jueves, 19 de septiembre de 2024

NO HABLES CON EXTRAÑOS (2024), de James Watkins

 

Es fácil conectar con otras personas cuando el ambiente es relajado, en un lugar muy cercano al paraíso y cuando se descubre un sentido del humor peculiar y cierta tendencia al riesgo. Al fin y al cabo, muchos de nosotros somos auténticos pozos de frustración y estamos librando batallas secretas que minan la moral y la actitud con arrolladora eficacia. Muchas veces se trata de salir del estancamiento y respirar algo de aire puro, dejar salir las risas, algo que cada vez somos menos capaces de hacer, degustar una buena cena o, simplemente, exhalar desesperados gritos de desahogo al pie de un obelisco, testigo mudo del presentimiento de que nos estamos equivocando, una vez más.

Los nuevos amigos pueden tener costumbres que no nos acaban de agradar, o estar al día con llamadas de atención que, en un principio, pueden no tener ninguna maldad y, sin embargo, convertirse en serios retratos de la personalidad. El olor a tierra mojada es tan dulce que, en muchas ocasiones, olvidamos que ahí fuera hay un mundo cruel que nos espera, que nos reta, que nos vence una y otra vez, que nos azota con miserias que no conseguimos alejar. Puede que, en realidad, estemos sumergiéndonos en un pozo aún más profundo, más oscuro, más terrible, más innombrable. Quizá el grito mudo de un niño sin lengua sea el signo más elocuente del horror.

El director James Watkins ya había demostrado que tenía algo que contar desde el lado más tenebroso de la personalidad humana en Eden Lake y en la notable La mujer de negro y, en esta ocasión, huye del terror para adentrarnos en los rincones más turbios de la mirada aviesa con una historia que, quizá, no tenga demasiada lógica, pero que llega a ser bastante convincente. Se dejan uno o dos flecos que, con toda seguridad, se han quedado en el suelo de la sala de montaje, pero Watkins sabe jugar con cierta presteza la baza de James McAvoy en esos primeros planos en los que el actor sabe mostrar la amabilidad y, al mismo tiempo, la sombra de lo cruel pasa por delante de su expresión. Scoot McNairy, un intérprete enormemente expresivo, también es eficaz en su retrato de pusilanimidad y frustración mientras que MacKenzie Davis resulta exagerada en muchos momentos aunque es muy efectivo que sea la que resuelve, prácticamente, todas las situaciones planteadas. El resultado es una película aceptable, que no pasará a la historia y que, probablemente, sea pasto del olvido en cuanto desaparezca de las carteleras, pero que se deja ver incluso en su truculenta escena final, desenlace que sí parece lógico entre tanta maldad sugerida que, en el fondo, no lo es tanto.

Así que mucho cuidado en sus próximas vacaciones. Si alguien resulta excesivamente simpático y resulta demasiado dispuesto a trabar amistad, hay que desconfiar. Nunca se sabe cómo se va a comportar alguien a quien se ha dejado entrar en el corazón. Las personas deben conocerse y asegurarse de que el respeto mutuo y la complicidad existen diáfanamente. De lo contrario, podemos llevarnos enormes decepciones que, en el caso de la película, desemboca en un plan cuidadosamente articulado para unos propósitos diabólicos. Y si invitan a un fin de semana en una granja alejada de todo, cuidado. Allí nadie puede oír gritos, ni ver llamas, ni acudir en auxilio, ni compartir los descubrimientos de esta historia que oscila entre El ángel exterminador, de Buñuel, y Perros de paja, de Sam Peckinpah. Ya saben. Todos llevamos un león dentro. Aunque a algunos les cueste sacarlo con todas sus consecuencias.

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