miércoles, 5 de julio de 2023

DOS EN EL CIELO (1943), de Victor Fleming

A veces, la muerte se equivoca y se lleva a alguien que podría haber sido más útil estando vivo. Eso, el general en jefe de las nubes, lo sabe, así que es mejor prolongar un poco las oportunidades enviando de nuevo al error para que deje las cosas bien hechas tras de sí. Más aún si se trata de un aviador que era un auténtico maestro y tiene que adiestrar a otro que, por aquellas casualidades que ocurren entre ala y ala, también se enamora de la que era novia del muerto. Sin embargo, teniendo en cuenta quién le envía, y un poco a regañadientes, el tipo tendrá que resolver ese problema también. No se puede condenar la felicidad de una chica sólo porque uno no esté. Ella tiene derecho a rehacer su vida, por mucho que ya no formes parte de su visión. Eso es duro. La muerte es dura, sí, pero lo es aún más tener que asumir que ya has pasado, que eres carne de recuerdo, que ella tendrá que buscar nuevos horizontes y que, además, serán los de otro fulano que tampoco es mal tío y que, hay que reconocerlo, ha aprendido a pilotar con los modos y maneras de su maestro invisible. Las nubes son reconfortantes. Lo mejor es esperar ahí arriba. En el fondo, es lo que los pilotos hacen. Esperar ahí arriba.

La naturaleza del amor no suele ser eterna. Es perdurable, pero no eterna. Permanece, como la bruma, durante algún tiempo cuando termina, pero acaba disipándose porque es como una niebla en la que merece la pena adentrarse, aunque no se pueda asir, sólo se puede sentir. Y los días y las noches van haciendo su labor de tiempo y esa neblina se esfuma, se deshace, es nada. Incluso siendo un ángel de la guarda llegará un momento en el que habrá que instalarse definitivamente en algún lugar del cielo. Y no será amargo. Será difícil, pero no amargo. Al fin y al cabo, puede que no haya mejor recompensa que hacer feliz a la mujer a la que más se ha amado en vida.

Versión auténtica y original del Always, de Steven Spielberg, Dos en el cielo guarda una virtud por encima de aquélla y es que no se detiene en la sensiblería, no trata de emocionar. En su narración, hay momentos de cierta emoción, muy contenida, pero, ante todo, está la pasión de contar una historia sobre aquellas cosas que, de vez en cuando, pasan y no nos explicamos muy bien el por qué. Puede que, en el fondo, todos tengamos a un Spencer Tracy cuidándonos desde algún lugar más allá de las nubes, tratando de mejorarnos aunque no siempre lo consiga. O que sus esfuerzos también vayan dirigidos a ordenar nuestra vida y dejarla en buenas manos. Esos tipos existen. Esos ángeles, también. Y esas chicas, por supuesto. Todo es una cuestión de corazón, de intentar hacer el bien incluso cuando no estamos. Ahí están Tracy, Irene Dunne, Van Johnson, Ward Bond, Lionel Barrymore o Esther Williams para demostrarlo bajo la batuta de Victor Fleming. Cuando lleguen allá arriba, vean si el general en jefe les encomienda una nueva misión. No duden en aceptarla.

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