La complejidad de esta película no parte de la frágil trama de una profesora desesperada por buscar el amor sino que nace y muere en la descripción de caracteres. Shirley McLaine es una actriz enorme en la piel de esa maestra que trata de luchar contra el destino que le ha tocado vivir, salpicado con la educación de sus hijos, sus nervios por llegar a tiempo y no perder los trenes que llevan a una nunca prometida felicidad y la constante lucha contra una sexualidad que se halla en permanente desafío. Laurence Harvey es un desequilibrado que sufre una enorme tortura interior que explica, además, cuál es el significado en sí de toda la historia. Jack Hawkins es el que está atrapado en un matrimonio infeliz pero que está en el lugar justo para ofrecer un agudo contraste con el personaje de Harvey. Juntos hacen que está película sea de todo, menos típica, y consiga agarrar el interés por las solapas del sentir, zarandearnos y plantearnos una serie de dilemas que parecen la rutina de un día a día que nos es demasiado familiar.
Y es que cuando una mujer está tan ocupada con su trabajo y sus niños, apenas tiene tiempo de casarse. No importa que todo ocurra en Nueva Zelanda. Podría pasar en cualquier otro sitio. Debatirse entre la seguridad y el desequilibrio es una disyuntiva que todos hemos tenido que plantearnos y aquí tenemos la opción que toma una mujer que sabe, que quiere y que quiere saber. Detrás de las cámaras, un hombre de la veteranía y experiencia de Charles Walters, ya casi al final de su carrera pero que aún daría algún título interesante como Molly Brown siempre a flote y, sobre todo, esa comedia ligera que significó la despedida de Cary Grant del cine titulada Apartamento para tres. Hombre de calculada elegancia, Walters adolece de una cierta frialdad en determinadas secuencias pero ello no es excusa para saber trasladar con fidelidad los sentimientos que asolan a una chica que no ha tenido mucha suerte pero que la busca con determinación y, sobre todo, con una enorme valentía.
Habría que citar también al guionista de la película, Ben Maddow, que pone letra a todo lo que dice ella como sabiendo por qué rincones se mueve el alma femenina. No en vano, Maddow fue el guionista de esa auténtica maravilla del cine que fue La jungla de asfalto, donde ya nos deletreó un personaje de mujer excepcional que fue interpretado por Jean Hagen. Aquí, Maddow nos demuestra, una vez más, cómo a partir de una historia que, en teoría, destaca por su simpleza, se pueden retener miradas con el trazado de unos personajes que no dejan de tener sus barreras, sus defensas frente a las agresiones que provienen de su alrededor, pero que también poseen un buen puñado de inquietudes que son comunes para todos los que aún guardamos algún latido que nos haga vibrar el pecho.
Así pues, no dejen de intentar ver el debate que se le plantea a una mujer que ejerce fascinación a través de dos amores. Ella es fuerte, es débil, es buena, es delicada, es irrompible, es única, es todas, es ninguna.
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