El amor no deja de ser
una reacción química, así que algo de ciencia se puede hallar en el núcleo
sentimental de cualquier relación. Perdónenme mi frialdad prosaica, pero es que
cuando el accidente va a ocurrir porque está muy claro, es mejor que entren las
ciencias a arreglar el desaguisado. Me explico. Resulta que la sobrina de
Albert Einstein se ha enamorado de un petimetre universitario de altos vuelos y
la chica merece algo mejor. El profesor Einstein, certero como siempre,
encuentra que el chico adecuado es un joven mecánico de taller que es
inteligente, pero tampoco tanto. Para que la sobrina se vea atraída por él,
debería demostrar algo de su valía científica. Así que Einstein y sus
estupendos colegas, los profesores Podolsky, Godel y Liebknecht, se ponen manos
a la obra. Se rescata un antiguo trabajo de Einstein, se simula un encuentro
casual en el que todos están discutiendo el loco proyecto de fusión fría de ese
don nadie y la chica comienza a encontrarle atractivo.
La cosa es fácil y, al
mismo tiempo, difícil. El pretendiente pretencioso quiere dejar al joven
mecánico en ridículo y le somete a una serie de pruebas delante de la comunidad
universitaria para demostrar que vale menos que un tubo de escape. No importa.
Einstein, Podolsky, Godel y Liebknecht le soplan las respuestas con un método
tan ingenioso que puede que sea uno de los exámenes más divertidos que se hayan
visto en el cine. Sí, la película es una comedia romántica y, además, no se
avergüenza de serlo, pero tiene momentos en los que no se puede evitar la
carcajada.
Y es que más allá del
triángulo que forman Tim Robbins, Meg Ryan y Stephen Fry como el engolado
pretendiente, la auténtica gozada de esta película está en ver a cuatro viejos
sabios jugando a ser celestinos con medios de inteligencia científica. Ahí
están Walter Matthau como Einstein, divertido, sagaz, con diálogos
maravillosos; Lou Jacobi como Godel, en su última aparición cinematográfica, un
niño travieso que disfruta con los resultados; Gene Saks, el director de La extraña pareja y Descalzos por el parque, como Podolsky, tratando de sacar
conclusiones filosóficas a las distintas reacciones experimentales; y Joseph
Maher como Liebknecht, perplejo y aún así tremendamente preciso en sus líneas.
El resultado es una película agradable, risueña, en la que incluso aparece el
doble perfecto del presidente Eisenhower, el actor Keene Curtis, con instantes
de alta comedia, con enredos, con esos cuatro viejos revoloteando alrededor de
un periscopio para perderse la aparición de un cometa en el cielo porque es
mucho más interesante la evolución del amor en el campus de la Universidad de
Princeton. Y es que la sabiduría, probablemente, consiste en saber vivir y en
aplicar los descubrimientos a la rutina, si es que el amor se puede considerar
rutina, naturalmente.
Así que siéntense con la debida compostura. Es una conferencia magistral de cuatro actores ancianos que nos enseñan lo divertida que es la inocencia, lo gamberra que es la ciencia y lo entretenida que es la película. Saldrán encantados y, con toda probabilidad, con un aprobado firmado por estos cuatro profesores que, por encima de todo, quieren reírse.
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