Ir en busca del pasado
para cerrar el círculo de venganza y violencia. Última voluntad de una madre
que se sumió en el silencio cuando descubrió la verdad de su vida. Una vez
muerta, es hora de revelarla a sus hijos. Implicará sacrificio y comprensión.
Implicará peligro. Implicará amor. Y eso, quizá, es lo más difícil de asumir.
Darse cuenta del inmenso amor que puede tener una madre por sus hijos para que
ya no haya más rencores ni más muertes. Amor, vida, odio, muerte. Todo ello
ahogado por los gritos de la guerra en el Líbano entre cristianos y musulmanes
que, en el fondo, se puede adivinar que vale para cualquier conflicto de los
que vivimos hoy en día. Incendios en el alma que queman el corazón. Cariño
arrancado a dentelladas por la increíble aridez de una tierra que no conoce la
paz. El polvo parece adherirse a las caras mientras se suplica por la piedad.
Polvo sobre polvo. Rabia sobre rabia. Nunca podrá acabar porque así se
mantienen los señores de la guerra en un país que no extirpó el pasado para no
tener futuro. Sin embargo, no es ese el legado que quiere dejar esa madre que
tanto sufrió con el rechazo y que abrazó el terror como forma de viaje. Quiere
acabar con la locura y tiene un plan póstumo trazado para que se cumpla tal y
como ella especifica. Es sencillo. Hay que encontrar al padre de sus hijos y
también al hermano que se quedó en el Líbano.
Todo ello compone un
viaje iniciático difícil de asimilar de la mano de un director que siempre ha
destacado por su seguridad en la narración como Denis Villeneuve. Su elección
es una película seca, sin concesiones, que guarda para el final el último giro
del destino que siempre ha estado aguardando un descubrimiento entre las ruinas
y la sangre. Los incendios se suceden porque, tal vez, uno de los hijos no
quiere saber nada de ese pretendido pasado, ni de ese padre fantasma, ni de ese
hermano inexistente. Ella, la hija, no obstante, intenta comprender a su madre
porque fue testigo de su arrinconamiento en la palabra, de su certeza en el
silencio, de su mutis voluntario al darse cuenta que el pasado no se puede
dejar atrás y que, para que haya futuro, siempre, alguien, en algún lugar, debe
perdonar. Y esa es la gran enseñanza que nos deja Villeneuve. No hay avances
sin perdón. No hay vida sin olvido. No hay carga sin mancha terrible y pesada.
El viaje va a empezar por carreteras de piedra y arena. La plenitud sólo se alcanza con el conocimiento y, a partir de ahí, es cuando comienza a forjarse el perdón. No existe sin conocimiento. Es imposible. La ignorancia siempre origina violencia y enfrentamiento. Alguien dijo que la verdad puede ser la libertad. Y puede que tenga razón, pero aquí se deja de manifiesto que la verdad puede ser el perdón. Sin más trabajo que una sencilla operación matemática de resultado absurdo. Una conjetura de gemelos en los que uno más uno también es uno.
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