viernes, 11 de julio de 2025

EL AMIGO AMERICANO (1977), de Wim Wenders

 

Es difícil definir el carácter de Tom Ripley. Es una de esas personas que ofrece dos caras con la excusa de su propia conveniencia. Por un lado, está el Ripley sin escrúpulos, que no duda en vender a quien sea, como sea y de la forma que sea. Es capaz de cometer las mayores maldades con esa habilidad escurridiza que posee. Por otro lado, está el Ripley que parece muy amigo de sus amigos, ese que parece que destila cariño por el otro, a pesar de que le ha metido en los mayores apuros que se puedan imaginar. Ambas facetas, juntas, conforman a un tipo malvado conquistador, a un hombre que vendería a su madre y, al mismo tiempo, no dudaría en echar una lágrima cuando los repartidores vienen a llevársela.

En este caso, Ripley está metido en negocios poco claros de arte. Conoce a un enmarcador, un tipo que parece buena persona, que entiende de cuadros y de música y que, desgraciadamente, parece que está enfermo. No te preocupes, amigo. Si me haces un favor, te garantizo que tendrás al mejor médico para que confirme o deniegue el diagnóstico de leucemia y ganarás el suficiente dinero para que tu familia no pase apuros cuando tú no estés. Es así de sencillo. Por un lado, la tiniebla. Por el otro, la esperanza. Lo único que se omite es el favor. Y ése no es otro que convertirse en un asesino y matar a un objetivo.

En esta ocasión, tras las cámaras está Wim Wenders, que opta por el universo de Edward Hopper para retratar las andanzas de Tom Ripley junto al incauto fabricante de marcos para cuadros, Jonathan. De alguna manera, Wenders fusiona el fondo con la forma para darnos, una vez más, la impresión de que hay algo agradable en el mundo mientras que, al mismo tiempo, huele a muerto. Dennis Hopper interpreta a Tom Ripley y da con un personaje que resulta, de algún modo, rechazable. Y no me arriesgo demasiado si digo que consigue una de las mejores interpretaciones de su carrera. El desventurado pececillo que se adentra en el proceloso mar de la baja delincuencia es Bruno Ganz, que hace que parezca fácil el deseo de morir en libertad. Mientras tanto, Europa es un escenario que, a cada momento, parece estrecharse en pos de estos dos hombres que mezclan la sangre con la amistad con cierta soltura. Para ello, Wenders no duda en convencer a una serie de amigos directores para que interpreten papeles secundarios, destacando por encima de todos ellos Nicholas Ray y Samuel Fuller. Eso sí, todos esos directores interpretan el papel de malvados. Por algo será.

Así que no se fíen de aquel que viene con buenas palabras y estupenda disposición. Seguro que, al final de la palabrería, hay una petición. Deslizada como si nada, como si fuera parte de la última oración cuando, en realidad, es la razón de toda la charla. Hay que tener cuidado con las conclusiones. A menudo, son más decepcionantes que todo el resto del relato. Cojan el coche y huyan. De otro modo, la sombra de un personaje como Tom Ripley les perseguirá para siempre.

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