viernes, 3 de diciembre de 2021

MERCENARIOS SIN GLORIA (1969), de André de Toth

 

Con esta película, despedimos el blog ya hasta el jueves 9 de diciembre por el puente de la Constitución y la Inmaculada. Mientras tanto, id al cine. Cada vez estoy más convencido de que es lo único que, a la larga, no falla.

Quizá el cumplimiento del deber no lleve consigo la gloria, sólo la obligación. Por las áridas tierras del desierto es muy duro tener que llevar a cabo una misión a la vez que se vigilan las espaldas porque estás acompañado de unos cuantos soldados no demasiado recomendables. En realidad, todos son carroñeros, que están haciendo un negocio bastante reprochable mientras los obuses caen a uno y otro lado. Sin embargo, eso no quiere decir nada. En las altas esferas, la oficialidad se comporta exactamente igual. Sólo quieren el mérito, pero no la responsabilidad. Si alguna misión tiene algo de fundamento, más vale atribuirse su invención antes de que venga cualquier otro oficial a decir que fue idea suya. El desierto esconde muchos secretos. Uno de ellos es que los fracasos no son de nadie, pero su nombre queda escrito con la sangre filtrándose por la arena.

Ahí tenemos unos depósitos de combustible que hay que volar aunque, si se hurtan unos cuantos litros, mejor que mejor. Habrá que subir colinas muy empinadas, hacer callar las armas para ver cómo mueren unos compañeros, sostener la guerra de miradas con otro tipo que parece que quiere sabotear a cualquier precio el sentido de la autoridad. Puede que la valentía supere los sentimientos de traición. Va a ser un largo camino detrás de las líneas enemigas y detrás de las líneas morales de unos cuantos tipos que no las poseen y el sabor a tierra se pegará en la garganta mezclado con la pólvora y la gasolina. La ira tendrá que ser dosificada. Y esos mercenarios sin gloria yacerán en el polvo y en la nada, porque nadie se acordará de ellos. Ni siquiera si consiguen volver con vida.

Michael Caine protagoniza esta película en la piel del Capitán Douglas, de Ingenieros Reales, y consigue transmitir el agobio del mando cuando hay muy pocas posibilidades de que se cumplan las órdenes. A su lado, Nigel Davenport como el Capitán Cyril Leech, rostro de piedra grabado en la roca de arenisca que desafía cualquier intento de imposición y de honestidad. El Coronel Masters, interpretado por Nigel Green es un individuo con el que más valdría no ir ni a la esquina. Y aún más arriba, el siempre excelente Harry Andrews se coloca las insignias del Brigadier Blore, deseoso de apuntarse tantos aunque no le corresponda ni la graduación que ostenta. Salvo Douglas, todos ellos son personajes negativos, que huyen del heroísmo y de la supervivencia y sólo quieren los bolsillos llenos de dinero o de gloria. Todos perderán algo. Unos más que otros.

El esfuerzo será grande y la recompensa, muy corta. Y más aún cuando, en el momento más decisivo, la traición sea destapada porque, sencillamente, no interesa que la misión tenga éxito porque más vale fracasar que conseguir que otro se embolse el honor. Tal vez sea mucho mejor morir sin que nadie se dé cuenta porque, al fin y al cabo, el silencio es un excelente compañero para aquellos que combatieron con ahínco y decisión. Las mismas virtudes que el desierto se encarga de abrasar.

No hay comentarios: