jueves, 27 de noviembre de 2025

THE RUNNING MAN (2025), de Edgar Wright

 

Los medios de comunicación guardan una gran parte del poder de la manipulación colectiva. Ellos convierten sus índices de audiencia en porcentajes de muerte. Cuanto más morbo se muestra, la gente se agolpa con mayor hambre de insaciable sensacionalismo frente al televisor. Pueden ser instrumentos letales de propaganda al servicio de uno u otro lado, según les convenga. En un futuro, tal vez no demasiado lejano, la ética es una palabra en desuso y sólo cuenta la próxima víctima, apropiadamente vendida, envuelta en papel celofán, para formar la opinión pública sin ningún tipo de criterio. Por eso, es tan importante mantener nuestro pensamiento, nuestra idea y nuestra capacidad para discernir lo verdadero de lo falso, por mucho que se nos martillee con algo que guarde tan sólo la apariencia de sinceridad.

En medio de esta vorágine de medios, la gente sufre, trabaja, tiene desilusiones en su entorno más inmediato, lucha con denuedo para sacar a su familia adelante, se bate hasta la extenuación para superar enfermedades, pobreza, explotación o cualquier otra tortura moderna. Y los desesperados se prestan al juego sólo para obtener unos cuantos ceros que le permitan afrontar el futuro más inmediato con ciertas garantías. Es posible que, en algún momento, hay alguno que se ofrezca para ser la presa en una cacería teledirigida que está amañada desde el principio. Sólo para convertir los índices de audiencia en cifras de muerte. El sistema siempre gana. Y si no gana, se apaña lo que haga falta para que parezca que así ha sido.

Hace algunos años, Arnold Schwarzenegger protagonizó Perseguido, basándose en una novela de Stephen King, con muchísimos cambios sobre el relato original. En esta ocasión, Edgar Wright retoma la misma historia y lo que le sale es una trama irregular, con momentos de acción muy valorables y otros que son, simplemente, ridículos. No sin salpicarlo todo de horteradas propias del espectáculo televisivo más exacerbado, de los que, tal vez, se debería haber prescindido porque la historia tiene la suficiente fuerza como para mostrar un futuro inquietante, sometido a la dictadura de los medios que, a su vez, están al servicio del sistema de turno. No hace falta ser desatado para que la burla sea el principal acicate de una rebelión.

Por otro lado, el protagonista Glen Powell enseña la mediocridad de su arte con un personaje que, al principio, parece un hombre desesperado para, después, transformarse en un rehén permanentemente enfadado, sin más. A pesar de que el planteamiento inicial se acerca mucho más al espíritu de Stephen King, el director no puede evitar el exceso, cayendo en el gamberrismo vulgar. Eso da lugar a una película preocupantemente desequilibrada, con algunos apuntes muy interesantes como la tendencia a la vigilancia sin control, disfrazada con la excusa de la seguridad, o la explotación descarnada de un programa cuyo principal objetivo es alcanzar las máximas cotas de audiencia manipulando grabaciones, entregando carnaza al gran público, dando cabida al desahogo a través de la violencia televisada. Sin embargo, en algunos pasajes, parece que el supuesto héroe es un tipo que se salva porque se enfrenta y no porque es hábil por sí mismo, que lo es, pero que también debería mostrar una carencia de recursos propia de alguien que es sólo un simple trabajador harto de ser el instrumento perfecto para la derrota de la rutina. Ya sólo el proceso de elección de la víctima es bastante increíble, haciéndole acreedor de la condición de concursante con otros dos aspirantes que están dibujados, prácticamente, de manera puramente anecdótica.

Es cierto que, en contraposición con aquella primera versión de Schwarzenegger, el acabado formal de ésta es más realista, aunque los excesos estropeen parte de la intención. En todo caso, no cabe duda de que llega algo más lejos a la hora de plantearse con algo de seriedad qué es lo que estamos viendo, qué es lo pensamos ante lo que vemos y si somos capaces de formar un criterio propio ante lo que se nos enseña. ¿Lo somos?

miércoles, 26 de noviembre de 2025

LOS LUCHADORES DE LA NOCHE (1960), de Tay Garnett

 

Los alemanes no dudaron ni por un instante en ponerse en contacto con el IRA para que endurecieran sus hostilidades contra Gran Bretaña para crear una especie de segundo frente que debilitara a los ingleses cuando ellos estaban preparando la invasión de las islas. Es algo que ya se apuntaba años después, cuando el personaje de Donald Sutherland en Ha llegado el águila se apuntaba a la operación de matar a Churchill solamente porque coincidían los intereses nazis y los de la organización terrorista. En esta historia se mete de lleno en esta realidad que nunca fue del todo cierta porque los alemanes no invadieron. En cualquier caso, se sigue a una cédula terrorista de bastante cuidado, con Dan O´Herlihy al frente. Se reclutan a elementos de comprobada valía como Robert Mitchum y Richard Harris. Cuando todo está listo y comienzan a realizarse acciones de desestabilización, los nazis deciden invadir la Unión Soviética y se ven incapaces de abrir un segundo frente en Inglaterra. La persecución se encarniza y los autores materiales se ven acorralados una y otra vez. La lucha se ve traicionada. Y no es tan fácil desasirse del abrazo de los terroristas. Cuando entras, ya no puedes salir.

Resulta que Los luchadores de la noche es un oscuro título que yace en las estanterías de las filmotecas cuando merecería algo más de reconocimiento. No es, ni mucho menos, una obra maestra, pero resulta apreciable, ante todo y sobre todo, por las interpretaciones de Robert Mitchum y de Richard Harris. Ellos son los actores perfectos para adentrarse en las frías noches irlandesas, iluminadas por una neblinosa farola de esquinas húmedas. En esta película, también hay una trama amorosa que, por aquellas casualidades, es vital para las relaciones entre algunos de los protagonistas. Al fin y al cabo, cuando alguien se ve derrotado por el amor puede que no le quede otra salida más que adentrarse en la noche para no volver a salir jamás. En cualquier caso, puede que se pudiera esperar más de acción cuando es una película firmada por un especialista en el género en los años cuarenta y cincuenta como Tay Garnett, pero todo el entramado de esa apertura del frente terrorista con la connivencia nazi, la traición, la persecución con la noche de protagonista, la preparación de los atentados, acaba por ser algo más que aceptable y algo menos que notable. Merece la pena.

Así que no les tiemble el pulso cuando vayan a ver algo tan desconocido como esta película. Puede que, entre sus oscuros rincones de pasión política y amorosa, se hallen dos o tres retazos de buen cine, con actores muy creíbles, con Robert Mitchum en la plenitud de su físico, con preguntas y respuestas que giran siempre en torno a la ética y a la moral. Cuidado, no intenten contestarlas. Es posible que todo lo que digan sea utilizado en su contra. Y las bombas suelen hacer que nada se vea como es en realidad. Es el precio de los traidores cuando tienen algo de razón.

martes, 25 de noviembre de 2025

ARMA LETAL (1987), de Richard Donner

 

Quizá estemos ante uno de los títulos más señeros del cine de acción del siglo XX junto, tal vez, La jungla de cristal. Con un presupuesto de quince millones de dólares y recaudando más de ciento cuarenta y un millones en todo el mundo, juntar a un policía de mente tranquila, al borde de la jubilación, que sólo quiere pasar el resto de su etapa de servicio de la forma más calmada posible, con un individuo de tendencias suicidas, capaz de hacer las mayores locuras, a ver si hay suerte y se mata, se convirtió en una saga que tuvo hasta cuatro partes y que acabó por ser parte de la memoria cinéfila de toda una generación. Al fin y al cabo, todo aficionado al cine que se precie no deja de reconocer enseguida los nombres de Martin Riggs y Roger Murtaugh, casi por encima de los actores que les dieron vida, Mel Gibson y Danny Glover. Eso es trascender la leyenda.

Poniéndonos el disfraz de crítico desapasionado y objetivo, la película no está nada mal. Se revela como un ejercicio de dirección muy correcto por parte de Richard Donner y conjuga con un equilibrio envidiable tres aspectos muy concretos: la parte meramente de acción, la comedia y el drama. En la primera, se pueden apreciar los esfuerzos técnicos por hacer creíble una historia de explosiones, disparos y persecuciones sin gráficos de por medio, todo real, sin trampa ni cartón, con un ritmo excelente y sin llegar a saturar, algo de lo que sí peca alguna de las secuelas. En la segunda, nos encontramos con una sitcom que perfectamente podría haber dado lugar a una serie de varias temporadas, con Murtaugh puesto permanentemente en posiciones incómodas y obligándole a tomar partido y acción porque tiene un compañero que está rematadamente loco y que, de forma algo sorprendente, encaja a la perfección con su entorno familiar ya que Riggs ha perdido a su mujer y no tiene visos de mantener una estabilidad mental suficiente como para intentarlo de nuevo. En la tercera, hay escenas realmente difíciles de ver con el sufrimiento de Riggs, un ser que, por encima de sus locuras al borde de la gracia, desea, ante todo, morir. Todo ello está admirablemente repartido a lo largo de la película y ésa es su mayor virtud. En contra podríamos apuntar que, tal vez, las andanzas de estos policías que destruyen media ciudad y cuentan con la simpatía de medio cuerpo es un poco…digamos, de cine.

En cuanto a las secuelas, hay que decir que tanto la segunda como la cuarta, mantienen un nivel más que aceptable, estando la tercera muy por debajo de las demás. No ayuda en nada la inclusión de un personaje tan caricaturizado como el Leo Getz-Joe Pesci, pero, quizá con un mayor desequilibrio de sus elementos, acaban por ser buenas películas, que se entregan al arte del entretenimiento con dedicación y que han sido, muy posiblemente, los máximos exponentes de las buddy movies que se hicieron a partir de los años ochenta. Así que observen mucho a sus compañeros (pero no digan nada, por favor). Quédense con sus actitudes y maneras, analicen sus comportamientos. Seguro que revelan mucho más de lo que creen y sabrán si están demasiado mayores para aguantar esta mierda.

viernes, 21 de noviembre de 2025

DUPLICIDAD (2025), de Tyler Perry

 

¿En serio? ¿No me está tomando nadie el pelo? ¿De verdad a esto se le puede llamar “película”? No puedo creer que, en aras de denunciar temas tan importantes como la violencia policial contra la gente de color, el desprecio a las mujeres por el mero hecho de serlo o la ambición desmedida sin pararse a pensar en incómodas moralidades, se haya hecho un subproducto tan…tan…tan…No me salen las palabras del teclado. Vayamos por partes.

La producción, en sí misma, es tan mediocre que es peor que la de un telefilm de aquellos de los años setenta en los que salía un despacho de un directivo importante y con una pared, un cuadro, una mesa y un sofá, todo iba sobrado. De risa. Vale. Pasemos al guión. Las frases son del jardín de infancia de primer año. Eso sí, los intérpretes, pésimos todos y sin excepción, tratan de dar mucha trascendencia a lo que dicen, sufriendo mucho y sin aclarar nada por qué adoptan determinadas actitudes. Las cosas pasan porque sí y ya está. Para qué se va a explicar si aquí lo que interesa es el misterio que rodea el asesinato de un amiguete por parte de un policía blanco (acompañado misteriosamente por un policía negro). Es como si el director y actor Tyler Perry, al que se le recuerda, sobre todo, por la encarnación del detective forense Alex Cross en En la mente del asesino, quisiera decir continuamente “eh, que eso no es todo, que hay mucho más detrás” y lo dejara todo en suspense para desvelarlo todo en la segunda parte de la película con un giro de guion que, en teoría, debe dejar boquiabierto y lo que te deja con ganas de no seguir despierto.

Es cierto que, en esa segunda parte, Perry se aleja del mensaje social y se centra en el misterio puramente detectivesco en el que se ve involucrada esa abogada sin presencia, ni carisma, ni movimiento interpretada por Kat Graham, que, además, se supone que es muy atractiva y tiene el mismo encanto que un pato mareado. Algo mejor es Meagan Tandy en la piel de su mejor amiga y que sufre mucho, pero mucho, mucho y convence nada, pero nada, nada. Y ya si nos ponemos con la parte masculina es que da mucha, pero mucha pena. Se supone que tienen que ser papeles ambiguos con una pátina de encanto y son más planos que una mesa de billar. Hacía tiempo que no veía una película tan mala teniendo en cuenta que pretende ser, al menos, mediocre. Y eso me lleva a otra reflexión bastante triste. Si aceptamos cualquier cosa con tal de proclamar a los cuatro vientos sus ínfulas reivindicativas, pronto no tendremos ninguna historia para contar y seremos seres de consigna y silencio. Por muy justas que sean las causas, las ilustraciones deben tener calidad y no esconderse detrás de sus intenciones porque, si lo pensamos fríamente, eso tendrá y encontrará siempre una justificación que nos parecerá razonable aunque, ni mucho menos, lo sea. Alto. Quieto o disparo.

jueves, 20 de noviembre de 2025

AHORA ME VES 3 (2025), de Reuben Fleischer

 

La primera entrega de Ahora me ves sorprendió por su agilidad, por su ritmo trepidante y por su resolución inesperada. La segunda apostó más por la acción y menos por la magia de sus cuatro protagonistas y mantuvo el nivel aunque, sin duda, era inferior a la primera. En esta ocasión, nada por aquí. Había alguna que otra esperanza que la dirección, esta vez, estaba encomendada a Reuben Fleischer, especialista en biopics musicales que dejaron una cierta impronta de calidad como Bohemian Rhapsody y Rocket Man, pero no hay nada detrás del pañuelo. Fleischer opta por rebajar el tono, hacer una película más oscura, menos espectacular y, en última instancia, más insustancial.

Y es que, por ejemplo, la resolución de estas nuevas andanzas de los Jinetes, esos magos que combinan a la perfección el ilusionismo con el reparto de la riqueza en manos de unos desaprensivos, es inane, sin fuerza, sin sorpresa. Deja en el espectador una cierta sensación de haber visto algo sin gracia, poco trabajado. Hay trucos, sin duda, pero mucho menos efectivos. Los personajes ya no son tan atractivos. Se fía todo el entramado a una villana a la que, a buen seguro, Fleischer no ha dado instrucciones de interpretación y Rosamund Pike, siendo buena actriz, navega entre la seducción, la risa nerviosa, la sonrisa ambigua y la maldad sin acabar haciendo mella como contrincante de estos genios de la mentira.

Por otro lado, el argumento avanza, se para, se detiene totalmente, se ponen a hablar con conversaciones que no van a ningún lado, se golpea, se pone en marcha, avanza, se vuelve a parar, para acabar en ese final que pretende ser sorprendente y resulta, sencillamente, poco creíble, abrumadoramente irreal y dejando todo a un supuesto relevo que ya veremos si vuelve a coger las riendas. El resultado es mediocre, sin gracia, ya no hay ese giro final que vuelve todo del revés y se ve el cartón del engaño. Nada por aquí, nada por allá. No hay por dónde coger el sombrero porque todos los conejos han escapado despavoridos.

En el apartado interpretativo, tampoco hay mucho que rascar. El encanto de Dave Franco se ha esfumado. Woody Harrelson hace lo suyo, es decir, lo que hace siempre. El único que tiene algo más de cancha es Jesse Eisenberg y, aún así, se diluye lastimosamente. Michael Caine, desgraciadamente, ya no está. Daniel Radcliffe, tampoco. Morgan Freeman aparece en un visto y no visto y es perfectamente prescindible. Ya queda muy poco de la magia de esos jinetes que eran capaces de asaltar un banco y hacer creer a todo el mundo lo que es imposible. Y lo que es imposible es que esta película, tal y como está, remonte el vuelo cual paloma extraída de la chistera.

Además, la película, al rebajar la espectacularidad de sus trucos, cae en lo que precisamente evitaban las dos anteriores y era en hacer creer que esos juegos de manos parecían reales a pesar de moverse en un medio tan irreal y tan proclive al engaño como es el propio cine. Así que, damas y caballeros, el precio de la entrada no se va a devolver y en sus móviles no van a aparecer unos cuantos ceros de más como prueba irrefutable de que aún hay unos cuantos Robin Hood dispuestos a dejar por debajo de la nada la cuenta corriente de la millonaria de turno. Más vale invertir el dinero en otros menesteres. Por aquí, no hay nada que mostrar.

Es que no es fácil partir de una admiración, juntar de nuevo a los jinetes con unos cuantos advenedizos que son hábiles, pero mucho menos carismáticos, colocar una nueva arpía en el punto de mira y armar unos trucos que no pueden ser llevados a cabo tal y como se describen en la película. Eso hace que se pierda el encanto. Perdonen la frase fácil, pero la magia se esfuma y sólo quedan unas cuantas travesuras sin demasiado tirón. El truco, el único y verdadero, es pasar de largo por delante del cine y tomarse un café en el chiringuito más cercano. Háganme caso. 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

LAS ESPÍAS DE CHURCHILL (2019), de Lydia Dean Ilcher

 

La orden del Primer Ministro del Reino Unido es clara. Hay que reclutar a mujeres para, después, infiltrarlas detrás de las líneas enemigas. Ellas tienen una capacidad insospechada para el camuflaje, llaman muchísimo menos la atención, manejan más recursos inmediatos porque tienen una inteligencia mayor. Sólo tienen un inconveniente. Una vez descubiertas, hay que repatriarlas de inmediato. Sus rostros son difíciles de olvidar y quien más y quien menos recordará haberlas visto aquí o allá. Pasan una fase de entrenamiento de excepcional dureza porque deben soportar la tortura si caen en manos enemigas. El antagonista no se anda con tonterías en asuntos de espionaje. O dices lo que quieren que digas o tu destino es morir en medio de espantosas humillaciones. Y ni aún así tienes garantizada la vida. Chicas, es una tarea sólo reservada para valientes. No puede ir cualquiera. Hay ciertas reglas a seguir. No hay que acercarse demasiado a los enlaces. No se puede estar mucho tiempo en el mismo sitio. Hay que mandar boletines regularmente con los informes pedidos. Hay que tener muchísimo cuidado con las traiciones. Los hombres, ilusos ellos, creen que os pueden engañar a la primera de cambio. Las mujeres son un frente invencible. Aunque den la vida, aunque lo den todo.

Por un lado, seguimos a Virginia Hall, una americana residente desde hace varios años en Londres que intenta desesperadamente ingresar en el cuerpo diplomático americano debido a su dominio de cinco idiomas. Sólo atesora un ligero inconveniente. Es coja. Tiene una pierna ortopédica por debajo de la rodilla izquierda. Es una marca que la hará fácilmente reconocible, pero Virginia, con esa fuerza de voluntad que sólo tienen las mujeres, es capaz de disimular su cojera hasta hacerla prácticamente inexistente. Es inteligente. Es voluntariosa. Se preocupa por su red de espías. Es la chica ideal.

Por el otro, Noor Inayat Khan, una extraordinaria radioperadora que debe permanecer escondida el mayor tiempo posible. Tiene la habilidad de montar una estación telegráfica en cualquier callejón. Tiene una pulsación rápida. Es lista. Sabe pasar desapercibida a pesar de su tez india. Es hija de rusa y de un ciudadano indio. Su dominio del alemán y, sobre todo, del francés hace que sea la chica ideal para transmitir los boletines de información que tanto se ansían en el Circus. Churchill sabe lo que se hace cuando ordena el reclutamiento de mujeres para tareas de espionaje.

Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. El espionaje es un trabajo ingrato, que cae fácilmente en el olvido y, lo que es peor, cuando las cosas se ponen grises de uniforme alemán, a los dirigentes no se les caen los anillos si hay que abandonar a los agentes destacados. Ni siquiera son capaces de otorgar la nacionalidad a la asistente del jefe, cerebro de todo el entramado de espionaje femenino, porque nació en Rumanía y es judía. Los ingleses en su línea.

Proyecto muy personal de Sarah Megan Thomas, que escribe el guión, produce e interpreta a Virginia Hall, para poner en valor el ejemplar trabajo de treinta y nueve espías que volaron hasta Francia para transmitir todo tipo de información a pie de calle a los servicios de inteligencia británicos. Aunque, por supuesto, ya no se hacen películas de espías sin las consabidas escenas de tortura, la dirección de Lydia Dean Ilcher apuesta por potenciar algunas secuencias de tensión muy bien conseguida sin llegar, en ningún momento, a tocar la excelencia. Es una película que se deja ver, que te descubre un trabajo sordo y valeroso y que acaba por convencerte de que, en una guerra, todos, absolutamente todos, pierden.

martes, 18 de noviembre de 2025

THE LAST STOP IN YUMA COUNTY (2023), de Francis Gallupi

 

No tienes demasiada suerte. Después de unos cuantos días en medio de la nada intentando vender unos cuchillos de tercera, te quedas sin gasolina y, cuando paras en una estación de servicio, te dicen que no hay, que hay que esperar al camión cisterna que está de camino. Si quieres, puedes tomarte algo en la cafetería. Es uno de esos sitios en los que parece que el olvido es el aire. Entras. La camarera es especialmente atractiva sin ser explosiva. Simpatizáis. Le cuentas. Te cuenta. E, incluso, en un momento de extremada gentileza, accede a que intentes venderle unos cuchillos. Parece mentira que en mitad del polvo del desierto, aparezca más gente. También tienen que esperar. La gasolinera más próxima está a ciento cincuenta kilómetros y no hay muchas más opciones. Dos tipos entran. No parecen lo mejor. Se ha atracado un banco esta mañana y son ellos. El coche coincide con la descripción que han dado por radio. También un matrimonio de la tercera edad. El ayudante del sheriff. Un indio que parece bastante duro. Todos rehenes. Los tipos esperan a alguien con el depósito lleno. En aquella cafetería de quinta categoría en un lugar en el que parece que Dios no olvidó nada, se desatará lo peor.

Son seres infelices. Tanto como tú. Sólo tienen tiempo. Es lo único que sobra en ese rincón desolado. La camarera, obviamente, no es feliz con su marido que, por aquellas casualidades de la vida, es el sheriff de las cercanías. De repente, parece que tienes suerte. Es sólo alargar la mano e irte. Así de fácil. Por una vez, la vida esboza una sonrisa que puedes aprovechar. Maldito desierto. Maldita ninguna parte.

Esta película es una demostración de cómo se puede contar una historia sin contar apenas con presupuesto y trabajando con cariño un guion que se basa, prácticamente, en la psicología de los personajes. La tensión va creciendo en una cafetería que, es bastante probable, no sea negocio para nadie, salvo para la muerte. La cafetera está a punto de desbordarse con el líquido hirviente y poco a poco va subiendo su nivel. Todo parece encajar de una forma casi divina y, a la vez, es susceptible de desencajarse al mínimo descuido. La primera incursión en el largometraje de Francis Gallupi como director es interesante, pequeña, violenta y, por una vez, alejada de los absurdos diálogos al estilo de Quentin Tarantino o Guy Ritchie. Los personajes son los protagonistas y, como protagonistas, los actores no son demasiado conocidos aunque sí que los tenemos vistos aquí y allá. El resultado es absorbente, apasionante e irremediablemente presa del destino. Ese mismo del que parece que se apartan todos esos personajes cuando deciden poner algo de gasolina en una estación de servicio medio abandonada.

Tengan mucho cuidado. Una carretera, aunque no lo parezca, puede ser el lugar más desolado de la creación. Nadie conoce a nadie y, de alguna manera misteriosa, todo el mundo quiere ayudar. Desconfíen. En medio de los polvorientos caminos que conducen a ninguna parte, nadie podrá escuchar sus gritos de socorro.

viernes, 14 de noviembre de 2025

CROMWELL (1970), de Ken Hughes

 

Las carcajadas resuenan en la casa de Oliver Cromwell. ¿Él, rey? Es para reírse a gusto. ¿Él, precisamente? ¿El hombre que hizo posible que Inglaterra decapitase a Carlos I porque quería que el poder del pueblo residiera en el Parlamento y no en la Corona? Vamos, señores. Él no es más que un individuo, algo botarate, que ha liderado una rebelión para echar del trono al Estuardo, abolir la monarquía y devolver el poder a quien lo merece. La clase gobernante es estúpida y el propio Oliver Cromwell reniega la posibilidad de pertenecer a ella. Y ahora vienen a pedirle que acepte la corona. La dinastía Cromwell. Es para echarse a reír y a llorar al mismo tiempo.

Y es que Oliver Cromwell fue culpable de muchas cosas malas. Instigó la manifiesta hostilidad británica hacia Irlanda y quiso que la religión anglicana fuera la dominante en el estado, aún a costa de sacrificar a cuantos católicos le salieron al paso. Despreciaba a los corruptos políticos de la época y, por supuesto, no entendía que el rey fuera un felón, mentiroso y traidor, capaz de aceptar con amabilidad un pliego con las condiciones para su rendición aún conservando la corona y, al mismo tiempo, negándose a leerlas. Ah, los ingleses para la traición son verdaderos maestros. Su cinismo isleño no deja de ser sorprendentemente magistral. El pueblo siempre ocupa el último lugar en las preferencias de los hombres que tienen que regir los destinos de la nación. Aún así, Cromwell intenta que se regenere la vida política…aunque eso cueste la cabeza del rey Carlos I. Sí, el país más monárquico del mundo, decapitó a su propio rey.

El director Ken Hughes levantó este proyecto sólo con la condición de que un irlandés encarnase a Oliver Cromwell. El elegido fue Richard Harris que, después de estudiar con mucho detenimiento al personaje, reconoció que un actor no siempre tiene que estar de acuerdo con los personajes que interpreta y que, aún así, Cromwell guardaba ciertas virtudes que admiraba como su tesón, su admirable vocación de servir al pueblo, su terco empeño por recortar poder a la monarquía y otorgárselo al destinatario de todas las decisiones. En la piel del rey, un siempre comedido Alec Guinness que, en ningún momento, altera su gesto, propio de la estirpe que se cree por encima de los demás, y que no deja de exhalar una melodiosa voz en cualquier situación, incluso en ese juicio ante un tribunal que la realeza no reconoce. Por detrás, un buen puñado de secundarios británicos de probada eficacia como Robert Morley, Nigel Stock, Frank Finlay, Patrick Wymark, Timothy Dalton, Charles Gray o la exquisita dicción de Dorothy Tuttin en el papel de la reina consorte. El resultado es una película que hace gala de una maravillosa ostentación, parcialmente rodada en España, que, no obstante, no acaba de funcionar del todo en algunos pasajes. Quizá el error radica en la dirección, con vocación de académica, de Ken Hughes y podría haber resultado una película mucho más monumental, más incisiva y más fuerte en manos de, por ejemplo, David Lean o William Wyler.

Es lo que tiene el poder, que no siempre se retrata toda su extensión con todas sus consecuencias. Los puritanos lo tuvieron durante algunos años en el único período republicano de la Historia de Inglaterra. Se pacificó el país. Se procedió a la restauración monárquica. Y, tal vez, no todo mereció la pena.

jueves, 13 de noviembre de 2025

REVERSIÓN (2025), de Jacob Santana

 

Es muy posible que la mente sea el órgano del cuerpo que más se protege a sí mismo. En muchas ocasiones, es capaz de borrar recuerdos que hacen que seamos incapaces de enfrentarnos con las cosas que hemos hecho o que hemos pensado. Así, pues, quizá sea la mayor oponente de la conciencia. Ella acusa y la mente amnistía. Puede que a alguien le interese reconstruir el recuerdo porque necesita encontrar culpables de algo que fue inexplicable y, también, monstruoso. Para ello, nada mejor que volver al momento en el que, de algún modo, fuimos felices, visitar los lugares que hagan que ese recuerdo se reavive y encararse con una explicación que, demasiado a menudo, tampoco es suficiente.

Más que nada porque, la mayoría de las veces, no queremos admitir que un monstruo habita en nuestro interior. Alguna vez, buscando una salida a un problema terrible, se han tomado decisiones que coquetean peligrosamente con lo absurdo y con el horror. Demasiado para una mente que, en el fondo, siempre es débil y que tiene muy pocas armas para luchar con lo sobrevenido. También en algún lugar de nuestro interior habita la bondad y, entonces, se entable una lucha que puede oscilar entre la vida y la muerte.

Por otro lado, se podría llegar a pensar, en ese navegar por el olvido, que la vida no es más que un estado de hipnosis y que la verdadera existencia sólo se manifiesta después de la muerte. Puede que todo sea un sueño que, en muchas ocasiones, se torna pesadilla. De ahí el olvido, de ahí el intrínseco deseo de la nada, de ahí la ansiedad que hace que perdamos en un santiamén muchos años, muchos deseos, muchas fantasías, muchos anhelos. Todo eso también es demasiado para la mente, siempre cobarde, siempre deseando esconderse tras los estados de ánimo para poder sobrevivir. ¿Sobrevivir para qué? Para que la vida de los que nos rodean sea algo más soportable y merezca la pena.

Hay que reconocer que, por esta vez, un actor limitado como Jaime Lorente acaba por resultar convincente en la piel de ese joven carcomido por la ansiedad que empieza a descubrir cosas que descuadran su aparente comodidad. Por otro lado, el director Jacob Santana articula una película que resulta brillante y absorbente en su primera mitad y que flojea peligrosamente en la segunda. El motivo final de toda la conspiración resulta algo débil, pudiendo haber resultado mucho más atractivo el del maltrato físico y moral. No siempre el dinero debe ser la más socorrida de las razones. Además de eso, pensando con un poco de frialdad, hay ligeros vacíos del entramado que hacen que un guion que, como punto de partida, resulta irremediablemente atractivo, se vaya deshilachando por los bordes, como los recuerdos que se quieren borrar porque son tan terribles que ninguna mente podría hacerles frente. En todo caso, el intento es honesto, tiene momentos realmente a tener en cuenta, e hipnóticamente interesantes.

No es fácil desbrozar los entresijos de una mente para describir lo bajo a lo que se puede llegar con tal de que el destino no consuma sus designios. La mente es capaz de traicionar cualquier realidad y hacer que desaparezca con tal de que la siguiente respiración no sea dolorosa, de que el próximo recuerdo tape con sus paladas de sensaciones la tumba en la que se ha introducido nuestra moral y nuestra coherencia. Deberían de darnos un libro de instrucciones avisándonos del posible fallo de esa maldita traidora que no nos dejará ver la verdad si no es por el camino más doloroso posible. Las cicatrices, por ello, serán más profundas y quizá una última mentira lave parcialmente el terrible hecho que nuestro cerebro se ha esforzado en olvidar. Por encima de nuestra condición humana. Por debajo de nuestro instinto depredador que está presto a salir a la menor oportunidad en la que la vida nos coloca en un dilema de difícil resolución. Por eso, esta película no es mala, sin llegar a ser notable. Es un aviso que nos coloca en el origen del pensamiento y nos dice, bien a las claras, que no apaguemos esa zona de la mente en donde se almacenan los recuerdos…porque nosotros no somos más que nuestros recuerdos.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

EL MILAGRO DE MORGAN CREEK (1944), de Preston Sturges

 

Llamarse Trudy es toda una responsabilidad, pero cuando el apellido en Kockenlocker ya se te viene el mundo encima. Eso es lo que siente la buena de Trudy cuando ve a los jóvenes de su pueblo, Morgan Creek, marcharse al frente. ¡Qué menos que darles una despedida memorable para que tengan todas las ganas del mundo de regresar! Es lo mínimo. Sí, todo el mundo sale, les vitorea, viva, viva y luego regresan a sus casas, pero Trudy es diferente, ella quiere ir a las fiestas de despedida, a pesar de que su padre, el jefe de policía de la ciudad, está absolutamente en contra de esas muestras de afecto. Todo va perfecto. Incluso Trudy tiene un noviete que también está deseando alistarse aunque su salud no es que sea la mejor de las trincheras. El caso, y aquí viene lo bueno, es que al día siguiente de una fiesta memorable, Trudy no recuerda nada de la noche anterior porque se pegó un buen coscorrón, pero resulta que se ha casado con uno de los reclutas, aunque no sabe ni su nombre, ni quién es y, esa misma tarde de amnesia y desorientación, resulta que se entera que está preñada. Horror.

¿A quién acude Trudy? Pues a su hermana, que parece que tiene la cabeza sobre los hombros y se piensa las cosas dos veces. ¿Qué le aconseja? Coger al noviete y liarle. Él será el marido y el padre. Las dos cosas al mismo tiempo. Sin embargo, cuando el muchacho se entera de los planes de las dos hermanas, él pergeña su propio plan. El lío está montado en Morgan Creek, señores. Eso sí, para no adelantarles nada después de tan prometedor planteamiento, puedo decirles que lo que va a encontrar Trudy es mucho amor, mucha comprensión y enredos a mansalva.

El director Preston Sturges realizó una de sus mejores comedias. Él mismo la bautizó como “la reina de las comedias locas” y a fe que es así. El ritmo es trepidante, los equívocos se suceden, las situaciones estrambóticas parecen cosa de la cotidianeidad corriente en ese villorrio de Morgan Creek. Lastimosamente, esta película hoy es pasto del olvido por la sencilla razón de que Sturges no consiguió que ninguna estrella protagonizara su extraordinario guión. Puso a Betty Hutton en la cabecera de reparto para encarnar a la alocada Trudy. Y ella es la más conocida de todos. Eddie Bracken es el noviete, Diana Lynn es la hermana y el habitual secundario de todas las comedias de Preston Sturges, el inefable William Demarest es el padre de las chicas que vela por la consabida moralidad del lugar. El resultado es desternillante, muy bueno, con un sentido de la comedia que pocas veces se ha podido ver en el cine, con Preston Sturges sacando el máximo de esa cantidad de actores de segunda que tiene a su disposición y que consiguen dar lo mejor de sí mismos. Si quieren salir a la calle con la sonrisa en los labios, no lo duden, su elección es pegarse un viaje hasta Morgan Creek y ver lo que allí ocurre. Las carcajadas se van a oír en el frente europeo y los soldados allí destinados querrán volver volando.

martes, 11 de noviembre de 2025

LA ORGANIZACIÓN CRIMINAL (1973), de John Flynn

 

Todo en orden. Se ha entrado a cometer a un atraco a un banco y han pillado al fulano. Al trullo y siguiente. El tipo es muy inteligente y cumple condena sin ningún problema. Quizá las cosas no estuviesen suficientemente planeadas o entró en juego el factor suerte, que también cuenta cuando se intenta algo así. Sin embargo, una vez pagada la deuda, el individuo en cuestión tiene otro problema. El banco que se atrevió a asaltar era de la Mafia. Y van a ir a por él. Así que es la deuda multiplicada por dos. Aquí se lía todo. Es de esperar, teniendo en cuenta que el cerebro de todo es el mismo tipo que se cargó a los más altos cargos de esa misma organización no mucho tiempo atrás.

Esta última referencia va dirigida a todos aquellos que disfrutaron con A quemarropa, de John Boorman, protagonizada por Lee Marvin. En esta ocasión, el personaje central es el mismo y se supone que esta película es una continuación de aquella, basada también en otra novela del gran Donald Westlake. Sólo que en lugar de Walker como nombre, esta vez se llama Macklin y, en vez de los rasgos de Lee Marvin, nos encontramos con las expresiones precisas y muy matizadas de Robert Duvall. Y el asunto funciona. Como si fuera un mecanismo de relojería estamos ante otra de esas olvidadas películas que es realmente buena, con un reparto excepcional, que completan nombres de probada solvencia como Karen Black, Robert Ryan, Richard Jaeckel y Joanna Cassidy y la obligada visita al cine negro más clásico con la inolvidable Jane Greer de Retorno al pasado, la pérfida Marie Windsor de Atraco perfecto, o el omnipresente Elisha Cook Jr. que paseó su cara de psicópata por esta última también o El halcón maltés, o El sueño eterno. El resultado es una magnífica historia que da continuidad a ese personaje que vive siempre en el filo y que trata de huir por todos los medios de esa maldición que es ser perseguido por la organización criminal que, dio la casualidad, que era la propietaria de un banco. Todo es una cuestión de dinero.

“Es lo primero que aprendes en la vida. Es muy peligroso hacerse con los enemigos equivocados”. Macklin lo sabe y, a pesar de su aplomo y de su experiencia, trata de deshacerse por todos los medios de su vida anterior. No quiere volver a ser un criminal de medio pelo que tiene que rebañar todas las vasijas para conseguir lo que considera suyo. Ya perdió a su mujer. Ahora también tendrá que perder a su hermano mientras él está entre rejas. Estos criminales van a por todas y no se van a parar en contemplaciones. No sólo quieren su dinero, sino que también quieren impartir una lección para que no haya otros individuos que piensen lo mismo que Macklin, o Walker, o Parker. La voz se correrá y ya no habrá más temerarios que entren y salgan con un botín tan cuantioso. Si les pillas, mala suerte. Habrá que esperar un par de años para que pasen por la justicia de los malos, pero acabarán pasando por ella. Y Macklin es un viejo enemigo de viejas cuentas. El duelo es por todo lo alto.

viernes, 7 de noviembre de 2025

EL PRADO (1990), de Jim Sheridan

 

Esta no es la historia sobre un campo en medio de Irlanda que sale a subasta y que un americano quiere convertir en un próspero negocio. Es la historia del orgullo que le queda a un hombre a través de ese prado que salvó de la hambruna a su familia y que quiere legar a su hijo. Tal vez porque no tiene nada más, o puede que sea por esa estúpida cabezonería irlandesa que impide que los cambios se produzcan con naturalidad. No quiere dinero, no quiere compensaciones, sólo quiere su prado. Más allá de cualquier otra consideración terrenal, ese campo perteneció a los McCabe durante generaciones y no va a venir ningún americano a convertirlo en su precioso comercio de vistas privilegiadas mientras mira con arrogancia las pintorescas costumbres locales.

Bull McCabe, el viejo tozudo, tampoco es que saboree demasiada felicidad en su existencia. Apenas se habla con su mujer. Es verdad que el dolor les visitó cuando uno de sus hijos falleció por causas no demasiado claras y eso enfrió cualquier posibilidad de acercamiento entre los dos. Es difícil superar eso. Y más aún si se pretende arrebatar a McCabe ese campo que es el total de la herencia que quiere dejar a su otro hijo, una especie de botarate que disfruta con las brumas crueles que gasta a la viuda que es la aparcera del campo y que no comparte con su padre su pasión por la tierra, ni por las costumbres o tradiciones. Él sólo quiere el dinero para salir de allí y buscarse una buena botella con la que pasar sus tardes interminables en Cork, o en Galway, o en cualquier ciudad en la que merezca la pena emborracharse.

A pesar de eso, Bull hará que su hijo luche por la tierra. La tierra se quedará, pero las razones que impulsaban a Bull se evaporarán como las gotas de rocío bajo el sol de la mañana de la húmeda Irlanda. Bull McCabe sabrá que nada merecía la pena, conocerá el precio de la soledad y ya sólo le quedará esperar a que un rayo le parta en cualquier explanada verde de su amada tierra. La tierra. Las personas. Aceite. Agua.

Richard Harris estuvo extraordinario en el papel de Bull McCabe, marcando en cada una de sus arrugas la experiencia de una vida tan dura como su cabeza. El viento parece que habla a través de su barba, sus miradas son siempre más elocuentes que cualquier frase del diálogo. El director Jim Sheridan, irlandés de nacimiento, es una elección más que adecuada para llevar adelante esta película. Detrás de Harris, un reparto de solidez contrastada con nombres como Sean Bean, Brenda Friker, Tom Berenger y un fantástico John Hurt, poseedor de todos los secretos de los habitantes del pequeño pueblo cercano al prado del título. Resulta muy curioso comprobar cómo, con apenas un mimbre de historia, centrada en algo prácticamente anecdótico, se convierte en una trama que acaba por ser vibrante, llena de energía, que huye premeditadamente de la trampa de la melancolía para ser un tratado sobre la ira y la terquedad. Al final, es verdad, queda un regusto a corto, a que no se ha llegado a llenar la apetencia por una buena historia, pero se ha visto a un monstruo en escena y eso es algo que nunca se debería perder.

jueves, 6 de noviembre de 2025

LOS TIGRES (2025), de Alberto Rodríguez

 

Dentro del agua, en el fondo del mar, las cosas se deforman hasta límites grotescos. Cualquier objeto gigantesco parece aún más grande cuando estás a su lado. Los peces se asemejan a habitantes observadores de una realidad velada que se enturbia a cada metro de profundidad. El sol ya no llega con sus brazos de luz y sólo la intuición o la experiencia parecen los compañeros ideales de una búsqueda, de una reparación, de un rescate o de cualquier otra misión. El agua, en contra de lo que se cree, no es un amigo. Es un medio hostil que extiende sus sutiles trampas en el inmenso tapete líquido de la incertidumbre.

Es posible que alguien que ya ha tenido demasiadas inmersiones, que ha probado el sabor de la sal en todas las latitudes, que ha sufrido síndromes de descompresión, tenga que emboscarse en esa agua que le ha servido como medio de vida para ofrecer una salida a su atascada existencia. Las cosas no han salido como él esperaba y sólo tiene una hermana, una posibilidad y una jubilación tan cercana como el casco de un buque que necesita una revisión completa. Él sabe moverse en las profundidades. Fuera del agua, no sabe. De algún modo, tiene una mentalidad más propia de un pez que de un hombre. A su lado, una hermana que pone el cerebro, la calma, la inteligencia, la precisión, no sólo acuática, sino también verbal. Ambos son seres perdidos en ese desierto de agua que sólo trata de ahogar a todo el que tienta, una y otra vez, a la suerte.

Hay que reconocer que una película sobre un par de submarinistas que se mueven entre la aventura y el drama es una originalidad nunca vista en el cine español. Alberto Rodríguez y Rafael Cobos siguen tocando todos los palos para demostrar que, en su imaginación, caben grupos de policía, espías, cárceles modelo y la presión insoportable a doscientos metros. Y el resultado es bueno, en parte, porque tiene a dos intérpretes de categoría superior, como Antonio de la Torre y Bárbara Lennie. El primero, ofrece esos ojos que esconden todos los trazos propios de la experiencia, con sus heridas, con sus sueños rotos, con sus momentos de gloria efímera y sus inmersiones de sustento. La segunda, una vez más, nos regala una de las miradas más inteligentes de todo nuestro cine, con una serenidad que va más allá de su belleza llena de clase y seguridad. El resto, es el silencio de las burbujas, la angustia de la claustrofobia marítima, la agonía de desear que las cosas salgan bien para que el final feliz consista, simplemente, en que los protagonistas sigan con su vida. Puede que, por el camino, exista alguna huella difusa o algo increíble en determinado lance, pero eso no empaña la certeza de que se ha visto una película diferente, entretenida, apasionante a ratos y muy entrecortada en sus respiraciones.

Así que cuidado con las búsquedas a profundidad superior. Puede que sea el primer paso hacia el triunfo o, por el contrario, se conviertan en el prólogo del fracaso más desolador. En una tierra sin piedad, el agua se transforma en un infierno del que es muy difícil salir. Se dejan compañeros, se obtiene el presentimiento de que el cuerpo está diciendo basta, se emboquilla el oxígeno necesario para creer que otra realidad es posible y todo ello, no siempre termina bien. El mar lo sabe y es el que mejor sabe esperar. Aquel que lo visita a menudo suele ser una víctima propiciatoria para dejarse engullir por un estado de somnolencia que abraza y consume, que tira y aguarda. Mientras tanto, lo único que hay que hacer es hallar la mejor manera de caminar hacia la orilla y empezar a vivir en tierra firme. Algo que tampoco es fácil, pero que, de alguna manera, permite dormir tranquilo cuando los huesos y los músculos claman por un descanso que el agua no otorga. Y es el momento en el que la respiración fluye con calma y el corazón y los pulmones se sosiegan en la dulce retaguardia de la vida.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

EL REPARTO (1968), de Gordon Flemyng

 

El trabajo es fácil. Pan comido. Se entra en el Coliseo de Los Ángeles en pleno partido de fútbol y se roba el taquillaje. Entrar y salir. Ya está. Cuatro hombres, los movimientos cronometrados al milímetro. Cada uno sabe lo que tiene que hacer. Si se hace rápido, la policía no sabrá ni por dónde empezar. McClain sabe mucho sobre el asunto. Luego, más tarde, se decide que el botín lo guarde la novia de McClain. Hay que dejar pasar unos días hasta que las sirenas se callen y haya un poco más de tranquilidad. Sin embargo, ocurre lo inesperado. La novia de McClain es asesinada. El dinero se volatiliza. Y, claro, todo el resto de la banda piensa lo más lógico y es que McClain tiene el dinero, pero no lo tiene. Así que tenemos a un ladrón que tiene que investigar qué ha pasado con el asesinato de su novia para demostrar a sus colegas de golpe que él no se ha llevado la pasta. En el fondo, McClain es como un quarterback de fútbol americano. Tiene que retroceder, elegir el pase, cantar la jugada y efectuar el lanzamiento. Y eso sí que no es nada fácil.

Al fondo, un poco escorado, hay un policía algo molesto que trata de esclarecer el robo. El problema está en que parece que calla algo más de lo que cuenta y McClain, perro viejo de viejas estratagemas, comienza a sospechar que el asunto sale de su más estricta competencia. Ahora no sólo va a tener que ser el quarterback sino que también va a apostarse en la banda y decidir los cambios.

Estupenda y desconocida película con un reparto realmente extraordinario que incluye nombres como Jim Brown, Ernest Borgnine, Dihann Carroll, Julie Harris, Gene Hackman, Jack Klugman, Warren Oates, James Whitmore y Donald Sutherland. Ahí es nada. Todos ellos intérpretes de solidez para participar en el reparto de esos billetes que queman y matan. Por si fueran poco todos los nombres anteriores, en el guión y en el material de partida figura el nombre de Donald Westlake, reputadísimo autor de novela negra que aquí da una vuelta de tuerca más al género de atraco. Sí, es cierto, quizá la película se resiente un poco de la mediocre dirección de Gordon Flemyng, un realizador integrado en el blaxploitation de la época, sobre todo en lo que concierne a los flashbacks que restan tensión a una obra que podría haber sido una estupenda historia de atracos y posterioridades.

Así que mucho cuidado. No se relajen. Un golpe puede salir a la perfección, con todos sus detalles planeados hasta la exasperación y aún así no haber acabado cuando se llega con las bolsas llenas, la risotada a punto y las armas sin tocar. Cuanta más gente participa, más riesgo de filtraciones. Todos querrán una parte del pastel siempre y cuando no hayan planeado quedarse con toda la tarta. Y asegúrense que el cabecilla no sea demasiado listo. Les puede complicar la vida a conciencia. Y más aún si hay un policía listo tratando de llenarse los bolsillos de papel con ceros y la placa de honores. Cuidado con el reparto.

martes, 4 de noviembre de 2025

VERANO DEL 42 (1971), de Robert Mulligan

 

Es curioso comprobar cómo el tiempo cambia nuestras actitudes. Cuando eres apenas un adolescente y te enamoras de alguien, recuerdas que estás pendiente de cada uno de los movimientos de la persona amada. Y te fijas en cómo cae su pelo, como se buscan complicidades, cómo ella movía las manos aunque lo que buscase no era a ti, cómo cambiaba la mirada buscando otro sitio en donde apoyarse. También recuerdas, y a veces no lo recuerdas, cómo eras capaz de sentirte amigo de tus amigos, esa sensación de ser alguien importante en la vida de otra docena más de seres con los que has coincidido en el tiempo y en el espacio. Aquellas confidencias, aquellos secretos a media voz, aquella traición, aquella pelea en la que casi llegas a las manos. Sin embargo, hay cosas que, más allá del recuerdo, las tienes atesoradas en algún lugar de tu memoria sensitiva. Sabes que te sentías inferior, que no eras capaz de rellenar el hueco del ausente porque no tenías recursos, por muy bien que te sintieras. Podías acudir al siempre socorrido humor, podías desear con todas tus fuerzas probar el que sentías que era el amor de tu vida, aunque sólo fuera la tontería del verano, podías cerrar los ojos y dejar volar tu imaginación creyendo que aquello con lo que fantaseabas podía ser verdad. Y no, nunca lo era. En esta ocasión, en este verano del 42, sí se hizo realidad algo que se imaginó y las cosas ya no fueron nunca más las mismas.

A esas edades, en las que no eres niño, pero tampoco eres hombre, parece que todo es irritantemente etéreo y, al mismo tiempo, es abrumadoramente real. Puede que las olas del mar sean un acompañamiento perfecto y que, en un momento dado, sólo en un momento, des con la tecla adecuada, esa que hace entornar los ojos a esa chica, mucho mayor que tú, que se ve seducida por culpa de la impertinente soledad, de la desesperante espera, de la inocencia que ella también quiere volver a probar. Sí, ella es ese deseo desbocado que, por un instante, se convierte en realidad. Y, cuando pasa, se aprovecha, se vive, pero no se guarda, pasa demasiado rápido, apenas un segundo en la eternidad, apenas una sensación del repertorio por mucho que luego sea un recuerdo que no quieres borrar y que, tal vez, nadie podrá saber nunca.

Robert Mulligan, como siempre en su trayectoria, vuelve al mundo de la ingenuidad infantil para desarrollar una historia de amor en la isla de Nantucket, mitad fantasía, mitad realidad. El resultado es una película que, hoy en día, es muy difícil que se llegue a pasar por ninguna cadena porque, en realidad, se pone en juego la seducción de un menor por parte de una mujer…por mucho que el menor también quiera seducir. Aún así, la película está recubierta de una pátina nostálgica, como si fuera un recuerdo mal contado, como si fuera esa sensación que pasa fugaz y que, por un maldito instante, te hizo el chico más afortunado de la Tierra. Eso no pasa siempre. Eso no pasa nunca.