jueves, 29 de diciembre de 2022

I WANNA DANCE WITH SOMEBODY (2022), de Kasi Lemmons

 

Con este artículo, quisiera desear a todos una feliz salida y entrada de año y que 2023 sea mucho mejor en todo. No dejéis de ir al cine.

Hay voces que nunca deberían apagarse. Una, por ejemplo, podría ser Frank Sinatra. Otra, Michael Jackson. En esta ocasión se trata de rendir homenaje, porque eso es lo que trata esta película, a Whitney Houston. Es verdad que todos ellos podremos oírlos en la radio o en cualquier otro soporte. Sin embargo, son voces que perviven en nuestros recuerdos, en nuestras nostalgias y son los encargados de subrayar muchos de los momentos más fundamentales de nuestras vidas. Son voces que no dejan de señalarnos que somos personas y que hemos hecho cosas maravillosas y otras que no lo son tanto. Son parte de nosotros mismos.

En el caso de Whitney, recuerdo cómo a algunos les dejaba con la boca abierta con su dominio vocal, al alcance de muy pocos. Ella convertía las canciones en una confesión, en algo irrepetible, en la banda sonora de esos instantes en los que los ojos parecían desvanecerse porque era así como nos gustaría decir a otras personas lo que sentíamos y lo que queríamos. Detrás de ella, hubo una carencia total de autoconfianza porque siempre se sintió exigida, estafada en la vida aunque las partituras no dejaran de atestiguar muchísimos regalos. Su entorno no fue el más adecuado porque, en la terrible vorágine del éxito, su padre quiso aprovecharse, su marido no dejó de demostrar su recalcitrante estupidez, sus asideros se desvanecían y no tardó en llegar el autoengaño, la seguridad de que poseía el control de todo cuando nada estaba en su órbita. Siempre la amaremos. Y siempre la echaremos de menos.

Sin duda, Naomi Ackie se acerca físicamente a la cantante ya que vocalmente es poco menos que imposible y se dejó caer con sólo dos temas mientras que en los demás se conformó con ser doblada. La dirección de Kasi Lemmons tiene momentos de enorme elegancia y otros, aparentemente más sencillos, están resueltos con sorprendente torpeza. El guión no deja de tener sus trampas porque, en toda la trama, se presenta a Whitney como una víctima, como una mujer de cierta debilidad, pero que fue así debido a las circunstancias. Se pasa de puntillas por algunos pasajes espinosos, se obvian otros, como su relación con el actor Robert de Niro (así se salva la inconveniencia de una posible demanda por su parte) y se presenta a la cantante como un juguete zarandeado que, en el fondo, lo que delata es una latente carencia de personalidad. Mención especial merece Stanley Tucci, productor de mirada cansada y de intenciones limpias, honestidad y apoyo en la carrera de ella y trazas de equilibrio en incesante búsqueda de la felicidad. El resto, por supuesto, son pentagramas de disfrute que se vuelve en emoción cuando Lemmons se detiene con tiempo y ganas. Aún así, queda una cierta sensación de que se podría haber extraído más de una historia con tantas aristas y que tanto daño ha hecho al mundo de la música.

Ella quiso bailar con alguien, sentirse acompañada, tener algo más que nada y se hundió en notas negras de irresponsabilidad y huida. Su don fue maltratado igual que un Stradivarius abandonado bajo la lluvia y su paso por el cine fue muy comercial y mediocre, como si no se hubiera podido vender la imagen de una voz con un rostro precioso, que buscaba la felicidad que brindaba con sus inimitables quiebros, que trataba de realizarse renunciando a sus auténticos sueños, que se miraba en espejos deformantes que llegaron a bajar su rango vocal como si quisieran apagar ese maravilloso sonido que salía de su garganta. No cabe duda de que hay voces que nunca deberían apagarse. 

jueves, 22 de diciembre de 2022

EL LEÓN EN INVIERNO (1968), de Anhony Harvey

 

Con este artículo, quiero desear a todos una feliz Navidad. como ya todo el mundo está mirando escaparates, comidas y regalos, el blog permanecerá cerrado hasta el martes 10 de enero, publicándose sólo los artículos relativos a los estrenos que, como siempre, se colgarán los jueves 29 de diciembre y 5 de enero. Mientras tanto, no dejéis de ver cine. Es la vida de repuesto de la que nos habló Garci. Feliz Navidad a todos y un abrazo muy grande a los que se acercan a estas líneas.

Es hora de volver a poner en juego la corona. Más que nada porque ninguno la merece y el problema de la sucesión resulta más grave a cada día que pasa. El Rey Enrique II de Plantagenet no es ningún jovenzuelo aunque aún tiene algunas Navidades para que su juego favorito se desarrolle entre las frías paredes de Chinon. Allí reunirá a sus hijos, Ricardo Corazón de León, Godofredo de Bretaña y Juan Sin Tierra. A cada cual más ambicioso, más retorcido, más preparado para llevar adelante todo tipo de intrigas. Por supuesto, ninguno de ello es un rival de entidad para el Rey Enrique. La única que le puede hacer frente y que es capaz de ganarle es su mujer, la maravillosa y adorada Leonor de Aquitania, presa en la Torre de Londres por orden de su majestad porque ella, además de hermosa, de elegante y de reina, también conspira. Ama y odia a Enrique a partes iguales. Es lógico, están en 1187 y son bárbaros. Pero entre Enrique y Leonor se pone en juego un apasionando entramado de inteligencias, intereses y astucia para dirimir quién es el heredero al trono.

No faltan los invitados de lujo. Allí estarán Alais, la amante del rey, que será manejada como peón de intercambio en los distintos pactos que entren en juego. Y, por supuesto, el monarca del más peligroso enemigo de Inglaterra, el rey Felipe, antiguo compañero de juegos de juventud de Ricardo, el del corazón de león. También tendrán que jugar sus piezas si no quieren quedar atrapados en las intrigas ciertamente retorcidas de Enrique y de Leonor que, con su grandeza, ponen de manifiesto su astuta rifa de la corona. Puede ser uno, puede ser otro, puede ser el de más allá, se puede tener otro hijo con Alais, se puede acudir al chantaje emocional, al real, al noble, al rastrero, al homosexual, al liberal, al dictatorial y, sin duda, al religioso. Y todo en una noche de Navidad tan agradable, rodeados de sus hijos, al calor de la lumbre y de la conspiración repleta de puñales por la espalda.

Peter O´Toole y Katharine Hepburn se elevan con impresionante fuerza en esta película de claro origen teatral en la que siempre existe el mismo ganador del juego porque, al fin y al cabo, mientras la corona pasa de unas manos a otras, se descubren las fortalezas y debilidades de los contendientes.

-. ¿Sabes? Ojalá fuésemos inmortales.

-. Ojalá.

-. ¿Crees que eso podría hacernos cambiar?

Y el barco parte por el río, en un abrazo de entrañables enemigos en los que va incluido el amor como parte muy importante de sus vidas. Ojalá fueran inmortales porque lo que venga, sea lo que sea, seguro que será peor. Y las ambiciones también marcarán el devenir de la Historia, como un elemento vivo más entre la Creación. Mientras tanto, en el pequeño universo de las piedras mudas de palacio, se continuará discutiendo si la corona merece llevarla Ricardo, o Godofredo, o Juan, o dejarla tirada en cualquier sitio para que la usurpe cualquier rey títere aficionado a cortar cabezas y trocear reinos. Ojalá fuésemos inmortales. A pesar de las peleas y de las amarguras, ahí quedan, para siempre, los retazos de un amor que se renueva a través del enfrentamiento.

AVATAR 2: EL SENTIDO DEL AGUA (2022), de James Cameron

Te veo, amigo Cameron. Sí, te veo con nitidez porque vuelves a servirnos una historia de las tuyas. Una de esas con un acabado visual apabullante, casi perfecto, con un argumento más que discutible y, por supuesto, no dando mucha importancia a todo aquello que causaba un cierto impacto en la primera entrega de esta serie de aventuras digitales. Ya no importa tanto el vínculo, fundamental, salvo para un personaje. Puestos a prescindir, dejemos de lado a los actores, que sólo salen ocasionalmente en plan onírico o en uno de los personajes que, casualmente, es uno de los peor trazados. Centras tus esfuerzos en poner en juego una serie de tópicos algo caducos, pero siempre funcionales para que haya algo de premio para el paciente espectador. Y todo, desde luego, se esconde detrás de un puñado de mensajes ecológicos de menos fuerza, contra el racismo y con un compendio de otras historias para que el universo de Pandora sea un poco más invivible.

Así pues, amigo Cameron, tenemos elementos de Abyss, de Titanic, de Liberad a Willy, de Tiburón y de Moby Dick mientras nos vas mostrando de lo que eres capaz con esos seres azulados y ese planeta tan bonito. Te tomas tres horas para hacerlo. Una para el planteamiento, otra para pararlo todo y detenerte con premeditación y alevosía en los usos y costumbres de esa nueva clase de Na´vis que nos presentas y otra más para servir el espectáculo de acción que se espera con sus peleas, sus rehenes, sus seres cetáceos, sus increíbles combates y su apoteosis entre los hierros oxidados. De eso que no falte.

Es evidente que el show es resultón, que visualmente se vuelve a tener una sensación de festín, que el agua es algo que te obsesiona y que, casi, casi, se está volviendo una marca de fábrica. Eso lo puede tapar todo y, estoy seguro, no faltarán espectadores que saquen a la luz sus campanillas mientras, boquiabiertos, se quedan extasiados ante tanta perfección natural. Todo para mostrar que la vida que no existe puede ser tan maravillosa como cualquier otra. Y estás en tu derecho y estoy seguro de que te irá bien. Sin embargo, se nota que algún que otro corte se te ha quedado en la sala de montaje porque no te paras a dar muchas explicaciones sobre determinadas cosas, algunos personajes están dibujados de aquella manera sin resolver, quizá para guardarte algo para esas terceras, cuartas, quintas y sextas partes que has anunciado,  y tampoco te importa mucho que alguno que otro cambie de opinión de buenas a primeras. Al fin y al cabo, el público estará entretenido mirando cómo se queda el agua en la piel cielo de tus criaturas y el que hace la película, sin duda, también hace la trampa.

Amigo Cameron, es difícil hablar de una historia que basa todo en lo visual cuando todo está plagado de tópicos, con comportamientos más que vistos y alguno más que envejecido. Te agradecería que tuvieras la bondad de ser algo más complejo en la próxima entrega. Cuéntame algo. No te repitas. No vuelvas a acudir a ciertos trucos sólo para alargar la película. No me entiendas mal. Yo también he disfrutado. Se pasa realmente bien aunque crea que, en esta ocasión, seas menos eficaz y mucho más espectacular. Sin embargo, esa espectacularidad tiene un problema y es que no es nueva. Para compensar eso, sería conveniente que escribieras un guión mejor trenzado, con más empuje y no tan típico. Al fin y al cabo, no puedes hacer un tebeo porque te veo con una película de dibujos animados de lujo. Eso sí, un padre está para proteger y eso lo cubre todo. Y tú lo haces con tu creación. Una vez más. El resto sólo bajamos la cabeza y creemos que sería muy bonito vivir esa existencia que nos propones, en comunión con la Naturaleza y con los animales, huyendo de los peligros para preservar las hermosuras del mundo. No sólo los Na´vi merecen eso. Te veo, amigo Cameron. Te veo. 

                                                                                                

                               

miércoles, 21 de diciembre de 2022

EL SOPLO AL CORAZÓN (1971), de Louis Malle

Cuando llega la edad en la que existen más preguntas que respuestas y nada parece claro, siempre hay alguien que parece tomarte de la mano y guiarte en medio de las tinieblas. Esas mismas que confunden, desorientan, desmoralizan y agobian. Y, por supuesto, está la llamada del sexo que siempre es un bombardeo hormonal en el que se experimentan cambios físicos y psíquicos cuya peor parte es, quizá, la misma conciencia de que existen. Puede que los hermanos, con su habitual falta de tacto, traten de ayudar de alguna forma. Puede que los amigos, con su habitual lejanía, también intenten algo. Sin embargo, la única persona que, de verdad, puede saber lo que sientes, lo que deseas y, aún mejor, formularlo, es tu madre. ¿Quién mejor para enseñar lo que no sabes? ¿Quién mejor para adiestrarte para el futuro? Sí, es el incesto, pero no hay juicio sobre ello. Sólo una relación tierna, sin obligaciones, esporádica y puramente didáctica. Lo demás, sólo cabe en la misma ética del espectador.

Así es como Louis Malle lo presentaba. Con maestría, con calma, con una total ausencia de sordidez en la exposición, con elegancia, sin mostrar, pero diciéndolo. Sin enseñar, pero sugiriéndolo. Quizá con la sabiduría de esa sensación de que no hay nada como acurrucarse en el pecho de una madre y sentir su olor, su tacto, su vida. Sin más necesidad que la protección. Sin más intención que la naturaleza.

Es el momento de hacer las maletas y pasar unos días en el balneario porque allí, con todas las experiencias que esperan, también se halla el enfrentamiento con la normalidad, el juego del cortejo ingenuo e inocente de un joven con otra chica, la seguridad de que el tiempo que pasa no siempre se pierde entre las rendijas de la espera. Puede que haya tardes de quietud que merezcan la pena pasarse en la habitación, viendo el movimiento del sol mientras las preguntas no dejan de acudir a la mente y se ponen en un papel que, con toda probabilidad, no llegará mucho más allá de la papelera. Allí, en el ambiente sano e impoluto, se puede mejorar de ese soplo al corazón que, sin tener mayor importancia, tanto preocupa a las madres cuando el médico pronuncia el diagnóstico. El sol sonríe cuando la vida comienza a llamar a la puerta como si fuera el servicio de habitaciones y todo parece una tostada con mantequilla y un croissant recién hecho. Es el instante en el que hay que guardar la experiencia conseguida para que, cuando sea menester, se tire de ella para reaccionar con la humanidad necesaria, con el ímpetu justo, con la mirada sabia y serena y con la seguridad de que todo se puede aprender de un modo natural, sin tapujos, pero sin falsedades. Sin forzar nada. Sin hacer nada prohibido por los rincones. Sólo con la tranquilidad de que es algo que no saldrá del polígono del deseo, de las sábanas de telón, del día en que todo ese mundo de secretos ha alzado su velo para mostrarse y para que el joven que un día será hombre vea que no hay nada de especial en todo ello. 

 

martes, 20 de diciembre de 2022

DE LA VIDA DE LAS MARIONETAS (1980), de Ingmar Bergman

 

Apenas se puede mantener la vista ante un crimen horrible. Sin embargo, puede llegar a ser apasionante introducirse en los rincones de la personalidad para averiguar por qué un aparentemente respetable hombre de negocios decide cometer un asesinato. Habrá que unir todas las piezas del rompecabezas compuesto por los sueños del asesino, su situación personal y la investigación policial. Las tres vías para conocer las razones de la barbarie tendrán que confluir en algún momento. Por el camino, diseccionaremos al crimen y al propio asesino. Y habrá que discernir cuándo es antes y cuándo es después. En el fondo, también tendremos que ser marionetas manejadas por un director que quiere que miremos en determinada dirección.

Ingmar Bergman nos coloca en medio de una película que se concentra en el dilema moral y en el permanente juego de lógica e ilógica cuando la sangre se expande. Incómoda, difícil, considerando siempre al espectador inteligente, Bergman nos explica la terrible y densa complejidad psicológica del ser humano el cual, aunque en muchas ocasiones no lo parezca, siempre tiene razones para actuar como lo hace. Lo único que hay que hacer es valorar si esas razones son justas, racionales y verdaderas. Si son o no son disquisiciones de la mente que sólo quiere ver lo que le conviene. El asesinato, la mentira y la locura están continuamente a nuestro alrededor y el director sueco convierte esos elementos en algo abrumadoramente cercano, trampas insalvables y letales para cualquiera que intente mantener la cordura en un mundo frío, cruel, despiadado y subyugador. Ingmar Bergman, una vez más, a través de algo que no se quiere ver, roza lo sublime.

La mezcla de drama, documental, estudio de caracteres, recuerdos y ensoñaciones, lejos de confundir, exige una constante atención paralela al usual control disciplinario de todas las películas del gran director. Puede que haya una mirada fría hacia sus personajes, pero, en esta ocasión, el realismo preside la trama. El corazón se dejó atrás y lo que propone aquí es que las marionetas no tienen voluntad propia y son manejadas por diferentes manos. El engaño, la infidelidad, la homosexualidad, la decepción, Freud, la ausencia de control sobre la existencia de cada uno, la inseguridad, la ruptura. Con una lejana conexión con Secretos de un matrimonio, Bergman va mostrando pequeños bocados de psicología que están extrañamente interconectados siempre bajo la luz de su magistral microscopio y con la fatalidad como final del camino. Quizá esas almas sin Dios que ha manejado durante toda su filmografía encuentren aquí la esencia de su maldita personalidad. La oscuridad se cierne sobre todos ellos y, sencillamente, son incapaces de distinguir la claridad de sus vidas. Como Otelo en plena Venecia, sólo que aquí es Peter en Berlín. La psicopatía va haciéndose sitio y todo razonamiento comienza a ser alarmantemente difuso, impreciso, vago, apenas intuido. La angustia es el móvil. El ser humano se esfuerza por conectar y, algunas veces, no lo consigue. A pesar de moverse en el mismo espacio, en las mismas inquietudes, en las mismas formaciones. Sólo cabe esperar un último acto de rabia descontrolada, de protesta, de vocación hacia la nada.

viernes, 16 de diciembre de 2022

EL MENÚ (2022), de Mark Mylod

 

Un cocinero de élite debe soportar una continua presión por parte de todo aquel que desea inundar de sabor sus papilas gustativas. Es posible que siempre se espere alguna genialidad, alguna innovación que haga que el plato, aunque puede que no sea nada del otro tenedor, parezca un invento sabroso e inigualable. Además, está la despiadada crítica que siempre se inventa nuevos e incomprensibles términos para describir su esmerada cocina, o la exigente y nada confiable opinión de personajillos de moda, o la fingida pose de excelencia de unos cuantos ejecutivos que no saben en qué gastar su dinero. Por supuesto, todo ello aderezado con la presión propia del negocio, sometido a los vaivenes del traicionero mundo de las finanzas.

Por si fuera poco, puede que asome la cabeza el típico estúpido que no deja de proferir gemidos de placer y de alabar sin ambages la labor del chef cuando él no sabe ni juntar un cordero con su salsa. O el bobo con diploma que sigue la corriente de quien se supone que sabe cuando nadie sabe realmente cuánto sabe. Si a eso añadimos la ciega obediencia de unos cuantos ayudantes que son capaces de arrastrarse por los suelos y restregar la lengua por el suelo por el buen nombre del restaurante, no faltará mucho para que el cocinero en cuestión llegue a su punto de ebullición. Y eso se manifiesta en un menú de auténtico lujo en una isla apartada al sur en el que, por una vez, los comensales servirán de plato fuerte con su primero, su segundo, su tercero, su cuarto, su vino y su postre. Al café no llegan.

Todo esto está servido con una sensación casi inaprensible de que algo turbio se mueve por debajo de los fogones tras un menú formidablemente fuera del alcance de los bolsillos de cualquier mortal. La rabia que siente el cocinero va a requerir un servicio de carne bien sangrante. No todo va a ser finura, con los clientes pronunciando palabras como “palatizar”, con una inusual disciplina en el personal que recuerda más a un cuartel militar que a un laboratorio gastronómico. Será cuestión de preparar los estómagos y leer con mucha atención una carta en la que figuran todos y cada uno de los pecados de los que van a tener la fortuna de degustar el menú más revolucionario del chef más prestigioso y excéntrico del mundo. Todo un placer para los sentidos.

Con estos mimbres, El menú pasa por ser una mezcla un tanto delirante entre La isla del Doctor Moreau y Diez negritos con un Ralph Fiennes dirigiendo cada una de las copas que se sirven en pequeños sorbitos para dar buena cuenta de la tontería de un mundo que ya empieza a gustar a muy pocos. La dirección es sobria, aunque cuenta con algunos momentos de violencia arrebatada, con algún que otro error que corta esa atmósfera de tensión que requiere una cena en la que puede pasar cualquier cosa. La noche es larga y Nicholas Hoult tiene tiempo más que suficiente como para resultar convincente como el más necio de todos los comensales y Anya Taylor-Joy alimenta su dramatismo como el único ser humano que realmente está pegado a los problemas de la gente común y que, desde su baja condición, desprecia con razón a todo ese ambiente de nuevos ricos, de viejos ricos con ínfulas, de ricos ambiciosos, de ricos platos y de ricos vinos. El resultado es una película con algunos momentos originales que, puntualmente, llegan a la sorpresa, pero que, en aras de la sinceridad, se olvida tan rápidamente como un plato mediocre que sólo ha servido para llenar el estómago durante el rato que media entre la cena y el desayuno. Nada suculento. Todo adrenalina. 

jueves, 15 de diciembre de 2022

MANTÍCORA (2022), de Carlos Vermut

 

Una mantícora es una criatura de origen mitológico que, por lo general, mantiene una cabeza humana, un cuerpo de felino y una cola de dragón o escorpión, letal con sus presas a las que abate con espinas venenosas que lanza con precisión. Su procedencia persa aumenta el misterio que siempre se ha cernido sobre ella aunque su leyenda fuera heredada por los griegos. Lo cierto es que hay personas, conocidas por todos, que pueden revestir la forma equívoca de vecino o amigo, que también son mantícoras de espíritu y de vocación. Y a menudo, no lo saben ni ellos.

Así que después de esta pomposa introducción, ideal para poner al abajo firmante a caer un burro por obra y gracia de los dioses de la opinión, hay que dejar sentado que uno de los peligros de las películas que pretenden ser trascendentes es que, en realidad, sean un cúmulo de obviedades revestidas con cuerpo de genialidad. Eso destapa un ejercicio de autocomplacencia bastante descarado porque se requiere de una particular forma de pensar que considera que cualquier cosa que se haga va a estar fuera de las fronteras de lo común, cuando, mirando un poco más fijamente, no es así. Y eso es lo que le pasa a la película de Carlos Vermut, brillante en otras ocasiones, enfermizo siempre en su obsesión volcada en su trabajo, pero que, en esta ocasión, sirve un cuento de mito que resulta cargante, irritante y arrogante.

Por su parte, Nacho Sánchez realiza una interpretación comedida dentro de un personaje incómodo, mitad humano, mitad monstruo, con algunas reacciones bastante incomprensibles e, incluso, con un punto alucinado que sienta bien a un carácter que merece mejor dibujo porque casi es más interesante cuando es consciente de su bondad que al caer en la monstruosidad. Es difícil escribir este artículo porque lo más fácil sería describir ese supuesto cúmulo de obviedades que pone en juego Carlos Vermut, pero eso tendría vocación de carnicero de argumentos y hay que respetar el misterio que levanta cualquier título en cartelera. Sólo señalar que hay degeneración, inadaptación, androginia, pedofilia, síndrome de cuidados intensivos, monstruos que luchan por salir y conciencias intranquilas que intentan poner fin a deformaciones morales. El resultado, además de algo plomizo, es ligeramente pedante, pretendida y falsamente turbador y sólo se mueve bien en el resbaladizo terreno de la ambigüedad, que acaba por acentuarse con una puesta en escena seca y sin más melodía que la de los móviles que no dejan de sonar. Eso sí, todo es muy natural, como la vida misma.

El recorrido comienza con una descripción de las virtudes del monstruo porque, en el fondo, todo ser horriblemente deforme tiene algún talento de proporciones impresionantes. Son esas mismas virtudes las que precipitan la aparición de la podredumbre más rechazable que puede albergar el alma humana y el camino para ello suele ser tortuoso. Y casi siempre es traumático. Tal vez porque todo lo importante deja de importar. Tal vez porque todo lo asumible deja de ser posible. Mientras tanto, es mejor soñar con todas aquellas criaturas que anegan nuestra imaginación porque, en el fondo, son depositarios de las frustraciones, de las decepciones, de las derrotas y de los desolados vaivenes de la vida ingrata. Y lo es porque cuando todo parece ir bien, los cimientos se tambalean y alguna criatura de las tinieblas convierte toda la existencia en un error que sólo podrá sanar el silencio y la piedad egoísta.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

LA TIENDA (1993), de Fraser Heston

 

Las cosas no son necesarias hasta que hay algo en el interior de las personas que enciende la propia necesidad. Y esa parece ser la estrategia de venta de ese señor vestido de oscuro que ha abierto una tienda en medio de Castle Rock y en la que parece haber un repertorio inaudito de cosas necesarias. Lo peor de todo es que no lo son hasta que se entra en la tienda. Como parte del precio, el señor pide pequeños actos que, en sí mismos, no significan nada. Sólo bromas, tonterías sin importancia. Sin embargo, pronto la broma sube un escalón, la maldad se va abriendo paso, la violencia suple las carencias, el asesinato, la muerte, el diablo…. Todo eso se va desarrollando delante de un atónito comisario que cree que todo parte de ese pequeño comercio insignificante que un venerable señor de edad avanzada regenta con indudable prosperidad. El policía tendrá que quitar las etiquetas a los productos y darse cuenta de que, tras la fachada del respetable comerciante, se halla un enviado del infierno.

Y es que los favores como medio de pago siempre son sospechosos. Las reglas de la buena vecindad imperan en un pueblo tranquilo y bonito, con todos conociéndose desde hace muchos años y sabiendo que, en caso de apuro, pueden recurrir al otro. No obstante, este oscuro individuo, de nombre Leland Gaunt, se hace pasar por forastero, por alguien que necesita de la integración a través de la venta. Terriblemente raro. Horriblemente influyente. No es normal. Todos consiguen lo que necesitan cuando entran en la tienda. Y se llevan siempre un recado para cumplir. Cada vez más exigente, cada vez más difícil, cada vez más maligno. Tal vez, de esa manera, ya no haya buena vecindad, ni sonrisas cada mañana, ni el deseo de ayudar. Sólo destruir. Sólo avaricia. Sólo el ser humano desnudo. Sin cortesías. Sin educaciones.

No es la más conocida de las adaptaciones sobre una novela de Stephen King, y, aún así, no es nada despreciable. Con un reparto muy competente que incluye a Ed Harris, Bonnie Bedelia, Max von Sydow, Amanda Plummer y J. T. Walsh, el director Fraser Heston, hijo de Charlton, articula una película aceptable, realizada con cierto gusto y con cierta falta de pegada, pero bastante eficaz en algunos tramos, mesurando la tensión creciente en la población que se acerca hasta esa tienda que exhibe algunos productos extraídos con la materia prima del pecado. Quizá Walsh esté más histriónico de lo habitual y Heston combine secuencias de altura con otras resueltas torpemente. Al fondo, la debilidad humana, lo que nos pierde, lo que nos rebaja a la altura de simples animales capaces de eliminar a cualquiera sólo para satisfacer nuestras necesidades más primarias y más prescindibles. Satanás pone en juego su propio efecto dominó para descubrir lo frágiles que somos, lo atractivo de la tentación en nuestra idiosincrasia. Y lo peor de todo es que nosotros, los espectadores, estamos hipnotizados observando hasta dónde puede llegar el alma corrompida. Ya se sabe. El Diablo es un experto en estas cosas y, en esta ocasión, regenta un local pequeño y encantador en pleno centro de Castle Rock. Pásense por allí. Lo mismo necesitan algo.

martes, 13 de diciembre de 2022

BREAKDOWN (1997), de Jonathan Mostow

 

A veces, un nuevo comienzo, sin desearlo, es el principio del fin. Un coche en medio de la inmensidad de una carretera interminable y, de repente, todo se tuerce. Todo resulta ser un puñado de gasolina derramado en la calzada. La mujer desaparece. Y hay que actuar contrarreloj porque el secuestro está basado en un error. Los malditos se han dejado engañar porque el coche es nuevo y es posible que ese matrimonio que cruzaba el desierto en el infinito sendero de asfalto tenga algo de dinero convertible en efectivo en alguna de sus múltiples cuentas. No es así, porque, precisamente, se trata de empezar de nuevo, de un nuevo trabajo, de tratar de construir un futuro que se ha visto levemente truncado. Hay que correr, muchacho. A tu mujer no le queda tiempo y, seguramente, ha tenido que mentir para que la mantengan viva. Y lo increíble de todo es que esos tipos funcionan como una mafia corrupta hasta las cejas que se dedica a extorsionar a matrimonios solitarios que cruzan con buena fe y derrota asegurada por unas vías que conducen directamente hacia el infierno.

Así que va a haber que navegar por un mar de polvo y dudas, porque nadie es capaz de echar una mano a Jeff Taylor. Él pregunta, va de un lado a otro, interpone una denuncia y lo único que obtiene son buenas palabras, apelaciones a la serenidad, aseveraciones rotundas de que se va a hacer todo lo posible o, por el contrario, silencio e indiferencia. Y mientras, el asfalto espera. Todo está machacado por las ruedas de los camiones en un páramo perdido en algún lugar entre Boston y San Diego. Y eso, amigos, es estar en medio de ninguna parte. ¿Cómo es posible encontrar a alguien en ninguna parte? Jeff Taylor va a tomar decisiones muy duras, muchas de ellas basadas en la inteligencia. Esa misma que le ha faltado para encontrar una felicidad más o menos estable.

Excelente película de acción e intriga con Kurt Russell perdido en el desierto tratando de encontrar a una esposa que nadie ha visto, que nadie conoce y de la que no se tiene el menor rastro. Todo porque se subió a un camión para pedir ayuda en una decisión tonta, bastante estúpida, para algo que tenía fácil arreglo aunque no a primera vista. La dirección de Jonathan Mostow es muy hábil, centrándose en muchas persecuciones sobre las líneas discontinuas y poniendo un punto de suspense creciente a una película ágil, bastante imprevisible y realizada con claridad. La red de secuestros y extorsiones que llevan a cabo unos cuantos al borde mismo de la carretera se antoja peligrosamente posible y hace falta mucha determinación para que no pase nada.

La huella del neumático quemado dejará un olor inconfundible y parece como si cada una de las piedras que forman el conglomerado del suelo decida guardar silencio sobre una desaparición que sólo se explica el propio Jeff Taylor. La carga resulta pesada en camiones de alto tonelaje y el secreto está en tener la paciencia suficiente como para actuar como un hombre de acción cuando sólo se posee un volante y ninguna prueba. Es el punto de ruptura. Ese mismo que hace que, al final, sólo se desee la muerte de aquellos que han construido un desvío que nadie debería tomar.

viernes, 2 de diciembre de 2022

EL ESPÍA (1952), de Russell Rouse

 

Con esta sorprendente película, que recomiendo encarecidamente, vamos a cerrar el blog hasta el martes 13 de diciembre debido al macropuente de la Constitución y la Inmaculada. No dejéis de buscarla. Es una estupenda y desconocida película. Mientras la buscáis, sentid que os doy un abrazo por el interés.


El silencio rodea todos los actos de un espía. En este caso, es un científico que ha decidido robar secretos tecnológicos, evidentemente, para los rusos. Todo lo debe hacer en silencio. Su trabajo como científico, su introducción en las estancias universitarias donde se guardan las fórmulas, donde se realizan los experimentos. Sus contactos con el enlace que siempre le deja un mensaje dentro de un paquete de tabaco vacío tirado en la acera de la calle. Su salida subrepticia de cualquier estancia. Su modo de enviar los documentos. Incluso cuando ya tiene una ligera sospecha de que andan tras él, debe aliviar toda su angustia en silencio. Debe salir del país en secreto y tiene que esperar unas horas para que los papeles y las gestiones sean tramitados. Quizá deba abandonar para siempre ese oficio para el que tanto estudió. Y, tal vez, la deserción no merezca la pena y sea más conveniente pasar unos cuantos años en la cárcel. Pero todos esos pensamientos, todas esas acciones, todas esas dudas y todo ese agobio, lo pasará en silencio. Sólo gritará como un loco cuando tenga que derramar sangre, porque él no es un asesino. Es sólo un espía. Con todo lo que eso significa.

Intensa y cuidada, esta película es un interesante experimento al ser totalmente sin diálogos, pero, ni mucho menos, muda. Ray Milland realiza un trabajo excelente porque debe suplir la carencia verbal con un buen puñado de miradas, de gestos y de expresiones que signifiquen todo lo que quiere decir. Llega un momento en que, a pesar de que se sabe que ese científico sin nombre y sin vida está traicionando a su país, se desea que escape, porque lo pasa realmente mal. Acosado, perseguido, en una situación en la que cualquier error puede ser fatal, el científico debe moverse como una serpiente, sinuosamente callada, con total seguridad en todo lo que hace y siempre tratando de andar un paso por delante de sus perseguidores. Aún así, está muy cerca de no tener salidas, de sucumbir a la tentación de una mujer hermosa que, por supuesto en silencio, se le insinúa en el pasillo de una pensión de mala muerte, de rendirse y entregarse porque la huida puede que no merezca la pena. Siempre hay que mirar por encima del hombro para realizar continuas comprobaciones de posibles seguimientos. Y ellos están allí. Con la mirada detrás de un periódico abierto al azar, al otro lado del reflejo de un escaparate, distraídos en cualquier cosa mientras el espía se vuelve para escrutar. Hay muy poca distancia entre la traición y la derrota. Casi es una línea difuminada que no se debe cruzar.

La dirección de Russell Rouse es inteligencia, comedida, siempre sugerente, todo un ejercicio de astucia para este silencio de película que consigue estrechar las paredes de la imagen para que el protagonista no tenga escapatoria. Interesante de principio a fin, con escenas realmente complicadas y estructuradas en largos planos-secuencia, El espía es una de esas películas terriblemente desconocidas que deberían introducirse en silencio en nuestras preferencias. Para que nadie lo sepa. Para que nadie lo compruebe. Sólo aquellos que están verdaderamente interesados en lo que es el cine en estado puro. Tanto es así que se podría decir que esta es la película soñada por Alfred Hitchcock.

jueves, 1 de diciembre de 2022

LA MUJER REY (2022), de Gina Prince-Bythewood

 

Puede que las mujeres tengan algunos aspectos meramente físicos en los que sean inferiores a los hombres, pero no cabe duda de que tienen otros en los que los superan ampliamente. Y son más valiosos. Uno de ellos es el tamaño de sus agallas. Son infinitamente más valientes, más arrojadas y mucho, mucho más sacrificadas. Todos esos valores son más eficaces en tantas facetas que la fuerza bruta se queda en un mero atributo de la testosterona que reduce al hombre a la categoría de ser inferior, limitado, ingenuo y tristemente patético.

En los confines de África, unas guerreras de élite conforman un ejército temible que arrasa con furia y cuyo empuje femenino hace que sean imparables porque están dispuestas a todo con tal de defender aquello en lo que realmente creen. Las tribus rivales pasan a ser, como enemigas, simples comparsas en unas contiendas en las que terminan acuchilladas a sangre y fuego. Por supuesto, en el siglo XIX, aparece el hombre blanco, con sus alargadas manos de avaricia y conquista y la esclavitud forma parte del comercio habitual que ha arruinado vidas, sembrado desesperaciones, cosechado rabias y fructificado en odios que aún perduran.

En todo este entramado moral, La mujer rey funciona razonablemente bien como película de aventuras, pero también, aprovechando el mensaje antirracista y violentamente feminista, carece de coherencia en algunos pasajes, realiza retratos, cuando menos, discutibles y insiste, con cierto machaque, en el verdadero valor de las mujeres. En medio de todo ello, no deja de deslizar la seguridad de que ellas también tienen cicatrices muy difíciles de cerrar y que los tormentos morales hacen mella en su corazón y en su alma con mayor encarnizamiento haciendo que esas agallas inigualables se mezclen peligrosamente con heridas profundas, cerradas con lágrimas, curadas con huidas hacia adelante que se empeñan en abrirse en cuanto al destino se le ocurre alguna finta burlona.

Al lado de coreografías de acción realmente originales, conviven algunas secuencias resueltas de forma algo torpe. Si se muestra a alguna aguerrida soldado experta en el ataque con lanza, lo lógico es que se vean con claridad todas sus evoluciones y se evite el montaje fragmentado para que se rellenen los espacios vacíos en lo que es un instante de enorme espectacularidad. En el apartado interpretativo, destaca, como siempre, Viola Davis que no huye de esos papeles atrapados en encrucijadas morales a pesar de su carácter eminentemente épico. Reprochable resulta el amaneramiento totalmente prescindible de un eunuco y llena de sonrojo la interpretación infantil que realiza John Boyega en la piel de un rey que no se sabe muy bien de qué corona cojea.

Así que mucho cuidado con todas estas chicas dispuestas a morir en el intento porque hay momentos de calidad y otros que parecen extraídos de la factoría Marvel, con las consabidas escenas de cámara lenta y buscando el efectismo, en determinadas ocasiones, con acierto. En un descuido, te abren en canal y dejan tu cuerpo como aperitivo para los buitres. Los hombres, confiados, las desprecian porque, ya se sabe, el músculo siempre peca de arrogancia mientras que el cerebro es el gran despreciado de toda comparación, de toda descripción y de toda sinceridad. Y es el músculo más importante del cuerpo humano. En ese es en el que hay que fijarse. Todo lo demás es sólo ruido, una maniobra de distracción que cae, una y otra vez, en lo más vulgar del pensamiento.