martes, 11 de julio de 2017

AMARCORD (1973), de Federico Fellini

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "La guerra de las galaxias (Episodio IV)", de George Lucas podéis hacerlo aquí

Los recuerdos se confunden a menudo con la imaginación. La fantasía se vuelve tan real como la memoria y todo se junta en una anécdota de infancia y juventud, como el inexorable transcurrir del tiempo entre la primavera y el invierno siguiente. El cura con sus cosas, papá que no aguanta, mamá que se vuelve loca, el tío diciendo que quiere una mujer, la verdad empapada de mentira, el hecho que le cuenta otro, la señora explosiva que levanta la admiración de todos los solteros, de los no tan solteros y de los púberes, el amor, dulce amor, que no es amor, el trasatlántico impresionante, el cine que no deja de vomitar sueños con su haz de luz, la vida pasa y todo estaba ahí. Aún con sus miserias, su tiempo sin libertad, su irreverencia inherente, su ilusión por las cosas mínimas…Recuerdos, todos recuerdos.
El hilo argumental parece que se deshilacha con facilidad pero Fellini nos va guiando por una de sus películas más personales para decir que él es como sus imágenes, que todo aquello que ocurrió y que no ocurrió, también le formó como persona y como cineasta. La boda en el paraje desolado, la batalla con bolas de nieve, el baile desencantado bajo la niebla, la imposible carrera de coches con Nuvolari y Campari como ases del volante. Nada de eso fue real y, sin embargo, es tan real que la memoria lo recuerda, el cineasta lo memoriza y el cine nos lo regala. La estanquera que no te deja respirar entre sus pechos y que, al fin y al cabo, lo que hace es venderte el puro para el padre, la prostituta grotesca, los ridículos fascistas, los profesores que parecen muñecos de un cuento de terror con su castigo impostado, su falsa sonrisa y su enseñanza antigua. Todo eso fue real y, sin embargo, es tan irreal que se atrapó como si fuera la vida idealizada de una pequeña villa de Italia perdida en el tiempo y en el recuerdo. O, tal vez, no fueran recuerdos y solo se quedaran en ensoñaciones…pero fueron tan fuertes que Federico Fellini nos las vende y nosotros las creemos. La vida es una farsa, llena de actores malos, que se esfuerzan en sobreactuar y en hacer que todo cobre la categoría de esperpento y Fellini lo que hace es transcribirlo tal y como lo recuerdo. ¿Qué más da si fue verdad o no? Lo importante es que también eso forma parte de los recuerdos.

Pero ante todo y sobre todo, Fellini vuelve su mirada nostálgica hacia atrás para decir, con sabiduría de adulto, que, a pesar de todo, de las miserias, del provincianismo, de la pobreza, de la incultura y de la falta de libertad, aquello era la misma felicidad y, en aquel momento, no se daba cuenta porque creía que lo mejor aún estaba por llegar. Hasta eso también forma parte de los recuerdos.

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