martes, 4 de abril de 2017

CALABUCH (1956), de Luis García-Berlanga

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca del "Hamlet", de Kenneth Branagh, podéis hacerlo aquí. El podcast está teniendo récord de descargas, así que algo bueno tendrá.

Jorge quiere huir. Quiere estar lejos de sus fórmulas, de sus estudios interminables sobre la teoría de la relatividad y sobre las bombas atómicas. Desea mezclarse con la gente sencilla, gente de a pie porque ya hace demasiado tiempo que dejó de verla. Gente que se levanta cada mañana para ir a trabajar, para lavar la ropa, que se alegra porque se acerca una fiesta, que llora porque el enamorado o la enamorada se va, que juega al ajedrez por teléfono, que se ilusiona por la llegada de una carta, que vive en el paraíso y no se da cuenta. No es fácil de encontrar un lugar así en la Tierra. Más que nada porque Jorge no está demasiado seguro de haber contribuido a que sea un lugar mejor para vivir, a que la Humanidad haya encontrado un nuevo camino. No, no está muy seguro y eso es bastante insoportable. Porque lo mismo puede ser así que todo lo contrario. Puede haber hecho del mundo un lugar más invivible, más inhóspito, más inseguro. Jorge añora aquellos años de escuela, de pupitre viejo y tinta seca, de olor a cansado y de tiza deshecha. Quiere volver a dibujar en su rostro la sonrisa de niño travieso. Quiere ser sencillamente feliz. Y, lo que es más importante, quiere que los demás lo sean.
Por supuesto, Jorge encuentra ese lugar en Calabuch, un pueblecito de la costa mediterránea que aún exhibe sus barcas de pesca varadas en la playa y donde hay tiempo más que de sobra para pintar como es debido el nombre de una de ellas. Entre medias, los moros y cristianos están por ahí, ensayando para las fiestas y hasta va a venir un torerillo de esos que siempre faena con el mismo animal, mitad en la arena, mitad en el agua. Gracia y salero…todo patético y, en el fondo, muy gracioso. Jorge mira y disfruta porque, en el fondo, ese espectáculo sin nada dentro es una maravillosa apoteosis de la vida. El torero habla con su toro y es hora de los fuegos artificiales. Y ya es hora de ganar a los de Guardamar, que siempre vienen con los mejores cohetes. Es el momento de Jorge. Es hora de hacer que el cielo se ilumine y la tierra brille con las sonrisas de esos convecinos tan buenos, tan sinceros, tan personas…personas…sí, quizá sea ése el paisaje con el que sueña Jorge.

Luis García Berlanga dirigió con un enorme cariño un reparto encabezado por estrellas del calibre de Edmund Gwenn, Valentina Cortese y Franco Fabrizzi mientras, por otro lado, no se olvidó de otros maravillosos actores, tan entrañables como la misma película, como José Isbert, José Luis Ozores, Francisco Bernal, Manuel Aleixandre y, por encima de todos, Félix Fernández y el genial Juan Calvo. Todo un muestrario de buenas personas inspirando buenos sentimientos con Peñíscola al fondo. Para mí, en cualquier caso, siempre se llamará Calabuch. 

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Esta película es de esas con las que lloras mientras sonríes. Es dificil conjugar sensibilidad con buen humor, y de hecho las risas son un poco esperpénticas, pero Berlanga logra evitar casi siempre la bufondada, sirviéndose sobre todo de esa cara de buena gente que pone todo el tiempo el grandísimo Edmund Gwenn.

Y luego está la crítica subyacente, no sólo por el antimilitarismo, sino porque es un pueblo en cierta manera anárquico, algo surrealista incluso, donde el poder sólo parece estar pero no decidir...

Otra peli de mi infancia que se me quedó para siempre.

Gran post.

Abrazos desde el faro.

César Bardés dijo...

También es una e las películas de mi infancia. Me la recomendó mi padre hace muchos, muchos años y, desde entonces, siempre ha ocupado un lugar en mi corazón. Berlanga decía que era una película que había dirigido fatal, que no le gustaba nada el resultado final, y además, reconocía que era un poco porque, en ese momento, se creía el amo del cotarro y que creía que cualquier cosa que hiciera, la hacía bien. Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo. Me parece enormemente tierna, sensible, llena de buen humor (como tú dices, la gente, ese retrato de la gente buena, es surrealista pero también te ríes con ganas con algunas de sus ocurrencias, no solo visuales, sino también verbales) y con unas interpretaciones impresionantes. No solo de Gwenn, que está inmenso, sino también de Valentina Cortese y del gran Juan Calvo como el guardia civil que está a cargo de la cárcel y donde aloja a Franco Fabrizzi (que, en palabras de Berlanga, también le amargó el rodaje a base de bien).
En cualquier caso, una película que no solo levanta recuerdos sino que ella misma está llena de recuerdos.
Abrazos alfil-reina siete.