viernes, 23 de marzo de 2018

OPERACIÓN PACÍFICO (1959), de Blake Edwards

Todos estamos pensando ya en marcharnos de vacaciones y las visitas han bajado bastante, así que os voy a dejar descansar durante una semana para volver luego a nuestro ritmo habitual a partir del martes 3 de abril. No olvidéis hacer una visita al cine. Siempre es bueno dedicarle un rato a quien nos ha regalado tantas horas de disfrute. 

Despedirse de algo que ha sido una verdadera fuente de buenos ratos no deja de ser muy doloroso para quien ha estado al mando de ese submarino. Al fin y al cabo, gracias a él pasaron por sus minúsculos camarotes personajes tan dispares como el Teniente Holden, un individuo que sabía sacar agua de las piedras, pero que no tenía ni idea de dónde se hallaba el barlovento, o como una enfermera encantadora que sacó de la soltería al capitán con más torpeza que encanto, o, incluso, como una faja que actuó de elástico muelle para que un motor pudiera funcionar. Sí, era la guerra, pero alguna especie de encanto hacía que pareciera que no hubiese más que situaciones pintorescas. Tanto es así que se llegó a pintar el submarino de color rosa. El hazmerreír de toda la Armada de los Estados Unidos. Y más con ese supuesto nombre aguerrido de Tigre del mar. ¿Baja bien? Baja estupendamente, señor. ¿Y el marinero Hornsby? En la sala de oficiales, señor. Bien, echemos un vistazo.
No es fácil reflotar lo hundido. Solo el entusiasmo y el trabajo esforzado en equipo será capaz de sacar a ese montón de chatarra a mar abierto. Bien es verdad que no se ha podido hundir ni a un solo buque enemigo, pero, je, amigos, tenemos en nuestro haber un camión. De eso no pueden presumir todos los submarinos. ¿Qué se han creído? Lo cierto es que hubo que robar hasta el papel higiénico para que se pudiese zarpar. Lo único que se pedía es que el Tigre del mar tuviera una oportunidad para demostrar lo que valía…y lo que consiguió fue una oportunidad para hacer de lo imposible, un chiste. No está mal. No, señor, no está nada mal.
Capitán, si me permite, voy a enseñar a estas señoritas lo que hay detrás de las compuertas. Hágalo, se lo ruego. Pero cierre cuando ellas pasen. Porque van esparciendo la esencia del encanto por toda la nave y es muy difícil contener a la tripulación. Enfermedades fingidas, cerdos robados, balsas de goma pinchadas, dejen paso a la enfermera Cantrell, paso libre, por favor. Y así se va escribiendo un inolvidable diario de bitácora que es el reflejo de toda una historia que termina en el desguace. Mientras tanto, unos cuantos sentimientos en la cámara de torpedos, unas cuantas prendas íntimas femeninas como mensaje de socorro y a ver quién es el guapo que se atreve a hundirnos. Hasta el mar, con su espuma, parece que se ríe. No va a ser usted menos.

Una comedia fabulosa, con Cary Grant y Tony Curtis en estado de gracia, haciéndonos reír con un buen montón de elegancia en el periscopio y atisbando a la seriedad como elemento imprescindible para que el motor funcione. El desenfado es la contraseña. No hundamos al humor, señores. Avante dos tercios.

jueves, 22 de marzo de 2018

LA TRIBU (2018), de Fernando Colomo

A veces, nos miramos al espejo y no reconocemos lo que vemos. Puede que mientras miramos la vida a través de nuestros ojos (y de nuestros fastidiosos y omnipresentes aparatos tecnológicos) tengamos la sensación de que somos triunfadores, o de que hemos hecho algo estupendo porque lo valemos y, sin embargo, ese reflejo que se nos devuelve nos describe a alguien que no merecería ni mirarse a la cara, despreciable, inútil, sin carne de conciencia, sin más virtudes que los ceros de la cuenta corriente, o, incluso, sin raíces, sin educación por muchos títulos que se tengan. De vez en cuando, es bueno mirarse y ver la película de nuestras realidades.
La memoria juega malas pasadas y también es bueno olvidarse de ella alguna que otra vez. Más que nada porque no hay nada más verdadero que aquella frase que decía que somos nuestros recuerdos y, en muchas ocasiones, no merecen la pena. Si todos nos despojáramos de nuestra memoria quizá nos sorprendería el espectáculo que queda detrás. Puede que dejáramos nuestras mezquindades, nuestras ruines ambiciones, nuestras envidias podridas y fuéramos de nuevo seres inocentes, sin maldad, que necesitan reiniciarse para descubrir el placer de los pequeños detalles y apreciar, en toda su extensión, el mérito de mucha gente que, a pesar de las desgracias, se vuelve a levantar.
De paso, también podríamos tener el privilegio de conocer, con toda intensidad, el inmenso valor que siempre guardan las mujeres. Son más valientes, más decididas, más indómitas, más valiosas, más sinceras. Para ellas, el mundo es un hogar y hay que acomodarlo como sea a todas sus inquietudes. Y lo saben hacer muy bien cuando quieren, cuando les salta ese resorte que las pone en movimiento y hace que, cualquier cosa que hagan, sea de una enorme fuerza, imposible de derribar. Ellas son, realmente, las que ponen el color a toda una vida, por muy insignificante que sea.

Simpática, optimista y algo ingenua es la última película de Fernando Colomo que nos lleva por esa comedia que sabe hacer tan bien desde siempre, con diálogos llenos de gracia aunque, tal vez, las situaciones no lo sean tanto. Algún callejón sin salida en los laterales, pero se pasa un rato entretenido, bailando con estos personajes de tribu urbana y generosidad evidente, que tratan, al fin y al cabo, de hacer que la vida sea soportable. Espléndidos trabajos de Paco León y de Carmen Machi, seguidos de cerca por el debut de Maribel del Pino, encantadora y natural. Los chistes se suceden, los chascarrillos se amontonan y la carcajada, tan difícil de arrancar en muchos de nuestros aburridos días, acaba por aparecer. Y el ritmo acompaña para decir, con gracia y desparpajo, que no se puede pedir más porque el rato se esfuma con la facilidad con la que se aprenden unos pasos de baile. Y al final, acabas compartiendo escenario con todos los protagonistas de esta historia leve, sencilla, con ciertos aromas a aquella A propósito de Henry, de Mike Nichols e, incluso, a Full Monty, de Peter Cattaneo. Así que es el momento de ponerse los calentadores, decirle al cuerpo que se prepare y empezar a menear las carnes al compás. Tal vez, así, las desgracias estén dispuestas a irse al paro. 

miércoles, 21 de marzo de 2018

NÁUFRAGOS (1944), de Alfred Hitchcock

La vida en un bote. Una periodista, un empresario podrido de millones, un maquinista de izquierdas, un marinero bailarín con una pierna herida, un dulce ayudante de cubierta, una enfermera, un camarero negro, una mujer trastornada con su hijo muerto en brazos…y un alemán procedente del submarino que ha hundido el barco. Una situación de alto voltaje teniendo en cuenta que cada uno pensará de una forma distinta. En el reducido espacio de un bote salvavidas se desvelarán las miserias de todos y los instintos de supervivencia. El liderazgo, siempre ahí, tan atractivo incluso en situaciones que rozan el límite, será una cuestión peliaguda. El negro acabará siendo uno más, pero no será fácil. La vela desplegada con rumbo incierto. El maldito alemán que parece tener el control de todo. Sabe navegar. Sabe cortar piernas gangrenadas. Sabe recoger agua antes de que la sed sea uno de los principales problemas. Es previsor. Es la peor clase de enemigo porque tendrá todos los instrumentos de tortura refinada. Jugará psicológicamente con la desesperación, con el aire, con el agua interminable, con la sal en la piel. Es una historia digna de ser contada. Sobre todo porque, cuando subió al bote, algunos quisieron echarle por la borda.
Resulta impresionante comprobar cómo en ese pequeño rincón de madera flotante, puede haber algo parecido al amor, cómo la desolación hace mella hasta el punto de preferir la muerte a cualquier otra posibilidad, cómo, al fin y al cabo, el alemán será alimento de los peces con la bota que sobró a un bailarín empujado al mar. La lluvia aparecerá cuando no sea invitada y permanecerá terca sin caer cuando más se necesite. El mar estará en calma para asistir al arrasamiento de los ánimos y se encrespará con dureza cuando se precise su llanura. La vela se romperá buscando un viento que lleve hacia tierra firme mientras, a escondidas, se conspirará para que la prisión sea el único destino posible. Es el dictamen del alma el que acabará por salir, con toda su bondad, con toda su maldad, con todas las certezas y todas las inseguridades. Solo quienes se rindieron tendrán todas las respuestas.

Alfred Hitchcock dirigió con maestría esta atípica película en su carrera, con un buen puñado de personajes encerrados en los confines de un bote, buscando la supervivencia que el tiempo de guerra niega con insistencia. Quizá porque, en esta ocasión, el mago del suspense intentó crear un misterio en torno a almas errantes, sin puerto ni singladura, flotando a la deriva a la espera de un milagro. Y consigue que el espectador permanezca atónito asistiendo a las reacciones de la gente, siempre inesperadas, cuando un desierto de agua sitia el único habitáculo de supervivencia. Náufragos de sí mismos.

martes, 20 de marzo de 2018

ROLLERBALL (1975), de Norman Jewison

El deporte ideado para que las guerras se diriman en un campo de batalla disfrazado de nobleza. La violencia elevada a los altares del desahogo en virtud de unas supuestas guerras corporativas que han acabado con toda discusión. La muerte está ahí, esperando a ser recogida como una pesada bola de metal en un juego en el que vale todo, incluido el asesinato. De repente, algo empieza a marchar mal. Un jugador posee tanto talento para esa bestialidad que comienza a estar considerado un ídolo por encima del mismo juego. Si eso se deja crecer, será el final. El deporte ya no será la demostración de violencia definitiva sino el nacimiento de una leyenda que arrastrará adoraciones. La gente ya no irá a la cancha para ver cómo se destrozan unos a otros, sino para ver cómo Jonathan E. sobrevive. Eso no se puede consentir. El juego no es la supervivencia. Es la muerte.
Jonathan E. tiene todo lo que puede desear. Se le ha quitado a la mujer que amaba porque en ese futuro inhumano, la mujer ya no tiene ningún papel mucho más allá del sexo, aunque, ocasionalmente, puede ocupar alguna esfera de poder. Su casa es un auténtico sueño en el que aterrizan los helicópteros y la visión de la Naturaleza aún le recuerda lo que queda en él de ser humano. No hay nada mejor que retirarse, Jonathan. Tu tiempo ya ha pasado. Y la corporación te invita a hacerlo. La gente no puede ser alienada con falsos ídolos que se remontan por encima de la brutalidad. Retírate y se te recordará como una vieja gloria. Es fácil. Solo tienes que decir “lo dejo”.
Jonathan seguirá adelante y en su rostro congelado, difuminado por la marcha meteórica de sus patines, se adivinará el precio de su osadía. Se convertirá en alguien amargado, terriblemente derrotado, solo en un equipo diezmado por la muerte, convertido en un asesino despiadado que se entrega totalmente a dejar un reguero de sangre imborrable, inasible y definitivo. La bola entrará en el casillero y el público coreará su nombre con pasión y eso será un triunfo. Quizá, a partir de ese momento, las siniestras corporaciones que rigen los destinos del mundo se dediquen a idear una nueva bestialidad con la que entretener a las masas. Puede que ya el asesinato sea algo aún más brutal, sin juegos de por medio, sin el cebo de la pasión por la violencia, sin nada que retenga ni un solo sentimiento. Se habrá acabado con el deporte de acabar con el enemigo, sin duda, pero se inventará otro aún más cruel, más impensable, que no permita la aparición de ídolos desafiantes. O quizá la muerte en vida sea la próxima meta.

Norman Jewison dirigió con mucho sentido y aún más profundidad una película que avisa de las consecuencias de la manipulación de las masas y de la fabricación de engaños espectaculares para cubrir las vergüenzas de un sistema corrompido desde sus más bajos niveles. James Caan puso rostro a esa rebeldía que se hace más fuerte porque se siente protegida dentro de la misma pantomima bestial de la que forma parte. Y, nosotros, los espectadores, coreamos su nombre porque, en el fondo, sabemos que es el que mejor mata y el que nunca muere. 

viernes, 16 de marzo de 2018

PAYBACK (1999), de Brian Helgeland

Setenta mil dólares es una cifra muy razonable para cobrar una deuda atrasada y que las cosas sean como deben ser. Porter puede ser un ladrón, pero no es un desalmado. Dieron el golpe y su mujer y su socio se quedaron con los ciento cuarenta mil dólares del botín mientras él se quedó atrás con unas cuantas balas en el cuerpo. Así que lo justo es que ahora reclame los setenta mil dólares que le pertenecen. Y si tiene que ir a su antiguo socio a reclamárselos, pues no hay mayor problema. Es una devolución de paga.
Porter sale de la cárcel, un sitio en el que aprendes a mantener la boca bien cerrada y los puños bien en guardia, sin nada. Solo con la ropa que lleva puesta, pero está claro que es un tipo que sabe moverse por las calles y no va a pasar demasiadas dificultades. El problema es que su antiguo y traidor socio ya no tiene el dinero. Lo dio a una organización para que pudiera entrar como accionista preferente en sus beneficios. La prostitución, el juego, las drogas son los objetos de esa organización y Porter, la verdad, ya no tiene nada que perder así que, con mucha educación, también se dirigirá a la mencionada organización para reclamar sus setenta mil dólares. Y negativa tras negativa, irá subiendo en el escalafón hasta que alguien tenga la bondad de devolverle lo que es suyo.
Todo esto suena muy frío. Parece un asunto de negocios. Pero Porter tiene algo más en su interior. Sabe que le falló a su esposa y que, por eso, ella terminó perdiendo el rumbo. Sabe que quiso amar y que nadie le dejó hacerlo. Sabe que era un profesional y que eso era importante y que, sin saber cómo, pagó un precio enorme por ser el mejor. Tanto es así que, cuando su nombre ya no suena a nadie, cuando es solo un desconocido recién salido de la cárcel, nadie se sorprende de que un tal Porter trate de conseguir la ridícula cantidad de setenta mil dólares. Hoy en día, cualquier desgraciado que sale de la cárcel se cree con derecho de ir al lugar donde está el dinero y meter las manos. Habrá que cortárselas.
Casi lo consiguen. Porter renacerá de nuevo. Y es un tipo del que no hay que fiarse demasiado porque, al fin y al cabo, va a recuperar los setenta mil dólares caiga quien caiga. E, incluso, es posible que se lleve algo de propina. Los demás, también.

Sorprendente y muy aceptable versión de A quemarropa, de John Boorman, Payback nos dibuja al mítico Parker de Donald Westlake (aquí rebautizado como Porter) con su mirada amarga y su particular sentido de la justicia con un matiz interesante y atrayente. Una película que, en su momento, pasó desapercibida y que, tal vez, merecería una segunda opinión más pausada. Tanto es así que Mel Gibson compone al personaje con cierto cariño, dejando entrever que, debajo de esa piel endurecida por la violencia desbocada, también hay un hombre que quiere retomar su vida exactamente en el mismo punto en el que la dejó.

jueves, 15 de marzo de 2018

LA MUERTE DE STALIN (2017), de Armando Iannucci

Cuando muere el amado líder supremo, comienza la conspiración. El poder tiene demasiada erótica y es algo que hace mover las piezas con nerviosismo. Al fin y al cabo, la excitación sexual puede proceder de la capacidad de decidir sobre el destino de muchas personas, de perdonar su vida o de condenarla, de incluir cualquier nombre en una lista fatídica, de exigir una grabación de un concierto incluso después de que haya empezado. Lo que nadie sabe es que el poder concentrado engendra terror y no es fácil elevar al terror a la categoría de ridículo.
Así pues tenemos a Giorgy Malenkov, un tipo que se preocupa de la imagen, pero carente de personalidad. Es capaz de cambiar el sentido de una frase poniendo una coma en medio sólo para quedar bien. Es el elegido para llevar las riendas del país y le falta cintura, carisma, ingenio y oratoria. Lo tiene todo. Ni siquiera sabe vestir adecuadamente en las grandes ocasiones. Mira hacia el horizonte…pero allí no ve nada. Es más bien corto de vista y, tal vez, está demasiado preocupado por su cuello. Es un blanco fácil. Y nunca mejor dicho.
También anda por ahí conspirando Laurenti Beria. Es el más temido porque es el responsable de la policía política del Estado. Es un gordo vicioso, quizá algo más inteligente que los demás, pero rematadamente peligroso. Se ha movido más rápido y trata de jugar con astucia echando las culpas a los demás para parecer que, en el fondo, él no era tan malo, que hay que ofrecer un rostro reformista para apaciguar a un pueblo que ha sido masacrado en los sótanos de las cárceles. Tal vez, se pasa un poco de listo. Suele ocurrir cuando se manejan tantos nombres en listas que nunca deberían haber existido.
Así de impresionante y de medio lado está ese ruso mal encarado, el Mariscal Zukhov. Su cicatriz delata su valentía, pero tal vez se le enrojece cuando se pone en marcha su complot favorito. La traición y la rebeldía casan muy bien con su chatarra de pecho. Sólo hay que decir una palabra mágica. Guerra. Y el tipo se coge a un par de novias que se apellidan Kalashnikov y las hace hablar con elocuencia.
Campechano y divertido es Nikita Kruschev. Parece que no cuenta demasiado para nadie porque ése es el típico héroe de guerra que vino de los profundos campos de la Rusia interior. Sin embargo, sabe moverse con habilidad por los vericuetos del poder, maneja el don de la palabra para convencer y, a pesar de todo, es el hombre de talante más reformista. Y además tiene un sentido del humor que hace que esté deseando quitarse los zapatos al llegar a casa.

Con un reparto competente y la sátira a flor de cámara, Armando Iannucci parece que consigue lo imposible que es arrancar un par de suaves risas al horror y a la conspiración y, sin embargo, algo le falta. Quizá un poco más de mordiente en sus chistes, más gracia en sus situaciones, más valentía en su sarcasmo. O, simplemente, es el humor inglés que puede que les encante ridiculizar al mismo terror con unos diálogos bastante discutibles. Lo más gracioso de todo es el baile que siempre empieza en los pasillos del poder cuando la sucesión entra en juego. Todos son diferentes y no llegan a pensar que, en realidad, todos son iguales. 

miércoles, 14 de marzo de 2018

O BROTHER (Where art thou?) (2000), de Joel Coen

Soy un hombre de pena constante
He visto apuros todos los días.
Le dije adiós al viejo Kentucky
El lugar donde nací y crecí
(El lugar donde él nació y creció)

Imagínense, señores, a unos pobres descarriados que han intentado una fuga imposible en medio de los campos de trigo del sur de los Estados Unidos. Estoy seguro de que alguno de ustedes tendrá una llave que les permita deshacerse de esas incómodas y pesadas cadenas que les mantienen unidos y que les impide desarrollar sus andarinas zancadas con normalidad. Además toda la historia parece que está contada por un ciego que vaga perezosamente por las vías de tren llenas de paja y polvo. Esto es una odisea, lo quieran ustedes o no. Y si no quieren formar parte de ella, les ruego me disculpen.

Durante seis largos años, he tenido problemas
Sin ningún placer en la tierra que pisé
En este mundo voy paseando por los límites,
Y no tengo amigos que me ayuden ahora
(Ël no tiene amigos que le ayuden ahora)

De aquí para allá intentando regresar a casa, como si no hubiera mapas ni rutas. Por allí, nos encontraremos con tres sirenas a las que es imposible resistir su canto. Es como si esas mágicas voces de ternura y atracción tuvieran un imán ineludible. Quizá no haya más dulce en estos límites del mundo que quedarse dormido entre sus brazos. Ustedes me comprenden ¿verdad? Penélope me espera, pero nada acontece si hacemos una pequeña parada en la orilla de un río para refrescarnos y convertirnos en rana… ¿en rana? ¿he dicho en rana? Perdónenme, no sé lo que estoy diciendo. Probablemente sea el sol en su apogeo.

Mi amor está bien lejos,
Y nunca esperé volverte a ver
Yo iré caminando por los límites de ese ferrocarril del norte
Y quizá muera después del próximo tren.
(Y quizá él muera después del próximo tren).

Un vendedor de Biblias tan gigante que haría palidecer al mismo Goliath. Tiene un solo ojo y una fuerza descomunal que no hace más que descoyuntar nuestras ilusiones. El mal adopta muchas veces la forma de la beatitud y este maldito tuerto que nos tiene presos es un maldito explotador. Habrá que huir mientras duerme. Sus puños son puro hierro y tiene para todos así que ánimo, muchachos. Se trata de que no vea por dónde nos vamos.

Puedes encontrarme trabajando en algún valle profundo
Durante los muchos años en los que pude permanecer tumbado.
Así que aprende a amar a otro
Mientras duermo en mi tumba
(Mientras él duerme en su tumba)

Un guitarrista que ha hecho un pacto con el diablo. ¿Cómo es posible eso? Estoy seguro de que al diablo le importa muy poco la música. Y, sin embargo, este tipo toca como nadie. Es un auténtico as. Estoy seguro de que en el futuro se hablará mucho y justamente de él. Pero mientras tanto no es más que un pobre negro que deambula de aquí para allá por los caminos llenos de polvo que no llevan a ninguna parte. Robert Johnson creo que se llama. Y ha estado frente al diablo. Será mejor salir corriendo.
Quizá tus amigos crean que yo soy un extraño,
No verás mi rostro nunca más,
Pero hay una promesa que hice
Y te encontraré en la orilla dorada de Dios.
(Y él te encontrará en la orilla dorada de Dios).


Y es que el poder de la oración mueve montañas. ¡Qué digo montañas! Más bien lagos enteros que inundan y borran toda la huella del pasado. Nos hemos hecho famosos cantando esa tonada del hombre de pena constante. A partir de ahora, solo hay que permanecer al lado de Penélope (una mujer, por otro lado, bastante caprichosa) y dejar que el destino juegue sus cartas. Volver a casarse. Volver a tener hijos. Ya te puedes ir tranquilo, hombre ciego. Dale a la vagoneta y cuenta la historia de otro. Yo ya me encontré y no pienso moverme de aquí.

martes, 13 de marzo de 2018

BREVE ENCUENTRO (1945), de David Lean

Hay vías que se juntan con otras para, luego, separarse. Hay vidas que se juntan con otras para, luego, separarse. Quizá desde el primer momento saben que no van a llegar a ninguna parte, que no hay ninguna estación término. Pero deciden vivir el momento porque es muy posible que no se vuelva a repetir. El amor está ahí, instalándose silencioso, como un visitante sin invitación, como un añadido a la rutina. Y las estaciones de tren se asemejan a la mejor entrada para probar lo que es la auténtica pasión. Puede que breve, puede que insignificante, pero absolutamente necesaria.
Y es que se trata de aprovechar al máximo los momentos que se pueden pasar juntos. No importa si esos momentos transcurren inocentemente, en un café cualquiera, tomando algo y dejando que la conversación sea el instrumento de conquista. Tampoco importa si pasan desnudos en alguna habitación prestada por un amigo discreto. Lo verdaderamente importante es que ese tiempo, único, irrepetible, pleno, se ha pasado con esa otra persona que apareció inesperadamente y se ha convertido en la única razón por la que seguir. Y no es que tengan una vida horrible y busquen la consabida vía de escape. Es que, sencillamente, el amor les ha tocado con sus mágicas alas y ha transformado sus vidas por completo. Tanto es así que, cuando deciden no volver a verse, se sienten privilegiados porque han probado el amor de verdad, el que muy pocas personas llegan a probar en su existencia. Y, para siempre y desde siempre, cada vez que vean una estación les dará un vuelco en el interior, recordando al único hombre o a la única mujer que les hizo realmente vivir.
A partir de esta película, todas las historias de amor han sido breves encuentros. Con sus variaciones, sus peculiaridades y sus múltiples ambientes, el amor en el cine ha sido una repetición de este retrato apasionado de algo que debería ser normal y que, también, deberían probar todos los seres humanos. Se trata del amor más arrebatado, del que se tiene plena certeza que no se va a volver a repetir, del que perdura a través de los años sin importar la presencia del otro. Esos dos personajes interpretados por Trevor Howard y Celia Johnson jamás volverán a verse y, sin embargo, por algún arte desconocido, se volverán a ver todos los días.

Todos los días son breves encuentros. Todas las horas son el recordatorio de que nada es casual y que la realidad, a veces, también brinda oportunidades que no se deben dejar pasar. Todos los minutos son demasiado breves como para agarrar con fuerza los momentos de plenitud que plantea el amor. Todos los segundos son los que se convierten en eternidad cuando tus ojos ya no están delante. Breve encuentro. Breve. Encuentro.

viernes, 9 de marzo de 2018

LA LLAVE (1958), de Carol Reed

Son tiempos difíciles. La guerra se lleva a los que más quieres y el ser humano siempre ha tendido a dejar arregladas las cosas antes de que la muerte venga a visitarle. Ser capitán de remolcador en plena guerra es muy peligroso. Y cualquier explosión puede hacer zarandear esos barcos tan pequeños llenos de fuerza y empuje. Es un puesto que no quiere nadie, pero alguien tiene que conducirlos para salvar material y vidas. Puede que uno de esos capitanes tenga un piso en algún lugar de una ciudad portuaria y allí, dentro de ese pequeño rincón, haya una mujer que está ahí, como el mobiliario de una vivienda, que pasa de mano en mano según el inquilino sea uno u otro. Los capitanes de los remolcadores siempre traen, en un determinado momento, a un posible sucesor. Si la bomba cae demasiado cerca, ya está lanzado el anzuelo. El siguiente se quedará con ese piso tan cómodo y con esa mujer tan especial. Y no es que sea algo especialmente machista, o despreciativo hacia ella, no. Es que todos ellos caen rendidamente enamorados y desean con todo su corazón que ella no esté sola, ni pase hambre, ni vague sin rumbo por las calles de esa ciudad fea y desesperanzada. No caen en la cuenta de que ella mira sin descanso por la ventana, esperando el regreso del capitán de remolcador, ganando un día más al amor, perdiendo un día más de la vida.
Ella es Sophia Loren, melancólica y aún así, bella hasta el dolor. El veterano capitán es Trevor Howard, que siente a la muerte dejando su aliento en el casco de su pequeño barco y trae a William Holden a casa para que vea dónde podrá vivir en poco tiempo. Y eso significa una pérdida, una llegada, una confortable sonrisa, otra partida, otra espera, otra fatal certeza, otro capitán…y así uno tras otro, hasta que la guerra deje de cobrarse sus víctimas y la locura se espante alrededor de esa mujer. En realidad, ella es el remolcador de esos hombres heridos que no aguantarán mucho tiempo más en medio del proceloso océano del peligro.

Carol Reed dirige la película con especial maestría a pesar de que, incomprensiblemente, hay un salto en el montaje justo en el desenlace que hace que la película tenga un final discutible y poco definido. No se entiende demasiado bien lo que ocurre y, lo que podría ser otra historia de amor que no es más que un breve encuentro entre los combates del mar, se queda en algo frustrado y frustrante, algo decepcionante, algo que, de alguna manera, ahoga el enorme placer de ver a esos actores bien dirigidos en una historia que agarra el corazón en plena alta mar y lo remolca hasta el consuelo de una libertad que algunas personas merecen más allá de lo comprensible.

jueves, 8 de marzo de 2018

GORRIÓN ROJO (2017), de Francis Lawrence

Los gorriones son unos pájaros pequeños, casi inofensivos, que embellecen la vida con su vuelo breve, pero repleto de energía. En su naturaleza está la observación, la capacidad de intuir los movimientos del ser humano que, lejos de ser su amigo, suele distinguirse por intentar la caza de todo cuanto le rodea. De vez en cuando, el gorrión canta. Más por protesta que por necesidad, pero lo hace con fuerza con un piar breve, casi ínfimo. Hay que tener cuidado con ellos. Pueden destruir todo lo sembrado.
Y ella es un gorrión que aprende a ser fuerte, a dominar sus escrúpulos sin dejar de sentirlos, a soportar lo más increíble y a ejecutar lo innombrable. Su mente es rápida y tiene talento, porque en unas pocas décimas de segundo, toma decisiones de supervivencia sin dejar de parecer el gorrión que siempre ha sido. Habrá que tener cuidado con ella. Es un pájaro de cuidado.
Quizá la guerra fría nunca acabó y aún hay espías danzando por Centroeuropa, tratando de conservar a informantes contra viento y marea y luchando por una superioridad que no está tan anticuada. El tablero de ajedrez aún sigue ahí, con muchos intereses de por medio, tratando de ganar para cada lado las piezas comidas. Y ella es la reina. Se mueve en todas las direcciones. SI hay que atacar, lo hace. Si hay que defender al rey, no duda. Si hay que manejar con maestría sus peones, no se acobarda. Está en medio de una manada de lobos sangrientos que están dispuestos a devorarla empezando por las piernas. Y ella se va a defender con su belleza y con su inteligencia.
La sombra de Alfred Hitchcock se proyecta sobre esta película, sobriamente dirigida por Francis Lawrence y muy competentemente interpretada por Jennifer Lawrence. Aún con escenas que hacen apretar los puños, la rubia se mueve entre bastidores de tensión, la música de James Newton Howard recuerda en algunos momentos a Bernard Herrman y los sentimientos sobrevuelan toda la trama, como intentando recordarnos que lo último que debe perder un espía es su propia alma, porque, si eso ocurre, entonces se convierte en un asesino. La inquietud se presenta desde el principio, a ritmo de ballet y con el misterio acechando. Más tarde, el aprendizaje resulta doloroso y despreciable, como presagiando un juego que se paga con la vida. Por último, la clase magistral acaba por aparecer en un giro de tuerca presidido por la lógica. Y así, con mimbres inconfundibles de cine clásico, se articula una nueva película de espías en la que nada es lo que debió de ser y todo puede encajar certeramente.

Ella es ese gorrión que nunca dejará de volar. Irá de rama en rama, tratando de salvar un día más para seguir recordándose quién es y cuál fue su sueño. Sin reparar en vidas que no merecen ser contadas, o en estúpidos juegos de poder que prescinden de las personas para que todo se reduzca a una mera cuestión de ambición. Tal vez, para que ella no pierda esos recuerdos, siempre habrá alguien que, en algún lugar, decida escuchar una melodía que un día fue un baile y, también, una ilusión. Vivimos en un mundo en el que ya no se danza y tampoco se posee la esperanza así que más vale seguir adelante con la seguridad de que alguien siente algo por nosotros.

miércoles, 7 de marzo de 2018

ENEMIGO PÚBLICO (1998), de Tony Scott

Ten cuidado. Te observan. Hay medios más que suficientes. No levantes la cabeza en la calle. Serás identificado vía satélite. No llames por teléfono. Hay trucos secretos para localizar la llamada. La tecnología ha traído este precio. Si tienes algo que el Estado quiere, no lo podrás esconder mientras haya algo electrónico a menos de dos metros. Corre, don nadie, corre. Eres inocente, lo sabemos. Pero eso es lo que hay que pagar si quieres vivir en una democracia que se preocupa de sus ciudadanos.
En todo sistema, hay elementos que se salen para desgastarlo desde fuera. Son renegados que, en determinado momento, no acaban de ver que haya nada demasiado dentro de la ética como para espiar a sus conciudadanos. Así se arrancan de cuajo todos los peligros, pero también se vulneran con premeditación y alevosía las libertades. Duda interesante. ¿Qué va antes? ¿La libertad o la seguridad? Respondan ustedes y sonrían a la cámara.
No habrá nada en nuestras vidas que no se pueda investigar. Basta con darle a la tecla adecuada y saldrá toda una relación de nuestros éxitos, nuestros fracasos, nuestros olvidos y nuestros proyectos. Se sabrá hasta el mínimo detalle de nuestra felicidad. ¿El matrimonio? Bien. ¿Los hijos? Estupendos, aunque alguno ha tonteado con maría. ¿El trabajo? De fábula. Soy técnico superior en desarrollo y expansión de semillas de girasol. Ya. O sea…tienes un puesto de pipas. ¿Tuviste amantes? Sí, una, pero todo acabó. Mi familia ante todo. Eso es lo que tú te crees. Antes que nada está la maquinaria del Estado. Esa misma que te protege, que te permite apagar la luz por las noches y dormir a pierna suelta a pesar de que hay mil y un peligros acechando en la oscuridad. Él te exigirá, te vigilará, te exprimirá y, si es necesario, te eliminará. Para el Estado no eres nada, no eres nadie, solo un nombre de una interminable lista de la que se puede desaparecer en cuanto seas un riesgo. ¿Por qué? Quizá porque posees un juguete que tiene algo interesante dentro. Otro aparatito tecnológico para mi retoño. No importa, llegarán a verte, a oírte y a adivinar tus pensamientos, te guste o no. Solo así podrán tener a todo el mundo controlado.

Excelente película de Tony Scott con un Gene Hackman que recuerda mucho al Harry Caul de La conversación, veinticinco años después. Solo en su rostro se puede reflejar la angustia de espiar a todos con la facilidad con la que se chasquea un dedo. Aquí hay menos traumas, más acción, menos contemplación, más realidad que otras películas que tratan el mismo tema. Estamos todos vendidos. Y preferimos vivir sin prestar demasiada atención a nada…tal vez porque sabemos que algunos individuos viven prestando toda su atención a todo.

martes, 6 de marzo de 2018

LA PÍCARA SOLTERA (1964), de Richard Quine

Ser la psicóloga perfecta no es demasiado difícil. Basta con tener una apariencia de respetabilidad, publicar de vez en cuando algún libro sobre la sexualidad, mantener siempre la distancia con los pacientes y ofrecer una imagen de cartón que nadie puede traspasar. Sin embargo, las revistas que solo creen en el último escándalo no tardarán en poner a su mejor hombre tras la pista de la sucesora más atractiva de Freud. Es un tipejo sin escrúpulos, aunque bastante bien parecido. Para él, no hay noticia que se le resista, psicóloga que no conquiste, ni paciente que no hable. Se plantará ahí mismo, al otro lado de la mesa, para destapar la terrible verdad de que la psicóloga que ha escrito el libro definitivo sobre el sexo no ha probado en su vida el chocolate con churros.
Este tipejo despreciable vive al lado de un hombre bastante ridículo. Es un empresario experto en medias de seda. Conoce perfectamente a las modelos por las piernas. Por el rostro ya es más olvidadizo. Ha amado profundamente a su esposa. Pero el matrimonio está pasando por una mala época. Su esposa es aturdidoramente celosa. Es capaz de estrellar la vajilla entera para exteriorizar su desconfianza hacia su marido. Y, claro, el hombre no hace más que pasar continuamente al apartamento del periodista sin escrúpulos para contarle sus cuitas y sus penas. Y empieza el galimatías. Los personajes desfilan, las jugadas se suceden. El periodista quiere conquistar a la psicóloga que, a su vez, es rondada por un estúpido diplomado que baila de una forma muy rara. Si es que no hay ni uno normal, ni uno.
Todo acabará en una loca persecución hacia el aeropuerto. La autopista se convierte, por obra y gracia del homenaje al cine mudo, en un escenario de excesos, accidentes, conversaciones de ventanilla a ventanilla, marcas de neumáticos en el asfalto, vueltas y más vueltas. Todo para vendernos el tipiquillo final de todas las comedias románticas. Psicóloga, periodista, chocolate con churros.

Richard Quine consiguió una comedia que funciona al ciento veinte por cien dirigiendo con sujeción y gracia a Tony Curtis, Natalie Wood, Henry Fonda y Lauren Bacall. No es fácil guardar el equilibrio entre estos cuatro nombres, pero hay que conocer que Quine lo consigue justamente hasta el tramo final en el que su homenaje al slapstick con esa persecución de taxis, coches y furgonetas resulta algo repetitiva y ¿por qué no decirlo? Falto de gracia. En cualquier caso, en sus dos tercios anteriores, la película es brillante, dinámica, graciosa, simpática, sorprendente y vivaz, con estupendos trabajos del cuarteto protagonista, capaces de vender cualquier relato que se precie. Y con mucha clase. En ningún momento se cae en el mal gusto. La elegancia parece ser el santo y seña de cualquier escena. Y en fondo, se disfruta mucho con esta comedia de equívocos equivocados equivocándose. ¿Podemos regresar ya?

viernes, 2 de marzo de 2018

LAS AFUERAS DEL OSCAR


Desde hace algunos años parece como si la entrega de los Premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood se quedara en las afueras. Con el nuevo sistema del voto preferencial (los académicos votan a sus cinco películas favoritas y el recuento se inclina hacia la primera de todas ellas porque se le otorga un tanteo muy superior al resto) parece que el Oscar nunca llega a su razón de ser que es la de otorgar el premio a la mejor película del año. De este modo, la Academia creyó igualar el voto joven con el de los veteranos y, también, incluir el elemento sorpresa más allá de las dos o tres favoritas de cada año. El resultado es que ha habido equivocaciones de cierto calado, como fue premiar a Moonlight como la mejor película del año pasado por encima de La La Land (La ciudad de las estrellas) cuando ésta era claramente superior; o, si afinamos aún más, otorgar el Oscar a la mejor película a Spotlight dándole tan solo otro premio al mejor guión original, dejando en falso la idea de que, efectivamente, era el título más destacado del año.


Así que con el voto preferencial al cuello, nos situamos a las afueras y allá va la quiniela de este año. Como mejor película extranjera se sitúa Sin amor, del ruso Andrei Zviagyntsev como favorita sin discusión en una categoría que se ha distinguido por la mediocridad de sus títulos este año. La Academia le debe un premio a este director después de que le dejaran a las puertas de la estatuilla a su obra Leviatán en beneficio de Ida, del polaco Pawel Pawlikowski. Las mentes malpensantes podrán llegar a concluir que es una especie de cesión al dilecto Donald Trump y su sospechosa amistad con los rusos, pero resulta todo lo contrario. Zviagyntsev retrata a una sociedad moralmente enferma, de una forma muy crítica, implacable y con ninguna simpatía por la historia y el gobierno rusos. Puede que sea, incluso, un palmetazo en toda la cara por parte del mundo del cine.


Como mejor actriz secundaria el nombre es el de Allison Janney por su posesivo y dominador papel de madre adusta y cruel en Yo, Tonya. Sería toda una sorpresa que alguien pudiera arrebatarle el premio a esta veterana actriz teatral y televisiva que se ha hecho cargo de un papel difícil y lleno de fuerza.


Como mejor actor secundario parece que hay algo más de competencia. El mejor de todos debería ser Sam Rockwell por ese policía alelado e imbécil que compone con maestría en Tres anuncios a las afueras, pero muchos preferirán poner en el número uno a Willem Dafoe por el encargado del motel de la desesperanza en The Florida Project e, incluso, ha saltado en los últimos días una corriente que expresa sus apuestas en torno a Christopher Plummer y su creación de John Paul Getty para Todo el dinero del mundo, en atención a dos factores: uno es el enorme trabajo que ha realizado poniéndose en la piel del personaje y rodando toda su parte en apenas nueve días después de la decisión de retirar todo lo que ya había hecho Kevin Spacey, acusado de acoso sexual. Otro es el factor edad. Plummer está viviendo una vejez dorada, pero es bastante improbable que vuelva a ser nominado por cualquier otro papel. En su contra va el hecho de haber ganado el Oscar, también al secundario, hace muy pocos años por Principiantes.


En el apartado del mejor director, la tendencia es señalar a Guillermo del Toro por el excelente trabajo que realiza en La forma del agua, llevando a los actores al terreno de la fábula para adultos, articulando una puesta en escena realmente complicada y dando un aire de belleza a lo increíble. Al eliminar en las nominaciones el espléndido trabajo de Martin McDonagh en Tres anuncios en las afueras, algo totalmente incomprensible, del Toro se perfila como un seguro ganador a pesar del revuelo que se ha organizado sobre su supuesto plagio que, por aquellas cosas de la vida, salta justo en plena carrera hacia los premios.


Como mejor actriz el premio es muy seguro. Frances McDormand está en lo más alto porque, sin duda, ella hace el papel femenino del año. Sally Hawkins también realiza un estupendo trabajo en La forma del agua y quizá sea su competidora más dura, aunque también Margot Robbie hace un esfuerzo notable en Yo, Tonya. Sin embargo, McDormand es la preferida de todos porque, sencillamente, lo merece.


Como mejor actor, la balanza se inclina con bastante claridad hacia la encarnación de Winston Churchill que realiza Gary Oldman en El instante más oscuro. Tiene varios puntos a su favor: Oldman no ha ganado nunca un Oscar, es un actor en plena madurez que lo merece y ha conseguido algo que está en la mente de todos los actores a la hora de abordar un papel y es desaparecer detrás de su personaje. Eso no es nada fácil (más allá de cualquier consideración sobre el maquillaje) y si no que se lo pregunten a Javier Bardem, que está tratando de conseguirlo desde hace bastante años (y amenaza de nuevo con Loving Pablo).


Por último, como mejor película, la disputa se halla entre Tres anuncios en las afueras y La forma del agua. Como desde hace varios años y merced a las normas de votación, ya no coincide el nombre del director y de la mejor película, es evidente que la primera va a ser la elegida. Y en cualquier caso, es de justicia. Es muy posible que lo sea.

Y estas son las afueras del Oscar. Si los pronósticos aciertan quizá hayamos entrado un poco más en el centro del premio a las historias bien contadas. Sin necesidad de anuncios. 

jueves, 1 de marzo de 2018

LADY BIRD (2017), de Greta Gerwig

La adolescencia es esa edad tormentosa en la que, a pesar de que se cree ver luces, todo está en la más absoluta de las tinieblas. Nada está claro aunque hay que mantener, a cualquier precio, la apariencia de que todo está nítido como la luz del sol. Existe un deseo de descubrimiento de la sexualidad más allá del mismo hecho. Es difícil comunicarse con los que tienen experiencia porque, al fin y al cabo, ellos son producto de otra época, de otras circunstancias y de otras inquietudes. Ellos son lo que realmente no saben nada.
Para un adulto resulta muy complicado saber cómo puede ser útil al adolescente que expresa su rebeldía todos los días. Puede que su nombre no le guste y quiera ser conocido con un apodo. Puede que trate de encontrar un sitio entre algunos compañeros con los que no tiene nada en común. Todo es un interrogante que obliga a decidir, una visión del mundo oblicua y nada objetiva en la que se llega a creer que no es necesario comprender a nadie. Eso da igual. La vida está por delante y no hay demasiado tiempo para pensar en naderías. Sobre todo cuando se tiene tanta experiencia acumulada.
Sin embargo, según van ocurriendo las cosas, las luces se van encendiendo paulatinamente. Primero con timidez, como si sólo quisieran iluminar con suavidad el camino que se lleva. Y más tarde, con fuerza, como si las piezas que estaban desparramadas en la confusión comenzasen a encajar de forma mágica. La conciencia se despierta y, de repente, hay una comprensión adulta de los problemas de los demás y de cómo han sufrido para que los sueños fuesen realidad. No es necesario renunciar a las creencias, ni a los pensamientos, ni a los recuerdos. Eso es lo que nos conforma como personas y, gran parte de nuestro interior, está formado por todas esas cosas. Sólo hay que abrir los ojos y aprender a ver.
La directora Greta Gerwig se ha decidido a describir un episodio de su vida con sencillez, sin grandilocuencia alguna, con la naturalidad con la que los días pasan y la lógica se impone. En algún momento parece que todo se estanca, pero la historia avanza con sigilo y reconocemos muchas de las situaciones, compartimos la dispersión de esa protagonista encarnada con fuerza por Saoirse Ronan y, por último, respiramos tranquilos cuando llega la ansiada y, tal vez, algo sobrevalorada madurez. El resultado es una película modesta, que se deja ver sin otro sentimiento que el de la naturalidad, con alguna que otra digresión innecesaria, pero con un ritmo constante, con algo de humor en sus pinceladas y, desde luego, con la seguridad de que esa niña-mujer comenzará a ser mujer-niña en muy poco tiempo.

Y es que, en ocasiones, hay acontecimientos que hacen que la vida se torne de otro color, y que, de alguna forma misteriosa, se empiece a tener la palabra justa, la actitud comedida y la ilusión intacta por llegar a algo que puede ser realmente grande. Por supuesto, eso no niega el derecho de hacer alguna locura de vez en cuando, de dejar que las riendas se desboquen porque eso también forma parte del proceso. Y como todo camino al éxito, cada metro estará desbordado de fracasos.