya había imaginado con el protagonista yendo de trinchera en trinchera para acabar con los enemigos uno a uno. El resultado es una de esas películas que no se olvidan, que distan mucho de enaltecer los valores patrióticos para quedarse en la figura del Sargento Alvin C. York, un hombre sencillo, que sólo quería cuidar su granja, dar catequesis, reírse con sus vecinos, comer un buen plato de carne con repollo cocido y contar historias con un café caliente en la mano. Ah…y cazar conejos tal y como le había enseñado su padre.

martes, 28 de octubre de 2025

EL MUELLE DE LAS BRUMAS (Quai des brumes) (1938), de Marcel Carné

 

La niebla cae sobre el puerto de El Havre. Es densa, casi es como si se elevara una cortina de agua sobre el aire y se pudiera beber. De entre sus velos, surge un hombre. Es un desertor que busca una vía de escape para empezar una nueva vida en algún lugar de América, tal vez Venezuela. Cualquier sitio mejor que Francia, que camina inexorable hacia una guerra con Alemania y que recrudece la represión en Argelia. Todo es un mal negocio. Se trata de subirse a un barco, cueste lo que cueste. Pero allí, en El Havre, se encuentra con una chica que le hace ver que el horizonte existe, que la esperanza aguarda, que hay razones para creer que, después de la niebla, aparece el sol. Él sólo tiene algunos francos en el bolsillo, sus ropas civiles, un pasaporte y un perro pequeño. Se da cuenta de que ella es el objeto de la lujuria de muchos hombres y, del interior de este soldado renegado, aparecen las ganas de protegerla, de librarla de sus chulos, de ofrecerle un futuro en América del Sur, en el primer barco que zarpe. Son vidas a la deriva que están ancladas en un puerto asolado por la niebla. Además de todo ello, la policía militar le busca. Es que no pueden pasar sin él en ese cuartel mugriento en el que ha consumido buena parte de su juventud. Adentrarse en el muelle de las brumas va a ser una aventura en la que se dejará algo más que su huida.

Otra obra maestra de Marcel Carné, con una historia desesperanzada y, a la vez, casi sublime en su hermosura. Con una cuidadísima fotografía que debe moverse en un permanente estado de neblina, Carné articula una historia de amor imposible entre Jean Gabin y Michelle Morgan que llega a impresionar porque, en todo momento, se ve lo pegajosa que llega a ser la vida, lo mucho que no nos deja disfrutar, los terribles obstáculos que coloca en medio para que no se lleguen a realizar los planes que se trazan como único plan de evasión. Al fin y al cabo, ese soldado que interpreta Gabin ya ha vivido todo lo que debía, ha bebido parte de ello y ahora sólo quiere quitarse de en medio, como si ya no existiese. El resultado es una película excepcional, desesperanzada y, a la vez, extrañamente optimista. No se olvida con facilidad.

Así que cuidado con esas pisadas de resonancia única, con el pavés de suelo húmedo que casi se exhibe con orgullo y que, a cada paso, parece que recomienda un nuevo escondite, una nueva fuga, una nueva ilusión. Las personas, en sí mismas, también se convierten en obstáculos insalvables para que dos corazones inicien una historia que no han querido comenzar y que, sin embargo, ahí está, esperando su resolución, agazapándose en un destino que, como todos podemos imaginar, no será tan feliz. La vida nunca lo es. Más bien es esa niebla que no deja ver con claridad todo lo que podríamos llegar a ser.



viernes, 24 de octubre de 2025

DIANE KEATON: EL ENCANTO DE UNA SONRISA INDEPENDIENTE

 

Yo sé que Annie sale de su propio cuerpo cuando hacemos el amor. Es lógico y normal. ¿Quién querría quedarse conmigo mientras ella puede vivir todas las vidas que quiera, ser los personajes que desee y pulular por las aventuras que se le presenten? Yo sé que, en medio de sus inseguridades, hay un corazón enorme, de una mujer sensible e inteligente, que siempre ha defendido con uñas y dientes su propia independencia. Así fue cuando se hundió en los tormentos de una vida impensable en las tres partes de El padrino, siendo la desgraciada mujer de Michael Corleone. Sin embargo, Annie llegó a su madurez a través de ese pequeño gafotas, no sé qué le vería. Se llamaba Woody Allen, se juntó con él personal y profesionalmente e hicieron juntos unas cuantas películas que han pasado a la historia. Ahí está Sueños de un seductor, o esa marcianada que fue El dormilón, o ese repaso por la filosofía rusa, más cerca del infierno que del cielo, en La última noche de Boris Grushenko. Sin embargo, Annie será para mí siempre Annie Hall. Yo creo que ahí es donde fue, prácticamente, ella misma. Con esa forma de vestir, con esa forma de moverse, con esa vacilación a través de cada paso de la gran manzana. Ella fue Annie. Y se quedó siendo Annie. Y además le dieron una figurita de oro muy apreciada en la profesión.

A continuación, Annie hizo una de esas aventuras que se han quedado para siempre en mi imaginario y en mi formación personal. Me enamoré de ella y me desenamoré varias veces mientras la veía, otra vez con el gafotas ese, en Manhattan, rapsodia de amor a una ciudad y a una forma de vida que, no obstante, no guarda sitio para la confianza en los demás. Ahí Annie fue Mary, siempre atractiva, temblorosa en la punta de sus sentimientos, dañina en su comportamiento obsesivo y errático. Y yo vagué con ella por las calles de Manhattan, en busca de un amor que, muy posiblemente, dejé escapar.

Claro, entre medias, Annie no se quedaba quieta. Bien que se fue con un tal Richard Brooks para describir el viaje sexual de una mujer, verdadera radiografía de la época en sus tabúes y sus fingimientos, en Buscando al señor Goodbar y volvió a juntarse otra vez con el gafotas fastidioso porque quería homenajear a un sueco en la espléndida Interiores, quizá la mejor película seria de un cineasta poco serio.

Luego dejó al gafotas, y se fue con un tipo guapo y bien parecido, algo caprichoso, pero con talento. Viajó hasta el corazón de la revolución soviética para hacer Rojos y… ¿saben qué? Annie fue lo mejor de la película. Mejor que el tal Warren Beatty, mejor que su amiguete Jack Nicholson, mejor que todo lo demás. Tal vez, la película era tan grande que mucha gente no vio el inmenso talento que ella desplegaba, pero, ya se sabe. No todo el mundo es capaz de apreciar el caviar…y más cuando se sirve en medio de la estepa.

Annie fue muy guerrera. Lo demostró calzándose una ametralladora para jugar a los espías en La chica del tambor, de George Roy Hill, basándose en una novela de John Le Carré. No muchos aprecian esta película, pero yo sí, porque vi a Annie cómoda, con su camiseta de tirantes y sus pantalones de faena. Ella era esa chica que se infiltra y espía y lo hace mejor que nadie.

Luego vino lo de compartir unas cuantas escenas con Jessica Lange y con Sissy Spacek en la más que apreciable Crímenes del corazón, una aventura de Annie que ha quedado muy, muy olvidada. Y luego encarnó a una ejecutiva perdida con un bebé en brazos en Baby, tú vales mucho que lo único que hizo es confirmar que Annie sólo había una.

Cuando se decide hacer una nueva versión de aquella El padre de la novia, de Vincente Minnelli, se piensa inmediatamente en ella para servir de contrapeso ideal a los excesos de Steve Martin. Y el maldito gafotas la llama de nuevo para pasar con ella un pedazo de aventura que se llamó Misterioso asesinato en Manhattan, entre crímenes, espejos, vecinos sospechosos y risas con unos diálogos maravillosos, ella lo hace todo al lado de Woody. Quién fuera él.

Annie tiene una estupenda capacidad para reírse de sí misma y desinhibirse, sobre todo, si tiene al lado a dos gamberras como Bette Midler y Goldie Hawn en El club de las primeras esposas. Y Annie aún nos regala un gran trabajo, de esos que sólo están al alcance de muy pocas como ella, en La habitación de Marvin y la acompaña nada que Meryl Streep. Y Annie le gana la partida..

A partir de aquí, como hace siempre, Annie se despreocupó un poco y sus aventuras fueron más inocuas, más olvidables, más dispersas y mucho más ligeras, aunque todavía nos deja una comedia de altura como Cuando menos te lo esperas, haciendo una divertida pareja con Jack Nicholson. Hay películas que están hechas para que recordemos lo que dos actores maduros nos han hecho sentir durante tantos años…

Poco mencionable, a partir de este momento. Quizá su emparejamiento con Kevin Kline en una historia por debajo de sus posibilidades como Por fin solos o el encanto que desprende su matrimonio con Morgan Freeman en la estupenda y desapercibida Ático sin ascensor. En cualquier caso, en ningún momento Annie ha dejado de salirse de su propio cuerpo para vivir un buen puñado de aventuras en el cuerpo de sus personajes. Ahora mismo, acaba de hacerlo. Y por última vez. Annie es así. No avisaba nunca. De repente, estaba como ausente. Yo, por mi parte, no importa a donde vaya. Siempre la llevaré conmigo.

jueves, 23 de octubre de 2025

CAZA DE BRUJAS (2025), de Luca Guadagnino

 

Vivimos unos tiempos en los que se ha instalado el pensamiento único. Es obligatorio creer en determinados extremos porque, si no es así, se corre el riesgo de ser sacrificado, crucificado, vilipendiado y, en última instancia, cancelado. Es un intento descarado por aniquilar el criterio propio porque, ya se sabe, eso es un auténtico peligro para la élite del poder. Es necesario que una gran parte se vea arrastrada por esa marea de no salirse de la norma. No es más que una enorme cortina de humo porque, mientras estemos ocupados en tales asuntos, no seremos capaces de articular un pensamiento pergeñado e inventado por nosotros mismos. Es la dictadura del pensar.

Esto se puede trasladar a cualquier campo que se nos ocurra. Más aún si ese campo es el universitario porque, desde tiempos inmemoriales, se ha perpetuado la idea de que ahí es donde reside el núcleo de la intelectualidad, seres que piensan, sienten y actúan a otro nivel porque poseen el nivel de conocimiento necesario como para no ser rebatidos y, si lo son, se hace con algún punto de reparo, no vaya a ser que en el razonamiento o argumentario salgamos perdiendo por goleada.

Una alumna es víctima de un abuso sexual por parte de un profesor. Y sin más pruebas, interrogatorios o comisiones de investigación, se la cree porque lo dice ella. Y no sólo eso, sino que la víctima quiere que otros profesores la apoyen porque, además de ser buenos docentes, es probable que guarden algún sentimiento hacia ella. Un castillo en el aire que se sostiene sólo porque hay que creerla y punto. Puede que, para agravar aún más el asunto, haya algo de verdad en lo que cuenta, pero el profesor acusado, mucho antes de cualquier juicio o encuesta, es despedido sin tener en cuenta su impecable curriculum académico, su competencia docente o su labor de investigación. Cancelado. No hay más.

En ese contexto, puede que los profesores a los que la víctima alude y pide ayuda, no tengan ni idea de lo que ha pasado. Sólo hay que apoyarla porque la chica en cuestión tiene un comportamiento sexual liberado, es de color y no hay más que hablar. Cuando se le niega el apoyo, entonces es el momento de extender la duda hacia todos aquellos que han guardado silencio, no importa que la acusación no sea de tipo sexual. Vale cualquiera porque, al fin y al cabo, la universidad se va a movilizar en su favor. Ella es la víctima. Punto. Hay que resarcirla de algún modo.

Nunca me gustó demasiado el director Luca Guadagnino en sus anteriores y afamados intentos como Call me by your name o Queer, pero hay que reconocer que en esta ocasión es posible que haya realizado su mejor película, narrando e interpelando directamente al espectador sobre una serie de asuntos espinosos que están de tremenda actualidad sin nombrar directamente a ninguno. Para ello, necesita que el público esté bien atento a las acciones y reacciones de este grupo de personajes que está capitaneado por una espléndida Julia Roberts, que realiza una interpretación fantástica y que se sobrepone con admirable entereza a los estragos del tiempo. También cabe mencionar el maravilloso trabajo que realiza Michael Stuhlbarg como su marido, sibarita de profesión que tiene grandes momentos de diálogo. El resultado es una película explicativa, en la que las pasiones se vuelven tóxicas y las actitudes, equívocas y deja bien claro que las cuentas pagadas son la mejor solución para llegar a la tranquilidad de conciencia.

Es mejor utilizar el criterio propio, créanme. Posiblemente, se han olvidado ya para qué servía, pero se trata de ver todas las informaciones, separar el grano de la paja, seleccionar qué es lo que creemos que es verdad y qué es mentira y, a partir de ahí, formular nuestro propio pensamiento. Si seguimos la doctrina que, desde los distintos estamentos, se nos está imponiendo, no nos queda más que la infelicidad porque jamás estaremos de acuerdo con nuestra naturaleza, nunca podremos sentirnos satisfechos con la argumentación nacida de nuestro intelecto. No hace falta ser pedante ni nada de eso. Basta con tener la suficiente cultura y educación como para decir lo que pensamos sin pensar que eso va a generar malas caras, peores reacciones y el silencio del teléfono. 

miércoles, 22 de octubre de 2025

MISÁNTROPO (2023), de Damián Szifron

 

Un individuo se sube a un rascacielos y comienza a disparar indiscriminadamente a todo el que pasa por delante de su mirilla. Los blancos son perfectos. Es como si fuera un francotirador de élite eliminando parte de la basura que lo cerca a sus pies. Casi treinta muertos. Todos de un solo disparo. El FBI está desconcertado. Por eso, el agente encargado de la investigación intuye que hay una agente de policía local que podría ayudarles con el caso. Ella, en el fondo, tampoco se lleva muy bien con el resto de la Humanidad. Es como si, en todo momento, quisiera demostrar algo. Es irregular reclutar para el FBI a una simple agente de policía sin estudios, pero haciendo la típica trampa de hacerle desempeñar sobre el papel a un enlace entre los federales y los locales, ella se une al equipo.

Y, sin duda, la chica tiene dedicación. Ella proviene de la noche ingrata, de la ciudad más sucia, del rechazo. Igual que el asesino, que parece que ha desarrollado un odio hacia el resto de la condición humana que desahoga con disparos. Es así de sencillo. Es un individuo que ya está harto de los demás. No ha tenido facilidades. Sus sueños no se han cumplido. Ha sido rechazado allá por donde ha ido. Sólo ha tenido el refugio temporal de la casa familiar en una granja en medio de la nieve. Por eso, los disparos son tan secos, tan únicos, tan inesperados. Muerte a todos. ¿Qué os hace creer que merecéis más que yo la vida?

La primera aventura americana del director Damián Szifron se revela como bastante aceptable, con un argumento policíaco de cierto interés al establecer ese paralelismo, salvando las distancias, entre el asesino y la agente encargada de saber qué es lo que se esconde tras la psicopatía del francotirador. Shallene Woodley da el tipo para encarnarla porque es una actriz que destila una mirada inteligente y, al mismo tiempo, se pueden intuir las cicatrices de que se hacen cada vez más profundas en un alma que se niega a mostrar. Por otro lado, es muy interesante el retrato que realiza Ben Mendehlsson en la piel del agente del FBI encargado, en un notable ejemplo de insertar la homosexualidad en la vida ordinaria de uno de los protagonistas sin que en ningún momento se advierta ningún elemento forzado. Sólo quizá al final, Szifron se recrea un poco en algo que debería terminar con más síntesis lo cual podría haber guardado una mayor dosis de agresividad repentina. Es algo alargado. Puede que demasiadas explicaciones para unir los sentimientos de cazadora y cazado.

Así que es el momento de seguir paso a paso la investigación que se realiza en torno a ese francotirador de formación paramilitar, que sólo ha obtenido las miradas de falsa seguridad de todos aquellos a los que ha conocido. Y, al mismo tiempo, también hay que situarse detrás de esa policía que ha querido serlo para enderezar una vida que tenía demasiado torcida siendo, quizá, un embrión que, de no haber dado un volantazo en su vida, habría subido a una torre y hubiera disparado a unos cuantos transeúntes.

martes, 21 de octubre de 2025

TIOVIVO c. 1950 (2004), de José Luis Garci

 

Como decía Manuel Alcántara: “Eran tiempos muy difíciles, pero, tal vez, eran los más nuestros” y esta serie de estampas en el Madrid alrededor de 1950 no hace más que reafirmase en esa sentencia. Por aquellas calles de una nación triste y necesitada, pululaban todo tipo de personajes que la hacían ridícula, sí, pero también única. En este fresco lleno de viñetas nos encontramos con gente buena, gente mala, gente cierta, gente equivocada, gente de ida, gente engañada, gente engañosa, gente…sólo gente. Tal vez, como ahora mismo, sólo que con más hambre. Por ahí tenemos al paralítico que perdió una pierna en cada bando. O al optimista que cree firmemente que España es la reserva espiritual de Occidente. O al listo que comercia con el estraperlo de la cultura. O la grotesca representación de una corrida de toros en el escenario del Florida Park del Retiro, con sus olés, sus aplausos y su petición de oreja. España…España…qué triste y qué hermosa. Tú bien vales un baile casi etéreo al son de Cheek to cheek, o la bondad de unos compañeros de banco que se aprestan a una farsa con tal de que el conserje, pobre e ingenuo, quede bien con su familia. Sí, esos mismos compañeros que apuestan por uno de ellos en un duelo inimaginable contra la máquina calculadora, de manivela y reciente aparición. De alguna manera, volvemos a La colmena, de Mario Camus, con otro plantel de intérpretes extraordinario, que va de María Asquerino a Agustín González, de Miguel Rellán a Carlos Hipólito, de Alfredo Landa (fantástico diagnosticando el mal de un coche por teléfono en base a su ruido) a Andrés Pajares, de Elsa Pataky, quizá en su mejor interpretación, a Antonio Dechent, de Enrique Villén a Luis Varela, de Fernando Guillén Cuervo a Ana Fernández, de Ángel de Andrés López a Aurora Bautista, de Manuel Galiana a Luisa Martín…y muchos más. Todos ellos con esa visión de la España oportunista, que estaba a la que saltaba con tal de sobrevivir. Muchos países dentro de esa nación que se arrastraba por el gris, por el paletismo, por los días sin sol y el frío inclemente.

José Luis Garci, al lado de Horacio Valcárcel en el guion, consiguió una excelente película, primorosamente fotografiada, sin un hilo argumental aparente. Sólo son escenas de aquellos días tan espantosamente difíciles y, sin embargo, tan nuestros. Decenas de historias, con sus inquietudes, sus inmensas frustraciones, sus sueños de cortísimo alcance porque, con toda probabilidad, sólo llegaban al día siguiente. No era tiempo de poetas, sino de listos. No era tiempo de supervivencia, sólo de vivos.

No falta el buen humor en muchas de esas estampas rápidas y resueltas con dos pinceladas maestras. Madrid está cansada, con sus luces miserables y sus nieblas impertinentes. La gente deambula de aquí para allá, con sus planes racionados, sus dineros escasos y extraviados, sus corazones heridos. Quizá, nos dice Garci, no hemos acabado de superar todo aquello. Por eso, es bueno que el cine vuelva a recordarnos que hubo un tiempo en el que había menos comida y más personas.