miércoles, 20 de abril de 2022

MALAS INFLUENCIAS (1990), de Curtis Hanson

No basta pronunciar la palabra “amigo” para que haya una verdadera amistad. Mucho cuidado, porque sociópatas hay en todas partes y, quizá, en un local de copas alguien finge defenderte y lo que hace es invadir tu espacio vital. Y comienza la caída a un pozo sin fondo de dobles sentidos, triples intenciones y cuádruples maldades. Las malas influencias pueden ser decisivas. No sólo en el ámbito privado, sino también en cualquier otro aspecto de la vida. La elegancia y sentirse a gusto no lo es todo. Se trata de no perder la conciencia de que las personas debemos convivir unas con otras de la mejor manera posible. Y el que no lo asimile, tiene un problema.

El amigo tóxico encontrará el mejor lugar en aquel otro que delate sus inseguridades. Se aprovechará de ellas al máximo y tratará de modificar cualquier comportamiento que impida llegar a sus objetivos. En todo ello, puede que haya un implícito deseo de llevar la vida de mal chico deseado por todas las miradas. O, incluso, una cierta atracción por esa tensión soterrada que siempre se intuye y nunca se manifiesta. Las relaciones entre hombres siempre son complicadas y más si se trata de parecer el más conquistador de la fiesta. Nada como ser natural. Eso desarma a cualquiera. Y es el arma más fuerte contra los devoradores de la personalidad. Háganme caso. Hay muchos sueltos.

Curtis Hanson dirigió con soltura esta estupenda película de suspense con dos actores que dan lo mejor de sí mismos como James Spader y Rob Lowe. Quizá, la simple mención de este último sea suficiente como para echar para atrás cualquier intención de verla, pero está realmente bien en la piel de ese sociópata que tarda mucho en descubrir su juego y que se hace irremediablemente atractivo para cualquiera que tenga una personalidad con fisuras. Hay situaciones realmente buenas, en las que las intenciones soterradas guardan una importancia fundamental y en las que también se halla una parte de las sobrevaloradas apariencias que cualquier joven con ínfulas de éxito desea ofrecer. Por supuesto, el crimen hace su aparición y ya es demasiado tarde para todo. Sólo cabe enfrentarse al demonio y esa decisión no es fácil para quien se ha dejado comer el interior.

No basta con abrir los ojos para poner fin a las pesadillas. Tal vez porque, demasiado a menudo, uno se encuentra con la maldad sin motivo, aquella que sólo está porque se disfruta y es muy difícil apartarla de la vista. La ansiedad del hombre moderno es el mejor campo para sembrar dudas y la amistad, aunque a veces se crea lo contrario, es muy inestable porque se fija en aquellos puntos a los que nadie más presta atención. Por supuesto, el sexo ayuda en los momentos más estratégicos. Y la intrínseca condición humana no puede dejar de disfrutar cuando alguien que acaricia el éxito se hunde sin remedio. El cuento moral se dibuja en el fondo de un vaso de algo fuerte. Y las amistades peligrosas están ahí mismo, a la espera, con un codo apoyado en la barra de algún antro acostado en plena noche.

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