miércoles, 21 de diciembre de 2016

LA ROSA TATUADA (1955), de Daniel Mann

El olor a cerrado y a tela nueva parece que invade todos y cada uno de los días de Serafina. Sola y sin luz en el corazón, ella cose sin parar y rehúsa la compañía de los hombres por una sola razón. Le han hecho mucho daño. Mucho. Demasiado. Han dejado su piel en carne viva y han cerrado todas las flores de su ilusión. No hay mañanas nuevas para ella, no hay más que la certeza de una hija que comienza a vivir. Y, sin embargo, en un rincón de su enorme corazón de mujer está la esperanza de que alguien, en algún lugar, la está esperando.
Un hombre sencillo, un camionero que ha pasado demasiadas horas en la soledad del volante, aparece de repente, como salido de la nada. Sus palabras son cortas y sus ademanes, toscos pero, incluso debajo de las más encallecidas capas de rudeza, hay un corazón deseando latir y este hombre lo tiene. No sabe lo que es la cultura, ni siquiera tiene conocimiento del don de la oportunidad pero, aún así, sabe tratar a una mujer con delicadeza, con el mismo mimo con el que se cuidan las rosas del jardín. Sabe que no hay muchas mujeres, solo hay una. Sabe que no hay muchos días, solo están los que se pasen junto a ella. Sabe que ser un hombre consiste en ser un buen hombre y no un granuja aprovechado que irá picando de flor en flor según le lleve el viento de su tubo de escape. Si él se va, será para volver. Tiene algo en su mirada, algo muy extraño, que conquista a Serafina. Y tal vez, solo tal vez, la felicidad hará un traje para los compañeros de la desgracia.

Dicen que Tennessee Williams escribió esta obra en una época en la que era feliz porque tenía estabilidad sentimental y no es menos cierto que es la única que tiene un marcado carácter optimista. Todos sufrimos al lado de Serafina porque el personaje interpretado por Anna Magnani está tan extraordinariamente bien trazado que intuimos las heridas morales de una mujer que ha ido buscando lo que todos anhelamos, intentando que haya unos minutos de amor todos los días de su vida. Ella reposa sus inquietudes en su hija pero el tiempo pasa y ya no es la niña que un día fue. El tiempo pasa, sí, y esa piel de rosa tatuada, se va arrugando y retrayendo para sumergirse en un sueño de belleza perdida y de oportunidades pasadas. La luz del día va desapareciendo de su vida dentro de ese taller de costura en el que ella se encierra y todo va pasando sin detenerse. Hasta que llega Burt Lancaster y la piel se vuelve a estirar y ella se ilumina y cree que hay futuro aunque solo sea hasta mañana. De ahí su desconfianza patológica cuando se deshacen los abrazos para que el camión parta hacia su destino. De ahí que tema una nueva y última derrota porque, en el fondo y a pesar de todo, ya no tiene fuerzas para seguir luchando. La rosa se va a marchitar y ella lo intuye y lo último que hay que perder es la confianza en que el amor, aunque no esté, no se va.

No hay comentarios: