lunes, 9 de julio de 2012

ERNEST BORGNINE: EL FEO QUE QUISO SER MALO

Antes de dar paso a este grandísimo actor que nos ha dejado un poco más huérfanos de arte, informar de que "El ojo privado" ya está en la Casa del Libro, también en la Librería Nobel de Almería, en la Librería Babel de Granada, en la Librería Luna Nueva de Jerez de la Frontera y en la Librería Cámara, de Bilbao. Gracias a todos por incluir mi modesta obra en vuestros estantes.

Lo mejor del estilo interpretativo de Ernest Borgnine era que no importaba realmente el carácter que imprimía a sus personajes. Debajo de todos ellos yacía una seguridad latente de que había bondad en ese profesional que se dedicaba a actuar porque le encantaba, porque sabía que, a pesar de su físico que le limitaba a la hora de escoger sus papeles, algo podía aportar. Ernest Borgnine era un actor sincero, sin dobleces, sin engranajes tras la piel. Sus ojos eran tiernos y mordientes, acogedores y crueles, brutales y maravillosos. Sus mejillas mofletudas eran las de un hombre terriblemente duro, sobrecogedoramente sensible, socarronamente hábiles. Su barriga era el distintivo de su diferencia, lo que hacía que pudiera ser el feo, pero que también pudiera ser el malo.
Bestial fue su encarnación del sargento de prisiones que espera pacientemente la hora de su enfrentamiento con Frank Sinatra en De aquí a la eternidad, de Fred Zinnemann, porque, diablos, parecía que sus puños fueran roca maciza, incapaces de deshacerse de tanto golpear huesos sin conmiseración. Y acompañaba con su físico cercano a la maldad dando vida a gente de vida disipada, de gatillo fácil y muerte rápida en Johnny Guitar, de Nicholas Ray; o en Veracruz, de Robert Aldrich; o en Conspiración de silencio, de John Sturges.
Pero es que este muchacho feo, de maneras algo toscas pero de cariño despertado también podía ser Marty, ese carnicero que sabe que no es agraciado en el físico pero que lucha porque cree que tiene derecho a encontrar una mujer lo suficientemente buena como para que él sea feliz. Sin tapujos, ni falsas apariencias. Siendo el carnicero que siempre ha sido, siendo la buena persona que, en realidad, fue Ernest Borgnine. Si él ha querido entrar alguna vez en nuestros corazones, lo hizo con este maravilloso personaje que vagaba durante una noche para saber que las estrellas también caminan por la acera.
Perdido en múltiples papeles secundarios, fue el más valiente de los guerreros del norte en Los vikingos, de Richard Fleischer, encarando a la muerte con la espada en la mano y deseoso de acudir al banquete de Odín con una cerveza tibia. Luego se hizo el compinche de Alan Ladd en esa estupenda versión en clave de western de La jungla de asfalto y que tan notablemente fue dirigida por Delmer Daves con el título de Arizona, prisión federal. Más tarde se volvió loco porque el desierto quema el pensamiento y volver a casa resentido es la mecha que acaba dejándote sin agua en El vuelo del Fénix, de Robert Aldrich y, también con Aldrich, encargó una misión suicida a un puñado de desahuciados del ejército, escoria de cañón y pólvora a punto de estallar en Doce del patíbulo.
Pero volvió a trabajar con John Sturges en una injustamente olvidada película de aventuras como Estación Polar Cebra y se metió en la piel de un ruso que, por debajo de una capa de afabilidad, escondía más secretos que balas. Luego Sam Peckinpah supo ver en él al hombre ideal con el que caminar hacia la muerte en medio de un Grupo salvaje y William Holden llegó al convencimiento de que el final sería menos doloroso si tenía a su mano derecha con él, disparando como escorpiones a todas las hormigas del basurero. Cruel como nadie, en un papel de sanguinario obcecado y brutal fue su cometido en El emperador del Norte, dirimiendo con Lee Marvin una partida de ajedrez sobre vías de tren en el que la astucia era el peón y la tortura, el jaque. También hizo de maestro de ceremonias del género de catástrofes con ese policía arisco y desconfiado que sabe tomar la responsabilidad cuando es necesario en La aventura del Poseidón, de Ronald Neame y tuvimos la certeza de que siempre estaríamos seguros junto a él. Y como Peckinpah le había tomado la medida, también le encomendó el papel del grotesco sheriff de Convoy, no sin cierto sentido del humor, no sin fuerza incontenible en cada uno de sus puñetazos.
Luego ya vino el declive, perderse entre producciones televisivas variadas, coproducciones europeas y la seguridad de que su vejez era más un carnet de estilo que una exhibición interpretativa. Hace bien poco, apareció en Red, de Robert Schwentke y, fuera buena o mala la película, el corazón parecía agrandarse cuando ese anciano de más de noventa años, nos daba una buena porción de su cariño para decirnos que aún pertenecía al grupo salvaje, que aún se llamaba Marty, que aún era el malvado Shack buscando derrotar a un emperador y que aún tenía muchas caras por descubrir muy cerca de una estación polar.
Ése fue el hombre que nos hizo temer, el hombre que nos hizo amar, y el hombre que enterneció todos nuestros pensamientos, cualquiera que fuese su personaje. Se llamaba Ernest Borgnine. Y yo ahora, cogería un arma y me pondría a su lado en un heroico desfile, con redoble de tambor, para acribillar a unos cuantos salvajes.

3 comentarios:

Carpet dijo...

hace bien poco comentabamos a propósito de un artículo de Boyero, los novemtaytantos de tres actores tan carismáticos como Kirk Douglas, Eli Wallach y por supuesto Ernest Borgnine. Tres actores superlativos y supervivientes.
Uno espera que la lógica vital nos lleve a despedir en cualquier momento a cada uno de ellos, y sin embargo cuando llega el día nos duele como si se nos muriera de repente y sin previo aviso aquel tipo medianamente maduro que interpretó en alguna de esas películas que nos dejaron para el recuerdo.
He visto a Borgnine en "Red", pero cuando anunciaron su muerte yo no vi esa cara, la actual de nonagenario,(de hecho mi recuerdo es más reciente en "Gattaca" como duro jefe, casi militar, de los bedeles) yo vi al tipo duro de "12 del patíbulo" o al sheriff lobo de "Convoy" o incluso aquel matón de pueblo que cae aplaeado por el manco Spencer Tracy alli donde el silencio se impone como una máxima.

Otra interpretación más que notable y que no has mencionado es el taxista afable de Snake Plisken (Kurt Russell) en "1997, Rescate en Nueva York" de John Carpenter
Descanse en paz y gracias.

Abrazos con una sonrisa desdentada

dexter dijo...

Bueno, creo que lo que nos duele no es la desaparición propiamente dicha (triste, claro, pero ley de vida al fin y al cabo). Lo que más duele es que con ellos se llevan un trocito de nuestras vidas y de nuestras almas. Además de comprobar que el Cine, así con mayúsculas, se nos va muriendo poco a poco.

Uno rostro inconfundible, una presencia imprescindible. Grande en "Grupo salvaje", "Conspiración de silencio". Descanse en paz y gracias.

Abrazos a media asta

César Bardés dijo...

Pues sí. Tendría que haber comentado muchas más, como por ejemplo un policíaco con Jim Brown y Dihanne Carroll que se llama "El reparto" y un buen montón de apariciones secundarias de las cuales nunca pasa desapercibido. Habría que recordar que cuando George Lucas estaba preparando la trilogía-precuela de "La guerra de las galaxias" hay un personaje inspirado directamente en Ernest Borgnine y es el informador de Obi-Wan Kenobi en la cafetería y que aparece grasiento y con cuatro brazo y con una barriga con la que le cuesta meterse en la apretada mesa. En el documental lo dice claramente cuando están haciendo los modelos en arcilla para luego computerizarlos. "Bueno, este (no me acuerdo del nombre), es Ernest Borgnine".
Para mí era un gran actor, con una enorme presencia, un modelo de modestia y un tipo que me caía fenomenalmente bien incluso cuando hacía de malo malísimo.
Abrazos camino de las ametralladoras.