viernes, 23 de diciembre de 2016

EL PRESIDENTE Y MISS WADE (1995), de Rob Reiner

Como estas son fechas en las que todo el mundo está mirando escaparates y comidas y hay poco tiempo para leer algo sobre cine, cerraremos un poco la temporada publicando solo los estrenos correspondientes al jueves 29 de diciembre y 5 de enero para volver a retomar el ritmo habitual allá por el 10 de enero, martes. En cualquier caso, espero que seáis muy felices, que los deseos se conviertan en verdad, que la Navidad sea una constante durante todo el año y que tengamos paz y armonía para que todos, sin excepción, podamos estar tranquilos. Feliz Navidad. Un beso para ellas y un abrazo para ellos.

Quizá sea una temeridad mirar a alguien con ternura cuando se está en la cúspide del poder. Tal vez porque hay una sensación generalizada de que los políticos no pueden ser los protagonistas de una historia de amor o puede que sea porque es algo considerado como debilidad. Y sin embargo puede ocurrir. El Presidente de los Estados Unidos se enamora de alguien y quiere comportarse como un enamorado más, con esos detalles nimios que suavizan la mirada de la otra persona, con esa sensación de que estás haciendo algo maravilloso por la vida de quien se ama. Pero ser uno de los hombres más poderosos del planeta no es una ventaja para una historia de amor. Hay que saltarse la protección, hay que parar en una floristería porque, de repente, el entusiasmo se instala donde solo debería haber frialdad, hay que tener dinero en efectivo y hay que intentar parecer maravilloso cuando se desempeña un oficio que da muy pocas oportunidades para mostrarse con naturalidad. No, no es fácil ser Presidente y, a la vez, estar enamorado. Son dos cargos incompatibles.
Además siempre estarán los deslenguados inermes, que quieren destruir cualquier atisbo de belleza en las esferas del poder. No es lógico que un Presidente se enamore como un colegial de una mujer que ha destacado por su activismo contra el poder político, sea del color que sea. Pronto correrán las habladurías, los rumores y, peor aún, las calumnias. Y, en un último intento para decir que también tiene derecho a amar, el Presidente callará, intentando no mezclar los asuntos del corazón con las tramas de la política, tratando de dejar aparte cualquier insinuación o cualquier idea de influencia en su toma de decisiones. Y, tal vez sin que sirva demasiado de precedente, lo que la gente quiere es ver el tamaño del corazón de su Presidente porque así, de alguna manera, tendrán conciencia de que les gobierna uno de ellos.

Rob Reiner concibió esta comedia romántica con algo de rabia contra las reglas artificialmente impuestas en un mundo de intrigas y traiciones. Como queriendo decir que todos somos seres humanos aunque rara vez demos muestras de ello. El jamón de Virginia y una cena que puede ser de todo menos íntima dan buena fe de lo que quiso decir. A veces, no hay que olvidar tampoco que, cuando se está en la cumbre, negociando todo el día, tratando de sacar adelante una serie de propuestas ofreciendo la fachada más impasible, hay que dejar un resquicio a la ternura, al auténtico ser que sufre y ama. Más que nada porque la mente va olvidando sus sensaciones y la piedra comienza a reemplazar a la carne y al hueso. Para contar todo esto, Reiner contó con un ajustado Michael Douglas y con una encantadora y elegantísima Annette Bening en los principales papeles pero soberbiamente secundados por Michael J. Fox, David Paymer, Martin Sheen y Richard Dreyfuss. Y todo porque hay que contar alguna vez una historia de amor con protagonistas que no suelen saber lo que es eso.

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