jueves, 12 de junio de 2025

EL RITUAL (2025), de David Midell

 

Varios son los problemas que aquejan a esta película que pretende ser fiel a unos acontecimientos ocurridos a finales de los años veinte con la excusa de la descripción del exorcismo más documentado de la historia de los Estados Unidos. El primero de ellos es la terrible y deleznable interpretación de Dan Stevens como el cura párroco que asiste a Al Pacino en la celebración de las distintas fases del ritual exorcista. Siendo un personaje de vital importancia, que es presa de las dudas en un momento en el que se necesita de una fe acerada, Stevens es incapaz de actuar, de dotar de cierta profundidad a un hombre que se plantea el sentido de la religión en medio de una pérdida y que se convierte en un blanco de las burlas del diablo.

El segundo de esos problemas, es la errática dirección de David Midell. Muchacho, tienes una historia fuerte, que puedes explotar en múltiples direcciones, que favorece ese ambiente misterioso y, a menudo, inexplicable que rodea toda la parafernalia de la Iglesia y te decides por olvidarte el trípode en casa, algo que podría estar justificado en algunas secuencias, sobre todo aquellas en las que la posesión demoníaca se hace evidente y una simple conversación la filmas con cámara al hombro, con nerviosismo, distrayendo al personal de todas las virtudes que puedes atesorar.

El tercero es que la producción no puede ser más austera. Es una película ambientada en 1928 y apenas hay elementos que delaten la época. Sólo una secuencia, a la salida de una misa, en la que, muy brevemente, atisbamos vehículos de aquellos años y modas que, además, no están del todo bien ejecutadas.

El cuarto es que se desaprovecha la historia de una forma casi escandalosa. Con tiempo, con una fotografía más cuidada, con menos precipitación y más solidez, la película podría haber sido más que aceptable porque tiene un par de secuencias que funcionan muy bien, pero parece que no se tienen muchas ganas de sacar todo el partido a este combate a muerte entre el Diablo y el exorcista que acaba por ser su pesadilla.

Por el contrario, dos virtudes. Una de ellas es Al Pacino, aunque estoy seguro de que más de uno me lo va a discutir. Opta un ejercicio sobrio de interpretación, con una combinación perfecta de miradas sabias y, a la vez, haciendo de la bondad y de la comprensión un arma letal contra el maligno. Después de unas cuantas películas, Pacino no parece tan abotargado, ni tan limitado, parece cómodo en la piel de ese fraile que lucha con todas sus fuerzas para pagar una deuda del pasado y que cataliza muchísimo más la acción con su trabajo que el espantoso Dan Stevens.

La otra podría ser que, dentro de esa premisa prometedora que posee la película que, además, huye de El exorcista para crear su propio universo de verdades satánicas, hay momentos inquietantes, que podrían haber sido mucho más destacables si no contuviera interpretaciones tan inútiles y terribles que hace que la historia sea tan olvidable dentro de esta moda en la que, parece ser, la única forma de producir pánico es a través de exorcismos, con Russell Crowe como El exorcista del Papa, o los rituales varios en diversas ciudades del mundo, desde el estado de Connecticut hasta el Vaticano.

Así que no se molesten, los pesos negativos pueden con los positivos y lo que podría haber sido un rato notable no es más que algo mediocre que se transforma en algo tan prescindible que, media hora después, verán que no renta demasiado ser el peor enemigo del Diablo. Él anda metiendo cizaña detrás de tanto cine sin talla.

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