El amor es como la
carcoma. Va horadando las estructuras de lo que somos para reducirnos a seres
huecos sin alma. En algún lugar de Suecia, una mujer no sabe muy bien lo que es
experimentar esa sensación tan caníbal. Está felizmente casada con un hombre
que la quiere y la cuida, pero eso no es suficiente. Y se da cuenta cuando
conoce a un americano, un tal David, que tiene todo lo bohemio y es lo
suficientemente atrayente como para olvidarse que ella tiene un anillo en el
dedo. Sin embargo, David no es un hombre cualquiera. Es un superviviente del
Holocausto y eso lo arrastra en la mochila de su moral y de su existencia.
Posee los sentimientos de culpabilidad de los que han seguido adelante y,
además, también guarda una especie de rencor contra el mundo. Eso hace que, de
vez en cuando, tenga algún estallido de violencia. Eso, a ella, lejos de
parecerle una razón para huir, es una para quedarse. Mientras tanto, de alguna
manera, sigue siendo fiel a su marido. No todo es lo físico. Eso sólo es el pasto
de la carcoma. Lo que cuentan son los rincones que reservamos en algún lugar de
nuestro interior, destinado solamente a permanecer como santuarios en los que
sólo se deja entrar a quien ayudó a construirlos.
Y es que la tentación
de salir de la rutina suele ser muy poderosa. No es fácil mantener las
emociones encerradas, ustedes lo saben bien. Todos mantenemos una doble
personalidad que se ahoga y se salva a cada segundo, según vayan sucediendo los
acontecimientos. David es un hombre que se mueve en el límite y no sabe quién
es la mujer de la que se ha enamorado. Carcoma, carcoma, sigue avanzando en su
camino en la madera, resintiendo toda fortaleza, llamando al derrumbamiento.
Somos un cúmulo de vulnerabilidades que tratamos de mantenernos en pie acudiendo
a cualquier recurso. El amor es escurridizo, inasible, a menudo, viscoso. Y es
hora de ajustar cuentas con el alma.
Ingmar Bergman realizó esta película de triángulo y derrota con Elliott Gould, Max von Sydow y Bibi Anderssen en los papeles principales. En ellos, dibuja el lento desgaste de la carcoma que crece sin parar en aquellos seres que enferman de amor. No tuvo demasiado éxito esta película en su momento y está lejos de ser una de las peores del director, pero llega a ser comprensible porque mantiene a los actores suecos dentro de un registro de estoicismo, mientras a Gould le concede más espacio y eso no le sienta bien a la historia. El resultado es una película que exuda romanticismo, en el que, dentro del particular estilo de Bergman, nos podemos ver reflejados en ese mar de pasiones encontradas de tres personajes que no son más que islas azotadas por el viento. Es más cercana y, también, más hiriente porque vemos ansiedades y deseos que pueden identificarse con nosotros. Y, al mismo tiempo, también notamos distancias y alejamientos que todos hemos experimentado. La carcoma entra y sale sin saber muy bien cómo, pero sus huellas quedan atrás en forma de minúsculos agujeros que siempre quedan por cerrar.
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