Un haz de luz sale de un ventanuco situado en la pared trasera de la barraca. Y la magia está ahí, delante de los ojos. Cine para la vida. Historias contadas para que la gente piense, se evada, se entretenga, disfrute. Cine y vida. Siempre cambiantes. Reflejos uno del otro, donde las existencias se agrandan o se empequeñecen. Y él, como no podía ser menos, nació en un cine. Su madre miraba una película cuando ya no quiso aguantar más. Tenía que salir y ver todas aquellas películas. Más tarde, apareció Chaplin y, claro, aquello ya fue amor. Se peleaba con su mejor amigo para convencerle de quién era el mejor. Chaplin o el olvidado aventurero Eddie Polo. La vida sigue. El cine también. Y la niña de las trenzas es ya una mujer. Y ella, solo ella, hace que la vida sea cine, que las olas sean música, que el día sea un poema y la noche, una conversación de miradas, una aventura sin final.
Y, sin embargo, la realidad, celosa, intenta imponerse. La guerra estalla. Él quiere ser testigo con su cámara, con su fusil de fotos, con su curiosidad armada. Una ráfaga de ametralladora hace que el cine sea el culpable. Ya no hay más sueños. Ya no hay más esperanzas que descubrir. La guerra acaba. La vida, también.
Los amigos, los de verdad, son aquellos que están dispuestos a poner una sonrisa cuando el vacío se hace insoportable, aquellos que insisten en ir al cine cuando los ojos están muertos de tanta decepción. Y, sí. Allí está el cine. Allí está Rebeca. Allí, donde se clavan los sentidos, aún persiste la fascinación por las historias, por los sueños, por decir algo nuevo de una manera diferente. Y entonces, la creatividad despierta de nuevo. Es un impulso que no se puede controlar. Una última despedida con una sonrisa de aceptación. Un último ramo de flores y el grito mágico comienza de nuevo: “¡Motor! ¡Rodando! ¡Acción!” y la vida vuelve a estar ahí delante, recreada, hechizante, eléctrica, lista para ser contada, lista para ser creída. Se nace en un cine, se vive en el cine, se realiza en el cine…
Obra maestra inclasificable del cine español, escondida durante muchos años al ser una película que se estrenó de forma lamentable en su época y que permanece como la única incursión tras las cámaras de su director, Lorenzo Llobet Gracia, Vida en sombras es una magistral sucesión de recursos narrativos condensados en apenas ochenta minutos de proyección, una historia que intercala el cine con la realidad con la facilidad con la que se compra una entrada, una pesadilla anudada en la mente de un hombre que solo quería soñar. Es uno de esos misterios que tan bien guardados tiene el cine y que, de vez en cuando, te salta a la cara para atraparte y para decirte que la vida merece un poco más la pena porque el cine está en ella. Él pone la luz. Nosotros las sombras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario