jueves, 26 de junio de 2025

THE LAST SHOWGIRL (2024), de Gia Coppola

 

Cuando se llega a cierta edad, no hay maquillaje capaz de tapar las abismales grietas que causan las arrugas. Y eso no tiene mayor importancia para los seres humanos comunes y corrientes, pero resulta un problema de fuerza mayor para una corista que lleva treinta años con el mismo espectáculo. Ya no tiene ese rostro angelical que lucía hace años y el show en el que trabaja va a echar el cierre. Es un verdadero aprieto buscar un nuevo trabajo porque ya, con cincuenta y siete años en el carnet de identidad, nadie va a querer contratarla. Aparecen los miedos, las inseguridades, los errores y, por supuesto, el precipicio, casi insalvable, de un futuro incierto.

En ese peregrinar por una nueva vida, se cruzan colegas de siempre, que ya han emprendido antes el mismo camino y ahora tratan de ganarse los cuartos sirviendo las mesas de un casino y, de vez en cuando, se suben a una tarima para demostrar que quien tuvo retuvo. Las luces ya no alumbran con tanta fuerza. Esas irritantes arrugas se forman en el contorno de los ojos, la mirada ya no es tan fulgurante. El espectáculo, en la línea de los del Folies Bergére, ha quedado anticuado y ya nadie se acerca a comprar una entrada para disfrutar de figuras casi perfectas, sonrisas cristalinas, brillos conseguidos con lentejuelas y transparencias. Es la hora de plantearse un retiro y Las Vegas resulta tan fría como impasible. A nadie le importa la suerte de una corista, que no ha pasado de la tercera fila y que ha tenido sus líos con el regidor, su hija no deseada y su vida malgastada.

El drama llega a ser trágico aunque no haya muertes, ni desesperaciones manchadas con la verdad que siempre imponen los años. Es solamente el cambio de vida, el no saber cómo van a ser las cosas y la certeza de que hay solamente un peldaño de distancia con la miseria. Las noches ya no van a tener ese momento de prisa, de premura en el cambio de vestuario, de tacones vertiginosos y de cremas desmaquillantes. Van a ser noches en casa, con algún penoso programa de televisión como compañía, quizá con una copa en la mano y con un buen puñado de recuerdos, no todos agradables, pero que conforman una época que, para ella, fue muy cercana a la felicidad. La edad no perdona y las jóvenes vienen empujando con otras maneras, otros gestos, otra sensualidad mucho menos sugerida.

La directora de esta película es Gia Coppola, nieta de Francis Ford Coppola, y su realización, en muchos momentos, resulta muy poco acertada por esa obsesión por acercar tanto la cámara que el espectador no es capaz de descifrar los movimientos callejeros de la protagonista. En su piel, Pamela Anderson hace un trabajo muy meritorio, que revela la actriz que llevó siempre dentro y que nunca vio la luz porque el físico se imponía por encima de cualquier atisbo de talento. Tal vez hubiera merecido una nominación mucho más que otras candidatas este año. Y, desde luego, Jamie Lee Curtis hubiera merecido otra como actriz secundaria encarnando a esa amiga que está bajando cuidadosamente todos los escalones de la humillación sin dejar de ofrecer una fachada teñida de sentido del humor. Ellas dos son las principales razones para ver esta película que resulta bienintencionada y severa porque nadie se ha preocupado de estas chicas que durante décadas se han dedicado a alegrar la vista a cualquier que haya querido disfrutar de ellas, trabajando honradamente y que, cuando las grietas en su piel se hacen barrancos, nadie quiere volver a oír hablar de ellas.

miércoles, 25 de junio de 2025

LAST ORDERS (2001), de Fred Schepisi

Toda una vida compartiendo pintas de cerveza. En realidad, mirado fríamente, puede ser el plan más aburrido que uno es capaz de imaginar. Sin embargo, es perfectamente comprensible que sea lo más parecido a la felicidad que han experimentado un grupo de amigos. Y, sin duda, nada volverá a ser lo mismo cuando uno de ellos coja el tranvía sin vuelta. No obstante, los recuerdos permanecen ahí, como si hubieran ocurrido el día anterior, con la sonrisa y la complicidad en la orilla de los labios, además de un poco de espuma de la jarra. Uno de ellos muere y deja unas cuantas instrucciones porque quiere que sus cenizas sean arrojadas al mar. Quiere hacer un último viaje con ellos antes de decir adiós del todo. En ese viaje, se recordará todo, incluso y especialmente, la relación del fallecido con su mujer, una historia de amor. Somos lo que fuimos. Y estos individuos que, en vez de manos, poseen asas de jarra, fueron, ante todo, amigos.

Y resulta un viaje que, a la vez que amargo, también es placentero. Es como un regodeo incesante en un dolor que va a ser difícil de llenar, pero que también ha formado parte de los momentos más álgidos de unas vidas que, es posible, hayan sido demasiado tristes. No importa que se haya ido ese amigo tan especial. Siempre permanecerá. Igual que hay personas que no dicen adiós. Sólo cambian de forma. Igual que la cerveza que espera en el barril. Se despide del resto de litros. Sale por el grifo y aparece atractiva y espumosa en un vaso antes de ir hacia su tumba definitiva y posterior eliminación orgánica. Sólo cambia de forma, pero ha dado unos momentos extraordinariamente buenos. Unas risas. Unas confidencias. Unas palabras que, en estado de total sobriedad, quizá nunca hubieran sido dichas. Una mujer irrepetible. Un hombre para la barra eterna. Las últimas órdenes. El mar bajo la lluvia.

No cabe duda de que el principal atractivo de esta película reside en sus intérpretes. Gozosos, tremendos, disfrutando de cada plano que ruedan y que trasladan a quien ose acercarse a compartir una pinta con ellos. Ellos son Michael Caine, Bob Hoskins, David Hemmings, Tom Courtenay, Ray Winstone y la mujer del primero, Helen Mirren. En todos esos rostros de intérpretes irrepetibles están todas las respuestas e, incluso, caben algunas preguntas. El resultado es una película bonita, entrañable, que se deja ver y que hace sentir bien sin llegar a ser en ningún momento eso que se ha dado en llamar feelgood movie. Es la vida depositada en un barro de cerveza. Es la carcajada de unos cuantos tipos con tragos de más en la garganta y cariño a raudales por el resto. Somos lo que fuimos, como diría Tennyson. Y ahí es donde reside la huella de lo que dejamos atrás. Con todas nuestras frustraciones dentro. Con todos nuestros éxitos también. Con todos nuestros amores y nuestras decepciones. En el fondo, puede que un taburete en una barra sea el sitio perfecto para hacer nuestras más íntimas confesiones. Y allí, en un bar cualquiera, dejemos testimonio de lo que fuimos para ser las cenizas de hoy.

 

martes, 24 de junio de 2025

UN ROMANCE MUY PELIGROSO (Out of sight) (1998), de Steven Soderbergh

Siendo ladrón, enamorarse de una agente de policía judicial que quiere promocionar al FBI resulta, cuando menos, un juego de riesgo. Claro que Karen bien merece ese riesgo. Eso lo sabe un hombre que compartió maletero con ella porque, simplemente, se cruzaron en el lugar equivocado. Ese hombre es Jack Foley, un tipo que es capaz de atracar un banco solamente armado con su encanto. Así que, piénsenlo un poco. Ella es valiente, decidida, guapa e inteligente. Él es valiente, decidido, se las sabe todas, guapo y ladrón. Un cóctel explosivo que no se sabe por dónde va a acabar aunque todo comience con una fuga. Más que nada porque Foley se tiene que juntar, por aquello de que siempre habla el que más callado tendría que estar, con una serie de individuos con los que más valdría no ir con ellos ni de aquí a la esquina. Mientras estaban en el trullo, Jack protegió a un tal Richard Ripley, uno de esos ejecutivos de Wall Street que guarda tres o cuatro millones de dólares en diamantes en su casa. Y Foley incluso le da una oportunidad porque tiene sus principios y cree que lo ético es devolver favores, pero Ripley le ofrece el trabajo de guardia de seguridad…a él…a un ladrón. Ripley podrá ser todo lo ejecutivo que quieras, pero no tiene mucho de inteligente. Su vida se reduce a una pecera y a comprarlo todo a golpe de talonario. Incluso en la cárcel. Lástima. Van a asaltar su casa y no van a dejar ni los pececillos.

Excelente película, una especie de spin-off de Jackie Brown, de Quentin Tarantino, con la aparición del agente del FBI Ray Nicolette, interpretado de nuevo por Michael Keaton. El director Steven Soderbergh hace que esta comedia de tipos malos se convierta en unas buenas risas porque además de George Clooney y Jennifer López en los papeles principales, todo se rellena de actores muy competentes como Ving Rhames, Don Cheadle, Albert Brooks y, a destacar, Dennis Farina en el maravilloso papel del padre de la agente Karen Sisco, cínico, listo como ninguno y concentrado en una mirada en la que, directamente, está llamando tonto a quien osa intercambiar conversación con él. Por ahí también andan con papeles con su escena de lucimiento la siempre estupenda Catherine Keener y el gracioso y torpe Luis Guzmán. Para el resto, es una película con el sexo flotando en el ambiente, con las ganzúas preparadas y la seguridad de que la siguiente jugada está prevista, con la certeza que, de tuno a pillo, todos corren y todos son estúpidos, sólo que algunos más que otros. La atracción está ahí. Jack se siente atraído por Karen y los diamantes. Karen se siente atraída por Jack y por la promoción profesional. Maurice, el personaje de Cheadle, se siente atraído por los diamantes y por los diamantes. Ripley sólo se siente atraído por el dinero y por la maravillosa aparición especial de Nancy Allen.

Así que arrellánense en el sofá. Son casi dos horas de diversión asegurada, inteligente y certera. Lo imprevisto también tiene su papel y, por supuesto, el inútil que interpreta Billy Zahn llena el pensamiento de imbecilidades. No se dejen intimidar. El más guapo, es el culpable.

 

viernes, 20 de junio de 2025

EMPIECEN LA REVOLUCIÓN SIN MÍ (1970), de Bud Yorkin

 

Intercambiar a unos gemelos con otros, de tal manera que se quedan en dos parejas tan parecidas como un huevo a una castaña es bastante inusual. Si además esos chicos, unos aristócratas y otros pobres como las ratas, tienen que moverse entre las turbulencias propias de la Revolución Francesa, entonces el lío está asegurado porque, ya se sabe. Los ricos quieren ver cómo viven los pobres y los pobres quieren probar la vida de los ricos. Al fondo, parece que se dibuja vagamente algo similar a Los hermanos corsos o a Historia de dos ciudades, sólo que con cierto sentido del humor. Los protagonistas, por partida doble, son Donald Sutherland y Gene Wilder. Y tienen que pasar por gemelos al cuadrado. Y la historia, atención, aparece narrada en una serie de retornos a la actualidad por Orson Welles. Esto, además de un montón de pelucas y de botones dorados, también es de locos.

El villano, por otra parte, es extraño como un plátano en un ajedrez. Es un apasionado de las metáforas y, además, se consume mientras intriga y conspira. Por su parte, Gene Wilder, en la piel del gemelo aristócrata, se esboza como un tipo que se cree superior al que le gustan, de alguna manera, los modos salvajes. Le gusta ser impredecible y decir cosas para escandalizar, pero él no se ríe con ellas. Por otro lado, Donald Sutherland, como su hermano de la misma clase, tiene un aire noble, como si la aristocracia encajara perfectamente con su personalidad. El vestuario, por supuesto, es puro gozo para los sentidos y el absurdo, lo es para la inteligencia.

-. Algún día yo seré rey…

-. Y yo la reina…

Y con esos diálogos extraordinarios y la colaboración de dos actores que saben ser graciosos y dominan el tiempo que exige la comedia, Bud Yorkin articuló una estupenda comedia, algo desenfrenada, sobre la incrustación de personalidades en ambientes ajenos. Quizá es que el aristócrata nace…y al pobre, le hacen. Y eso se destila durante toda la película, llena de giros verbales, de situaciones delirantes y que acaba por asumir su condición de fábula o divertimento que, incomprensiblemente, ha caído lastimosamente en el olvido. Huelga decir que, sin dudarlo ni un segundo, la parodia hacia las películas ambientadas en la Revolución es evidente. Y el asunto funciona admirablemente bien. Incluso cuando el absurdo se monta sobre sí mismo y ya no puede ir más allá.

Entretenimiento asegurado y de altura que necesita de alguna que otra dosis de paciencia, Empiecen la revolución sin mí, resulta divertida, fresca, en el borde mismo del exceso sin caer en él, con la delicia del dúo Wilder-Sutherland haciendo de las suyas y con manga ancha para mostrar todas sus cualidades. No es para niños. Ya saben, estos aristócratas eran muy pícaros, aparte de sus juegos de palabras, dobles y triples sentidos y es como si Fellini, de repente, hubiera dejado de ser trascendente y comenzara a ser realmente gracioso. Dejen que la revolución de las risas entre en sus entendimientos. No lo lamentarán. Lo más que podrá pasar es que pierdan un poco la cabeza.

miércoles, 18 de junio de 2025

SIRÁT (2025), de Oliver Laxe

 

Esta película le gustó muchísimo a un conocido crítico cinematográfico. Eso ya debería poner de sobreaviso a cualquiera que se acerque a verla. Bajo una espesa capa de arena repleta de pretenciosidad, allá vamos con la historia de un padre que busca desesperadamente a su hija en una fiesta rave. A partir de aquí, la oquedad se hace muy evidente, por muchos giros de guion que el director Oliver Laxe quiera introducir. Ya se sabe. La vida es un campo de minas que sólo se puede atravesar cuando todo te importa un rábano del desierto. Entre las desoladas dunas de un país que se sumerge en una guerra, el padre se junta con unos cuantos fanáticos de ese tipo de música tan insoportable y, por el camino, aguardan unas cuantas sorpresas que pretenden golpear tan fuerte que alguno que otro que haya visto un par o tres de películas puede encontrar bastante previsible.

La metáfora de la música propia del infierno sirve de marco para este viaje sin rumbo que tiene todas las luces de ser una huida hacia adelante con tal de encontrar otra supuesta fiesta rave en algún lugar cerca de la frontera con Mauritania. Seres que se sumergen en esas supuestas juergas llenos de droga hasta las cejas, con unos vehículos cuyos neumáticos harían la envidia de cualquier fabricante, y que comprueban que, en realidad, no hay muchas más salidas. Pretendidamente bueno, nada bonito y comprobadamente barato. Pueden ser las mejores razones para poner en pie esta trama en la que se pone de manifiesto, una vez más, que no hay nada más a favor del sistema que ser un antisistema. Mientras tanto, el desierto mira y espera, extiende sus múltiples trampas y vamos todos juntos a llorar para convertirnos en unos refugiados más que afrontan la penosa incertidumbre de un futuro sin mañana.

En la producción, los hermanos Almodóvar. En la interpretación, Sergi López tratando de dar forma a la desesperación más meditada que, incluso en algunos momentos, guarda la apariencia de lo impostado. Cannes se rinde a los pies de esta película otorgando el Gran Premio del Jurado y el director Oliver Laxe escala puestos para obtener la titulación de promesa sin tacha en el panorama cinematográfico internacional.

Y es no que hay mucho más que decir, porque el viaje golpea con crueldad, con una guerra de fondo, obviada por estos personajes que sólo quieren ir a la siguiente fiesta, mientras los bafles no dejan de repetir su ritmo machacante y que acompañan a estos jóvenes y no tan jóvenes por las vías del descontento crónico y de una vida que, posiblemente no han elegido vivir, pero que han optado por una de las peores opciones. No por eso son peores personas ya que entre ellos hay rasgos de solidaridad y de ternura, virtudes que no tienen lugar en un mundo en descomposición. El resultado final es un cuadro pesimista dentro de un mundo pésimo, que sólo ofrece la soledad y la muerte y que hace del nihilismo la principal forma de atracción para todos aquellos que se vuelven locos con este tipo de historias. La elección de caminar sobre el filo de una espada para cruzar el puente que une el paraíso del infierno acaba por ser falsa porque sólo hay infierno y en ningún lugar hay paraíso. La esperanza…bah, eso es para los débiles.

Así que nada, si extravían a alguien querido en un paraje inhóspito, no se olviden de llevar al pequeño de la casa. Es un ambiente ideal para que juegue y haga el salto de su vida. Vayan por caminos imposibles con su furgoneta. Compartan una tableta de chocolate que serán recompensados con alucinógenos de variada índole. Y no se olviden de caminar por el peligro como si no les importara morir. De ahí, seguro que la muerte les respeta, que, en el fondo, ella también tiene algo de poeta.

MR. BROOKS (2007), de Bruce A. Evans

 

Un respetado hombre de negocios puede esconder a un asesino en serie. Piénsenlo durante un momento. Apariencia apacible, una aparente vida ordenada, una evidente sangre fría en el mundo de las finanzas que hace que ninguna emoción pueda ser traslucida por el siempre traidor rostro…Todo puede pasar. El señor Brooks, no. El señor Brooks siempre tiene la palabra justa, el encanto a punto, el gesto elegante. No es posible que debajo de tanta perfección, haya un tipo que esté deseando derramar sangre. El caso es que el señor Brooks tiene un problema. Hay un individuo, un tal Marshall, que se dedica a calentarle la oreja todos los días y a todas horas. Es Marshall el asesino, no él. Es Marshall el que le hace sacar lo peor de su propia personalidad y le precipita hacia el asesinato a sangre fría. Marshall es un nihilista que no cree en nadie y en nada y se presenta cuando menos se le espera. Brooks conduce y, de repente, Marshall se aparece y le pone en la cabeza unos cuantos pensamientos sucios y degradantes. Brooks actúa y Marshall se ríe a gusto. Es eso. Marshall es una especie de Pepito Grillo en negativo que empuja a Brooks a cometer los crímenes execrables que no pasarían por la mente del más enfermo de los mortales. Marshall, por supuesto, no existe. Sólo es una justificación mental por la que pasa un psicópata asesino para que sus crímenes tengan algo de sentido.

Resulta extraño ver a Kevin Costner interpretando a un asesino en serie. Eso sí, empujado por esa voz interior a la que él mismo ha bautizado como Marshall. En realidad, en esa superficie que se empeña en mostrar, Brooks es un tipo algo frustrado, razonablemente feliz, que ha dejado de hacer realidad muchos sueños porque se ha entregado en cuerpo y alma a amasar dinero a través de sus negocios. William Hurt es esa vocecilla que habla por Brooks, que se introduce en su pensamiento y en sus acciones, que le empuja y le desprecia y, en consecuencia, Brooks actúa. Los mejores momentos de la película son los que ellos dos comparten. Brooks y su conciencia malvada. Costner y Hurt. No hay nada mejor que asistir a una conversación entre ellos.

El resultado es una película de cierta profundidad mental, que posee varios elementos de interés porque, en el fondo, se llega a sentir una cierta empatía con Míster Brooks, un individuo agradable, de aspecto agradable, de modales agradables y de asesinatos desagradables. Él mata porque es una válvula de escape ante una vida que no le gusta nada, aunque tiene razones más que suficientes como para sentirse afortunado. Tengan cuidado cuando una voz en su interior se dirija a ustedes. Puede que escuchen cosas que no sabían que guardaban y estaban ahí, latentes, dispuestas a saltar sobre su ánimo como un perro de presa.

martes, 17 de junio de 2025

JFK (1991), de Oliver Stone

 

Cinco disparos. Un triángulo de tiradores. Sí, probablemente fue eso lo que acabó con la vida de John Kennedy. Era un simple peón prescindible en los pasillos del poder. Un niño rico, con la vitola de graduado en Harvard, héroe de guerra, con imagen y carisma…y un comunista. Quizá habría que enfocar la Historia desde otro lado y ver con claridad qué es lo que consideraban entonces como un comunista. Todo lo que estuviera a la izquierda de la derecha, era comunismo. Y John Kennedy, toda la familia Kennedy, estaba bastante alejado del comunismo. Aún así, lo hicieron. Y, para rematar una faena que pareció bien hecha desde los más altos estamentos de la política hasta los más bajos fondos de la mafia, hay un fiscal de tres al cuarto en Nueva Orléans que quiere promover un juicio contra alguno de los responsables. La CIA, el gobierno, el Pentágono, Cuba…todos, de alguna manera, parece que están implicados. El fiscal Jim Garrison tiene que tirar de todas las pistas porque nadie parece estar dispuesto a hablar y los que se ofrecen tienen la peor reputación que uno se pueda imaginar.

Tal vez la solución se halle en practicar detenciones, hacer publicidad, esperar que, en algún momento, se provoque una reacción en cadena para que salgan a relucir los verdaderos culpables del magnicidio. La gran pregunta no es quién, ni tampoco el cómo. La gran pregunta es el por qué. Puede que fuera un hombre que quisiera cambiar las cosas, pero eso nunca se podrá saber a pesar de que hay varios indicios que caminaban en esa dirección. La crisis de Bahía de Cochinos levantó muchas heridas en supuestos patriotas que estaban dispuestos a quemar la barba a Fidel Castro. No hay conexiones. No hay demasiada lógica. Lee Harvey Oswald era un peón…pero de quién. ¿Participó en el atentado o fue sólo un cebo más o menos atractivo? ¿Se ha contado toda la verdad? ¿Alguien se cree la teoría de la bala mágica para mantener al tirador en el estrecho margen de tres disparos en cinco segundos?

JFK es uno de los mejores ejercicios de montaje nunca vistos en el cine. Y, con toda probabilidad, también es la mejor película que hizo nunca Oliver Stone. Aquí, la palabra “docudrama” cobra toda su dimensión, se explota en todos sus resquicios y ofrece un mosaico al que se le puede reprochar que dispare en todas las direcciones, pero hay algunos argumentos realmente bien expuestos que pueden ser reales. Además de todo ello, Kevin Costner, Sissy Spacek, Tommy Lee Jones, Joe Pesci y un elenco impresionante de actores que aparecen por allí como Ed Asner, el genial Donald Sutherland, Jack Lemmon, el propio Jim Garrison encarnando a Earl Warren, cabeza visible de la Comisión que elaboró el informe del asesinato, Walter Matthau, Gary Oldman…todo ello da una altura a la película que hace que, a pesar de su larga duración, mantenga al público pegado, escuchando todo tipo de conspiraciones, de casualidades, de testigos silenciados, de interrogantes más que sospechosos, de la seguridad de que el Estado cuando se mueve, respira y actúa está mucho más cerca del fascismo de lo que pensamos. JFK está muy cerca de la obra maestra y nos recuerda en cada fotograma que debemos preguntar siempre el por qué…y no tanto el cómo o el quién. El resultado será que lo que es positivo, casi con toda certeza, es negativo.