La orden del Primer
Ministro del Reino Unido es clara. Hay que reclutar a mujeres para, después,
infiltrarlas detrás de las líneas enemigas. Ellas tienen una capacidad
insospechada para el camuflaje, llaman muchísimo menos la atención, manejan más
recursos inmediatos porque tienen una inteligencia mayor. Sólo tienen un
inconveniente. Una vez descubiertas, hay que repatriarlas de inmediato. Sus
rostros son difíciles de olvidar y quien más y quien menos recordará haberlas
visto aquí o allá. Pasan una fase de entrenamiento de excepcional dureza porque
deben soportar la tortura si caen en manos enemigas. El antagonista no se anda
con tonterías en asuntos de espionaje. O dices lo que quieren que digas o tu
destino es morir en medio de espantosas humillaciones. Y ni aún así tienes
garantizada la vida. Chicas, es una tarea sólo reservada para valientes. No
puede ir cualquiera. Hay ciertas reglas a seguir. No hay que acercarse
demasiado a los enlaces. No se puede estar mucho tiempo en el mismo sitio. Hay
que mandar boletines regularmente con los informes pedidos. Hay que tener
muchísimo cuidado con las traiciones. Los hombres, ilusos ellos, creen que os
pueden engañar a la primera de cambio. Las mujeres son un frente invencible.
Aunque den la vida, aunque lo den todo.
Por un lado, seguimos a
Virginia Hall, una americana residente desde hace varios años en Londres que
intenta desesperadamente ingresar en el cuerpo diplomático americano debido a
su dominio de cinco idiomas. Sólo atesora un ligero inconveniente. Es coja.
Tiene una pierna ortopédica por debajo de la rodilla izquierda. Es una marca
que la hará fácilmente reconocible, pero Virginia, con esa fuerza de voluntad
que sólo tienen las mujeres, es capaz de disimular su cojera hasta hacerla prácticamente
inexistente. Es inteligente. Es voluntariosa. Se preocupa por su red de espías.
Es la chica ideal.
Por el otro, Noor
Inayat Khan, una extraordinaria radioperadora que debe permanecer escondida el
mayor tiempo posible. Tiene la habilidad de montar una estación telegráfica en
cualquier callejón. Tiene una pulsación rápida. Es lista. Sabe pasar
desapercibida a pesar de su tez india. Es hija de rusa y de un ciudadano indio.
Su dominio del alemán y, sobre todo, del francés hace que sea la chica ideal
para transmitir los boletines de información que tanto se ansían en el Circus.
Churchill sabe lo que se hace cuando ordena el reclutamiento de mujeres para
tareas de espionaje.
Sin embargo, no es oro
todo lo que reluce. El espionaje es un trabajo ingrato, que cae fácilmente en
el olvido y, lo que es peor, cuando las cosas se ponen grises de uniforme
alemán, a los dirigentes no se les caen los anillos si hay que abandonar a los
agentes destacados. Ni siquiera son capaces de otorgar la nacionalidad a la asistente
del jefe, cerebro de todo el entramado de espionaje femenino, porque nació en
Rumanía y es judía. Los ingleses en su línea.
Proyecto muy personal de Sarah Megan Thomas, que escribe el guión, produce e interpreta a Virginia Hall, para poner en valor el ejemplar trabajo de treinta y nueve espías que volaron hasta Francia para transmitir todo tipo de información a pie de calle a los servicios de inteligencia británicos. Aunque, por supuesto, ya no se hacen películas de espías sin las consabidas escenas de tortura, la dirección de Lydia Dean Ilcher apuesta por potenciar algunas secuencias de tensión muy bien conseguida sin llegar, en ningún momento, a tocar la excelencia. Es una película que se deja ver, que te descubre un trabajo sordo y valeroso y que acaba por convencerte de que, en una guerra, todos, absolutamente todos, pierden.

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