martes, 25 de enero de 2011

EL SOBORNO (1951), de John Cromwell

Los malvados tienen mucho que decir algunas veces. Aquí, Robert Ryan es un desalmado villano que maneja a todos los grandes cargos de la ciudad como si fueran marionetas para poder salvarse de las garras de un policía que está empeñado en cazarle y no siempre con los métodos más legales bajo el pétreo rostro de Robert Mitchum. Lo cierto es que la historia se articula en torno al inmediato retrato de la corrupción y el poder del crimen en una gran ciudad norteamericana. Pero el camino que verdaderamente abre esta más que aceptable película es el de contemplar el crimen como otra eficaz forma de negocio a gran escala con normas de conducta propias de una empresa, que no dejan demasiado espacio a mafiosos fanáticos dispuestos a exponerse a cara desnuda por tomar en cuenta lo que no es más que una afrenta personal. El resultado es que no hay mucho misterio que desentrañar en esa comisaría que se convierte en centro y origen de toda la trama pero hay un cierto pulso narrando la historia y una expectación considerable al asistir a la evolución de unos personajes que detrás de una placa y de una pistola, se profesan un odio que perjudica su visión de caracteres a un lado y otro de la ley.
Lo cierto es que, muy convincentemente, Ryan está algunos peldaños por encima de Mitchum con la encarnación de ese soberbio gángster que encuentra respuesta a todas las preguntas a través de la violencia. Su código ético se rige por esa máxima. Sin compromiso con nadie. Sus problemas se resuelven antes y de manera mucho más eficaz si recurre a la agresión, al asesinato, al envilecimiento.
También es verdad que, aparte de los protagonistas, hay un buen puñado de profesionales muy competentes mezclados en la turbiedad de todo el asunto. Detrás de las cámaras estaba John Cromwell, un tipo que sabía dirigir y que fue fulminantemente destituido por el productor Howard Hughes que puso en su lugar a un hombre de la sabiduría y experiencia de Nicholas Ray. Para rematar esta ensalada de directores, toda la trama parte de un guión de Samuel Fuller, un fulano que sabía agarrarte de las solapas y no soltarte hasta el último suspiro, convenientemente modificado por un guionista de la altura de W. R. Burnett, responsable de una obra maestra del género como La jungla de asfalto, de John Huston. Todos ellos incidieron en el problema endémico de una corrupción que se introducía por entre las heridas de una sociedad que cada vez se pudría más por dentro, con noches interminables de humo y crueldad, con diálogos de guardia y de aire decepcionado. Cine negro, sí, pero con una fuerte carga crítica contra una clase de hombres que ya nacieron con el estigma de la suciedad moral y con una falta de conciencia enfermiza. El enfrentamiento está servido porque si el malo no tiene ningún reparo en revolcarse por el lodo, tampoco lo tendrá el policía obsesionado con destapar toda su organización. En el medio, como siempre, quedará el bien para los ciudadanos, algo carente de valor, tan vacío e inútil como un revólver sin balas.


No quisiera dejar pasar la oportunidad de colgar una foto del evento de Sevilla. Aquí estamos todos los que colaboramos en el programa y que fuimos de tapas y de raciones después de la emisión. Fue un rato divertido y entrañable donde se contaron chistes, se habló de cine y se compartió mesa con amigos. Hubo desenfado, detalles, firmas de libros, opiniones, discusiones, dudas (la primera película de Pilar Miró que Andrés Cid aclaró conectándose con el iphone a Internet) y un montón de cariño desparramado sobre la mesa. Gracias de nuevo a todos porque todos habéis dejado una bonita cantidad de imágenes en el alma.



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