martes, 3 de mayo de 2016

BECKET (1964), de Peter Glenville

Si queréis escuchar la pelea que sostuvimos a propósito de "Gertrud", de Dreyer en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla, podéis hacerlo aquí

“El único hombre inteligente de mi reino es Thomas Becket…y está contra mí”

La furia de Enrique II es más dolor que rabia. Becket era su amigo, su confesor, su compañero de desventuras, el hombro en el que lloraba, su conciencia, su momento de complicidad con alguien que le brindaba su amistad mientras él, el rey normando, tenía que afrontar la soledad del poder. Y cuando le nombra Arzobispo de Canterbury, Becket solo comienza a defender el honor de Dios. Ningún rey puede permitir eso. Y el enfrentamiento está servido en una época de oscuridad en la que los nobles conspiran y la pérdida de poder se interpreta como un signo de debilidad. A Enrique no le gusta la Iglesia porque se entromete en su ejercicio de autoridad. Ellos creen que el poder debe ser compartido. Becket le apoyó en su momento. Pero ahora…parece que solo hay resentimiento entre ellos. Tal vez porque Enrique esperó que Becket fuera otro hombre más, otro hombre ansioso de ambición, otro hombre plegado a las servidumbres humanas y, sin embargo, no es así. Thomas Becket es honesto consigo mismo. Una cosa es dejarse sucumbir por las veleidades mundanas y otra muy distinta es ser líder de muchos creyentes. Enrique no puede comprender eso y por eso su liderazgo está en entredicho. No es consciente de lo que él mismo significa. No sabe que, sin apenas darse cuenta, está urdiendo la trama imposible de la conspiración.
Becket se entrega a la oración pero no piensa dejarse corromper. Fue susceptible de caer en esa tentación antes pero ahora él debe servir a su superior y su superior es Dios. La fe no necesita razones sino buenas obras y la conducta intachable, de amor y de entrega, tiene que ser una de ellas. Enrique tendrá que comprenderlo porque, a pesar de que se siente traicionado, tiene que sentir algo de amistad, de deseo de acercamiento, de camaradería entre dos hombres que están condenados a entenderse. El único obstáculo es el mismo poder porque tal vez Enrique quiera más al poder que a su amigo. Y manipulará a quien haga falta para que el asesinato sea justificable y el castigo, leve.

Las piedras hablan y los caballeros callan mientras los latigazos resuenan en la cripta. Parece que la carcajada infinita de Thomas Becket resuena entre los sepulcros arzobispales como una señal de burla a quien debió ser su rey y, también, su amigo. Quizá porque entregó la vida con tal de no vender su alma. O quizá porque Enrique nunca entendió la misión de Thomas. La vida, traidora. La razón, difusa. La culpa, ligera. Enrique le honra. Thomas hizo lo que debía hacer sin pensar en que su contrincante era su mejor amigo. Y así es como se escriben las páginas de la historia. Con dos actores de la categoría de Richard Burton y Peter O´Toole diciendo bien a las claras que el talento es una cuestión de trabajo duro, de complicidades, de ideas y de improvisaciones. Y ahora, permítanme. Tendré que hacer una profunda reverencia ante el rey Enrique II de Inglaterra y el Arzobispo Thomas Becket. 

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Qué grandísima película. Yo la descubrí hace poquito gracias a un buen amigo. Y precisamente vengo este puente de revisar por enésima vez "Un hombre para la eternidad" y claro, por asociación de ideas la recordé. Poder, ambición, lealtad, principios... Caray, son dos textos que te hacen reflexionar y pensar en todas esas cosas y valores que hoy parecen haberse ido por el retrete. Muy actuales y "shakespereanos". El final de "Becket es impresionante, y la evolución de la amistad entre los dos protagonistas. Pero qué me dices del juicio de Tomas Moro cuando Scolfied en un aparte llama a John Hurt y le dice algo así como "Lo peor para el hombre es perder el alma y ganar el mundo,... aunque... si es por Gales".

Abrazos palaciegos

César Bardés dijo...

_Una grandísima película, sin duda. Como también lo es "Un hombre para la eternidad". Aunque quizá la película de Zinnemann sea más aseada, más pulcra, lo cierta es que tanto en ésta como en aquella se pone en juego la honestidad de unos hombres avasallados por el poder y contienen todo un manual de cómo interpretar por parte de la escuela británica con Burton, O´Toole, Scofield, Hurt, Davenport, Gielgud o Shaw. El final de "Becket" es impresionante, sin duda, certificado sangriento de un Rey que lleva hasta las últimas consecuencias el mantenimiento de su poder. También me gusta mucho en "Un hombre para la eternidad" el último alegato de defensa de Thomas More en el juicio, todo un compendio de lo que es la democracia, la libertad, la lealtad y la honestidad. Quizá si nuestros políticos vieran más cine, tendríamos mejores hombres de los que echar mano.
Abrazos leales.