Volver a sentir la
rebeldía juvenil natural quizá merezca la pena dentro de un juicio penal. Sí,
estamos ante un chico descarriado, que no se ha juntado con las mejores
compañías, pero alguien, en algún lugar, cree que merece otra oportunidad
porque nadie nace odiando. Si la sociedad no sabe ver que debe ser un
instrumento de acogida y no de rechazo, llamad a cualquier puerta y veréis que
dentro de cada casa se está librando una batalla que, a veces, termina con la
muerte.
Y es que la máxima
preocupación de cualquier sociedad debería ser los jóvenes. ¿Por qué? Porque
sin ellos no hay futuro. Ellos sostendrán no sólo lo que ya se ha construido,
sino también lo que se les añada por el devenir de los tiempos. Van a llevar
una pesada carga. Y si la sociedad se afana en estigmatizarles, no se avanzará
absolutamente nada. Un joven puede ser descerebrado, irresponsable, díscolo,
disoluto…pero siempre está encendida la llama de la esperanza. Es esa luz débil
que todos hemos sentido alguna vez que no deja de calentar la idea de que, tal
vez, es posible que las cosas cambien y marchen mejor. No sólo para sí mismo,
sino también para esos individuos que nos rodean y que, no siempre, suelen ser
la familia que uno elige. Se les llama amigos.
Nick Romano va a tener
un verdadero amigo en su abogado defensor, Andrew Morton, un tipo que salió del
mismo arroyo y que, a base de trabajo, sacrificio y autoestima, ha logrado
sacar la cabeza y llevar una vida acorde con sus ideas. Nick le va a entregar
su vida en un juicio en el que se va a decidir su futuro, o la ausencia de él.
Ahí es nada. ¿Quién quiere hacerse cargo de esa tremenda responsabilidad? El
único que luchará por ello será Morton, que tendrá que poner en juego todas sus
habilidades de abogado para otorgar esa segunda oportunidad a Nick. De lo
contrario, esa puerta se cerrará y nadie más podrá llamar.
Nicholas Ray puso en
juego su legendaria obsesión por la juventud. Después del debut de Los amantes de la noche, y gracias a
Humphrey Bogart que quedó muy impresionado con su trabajo, se hizo cargo de
esta película para cargar aún más las tintas sobre una sociedad adocenada, que
acepta con un encogimiento de hombros la posibilidad de condenar a un joven a
perder su vida, sin más pretexto del famoso “algo habrá hecho”. Bogart se
empleó a fondo para encarnar su personaje, con largos parlamentos que Ray grabó
en los ensayos sin decirle nada para que no sintiera el peso interpretativo de
alguien que se debate sin medida por ese joven, interpretado de forma muy
mediocre por John Derek, en un juicio en el que cuenta cada palabra y en el que
la mirada del ya delincuente oscila entre el orgullo de no necesitar a nadie y
la necesidad de tener algo por lo que enorgullecerse.
Así que mucho cuidado con los juicios emitidos a la ligera. Pueden hacer más daño de lo que pensamos. Hay que escarbar en profundidad en la vida salpicada de dificultades que no nos podemos ni imaginar de jóvenes que comparecen ante el juez y son culpables y, a la vez, son totalmente inocentes. ¿Quieren ustedes hacerse cargo de esa responsabilidad?
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