martes, 27 de mayo de 2025

EL SECRETO DE LA ISLA DE LAS FOCAS (1994), de John Sayles

 

Los secretos para una niña no suelen tener mucho misterio. Ella misma es también un enigma a descubrir. Por aquellas cosas que pasan, ella tiene que vivir una temporada en casa de sus abuelos y eso es en la costa norte de Irlanda, muy cerca de la isla de las Focas. Allí, donde la realidad y la leyenda se confunden peligrosamente, no dejan de contarse historias sobre el mar, sobre los secretos que se guardan, sobre niños que se ahogaron y que se espera que, en cualquier momento, puedan aparecer de nuevo en esa orilla que llega, da un beso y se va. Las aguas frías esconden muchos misterios que desean ser desvelados por la inocencia. Las focas parece que se ríen porque todo les parece un cuento para niños. No han contado con la perseverancia de una niña que hará todo lo posible por descubrir y, por tanto, por creer.

El sabor de la sal del mar casi se palpa en las arenas vírgenes de una isla a la que no se acerca nadie porque el frío suele ser tan habitual como la espuma de las olas. Ellas rugen y hablan a cada minuto porque el día y la noche también se confunden con su reflejo en el agua. Sólo siendo parte del mundo legendario se podrán desentrañar las leyendas. Todo el mundo sabe que las leyendas son mentira, pero que siempre nacen con un núcleo sincero, con la verdad introducida y luego agrandada, falseada, destacando hazañas, actitudes nobles, lágrimas de sentimiento incomparable. Olas, olas de creencia y de mentira, olas de magnitud rasa para convertir el ánimo en un creyente más. Ella, la niña, será parte de todo porque todo quiere ser parte de ella. Eso sólo lo consigue quien tiene un corazón muy grande.

Hay que reconocer que John Sayles hizo películas con mucho sentido. No importa que pasara por problemas de producción a cada minuto, a pesar de que quería mantener todas sus historias en la marginalidad de la producción independiente, pero, de alguna manera, llegaba con su punzante cámara más allá de los que muchos cineastas lo intentan con diez veces más de presupuesto. Aquí nos relata una parte de la naturaleza salvaje que, en el fondo, acaba por ser más civilizada que el mundo del que procede la niña protagonista porque quiere contar infancia, quiere narrar leyenda, quiere golpear con realidad y quiere que salgamos de ver esta película con cierta sensación de haber asistido a algo que, de forma mágica, llega hasta lo más profundo de nosotros. Y lo hace con la sabiduría de una excelente fotografía y contando a sorbos lo que necesitamos saber. Y lo hace bien.

Viajemos hasta el norte de Irlanda con esta chica que desea saber todo y quiere encontrar respuestas donde sólo hay fábula. No nos arrepentiremos. A pesar de ser una película, pequeña, desconocida y ciertamente olvidada, se cuenta una historia que calará en lo más hondo de nuestras olas de emoción. Está contada con cariño y así es como se debe recibir. Más allá de prejuicios sobre películas que no nos atraen en absoluto, que han pasado desapercibidas o que han caído en el limbo de una leyenda que merece ser transmitida.


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