miércoles, 17 de marzo de 2021

LA AUSENCIA (1992), de Peter Handke


“A mí lo que más me hubiera gustado hubiera sido pasarme la vida entera sin hacer otra cosa que andar arriba y abajo, en silencio, agachándome al suelo de vez en cuando y esto hubiera sido toda mi obra, mi única obra.

El silencio: yo vivo. El silencio: estoy aquí. El silencio: soy yo.

Hacia el silencio, sólo el silencio ¿Dónde estás, silencio, silencio mío?

Siempre fuiste bueno conmigo, silencio. Contigo volvía siempre a ser niño, silencio. Vine al mundo sólo por ti, silencio. Me hice oír sólo por ti, silencio. Fui a los hombres como hombre sólo por ti, silencio.

Vuelve a ser lo que fuiste para mí, silencio. Abrázame, silencio. ¿Pero el silencio no me ha hecho también arrogante, irritable, impaciente? ¿Pero estoy abierto al silencio todavía? Cógeme por debajo de los hombres, silencio. Mándame callar, silencio, y hazme receptivo, silencio. Receptivo, nada más, silencio.

Te estoy llamando a gritos, silencio.

Por encima de todo, tú, silencio. Silencio, tú eres la fuente de las imágenes. Silencio, la gran imagen. Silencio, madre de la fantasía.

Y así, en el silencio, es como un viejo, una mujer, un soldado y un jugador emprenden el largo viaje de camino a casa. Envueltos en la bruma de lo desconocido de una ciudad sin nombre, sintiendo el frío en los rostros y el abrigo en los cuerpos, deseando un fuego amigo que abrace todas las inquietudes que dejan atrás y las guarde en algún lugar sin llegar al olvido. Gente vulgar que se encuentra en un tren y parten hacia allí… ¿dónde? Allí, sin más. El bosque acecha y el viento sopla y se reafirma esa idea de que las personas no son de ninguna parte y, a la vez, lo son de todas. Porque nuestra entropía nos obliga a ir hacia adelante, tratando de mirar nuestras sombras difuminadas en un ir y venir sin demasiado sentido que acaba por ser la razón de nuestras vidas. La ausencia no es otra que la de nosotros mismos porque siempre estamos yéndonos. Nunca nos quedamos. Siempre hay otro kilómetro más que hacer, otra tarea que dejamos pendiente, otro día tras la noche. Y, mientras, rogamos por el silencio porque el ser humano, en realidad, clama por la quietud y la calma. Sólo somos lo que realmente somos si estamos en silencio. Lo demás es fingir, esperar, correr, correr mucho sin darnos cuenta de que el momento se acaba de ir.

Peter Handke dirigió esta película con Bruno Ganz, Jeanne Moreau, el filólogo y traductor español Eustaquio Barjau y Alex Descas con la seguridad de que no todo el mundo iba a entender lo que quería decir con palabras y apenas la han visto unos pocos. Sin embargo, al acabar, más allá de gustos y de tendencias, sólo cabe la pregunta de qué hemos visto, hasta dónde nos ha llegado el mensaje y hasta qué punto nos echamos de menos porque, una vez más, una parte de nosotros mismos ha ido hasta la siguiente meta, hasta el siguiente recodo, hasta el siguiente instante que, inevitablemente, huirá desperdiciado y, tal vez, abochornado. La soledad tiene muchas respuestas, aunque no todas. Y puede que sea el momento de llamar al silencio con ganas, sabiendo que nos aguarda la desgracia y algún que otro pedacito de felicidad disfrazado de segundo. La ruta a seguir es fácil. Es hacia adelante.

 

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