El tiempo pasa y es
posible que no haya muchas más oportunidades para poder formar un hogar. Ann lo
sabe y es consciente de que no se ha hecho atractiva para los hombres. Todavía
hay algún socio de su padre que sueña con una alianza industrial a la vez que
consigue algo de compañía, pero ella prefiere la soltería a un matrimonio
porque sí. Y aparece Alan. Parece perfecto. Es rico. Es próspero. Tiene
atractivo. Parece encantador. Una cosa lleva a la otra y el altar espera. Sí,
Alan puede ser una bonita solución para un problema que parecía imposible. Sin
embargo, las cosas no parecen estar en su sitio. Alan viene de combatir en la
guerra. Y algo marcha mal en su interior. Parece que le acosan
pensamientos tenebrosos que ensombrecen
su mirada y manchan su actitud. Esto es nuevo para Ann. Y más aún cuando
empieza a indagar y se da cuenta de que la empresa que Alan dirige no la ha
conseguido con métodos demasiado éticos. De repente, su marido se ha vuelto un
extraño. Queda ya lejos ese hombre de encantadora mirada que la encandilaba con
apenas un gesto. Su personalidad es oscura, con demasiados dobleces, con
rincones muy secretos en los que es muy difícil penetrar. Todo se complica con
un tercer personaje. El hermano de Alan. Aparece y, a pesar de su aspecto duro
e imponente, es extremadamente sensible. Todas las corrientes ocultas de las
personalidades de los tres protagonistas salen a la superficie y ya no es fácil
distinguir lo que es auténtico de lo que no lo es. ¿Dónde está el amor que la
iba a salvar de la empedernida y odiosa soltería? ¿Dónde se hallan los hombres
de verdad que maduran, trabajan por sus mujeres, crean hogares, asumen
responsabilidades y las afrentan sin dar un paso atrás? ¿Dónde?
Resulta curiosa esta película del director Vincente Minnelli, en la que pone a prueba sus habilidades dramáticas en un vehículo que se creía al servicio de Katharine Hepburn en su papel de Anne y, con muy buen criterio, gira hacia la neurótica personalidad de Robert Taylor como Alan. El hermano, interpretado por Robert Mitchum, puede hacer pensar que, en realidad, tendrían que haberse intercambiado los papeles, pero no. Aquí, Mitchum ofrece el retrato de un hombre sensible, herido, que tiene que arreglar todo lo que ha dejado atrás por culpa de la guerra y se encuentra con su hermano, cegado por la ambición y por un matrimonio sorpresivo con una solterona del medio Oeste que no pega ni con cola de avión en los ambientes de alta sociedad en los que se mueve la familia empresarial. Todo ello, a pesar de no ser una de las películas más conocidas de Minnelli o de Hepburn, da como resultado una tensa trama de psicopatías no resueltas, de miradas aviesas en busca del escape para tantos nervios acumulados, de cine psicológico con sentido que recuerda lejanamente a Luz que agoniza, de George Cukor, pero que actualiza con sentido la historia y ofrece algo diferente. Es lo que pasa cuando las corrientes ocultas emergen con fuerza en vidas aparentemente anodinas. Nunca sabes lo que puede ocurrir.
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