La ciudad también tiene surcos. En lugar de ser de tierra, están hechos de asfalto. Se llaman calles. Y son negros como las intenciones de los que viven sólo para hacer dinero en una época en la que no hay nada más que una esperanza que se va corrompiendo hasta olvidarse de la piedad, de la ternura propia de una familia que parte en busca de un pedacito de sueño y vuelve con una pesadilla sobre la espalda. La ciudad no es acogedora, es un nido de envidias, de soberbias, de aprovechamientos, de suciedad moral, de nada vestida de todo. La humillación es rutina. La derrota es normal. Sólo hay miradas desencantadas y el deseo extenuante de saltar cercas para que el hambre no llame a la puerta y un traje pueda adornar la vanidad de los que siguen sin tener nada pero creen que el mundo se va abriendo bajo sus pies.
Una chica que ya está infectada con el virus de la ambición, pequeña ambición, cree que puede conseguir algo si se junta con el hombre adecuado. Qué más dan un par de bofetadas a destiempo y un sufrir que a diario se presenta. Todo vale con tal de tener un techo, un abrigo y un plato. Incluso la huida.
Otra muchacha de voz bonita y mirar alegre sueña con las candilejas y el oropel de unas luces que son demasiado brillantes. Unos billetes colados con vaselina, un vestido bien cortado, una confianza fingida y el mismo diablo parece que actúa de galán mientras la noche se cierne vestida con una bata y una sonrisa de atrocidad.
Un chico que ya se bregó en el servicio militar está dispuesto a lo que sea con tal de hacer de hombre en medio de una jungla en la que proliferan las bestias. Fieras de cuero abigarradas tras señales de tráfico como maleza y elefantes cargados a los que hay que asaltar para aligerar de carga y proveer el estraperlo que es el verdadero negocio. Pero hay demasiada ira, demasiadas ganas de tener más en un mundo que sólo tiene un poco. Todo con tal de llenar el bolsillo de pesetas y alcanzar sueños pequeñitos, que crecerán, que inevitablemente se harán malvados, que inexorablemente serán mojones en el camino de la perdición.
Otro chaval, con la inocencia en el rostro y las cuatro reglas matemáticas en la cara, lucha por sobrevivir y por ayudar, pero no parece que en su angelical rostro habite una maldad que no entiende. La ciudad empuja con fuerza para hacer caer los paquetes y hacer sacar los codos para evitar las cargas de los que no miran hacia dónde van. Y él quiere mirar hacia dónde va. Aunque tenga un poco menos. Al fin y al cabo, es un hombre millonario porque no necesita mucho.
Un hombre mayor, condenado a las tareas hogareñas porque no encuentra trabajo, sabe que en la ciudad no hay olor a tierra, que allí no hay amistades, que no hay el sabor de la harina recién espolvoreada sobre la hogaza, que lo único que quiere la ciudad es aprovecharse de la gente que sólo quiere vivir con un mínimo de dignidad. La ciudad es el infierno. Y si para salir del infierno hay que pasar vergüenza, se pasa porque lo que nadie puede negar es que él es un hombre, y que él ha criado a hombres y mujeres de verdad.
Su mujer, sólo quiere ver duros en el bolsillo. Se deja mal aconsejar. No sabe que en la selva, no hay leyes. Que todo vale con tal de salir adelante. Aunque haga un gesto de incomodidad lanzando a sus hijos a una vida que no les toca vivir. Pueblo de pobreza, ciudades inhumanas. Son los surcos que se van labrando, también ellos, entre las calles de la urbe. De la urbe asesina. De la urbe incómoda. De la urbe fría e impávida. Asfalto negro. Almas en penumbra. El diablo tiene sombrero y paraguas. Y una sonrisa empastada con los dientes de papel-moneda.
4 comentarios:
Junto con "Plácido" y "Calle Mayor", "Surcos" forma el podio de lo mejor del cine español.
El único pero de esta peli es la mala iluminación de algunas secuencias completas y la censura del final.
Pues mira, desde luego, los dos títulos que citas son superiores aunque un peldaño más arriba, para mí, está "El verdugo". De todas formas, soy muy poco amigo de las listas y hacer un podio con lo mejor de cualquier cosa está en contra de mi religión. En cuanto a la iluminación...he tenido que verla para poder ilustrar un programa de radio y la copia que vi se veía estupendamente. Bien es cierto que yo vi esta película como a finales de los ochenta y sí que recuerdo que la calidad de la imagen era bastante mala. De todas formas, es algo que puede ocurrir.
Me refiero sobre todo a la secuencia en la que roban los sacos del camión. La iluminación está mal creada. Fíjate bien en los rastrojos.
Pues mira, no me he fijado en concreto en los rastrojos, ya que a veces me dejo llevar por la pasión y al ser una escena de tanta tensión estoy metido en el centro de la trama. Volveré a fijarme si la vuelvo a ver y anoto el consejo. Gracias.
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