viernes, 21 de noviembre de 2025

DUPLICIDAD (2025), de Tyler Perry

 

¿En serio? ¿No me está tomando nadie el pelo? ¿De verdad a esto se le puede llamar “película”? No puedo creer que, en aras de denunciar temas tan importantes como la violencia policial contra la gente de color, el desprecio a las mujeres por el mero hecho de serlo o la ambición desmedida sin pararse a pensar en incómodas moralidades, se haya hecho un subproducto tan…tan…tan…No me salen las palabras del teclado. Vayamos por partes.

La producción, en sí misma, es tan mediocre que es peor que la de un telefilm de aquellos de los años setenta en los que salía un despacho de un directivo importante y con una pared, un cuadro, una mesa y un sofá, todo iba sobrado. De risa. Vale. Pasemos al guión. Las frases son del jardín de infancia de primer año. Eso sí, los intérpretes, pésimos todos y sin excepción, tratan de dar mucha trascendencia a lo que dicen, sufriendo mucho y sin aclarar nada por qué adoptan determinadas actitudes. Las cosas pasan porque sí y ya está. Para qué se va a explicar si aquí lo que interesa es el misterio que rodea el asesinato de un amiguete por parte de un policía blanco (acompañado misteriosamente por un policía negro). Es como si el director y actor Tyler Perry, al que se le recuerda, sobre todo, por la encarnación del detective forense Alex Cross en En la mente del asesino, quisiera decir continuamente “eh, que eso no es todo, que hay mucho más detrás” y lo dejara todo en suspense para desvelarlo todo en la segunda parte de la película con un giro de guion que, en teoría, debe dejar boquiabierto y lo que te deja con ganas de no seguir despierto.

Es cierto que, en esa segunda parte, Perry se aleja del mensaje social y se centra en el misterio puramente detectivesco en el que se ve involucrada esa abogada sin presencia, ni carisma, ni movimiento interpretada por Kat Graham, que, además, se supone que es muy atractiva y tiene el mismo encanto que un pato mareado. Algo mejor es Meagan Tandy en la piel de su mejor amiga y que sufre mucho, pero mucho, mucho y convence nada, pero nada, nada. Y ya si nos ponemos con la parte masculina es que da mucha, pero mucha pena. Se supone que tienen que ser papeles ambiguos con una pátina de encanto y son más planos que una mesa de billar. Hacía tiempo que no veía una película tan mala teniendo en cuenta que pretende ser, al menos, mediocre. Y eso me lleva a otra reflexión bastante triste. Si aceptamos cualquier cosa con tal de proclamar a los cuatro vientos sus ínfulas reivindicativas, pronto no tendremos ninguna historia para contar y seremos seres de consigna y silencio. Por muy justas que sean las causas, las ilustraciones deben tener calidad y no esconderse detrás de sus intenciones porque, si lo pensamos fríamente, eso tendrá y encontrará siempre una justificación que nos parecerá razonable aunque, ni mucho menos, lo sea. Alto. Quieto o disparo.

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