No tienes demasiada
suerte. Después de unos cuantos días en medio de la nada intentando vender unos
cuchillos de tercera, te quedas sin gasolina y, cuando paras en una estación de
servicio, te dicen que no hay, que hay que esperar al camión cisterna que está
de camino. Si quieres, puedes tomarte algo en la cafetería. Es uno de esos
sitios en los que parece que el olvido es el aire. Entras. La camarera es
especialmente atractiva sin ser explosiva. Simpatizáis. Le cuentas. Te cuenta.
E, incluso, en un momento de extremada gentileza, accede a que intentes
venderle unos cuchillos. Parece mentira que en mitad del polvo del desierto,
aparezca más gente. También tienen que esperar. La gasolinera más próxima está
a ciento cincuenta kilómetros y no hay muchas más opciones. Dos tipos entran.
No parecen lo mejor. Se ha atracado un banco esta mañana y son ellos. El coche
coincide con la descripción que han dado por radio. También un matrimonio de la
tercera edad. El ayudante del sheriff. Un indio que parece bastante duro. Todos
rehenes. Los tipos esperan a alguien con el depósito lleno. En aquella
cafetería de quinta categoría en un lugar en el que parece que Dios no olvidó
nada, se desatará lo peor.
Son seres infelices.
Tanto como tú. Sólo tienen tiempo. Es lo único que sobra en ese rincón
desolado. La camarera, obviamente, no es feliz con su marido que, por aquellas
casualidades de la vida, es el sheriff de las cercanías. De repente, parece que
tienes suerte. Es sólo alargar la mano e irte. Así de fácil. Por una vez, la
vida esboza una sonrisa que puedes aprovechar. Maldito desierto. Maldita
ninguna parte.
Esta película es una
demostración de cómo se puede contar una historia sin contar apenas con
presupuesto y trabajando con cariño un guion que se basa, prácticamente, en la
psicología de los personajes. La tensión va creciendo en una cafetería que, es
bastante probable, no sea negocio para nadie, salvo para la muerte. La cafetera
está a punto de desbordarse con el líquido hirviente y poco a poco va subiendo
su nivel. Todo parece encajar de una forma casi divina y, a la vez, es
susceptible de desencajarse al mínimo descuido. La primera incursión en el
largometraje de Francis Gallupi como director es interesante, pequeña, violenta
y, por una vez, alejada de los absurdos diálogos al estilo de Quentin Tarantino
o Guy Ritchie. Los personajes son los protagonistas y, como protagonistas, los
actores no son demasiado conocidos aunque sí que los tenemos vistos aquí y
allá. El resultado es absorbente, apasionante e irremediablemente presa del
destino. Ese mismo del que parece que se apartan todos esos personajes cuando
deciden poner algo de gasolina en una estación de servicio medio abandonada.
Tengan mucho cuidado. Una carretera, aunque no lo parezca, puede ser el lugar más desolado de la creación. Nadie conoce a nadie y, de alguna manera misteriosa, todo el mundo quiere ayudar. Desconfíen. En medio de los polvorientos caminos que conducen a ninguna parte, nadie podrá escuchar sus gritos de socorro.

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