Los secretos para una
niña no suelen tener mucho misterio. Ella misma es también un enigma a
descubrir. Por aquellas cosas que pasan, ella tiene que vivir una temporada en
casa de sus abuelos y eso es en la costa norte de Irlanda, muy cerca de la isla
de las Focas. Allí, donde la realidad y la leyenda se confunden peligrosamente,
no dejan de contarse historias sobre el mar, sobre los secretos que se guardan,
sobre niños que se ahogaron y que se espera que, en cualquier momento, puedan
aparecer de nuevo en esa orilla que llega, da un beso y se va. Las aguas frías
esconden muchos misterios que desean ser desvelados por la inocencia. Las focas
parece que se ríen porque todo les parece un cuento para niños. No han contado
con la perseverancia de una niña que hará todo lo posible por descubrir y, por
tanto, por creer.
El sabor de la sal del
mar casi se palpa en las arenas vírgenes de una isla a la que no se acerca
nadie porque el frío suele ser tan habitual como la espuma de las olas. Ellas
rugen y hablan a cada minuto porque el día y la noche también se confunden con
su reflejo en el agua. Sólo siendo parte del mundo legendario se podrán
desentrañar las leyendas. Todo el mundo sabe que las leyendas son mentira, pero
que siempre nacen con un núcleo sincero, con la verdad introducida y luego
agrandada, falseada, destacando hazañas, actitudes nobles, lágrimas de
sentimiento incomparable. Olas, olas de creencia y de mentira, olas de magnitud
rasa para convertir el ánimo en un creyente más. Ella, la niña, será parte de
todo porque todo quiere ser parte de ella. Eso sólo lo consigue quien tiene un
corazón muy grande.
Hay que reconocer que
John Sayles hizo películas con mucho sentido. No importa que pasara por
problemas de producción a cada minuto, a pesar de que quería mantener todas sus
historias en la marginalidad de la producción independiente, pero, de alguna
manera, llegaba con su punzante cámara más allá de los que muchos cineastas lo
intentan con diez veces más de presupuesto. Aquí nos relata una parte de la
naturaleza salvaje que, en el fondo, acaba por ser más civilizada que el mundo
del que procede la niña protagonista porque quiere contar infancia, quiere
narrar leyenda, quiere golpear con realidad y quiere que salgamos de ver esta
película con cierta sensación de haber asistido a algo que, de forma mágica,
llega hasta lo más profundo de nosotros. Y lo hace con la sabiduría de una
excelente fotografía y contando a sorbos lo que necesitamos saber. Y lo hace
bien.
Viajemos hasta el norte
de Irlanda con esta chica que desea saber todo y quiere encontrar respuestas
donde sólo hay fábula. No nos arrepentiremos. A pesar de ser una película,
pequeña, desconocida y ciertamente olvidada, se cuenta una historia que calará
en lo más hondo de nuestras olas de emoción. Está contada con cariño y así es
como se debe recibir. Más allá de prejuicios sobre películas que no nos atraen
en absoluto, que han pasado desapercibidas o que han caído en el limbo de una
leyenda que merece ser transmitida.
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