lunes, 29 de noviembre de 2021

SIETE NOVIAS PARA SIETE HERMANOS (1954), de Stanley Donen

 

Te diré algo sobre las mujeres sabinas,

que vivieron en la época romana.

Creo que se iban todas a nadar,

mientras los hombres se iban a pastar.

Bien, una tropa de romanos se puso en camino,

y las vieron y dijeron: “oh, vaya”.

Así que se las llevaron a todas para ponerlas a secar.

Y es que la vida de los hombres solitarios es muy dura. La nieve, la leña, los pasos cerrados, los animales. Sin mujeres. ¿Sin mujeres? Eso hay que arreglarlo en un periquete. Al fin y al cabo, siete hermanos no merecen ser sólo novios de la soledad. Ésa ya tiene suficientes con los que entretenerse. Habrá que bajar al pueblo antes de que el paso esté cerrado por la nieve y coger lo que se necesita. Sí, un rapto. Pero ellas lo van a pasar muy bien allí arriba, en la cabaña. Estarán acogidas. Calientes. Atendidas. Y sabrán lo que es el amor. El de verdad. ¿o no?

Eso al menos es lo que dice Plutarco,

¡oh, sí!

Había mujeres sabinas, sabinas, sabinas,

deseando ser atadas,

y cada músculo estaba palpitante, palpitante

para disfrutar de ese paseo desenfrenado.

Oh, ellas lloraron y luego besaron y luego lloraron y besaron,

por toda la campiña romana,

así que no lo olvides cuando tengas una novia:

Las sabinas no pueden ser atadas.

Y eso es lo único que hay que aprender. Nada por la fuerza. Todo por el encanto. Con la sonrisa puesta, el hacha guardada, el instinto servicial a punto y la galanura como código. No hay que ser como esos brutos de ciudad, esos vaqueros que se creen que son más educados y más elegantes sólo porque llevan traje en lugar de camisa y sus maneras son tan cuidadosas que parecen muñequitos deseando llevarse su merecido en una competición de danza.

Desde esa cabalgada desenfrenada,

nunca devolvieron su botín,

el vencedor se lo llevaba todo,

se las llevaron a casa, a lomos del trueno,

a pequeñas y bonitas plazas,

y nunca se ha visto nada igual.

Me dijeron que era un auténtico encanto,

verlas con un bebé romano en cada rodilla

y llamándolos Claudio y Bruto…

Y es que el lugar puede ser un elemento muy importante para la seducción. Compañía hay de sobra. Basta imaginar las cenas con catorce comensales. Habrá que educar un poco a esos chicos demasiado acostumbrados a tomar las cosas por la fuerza y sin decoro, pero eso será un pequeño defecto sin importancia. Las mujeres sabinas han existido siempre. También en medio de las montañas del Oeste.

Esas mujeres sabinas, sabinas, sabinas, pasando sus noches,

mientras los romanos salían afilaban sus espadas y descabezaban a sus enemigos,

empezando las peleas,

y manteniéndose ocupados por un buen montón de togas viejas,

mientras murmuraban pequeños “algún día las mujeres tendrán derechos”

y ellas pasaban todas esas noches

sólo cosiendo.

Por supuesto que tendrán derechos, y bien ganados. Pero si por el camino se lo pasan bien, mucho mejor, además de mucho más elegantes en la lucha y mucho más divertidas en la rutina. Eso sólo se le puede ocurrir a las mujeres que siempre han sido ingeniosas, únicas y, en el fondo, verdaderas dominadoras. ¿O no?

Cuando sus hombres fueron a buscarlas,

no encontraron a sus mujeres,

los Romanos las habían atrapado,

y a sus amigas, también.

Y si esto es verdad,

que sea una lección para gente como tú.

Trátalas con rudeza como hacen los romanos,

de lo contrario, pensarán que eres un débil.

Y no te dejes engañar. Ellas llevarán la iniciativa. Ellas son las que elegirán. Ellas son las que tendrán la razón. Ellas son las que mantendrán la polémica. Ellas, amigos, lo son todo. Incluso para siete hermanos cuya letra del nombre va por orden alfabético.

¡Oh, sí!

Esas mujeres sabinas, sabinas,

derramaban cubos de lágrimas sabinas,

mientras oían nuestras viejas historias,

eso les hizo vibrar los oídos,

y actuaron enojadas y molestas,

pero secretamente estaban llenas de alegría

y deberás recordar que llenaran tus calles

con poemas muy queridos.

Como se ve, ellas dominarán cualquier situación. Sacarán a relucir sus lágrimas mientras manipulan a cualquier que se ponga por delante. Mujeres sabinas, secuestradas en contra de su voluntad para servir como esposas de valerosos romanos. Quizá el plan no es tan feo, ni tan malo. La vida va a ser mucho más aburrida en la ciudad y allí arriba, cerca del cielo y rodeadas del blanco de la nieve, va a ser todo mucho más divertido, mucho más romántico y mucho más poético.

¡Oh, sí!

Esas mujeres sabinas, sabinas, sabinas…

llorando una tonelada y luego sollozando,

recuerda lo que Robin Hood habría hecho

con esas mujeres sollozantes.

Seremos como esos tres hombres alegres

para que todos seamos felices

y seguirán sollozando durante un tiempo,

pero haremos sonreír a las mujeres sollozantes.

Y ahí estaba Stanley Donen para hacerlo, para llevarnos en volandas hacia un cuento de raptos, de amor y de competición bailada. Y el gozo no hace más que darnos fuerzas. Y la música nos asegura que hoy es un día realmente bonito. No importa cuándo se vea esta película. Siempre está ahí. En el equilibrio de una tabla que parece el campo de batalla de dos caballeros duelistas. O en la tarima que sirve para que las parejas bailen y decidan sus destinos. Howard Keel, Jane Powell, Russ Tamblyn, Tommy Rall, Julie Newmar…¿hace falta algo más para disfrutar de una película?

viernes, 26 de noviembre de 2021

EL GRAN ROBO (1968), de Peter Yates

 

En 1964, el asalto al tren correo de Glasgow conmocionó al mundo entero. Su planificación y osadía fueron comentadas incluso con admiración en todos los noticiarios y fue muy difícil atrapar a los responsables. Incluso algunos de ellos fueron encarcelados muchos años después de cometido el robo y porque se entregaron. Peter Yates, en 1967, dirigió esta recreación del famoso crimen que se basaba, casi exclusivamente, en la manipulación de un semáforo del recorrido ferroviario para que el tren se detuviese y los ladrones pudieran abordarlo. Sin embargo, Yates, con sabiduría, no se entretiene mucho en el hecho en sí mismo, sino en la meticulosa planificación de los asaltantes, con Bruce Reynolds a la cabeza, convenientemente disfrazado bajo el nombre de Paul Clifton. El resultado es una película enormemente ágil, en la que se descubre que los cerebros del golpe tuvieron que negociar la participación de otros con el reparto del botín, o la insistencia en el reclutamiento de otros que, simplemente, no tenían la cabeza tan fría como para formar parte de la banda, pero que poseían los conocimientos necesarios para solventar los problemas técnicos. Además, Yates puso en juego una espectacular persecución de sello inglés que hizo que, un año después, el propio Steve McQueen reclamara para él la dirección de Bullitt con el fin de rodar la que sería una de las mejores nunca realizadas para el cine.

Así que ahí está el tal Clifton, un individuo que se ha juramentado a sí mismo no volver a pisar una cárcel y, para ello, pretende dar el golpe definitivo, con los tipos más competentes y a pesar de que sabe que la policía está pisándole los talones. Por una vez, no son unos inútiles y sabe que todo debe estar milimétricamente planeado, con la menor violencia posible, sorteando esa perseverancia que demuestra el Inspector Langdon, perro de presa de Scotland Yard, y llenándose los bolsillos con una cantidad de dinero que cuesta imaginar.

Stanley Baker, con su físico imponente, es el encargado de encarnar a Clifton-Reynolds, y lo hace con una economía gestual muy eficaz porque en sus miradas están la amenaza, la dureza, la decisión e, incluso, la renuncia porque se ha propuesto sacrificarlo todo con tal de alcanzar sus objetivos. Alrededor de él, todo un regimiento de secundarios británicos que, tal vez, no tengan nombres resonantes, pero que constituyen un estupendo repertorio de rostros conocidos para cualquiera que haya visto dos o tres películas. Al fondo, el cuidado y la matemática ejecución del plan alternada con visitas ocasiones a la ficción porque las cosas no ocurrieron exactamente así, pero eso no importa porque la historia está bien llevada, con lógica, concediendo la ajustada admiración por la precisión y la audacia con la que se concibió el asalto, pero también asegurando que, tal vez, tanto riesgo no merecía la pena.

Son minutos de rapidez, contando el dinero por tacos, cayendo en el pecado de la precipitación, pero, también en el de la inteligencia. Puede que el dinero no merezca otra cosa más que el fuego y el viaje haya sido mucho más apasionante que el resultado, pero eso no importa. Alguno saldrá indemne. Y la gente se preguntará durante mucho tiempo cómo fue posible urdir un plan que tenía tanto de perfecto.

jueves, 25 de noviembre de 2021

ÚLTIMA NOCHE EN EL SOHO (2021), de Edgar Wright

 

Todos hemos tenido alguna vez la sensación de que hubiésemos encajado mejor en otra época. Tal vez, a mí me hubiera gustado bailar con una chica de falda ajustada bajo los acordes de Glenn Miller, y usted hubiese quedado hechizado por el ambiente que se generó en el Swinging London con todas aquellas faldas cortas, aquellas camisas con chorreras, aquellas permanentes imposibles o aquellas burdas imitaciones de los modos y maneras de Sean Connery en la piel del más famoso agente secreto de la historia. Y, aún así, también habríamos caído en que no todo era tan fantástico, ni tan especial, ni tan ensoñador.

Al fin y al cabo, la corrupción y la hostilidad ha imperado desde siempre, sobre todo en las grandes ciudades. Detrás del humo de los cigarrillos habría algún intento de aprovecharse de las personas, igual que ahora. Algún atajo para conseguir dinero fácil a costa de los demás. Alguna fuga de una época que dejó bastantes flecos sueltos. Hubiera sido, quizá, como mirarnos al espejo para comprobar que, en el fondo, la infelicidad también iba en busca de unas cuantas víctimas y que hubiésemos sido candidatos ideales para la desgracia.

Así que no hay nada como venir de un sueño para entrar en la esquizofrenia, en la alucinación de una noche pintada de neón en medio de las calles mojadas y expectantes y, lo que en un principio es una comedia suave de tonos ligeramente románticos se transforma, por arte de brujería, en pánico inquietante que se abre ante un abismo de frustración y fracaso. Tal vez, hacer un boceto para un vestido sea una puerta abierta para los fantasmas. Puede que el deseo de cantar sea algo tan prescindible como las ganas de olvidar. Lo cierto es que la locura, puntada a puntada, irá abriéndose paso para dejar una plantada una semilla que va a ser muy difícil de obviar. La verdad siempre es equívoca y más vale que la música no deje de sonar.

Edgar Wright dirige con cierta habilidad esta película que, de alguna manera, también se coloca en los límites de la realidad. Con excelentes trabajos del original y su reflejo, estupendas Anya Taylor-Joy y Thomasin McKenzie y con obligatorias y evocadoras apariciones de auténticos representantes de aquella época como Terence Stamp y la inolvidable Emma Peel de Los vengadores, Diana Rigg en la que es su última aparición ante el público al fallecer a los pocos días de terminado el rodaje, la historia se mueve entre la fantasía, la imaginación, la inspiración, algún que otro leve derrape sin ruido y la maldición con cierta gracia, secuestrando la atención y convenciendo de que las luces, por muy brillantes que sean, pueden conducir directamente hacia la oscuridad.

Y es que no cabe duda de que la estabilidad mental y la represión sexual juegan un papel importante en la travesía entre realidad y reflejo en un continuo cruzado de líneas que llevan a la originalidad a través de una hábil ambientación. La inquietud, paulatinamente, se va apoderando de las alegres melodías de ese Londres de aureolas frívolamente legendarias y, con dos pintas de cerveza a cuestas, no es fácil encontrar la salida directa a la calle y a la noche en vela. El éxito está esperando a la vuelta de la siguiente pasarela y no hay nada como resucitar algo viejo que estuvo de moda más de lo que creemos. Mientras tanto, querremos caminar por esas calles mojadas, luminosas y misteriosas, que esconden tantos secretos como cuchillos y el pasado, como siempre, tendrá una invitación a punto. Para bailar. Para cortar. Para sentir. Para morir.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

INSIGNIFICANCIA (1985), de Nicolas Roeg

 

Es una noche cualquiera en medio de una gran urbe. En un hotel de la ciudad, ocurre una insignificancia. Cuatro personajes que marcan el devenir de los tiempos son huéspedes a la vez. El profesor Albert Einstein, la actriz Marilyn Monroe, el jugador de béisbol Joe di Maggio y el Senador Joseph McCarthy. Quizá sean unas cuantas horas de relativismo en estado puro. Las dudas que despierta en su autor un discurso a favor del pacifismo, el estado de indecisión que destila una estrella después de rodar la icónica escena del aire surgido del metro en La tentación vive arriba y que ve cómo su matrimonio se derrumba, la determinación del deportista de hacer un último lanzamiento para intentar salvar todo lo que más quiere y la obsesión del senador por demostrar que ese judío científico no es más que otro rojo comunista se convierten en una lucha por la comprensión en un mundo que ya está de espaldas. En todos ellos, se esconden miedos muy profundos que se van revelando poco a poco, según van avanzando las múltiples conversaciones entre ellos. Se descubren sus tremendas debilidades y el servilismo hacia las apariencias hasta que, quizá, sólo haya una verdad indiscutible y, tal vez, horrorosa, pero habrá que hacerle frente igual que a la muerte.

Puede que a Einstein le persiga la deriva que han tomado todos sus descubrimientos. O que Monroe quiera sacudirse de encima la etiqueta de rubia tonta y demostrar que ella es capaz de comprender la teoría de la relatividad. O que Joe McCarthy sea un impotente que desee exteriorizar toda la frustración que siente recortando las libertades. O que Joe di Maggio sea una estrella mediática de carácter muy inseguro, con cierta inclinación a la violencia. Sin embargo, todas esas características son intercambiables porque esto es una ficción que sólo toma personajes reales alrededor de una insignificancia. No tiene la más mínima trascendencia. Es sólo una noche de diálogos. Una obra de teatro que sólo quiere poner de manifiesto que el pánico habita en todos y cada uno de nosotros y que no importa la altura en la que se nos ubique.

Michael Emil como Einstein, Theresa Russell haciendo una auténtica creación como Marilyn Monroe (una de las mejores que se hayan visto nunca, quizá sólo con el permiso de Michelle Williams en Mi semana con Marilyn), Tony Curtis como el Senador McCarthy y Gary Busey, tal vez el menos indicado, como el gran Joe di Maggio forman un cuadro de obsesiones al mando de Nicolas Roeg en una película que ha quedado olvidada en el fondo de muchas memorias. Y merece rescatarse porque, aún con momentos de humor, plantea algunas cosas interesantes, de cierto calado, sobre el escaparate que forman las personas, cómo se les ve y cómo se sienten, aunque todo sea una ficción que se deshaga con la luz del día. Es lo que tiene la fama, buena o mala. Es efímera. Es traidora. Y es sólo superficial.

Puede, eso sí, que la película requiera algo de preparación previa por parte del espectador que se acerque a verla. ¿Está usted preparado?


martes, 23 de noviembre de 2021

SU PROPIA VÍCTIMA (1964), de Paul Henreid

Ya es hora de vivir la vida que le hubiera correspondido a Edith. Hace años, cuando las arrugas y la amargura no habían aparecido, ella lo tenía todo para triunfar. Había conocido al hombre de sus sueños. Coronel del ejército, de familia adinerada, de modales caballerescos, con amor de por medio…Sin embargo, su hermana gemela se cruzó por el camino y, a través de una mentira, todo se fue al garete. El destino de Edith, desde ese momento, se torció por caminos oscuros hasta parar a un club de mala muerte en algún lugar de Los Ángeles. Y mientras, esa arpía de Maggie viviendo como una reina, en una casa de ensueño, rodeada de sirvientes y de sus estúpidos amigos de la alta sociedad, preocupándose tan sólo de elegir la próxima piel en su armario, perder el tiempo en alguna que otra peluquería de lujo y vestir a la última moda. Ya está bien.

No obstante, ocupar el lugar de otro de un día para otro, no es tarea fácil. Hay hábitos con el cigarrillo, bebidas espantosas, antiguos compromisos pendientes, costumbres religiosas y la indiscreta mirada de los criados. Incluso un amante más joven. Puede que tenga aspecto de gigoló algo estúpido, pero el fulano se da cuenta enseguida y lo que quiere, suele conseguirlo. Además, hay un policía que sentía algo por Edith y anda merodeando por ahí, haciendo preguntas que van de la nada más absoluta al algo más peligroso. ¿Y cuál será la combinación de la caja fuerte? ¿Cómo va a firmar los ansiados papeles de la herencia del marido de Maggie? Ni la propia Edith se cree cómo todos han sucumbido al engaño. Sólo está ese maldito conquistador que, por si fuera poco, también guardaba algún secreto inconfesable con Maggie. Al final, Edith será Maggie. Hasta las últimas consecuencias.

No cabe duda de que gran parte del atractivo de esta película se centra en el enorme doble papel que realiza Bette Davis, matizando a cada una de estas hermanas gemelas que intercambian sus propias vidas. La dirección de Paul Henreid, inolvidable Viktor Laszlo de Casablanca, es precisa y austera, sin grandes movimientos de cámara, más atento a la narración que a las formas. Karl Malden y Peter Lawford secundan con eficacia, haciéndose cargo de unos papeles que no tienen demasiada profundidad, pero que resultan fundamentales en la trama. El resultado es una película que se toma su tiempo para contar la intriga y eso aumenta, con acierto, la sensación de angustia a través de los ojos de una mujer que no tuvo suerte y ya está harta de no tenerla.

Así que es la hora de diferenciar entre dos gotas de agua y de acompañar en el trayecto a una dama que se encamina hacia el final sin reparación posible. La mentira sobre la mentira se acumula y ya no hay demasiado tiempo para dar marcha atrás. Aunque, tal vez, más vale ser reina por unos pocos meses que una vulgaridad prescindible durante toda la vida. Edith Philips lo va a intentar. Al fin y al cabo, no tiene mucho que perder. Sólo el cariño de un hombre.

viernes, 19 de noviembre de 2021

INTRIGA EXTRANJERA (1956), de Sheldon Reynolds

 

Un multimillonario muere y hay demasiadas preguntas sin responder. Sobre todo, una. ¿Dijo algo antes de morir? Eso es lo que pone a Bishop, su asistente personal, sobre la pista. Quizá Víctor Dannemore no era el hombre que decía ser. Quizá había más secretos de los que parecía. Quizá su matrimonio fue una farsa. Quizá su vida fue un chantaje permanente. Lo cierto es que Bishop se queda muy intrigado con un asunto que nadie conoce y que todo el mundo quiere. El hombre rico murió en sus brazos sin decir ni una sola palabra, pero parece que hay demasiados intereses en juego. Bishop se mueve rápido desde la Riviera hacia Viena y Estocolmo. Va a probar en sus propias carnes el precio de la vida acomodada que llevaba su jefe, la madera de la que está hecha su mujer y, de paso, cuál es el aspecto del amor.

Ocurre algo curioso con esta película. Tiene un planteamiento interesante, a Robert Mitchum se le ve cómodo y dando lo mejor con un buen puñado de miradas colocadas con sabiduría. La dirección, aunque un tanto bisoña en algunos momentos, resulta efectiva, disfrazando las localizaciones y dando al ambiente un aire muy europeo. Sin embargo, cuando se conoce cuáles eran los propósitos del millonario, la historia comienza una cuesta abajo sin frenos que, además, deja inacabado el argumento, abandonando al espectador con la apasionante trama que, en teoría, empieza por el final. El proyecto, escrito, producido y dirigido por Sheldon Reynolds, un oscuro realizador fascinado por la figura de Sherlock Holmes, toma partes prestadas de El tercer hombre, de Carol Reed y de Míster Arkadin, de Orson Welles, tiene una puesta en escena elegante, con ese color que sólo los años cincuenta fueron capaces de dar y, no obstante, no acaba de funcionar. El misterio se resuelve, parece que empieza una nueva intriga y ahí termina todo. La interpretación de Ingrid Thulin es excesivamente ingenua y ella no está bien maquillada y fotografiada siendo una mujer de una belleza excepcional. Demasiados elementos confluyen en esta película para hacer de ella algo contradictorio, que denota preparación, pero no todos los elementos encajan debido, principalmente, a la decepción que supone en su último tercio.

Y es que no cabe duda de que ninguna fortuna ha sido construida a base de mucho trabajo. Las trampas y la asociación con algunos personajes muy poco recomendables suelen ser bastante frecuentes en las altas finanzas que, por otra parte, es otra forma de llamar al chantaje. El espionaje es el nexo de unión entre la élite empresarial y el poder político y Europa acaba de salir de una guerra casi innombrable. La noche en Europa se cierne de nuevo porque siempre habrá intereses que traten de volver a dominar el panorama internacional. Y, a veces, evitarlo es cuestión de un solo hombre que decidió investigar ese universo de presiones alrededor de un multimillonario que, aparentemente, ha sufrido un ataque al corazón. Todos quieren saber si dijo algo. Más que nada porque, cuando eso sucede, cuando un hombre rico muere, todos quieren sacar algo más que el falso luto por su memoria.

jueves, 18 de noviembre de 2021

WAY DOWN (2021), de Jaume Balagueró

 

Asaltar uno de los bancos más seguros del mundo es una tarea reservada para los más osados que, además, deben tener un punto de privilegio en el pensamiento. No vale cualquiera y es mejor alejarse de posibles comparaciones con recientes y penosas series que también hablan de atracos con rehenes en casas de la moneda y demás zarandajas. No pasa nada por intentar describir un atraco perfecto en un escenario que no deja de ser impresionante. Aunque el escenario sea falso y el agua siga creciendo imparable.

No hay nada más confuso que la explosión de una multitud que está mirando hacia el gol que cambió nuestras vidas. Por supuesto, el sistema de seguridad está fuertemente vigilado y el asunto requiere de una planificación muy meditada. El secreto está en el equilibrio de la báscula de la justicia y se trata, simplemente, de ofrecer un producto entretenido, uno más de tantos, pero bien realizado, con un cierto sentido del ritmo en la mayor parte de la película y dejando un regusto de haber pasado un rato sufriendo con aquella leyenda que decía que las cámaras acorazadas del Banco de España estaban inundadas y que, por eso, era inexpugnable.

Uno de los secretos que esgrime el director Jaume Balagueró es la competencia mayoritaria en su reparto con Liam Cunningham aportando experiencia, Freddie Highmore con problemas para quitarse de encima la sombra de un buen médico, pero sin llegar a irritar, Luis Tosar siendo el español en su perfección, con un buen trabajo dentro de la ambigüedad y precisión de Sam Riley, con el oficio que demuestran tanto José Coronado como Emilio Gutiérrez Caba y con el desafine de una demasiado intensa Astrid Bergés-Frisbey que debería recibir alguna lección de relax de vez en cuando. Ah, y desde luego y sin ninguna duda, con la certeza de que hay que colgar del palo mayor del pecio más voluminoso posible al médico cirujano plástico que le tocó la cara a Famke Janssen. Por lo demás, con sus tópicos incluidos, la historia funciona bien, sin estridencias, dando lo que se espera de ella sin grandes estridencias y, eso sí, con algún que otro detalle en su último tercio que desluce su resultado final. No podía ser menos teniendo a la justicia mirando mientras el pozo de la multitud grita con sus aullidos y sus fiestas en un momento que algunos todavía recordamos con los pelos como escarpias y la emoción rozando la lágrima.

Así que no hay más que resolver los problemas con una identificación clara de los mismos. No cabe duda de que la antigua sede del Banco Urquijo en la calle Alcalá esquina a Barquillo, hoy casa central del Instituto Cervantes, ha sido convenientemente aprovechada por Balagueró para poner en pie toda su puesta en escena con mucha habilidad y que se acude a homenajes y referencias a películas como Con el agua al cuello, de Stuart Rosenberg o, de modo más evidente, a Ocean´s Eleven, de Steven Soderbergh. Nada molesta demasiado y, en algunos instantes, el disfrute se instala con facilidad en medio de la visión. Sin pretensiones, salvo, quizá, recordar aquel día de gloria del 11 de julio de 2010 y ofrecer una producción cuidada y entretenida de algo que, tal vez, se ha visto unas cuantas veces. Y no es poco. Aunque haya algo en la resolución que no convenza demasiado y tengamos la impresión de que acarrear con unas cuantas bombonas de nitrógeno no sea tan fácil para un hombre solo.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

ROMPEHUESOS (1974), de Robert Aldrich

Quizá no sea una gran película, pero se pasa un rato estupendo. La historia de un tipo que ha sido encarcelado por un soborno dentro de la liga profesional de fútbol americano y monta un partido entre vigilantes y presos de la cárcel donde está internado tiene algo de irremediablemente atractivo. También porque, de alguna manera, él también debe demostrarse algo a sí mismo. Puede que sea su último duelo, su capacidad para hacer algo bueno o, simplemente, las ganas de dar unas cuantas lecciones a esos guardianes arrogantes bajo el mando de un alcaide presuntuoso y cruel. Las motivaciones son válidas. Y lo primero de todo es hacer un equipo de un buen montón de individuos que han ido solos por la vida. Tal vez, ésa es una de las razones de fondo por la que están allí, pudriéndose en un agujero de barro y vileza. Sólo hace falta canalizar adecuadamente sus agresividades, potencias sus habilidades y enseñarles un par de jugadas bien hechas. La materia prima está ahí y eso no se lo pueden quitar. Por muchos culatazos que reciban. Y va a ser la única ocasión en la que van a poder cargar contra sus guardianes sin que un fusil les apunte con intenciones aviesas.

Burt Reynolds fue un consumado jugador de fútbol profesional. Tuvo cierto éxito en el equipo de la Universidad del Estado de Florida y llegó a ser seleccionado para el fútbol profesional por los Baltimore Colts. Se sintió inmediatamente atraído por el proyecto de Robert Aldrich, sobre todo porque las secuencias iban a ser concienzudamente coreografiadas para hacer creíble el partido en cuestión que acaba por ser el desenlace de la película. Su personaje del quarterback Paul Crewe se desenvuelve entre el buen humor habitual en muchos de sus papeles y el cargo de culpabilidad que arrastra porque lo que hizo fue una traición en toda regla al juego. Sin duda, la película tiene momentos en los que se nota una cierta manipulación en el tratamiento narrativo, pero eso no importa cuando se está pasando un buen rato con algunas pinceladas de humor grueso y tópico y unas cuantas jugadas de probada espectacularidad. La acción está asegurada y hay que atacar por la derecha.

Así que es tiempo de retroceder y afinar bien el pase, porque todo es previsible y, sin embargo, efectivo. Habrá juego sucio y momento culminante, que es lo que se pide a todas las películas de estas características. Incluso, al final, puede que alguien se ponga en el punto de mira deliberadamente para dar una última prueba de honestidad, de tener conciencia de que el dinero fácil no siempre compensa y de que un partido debe jugarse hasta el último minuto, sea cual sea el resultado. Lo que importa es la lucha, el instinto de superación aún cuando se tiene todo en contra. Veintisiete a la izquierda y dos Mississipi. Y a correr, muchachos. Cuando alguien está lanzado, nadie le puede parar. Ni siquiera una muralla humana de tipos como torres. Sólo hay que recoger el balón y no pensar en las tentaciones de lo más fácil. Hay que quedarse y seguir. Aunque la derrota sea algo con lo que se sale desde el vestuario.

martes, 16 de noviembre de 2021

EXPEDIENTE 39 (2009), de Christian Alvert

 

Ayudar a los demás es algo que debe nacer del corazón. No importa que se hayan tenido experiencias previas que impulsan ese sentimiento. Trabajar en medio de familias que se van desflecando con el paso del tiempo no es nada fácil porque, a menudo, hay que toparse con la hostilidad de los padres, con ese deseo, no siempre cumplido, de preservar la intimidad de una casa. Las contestaciones injustas, las salidas de tono, el fingimiento desconsiderado, son cosas que están a la orden del día en  la vigilancia social de los menores. Emily Jenkins sufre mucho por todos los casos que se le encomiendan porque sabe que los débiles suelen ser los niños. El trabajo la agobia porque no da abasto, apenas tiene vida personal. Quizá haya algo por ahí, pero no tiene tiempo de iniciar una relación seria. Sin embargo, además de los treinta y ocho casos que debe llevar, tiene otro muy especial.

Las apariencias pueden llegar a engañar totalmente. Los padres parecen desquiciados y hay indicios de maltrato hacia su hija. Una llamada inesperada, Emily convence a un amigo policía y salvan a la niña de una muerte espantosa. Ella cree que la chiquilla merece una segunda oportunidad y se ofrece como madre de acogida. No sabe que está cometiendo el mayor error de su vida. Tal vez porque Emily ha querido sembrar tanto amor y conciliación que no ha reparado en que el diablo también anda metido entre sus expedientes.

Esta es una película que fue condenada desde el mismo momento en que se hicieron sus pases previos. La crítica la machacó insistentemente, se hicieron cambios en el final y no llegó a estrenarse en cines hasta tres años después de finalizado el rodaje. Hoy, escondida en cualquier sitio, está ahí esperando su oportunidad porque, sin llegar a ser una absoluta obra maestra, es una película de terror que, en algunos momentos, llega a ser escalofriante, con momentos sobrecogedores. Quizá no contenga las mejores interpretaciones posibles y el personaje del amigo policía de la psicóloga interpretada por Renée Zellwegger no está demasiado bien dibujado, pero está por encima de muchos subproductos del género que han tenido cierto éxito entre el público. También la cercanía en el tiempo de una película como La huérfana debió de influir mucho a la hora de pensarse su estreno, pero no deja de ser un ejercicio aceptable, que no huye de los tópicos que siempre han funcionado y, además, introduce alguna que otra situación de cierta originalidad.

Y es que acoger a alguien extraño es algo que no deja de tener riesgo porque es posible que la niña en cuestión tenga una mirada especial hacia ciertas cosas. Al fin y al cabo, mucha gente ha criado monstruos basándose en dar todos los caprichos y accediendo a todas las peticiones. Y, en ocasiones, no somos lo que parecemos, por mucho ángel que pongamos en la cara y mucha voz delicada que intentemos grabar en las conciencias ajenas. Es difícil acabar con el mal en sí mismo. Es posible que sea porque nunca acaba. Siempre está ahí esperando que alguien lo adopte.

viernes, 12 de noviembre de 2021

PROYECTO BRAINSTORM (1983), de Douglas Trumbull

 

Estamos ya muy cerca del futuro. No queda mucho para que podamos experimentar, a través de cualquier ingenio tecnológico, las sensaciones que cualquiera desee grabar. El vértigo de un descenso en esquí, la emoción de flotar en un parapente, el pánico desatado de una montaña rusa o la adrenalina al conducir un coche de competición en un circuito automovilístico. Sin embargo, todos los inventos tienen un lado oscuro. Es posible que, si es posible grabar la sensación, se traspasen determinados límites. Por ejemplo… ¿qué impide a alguien grabar su propia muerte? O, sin ir más lejos, ¿qué es lo que lleva a un hombre ponerse en bucle un orgasmo? La mente humana, sin descubrir nada nuevo, es capaz de lo mejor y de lo peor y todas las innovaciones son buenas o malas dependiendo de su uso. Es el dilema eterno de los científicos y la piedra en la que el ser humano tropieza una y otra vez.

Sí, yo también puedo sentir lo que están pensando. Sin duda, los militares meterán el hocico para ver cuáles son los posibles beneficios bélicos de ese invento que empieza como un aparatoso casco para convertirse, en muy poco tiempo, en apenas unos auriculares de cabeza. Los sistemas de guiado de misiles pueden estar resueltos con el ingenio de marras y, por supuesto, se trata de echar a los bienintencionados científicos del proyecto. Torturas, psicosis…todo puede ser grabado y sentido. Y eso es una fuente inagotable de conquista, de avance, de supremacía.

Quizá, el mayor desafío sea ponerse esos auriculares para experimentar el mayor miedo que se pueda tener o, incluso, ver alguna luz que ilumine lo que pasa después de que nos hayamos ido de este bendito mundo. Puede que sólo haya oscuridad, nada, vacío…o puede que no. Es el eterno enigma al que se tiene que enfrentar el ser humano. La tormenta en el cerebro se ha desatado al ser capaces de grabar nuestras propias sensaciones porque ya no existirán más secretos susceptibles de ser guardados.

El mítico director de fotografía Douglas Trumbull se puso al frente de esta película después de su primera experiencia, Naves misteriosas, once años antes, profundizando en su obsesión por la ciencia-ficción tecnológica, con un apasionante estudio de la dualidad del ser humano y con un reparto entregado y eficaz con Christopher Walken, Natalie Wood, Louise Fletcher y Cliff Robertson. Hubo problemas en el rodaje porque Wood falleció de un supuesto accidente en el mar sin terminar todo su trabajo y Trumbull se apañó como pudo para rodarlos con dobles o trucos fotográficos. Aún así, la película no se resiente, llega a ser apasionante en algún rato y, aunque es evidente que la visión futurista de la tecnología se ha quedado algo antigua, todavía es capaz de plantearnos una serie de preguntas de difícil respuesta en los límites de la experimentación.

Y es que el ser humano siempre tiende a ir más allá de lo razonable para encontrar nuevas fronteras que, inevitablemente, también acabará burlando. Entregarse a la fiabilidad de las máquinas lleva al olvido de la ética, a la difuminación de lo correcto, a la horrible certeza de que somos seres superficiales hechos sólo y exclusivamente para el placer o para la guerra.

jueves, 11 de noviembre de 2021

ETERNALS (2021), de Chloé Zhao

 

Ya tenemos aquí el enésimo fin del mundo. Bien es verdad que, mientras tanto, hay un descubrimiento sobre el motivo de la creación de semidioses que luchan encarnizadamente contra titanes y que Chloé Zhao cumple escrupulosamente con todos los preceptos de lo políticamente correcto introduciendo la diversidad étnica y sexual. Sin embargo, todo se reduce otra vez a lo mismo. ¿Merece la Humanidad ser salvada a cambio de que puedan surgir otras civilizaciones que merezcan la pena? ¿Hay alguna virtud en esta raza extraña y contradictoria que es el ser humano? ¿Marvel-Disney se decidirá por contar otra historia, algo diferente, más de héroes y menos de cansinos?

Así que tenemos entre manos una película que resulta irremediablemente larga porque sería altamente sospechoso que una realizadora que ha defendido contra viento y marea su independencia no introdujera algún dilema moral de pretendida profundidad. Irregular, con secuencias que parecen no terminar nunca y en la que abunda algún que otro diálogo bastante por debajo del coeficiente intelectual medio, Chloé Zhao parece que se ha metido en camisas de once varas porque no basta con saber que la película pasa por un objetivo. Hay que saber narrar una historia. También una historia con ínfulas de ser espectacular. Y ella, simplemente, no sabe.

Además hay en todo como un aire de descreimiento, de inoportuna repetición, con algún salto bastante inexplicable y con reyertas que parecen rodadas con poca convicción. Por supuesto, hay intervalos de humor que funcionan con cierta gracia y el típico mensaje de la unión hace la fuerza y vamos a salvar al mundo porque somos los mejores bueno y qué. También hay chistes sin gracia, alguna que otra escena de acción que se salva de la quema y la seguridad de que Zhao no tiene ni idea de rodar un musical. Eso sí, los eternos se eternizan, la película se eterniza y el bostezo aparece sin avisar de que aquello se está haciendo más largo que un fin del mundo.

No merece la pena destacar nada del lado interpretativo porque ni siquiera se aprecia algo de dramatización en unos personajes que se limitan a llevar consigo el aura de existencia infinita, de poderes mágicos que recuerdan, incluso, a otros super-héroes, sólo que en esta ocasión todo se recubre de una pátina de mitología. El efecto especial es tan socorrido que se hace cansino y, más que aburrimiento, se instala una sensación de saturación.

Y es que no es fácil llevar la condición de semidiós al servicio de otros seres creadores de moral más que dudosa. Al fin y al cabo, no se deja durante miles de años a unos tipos que saben hacer de todo para luego descubrir que su estancia en la Tierra tenía su doblez y que el amor no va a poder con todo. Con todo puede no saberse el qué, porque no acaba de explicarse bien, pero da igual. El caso es que se ha visto otro intento de destruir todo lo que se conoce, ya que Thanos no acabó de rematar la faena y, en el fondo, era un angelito de la caridad si lo comparamos con la divinidad celestial que aquí se propone. Si este es el futuro del universo Marvel, vamos a echar mucho de menos a los que se han ido. ¿No era la guerra infinita? Que vuelva, por favor. Es preferible ver a aquellos vengadores con muletas que a estos eternos más pesados que un rayo de Zeus, diseñados a gusto del consumidor y, más o menos, con los mismos problemas.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

JARDINES DE PIEDRA (1987), de Francis Ford Coppola

 

“Una unidad en Vietnam imprimió unas tarjetas en las que decía: “Nuestro negocio es matar, y el negocio va bien”. Aquí, nuestro negocio es enterrar, y el negocio va mejor.”

Demasiado dolor acumulado en esos jardines de piedra que contienen a tantos jóvenes que fueron a combatir y no volvieron. El Sargento Hazard lo sabe bien porque, después de combatir en el frente, está destinado en la unidad de enterramiento del cementerio de Arlington. Muchos nombres anónimos y muchos años sin vivir. Ya todo está dicho y, sin embargo, algo queda por decir. Sobre todo, cuando la tragedia está tan cerca y esos jóvenes han dado más de lo que podían por algo que nadie comprende, ni siquiera el Sargento Hazard. Ya se ha ido, ya se ha combatido, ya se ha estado allí. Es hora de volver y dejar atrás tantas lágrimas. Quizá sea el momento de rehacer su vida al lado de una mujer que también sabe lo que es el dolor, o compartir unas cuantas cervezas entre servicio y servicio con su viejo amigo, el Sargento Nelson. Con él ha derramado su sangre, su sudor y su pena y no hay nada que pueda unir más. Aún así, habrá que derramar más llanto porque seguirá habiendo algún nombre más que conocido en la lista de bajas. Y los jardines de piedra permanecerán como un monumento para aquellos que nunca debieron estar allí.

En la retaguardia, parece que todo se sumerge en una especie de líquido anestesiante porque no se ve sangre, no hay disparos. Sólo ataúdes y la emoción desbordada. También hay sitio para algo de culpabilidad porque se removieron algunos palos para que ese chico, Jackie Willow, fuera a la Academia militar y tuviese plaza asegurada para el Sudeste asiático. Todo es real y, sin embargo, las despedidas son brillantes, impecables, realistas, arrasadoras.

Francis Ford Coppola dirigió esta película con una enorme sensibilidad, haciendo que se intuyera la tristeza en el rostro de esos dos veteranos sargentos interpretados con calma y sabiduría por James Caan y James Earl Jones maravillosamente secundados por un reparto de enorme categoría que incluía nombres como Anjelica Huston, Mary Stuart Masterson, Dean Stockwell, Lonette McKee, Sam Bottoms, Elias Koteas, D. B. Sweeney (quizá el más flojo de todos ellos) y Laurence Fishburne. La última despedida a cientos de soldados que llegan a Arlington no es la forma de vida más adecuada para unos tipos que lo han dado todo por su país, incluso en una guerra en la que no creían. Con suavidad en las imágenes, llevando un pulso de terciopelo en todo momento, Coppola articula una cinta de notable calado. Sin preciosismos, sin impactantes imágenes de virtuosismo fílmico. Sólo con la sencillez en la cámara.

Así que es tiempo de guardar silencio y montar guardia. Ser conscientes de todas las vidas que se perdieron en una guerra injusta y maldita. Sacar brillo al uniforme de gala y desfilar ante las tumbas con precisión matemática. Ellos merecen el honor. Y sus familias deben recibir todos los homenajes. Será en esos jardines de piedra de lápidas gemelas.

viernes, 5 de noviembre de 2021

EL ESPÍA INGLÉS (2021), de Dominic Cooke

 

Un don nadie que da el perfil sólo porque mantiene algunas cuentas de negocio al otro lado del telón de acero. Un inglés aburrido y previsible que, de repente, debe actuar como enlace para una serie de informaciones que van a ser vitales para los próximos meses. Los soviéticos sólo ven en él al típico británico de sombrero hongo y paraguas que no tiene más iniciativa que la que marca el propio impulso empresarial. Dinero, dinero. Estos capitalistas sólo quieren más billetes. Mientras sólo sea eso, todo va bien.

Sin embargo, puede que todo sea una cuestión de equilibrio de poder, de mantener a los dos grandes bloques  mundiales al mismo nivel para que la paz sea algo posible y deseable. El inglés aburrido se prestará al juego aunque no sabe muy bien dónde se mete. Ya se sabe. Estos tediosos juegos de espías acaban de enredarse más de la cuenta y cabe dentro de lo normal que a los soviéticos no les haga gracia el cuento del correo. En principio, el inglés sólo tiene que hacer negocios con la Comisión de Comercio Soviética. Eso es todo lo que quieren. Luego, las cosas irán rodadas. Él traerá la información. Y el jaque mate que intentan los rusos será sólo un enroque.

Así que todo va bien hasta que el inglés, por culpa de sus continuos viajes a Moscú, ve alterada su rutina familiar. Sus antecedentes no son buenos en tales materias, así que no cuenta con demasiada confianza. Y el secreto debe mantenerse hasta dentro de los círculos más íntimos. Nadie debe saber nada. ¡Qué diablos! Ni siquiera él sabe gran cosa. Cuando las cosas se pongan feas habrá que improvisar al mejor estilo de los contratos de la City. Y lo que nunca se debe dejar atrás son los amigos. Siempre escasean. Aún más que los secretos de las altas esferas referidos a armamento nuclear.

Dominic Cooke dirige con sobriedad, recogiendo el estilo de las viejas películas europeas sobre la Guerra Fría con un Benedict Cumberbatch excepcional intentando que su falta de ingenio sea compensada con su voluntad emprendedora. El espía inglés hizo un viaje de más y tuvo que pagarlo caro. Sólo por llevar información de un lugar a otro. Sólo comportándose como un extraño en la orilla del extenso océano de engaños, mentiras, documentaciones y claves. Nunca llegó a mojarse del todo. Y nunca llegó a estar seco de arriba abajo. Las medias tintas, aunque útiles, no son demasiado aconsejables en tiempos de suspicacia. Más que nada porque siempre señalan a los que no son tan culpables. Y entonces esa figura que se ha adentrado en la oscuridad más allá de la orilla estará sola y sólo dependerá de lo que otros deseen hacer. Sin mucha esperanza. Sin ninguna recompensa. Sólo el regreso y la seguridad de que un amigo hizo lo que pudo y que hubo una cierta unión en determinado momento. Más allá de la confidencialidad. Más allá de las promesas.

El resultado es una película que se deja ver sin dificultad, con una ambientación excelente, con algunas secuencias realmente brillantes y otras más difíciles de tragar. De alguna manera, se llegan a oler esos trajes con aroma de tergal y esos abrigos de franela en medio del frío moscovita. De alguna manera, hay que ponerse de pie y aplaudir por una heroicidad que  salvo al mundo entero de la mayor catástrofe posible. No hay excusas. Aunque el dolor espere con su sonrisa malévola al final del pasillo. Aunque el extraño que un día caminó por la orilla resulte empapado sin remisión.

jueves, 4 de noviembre de 2021

EL ÚLTIMO DUELO (2021), de Ridley Scott

 

La verdad no debe ser señalada. Si se asiste al testimonio de los mismos hechos a través de tres puntos de vista diferentes, más vale elegir, intentar la inteligencia, dar la razón a quien la tiene y quitársela al mentiroso. Y todo resulta tramposo en una película que se limita a decir que se cree a la mujer, porque, al fin y al cabo, ella está mucho más evolucionada, retirando parte de la autoridad al marido en la administración de su tierra, utilizando todo aquello que resulta, a los ojos de hoy, mucho más admisible.

Y ése es uno de los mayores errores de esta película, aparte de muchos otros. No se puede pensar así en medio de un régimen feudal de la Edad Media en el que estaba presente el derecho de pernada y el patriarcado era absolutamente opresor. Y estaba muy mal, sin duda, pero es que no se conocía otra cosa. Todo lo que cuenta esta historia está basado en la posible violación de la mujer de un caballero, acudiendo al efecto que Kurosawa puso en práctica en la insuperable Rashomon y llama la atención que, según se acuda a una versión u otra, la diferencia entre algunos personajes consiste, simplemente, en añadir “mi amor” a algunas frases para, luego, retirárselas y dar a entender que el marido de la dama en cuestión era más rudo que el papel de lija.

Aparte de todo eso, Ben Affleck da un recital de todo lo que no debe hacer un actor, y Matt Damon exhibe su alarmante falta de recursos con la repetición de ese gesto adusto para que el público no olvide en ningún momento que el tipo no es tan amable, que su versión tampoco vale para que, en el duelo donde se dirime la verdad, el espectador no desee el triunfo de ninguno. O, tal vez, el de uno en concreto para que el honor de la dama quede supuestamente intacto.

Ridley Scott se entrega en cuerpo y alma a lo políticamente correcto en una historia que no lo necesita y que podría duplicar su efecto sin señalar la verdad. Así, el espectador sería parte de la historia y sería mucho más eficaz. En vez de eso, nos desmenuza la historia en capítulos y nos dice, bien a las claras, cuál es la verdadera. Quizá sea la más razonable, quizá la más malinterpretada, y, sin duda, la más feminista. A lo mejor, hay partes de verdad en todas las versiones que deberían ser juntadas por el asistente. Y, sin duda, el duelo resulta efectivo si saltamos el pretendido realismo de una historia que hace que los duelistas se levanten sin ningún problema porque la aleación de sus armaduras debe ser de aluminio.

Por supuesto, la película pasará la prueba para el que quiera ver ese mensaje evidente y bastante ingenuo que pretende lanzar. Y alguna virtud habría que destacar como es la cuidada puesta en escena y, en el apartado interpretativo, el ambiguo papel de Adam Driver, pero no es suficiente. Como tampoco lo fue en su día otro intento en el terreno del Medioevo por parte de Scott en El reino de los cielos, donde los muros explotaban cuando se disparaban los cañones unos cuantos años antes de la invención de la pólvora. Y el espectador poco exigente saldrá hablando maravillas de una película que tiene muy poca acción, es bastante repetitiva sin acudir al ingenio y el atrevimiento no va más allá de la violencia que el director pone en juego para acentuar lo difícil de unos tiempos que no estaban hechos para la mujer. 

miércoles, 3 de noviembre de 2021

EL MUCHACHO DE LOS CABELLOS VERDES (1948), de Joseph Losey

 

Las guerras deben acabar. Y el señalamiento, también. A un chico le crece el pelo de color verde cuando se entera de que sus padres han fallecido por culpa de un bombardeo alemán sobre Londres. La estúpida sociedad comienza a marginarlo. Solamente porque es diferente y él no tiene ni idea de por qué le crecen los cabellos de ese color. Es sólo un niño y no entiende a la gente. No le cabe en la verde cabeza la incomprensión que se genera y todo el desprecio que levanta el hecho de que él tenga el pelo de otro color. ¿Es eso tan importante? ¿Eso es lo que califica a una persona? Tú tienes el pelo verde. No sirves. Aquel tiene la piel negra. Tampoco sirve. Dentro de poco así será con los que tienen un brazo menos, o dos dedos cortados, o un ojo cegado, o un grano en la cara. Da igual. El ser humano sólo quiere odiar. Y no importa si es a un niño o a un animal. El odio, el desprecio, la indiferencia. Sólo por tener los cabellos verdes.

Todas las razones y movimientos del niño son escrutados por un psiquiatra que comprende el fenómeno psicosomático que mueve al chaval. De aquí al desprecio por pensar diferente queda muy poco. El nazismo lo puso blanco sobre negro y, sin duda, la postura más cómoda de las sociedades pasa por no hacer nada por sus semejantes. Es más fácil pasar de largo ante el que es diferente. Es más sencillo no acudir al amor. Es más simple obedecer al instinto primario del miedo, porque eso es lo que está en el fondo de todas las actitudes. Pánico ante lo distinto. Desidia ante lo que se distingue por cualquier razón. Lo vemos todos los días. Incluso los que destacan por su inteligencia son vilipendiados con actitudes de soberbia. Esto es así. Por eso, las guerras deben acabar. Y el señalamiento, también.

Joseph Losey dirigió esta película en Estados Unidos antes de emprender su exilio británico con formas de cuento infantil y mensaje de narración adulta. Sus intenciones eran muy claras en una época en la que el maccarthysmo comenzaba a planear sobre la sociedad americana y la persecución de las ideas era el santo y seña de una sociedad secuestrada por el miedo. El trabajo de Dean Stockwell como ese niño de pelo verde, que no quiere tenerlo y que investiga las razones del color, es excelente y Robert Ryan se muestra comprensivo como el psiquiatra que quiere, ante todo, saber y también conocer los motivos de tanta actitud de incomprensión hacia él. El cuento es eficaz, es tierno, sin duda, y también es demoledor.

De paso, también se da un par de lecciones sobre la utilidad de ayudar a los demás, de aliviar el sufrimiento que padecen. En este caso, la búsqueda de su identidad se vuelve fundamental y única porque, como dijo alguien, el nombre es lo último que le queda al hombre cuando va a enfrentarse con la muerte. Y la solución es bien sencilla. Se trata de comunicarse. De verdad. Sin posturas. Sin fingimientos. Con la preocupación de escuchar. Con el deseo de hablar.

martes, 2 de noviembre de 2021

UNA ÁRIDA ESTACIÓN BLANCA (1989), de Euzhan Palcy

 

No deja de ser cómodo cerrar los ojos para no ser demasiado consciente de los problemas reales que pueden azotar a tus conciudadanos. Aunque, en este caso, sean oprimidos que sufren la falta de libertad bajo la condena de un régimen tan injusto como el apartheid. Ben du Toit es el buen sudafricano, que trabaja y paga sus impuestos y piensa que, tal vez, los negros no vivan tan mal. Sin embargo, siempre suelen ser los más humildes los encargados de abrir las conciencias. En este caso, su jardinero le pide ayuda porque su hijo ha sido encerrado en la cárcel. A un nivel individual, Ben es un maestro que siempre ha creído que ha actuado con cierta ética y moral con respecto a sus semejantes. El chico ha sido golpeado brutalmente como demostración de fuerza ante una escuela de niños de color. Ésa es la mecha que enciende la conciencia de Ben du Toit. Tal vez, su país está construido sobre pilares de injusticia y de vil explotación.

La lucha del padre del chico se ve absolutamente truncada por la tortura y la falta de libertad. Ben no quiere detenerse y decide llevar la muerte del jardinero a los tribunales con un gran abogado, Ian McKenzie al frente de la demanda. Es así cómo todo se convierte en una árida estación blanca por la lucha de los derechos civiles de la mayoría de la población.

No cabe duda de que no todo el mundo entiende la lucha que emprende Ben. Es un profesor bien considerado, muy bien integrado dentro de la comunidad blanca, habla afrikaans y siempre se ha comportado dentro de lo que se esperaba de él. Sin embargo, Ben no quiere ver una sociedad muda, ciega y sorda, que sigue su rumbo sin prestar atención a tanta gente a la que conocen, a la que estiman y a la que emplean en sus propias casas. La batalla va a ser muy dura porque los propios blancos intentarán romper todas sus demandas a través de amenazas contra él y su familia. En la corte, se dirán muchas barbaridades y lo peor de todo es que son auténticas.

Puede que esta película sea la última gran interpretación de Marlon Brando en un papel claramente secundario como el abogado Ian McKenzie, que defiende la demanda de Ben du Toit contra la brutalidad policial del estado sudafricano. No obstante, sería injusto olvidar el maravilloso trabajo de Donald Sutherland en la piel del protagonista, pasando de la feliz ignorancia a la incredulidad, y, a partir de ahí, a la determinación. Tal vez porque esa lucha justa llevará inevitablemente a la consecución de un país respetuoso con los derechos humanos. Ben hará lo que pueda y es posible que sólo sea un granito de arena y pagará un precio muy alto por defender el derecho a la igualdad y a la vida.

Incluso es posible que a alguien se le ocurra una venganza para cerrar el caso. Será un solo disparo. Seco y directo. Sin mirar atrás. Para acabar con una traición. Para que nada de lo hecho caiga en un saco roto.