viernes, 16 de junio de 2017

LA TÍA TULA (1964), de Miguel Picazo

No todas las mujeres tienen la oportunidad de ser madres sin conocer varón. La desgracia vino de visita y le dejó un regalo a Tula. De repente, tiene que hacerse cargo de tres criaturas desamparadas. Sí, porque el marido de su hermana Rosa, Ramiro, es un niño más. Y ella se afana en que todo esté listo y a punto para esos tres regalos. Ramiro, de momento, accede a ese trato porque, en el fondo, está el dolor y los niños son lo primero. No tienen que sentir la ausencia de su madre y Tula lo hace realmente bien. Pero Ramiro es un hombre… ¿Qué, si no? Y Tula es una mujer joven y atractiva que lleva adelante la casa y se ha convertido en una segunda madre para sus sobrinos. La necesidad avanza y Ramiro cree que Tula es la mujer ideal para ocupar el puesto de Rosa. Pero tiene un problema. Tula es santa, Tula es beata, Tula es seguidora fiel de la moralidad a la que pone por encima de esa molesta sensación que puede ser el deseo sexual. Ella se entrega a la oración, a la apariencia de honestidad, a la memoria de su hermana, porque eso es lo que mandan los cánones. Y no se va a entregar a Ramiro por mucho que él sea padre de esos dos niños que tanto necesitan una familia. Hay que guardar el debido luto, hay que estar por encima de la carne y más aún del amor. Eso son emociones que no hacen sino desnudar el alma humana y el alma pertenece a Dios. Tula, corre, rápido, porque vas a perder el tren.

Así se forma un hogar en el que la felicidad parece algo cogida por los pelos. Ramiro y los niños están viviendo bajo el mismo techo que la tía Tula. Y la gente no tardará en hundirse en maledicencias. Un hombre joven, algo soso y sin enjundia, pero aún atractivo y una mujer elegante, con clase, virgen pero muy deseable, tienen que terminar entendiéndose. Ramiro es débil, además de hombre, y los veranos llegan con sus calores asfixiantes, sus tardes entre sábanas y sombras frescas, sus músicas que recuerdan el aburrido estío de horas largas y planes cortos. Y allí, Tula, es donde perderás toda la oportunidad de seguir siendo madre. Dejarás que el destino pase a tu lado por atenerte a las estúpidas y retrógradas normas de una moralidad que, simplemente, no existe. Solo pertenece a una época que se empeña en agobiar la libertad y confundir en el gris devenir de unos días sin rastro de ilusión. Hasta habrá vergüenza en el deseo irreprimible de Ramiro solo porque ni siquiera hubo una mirada que lo pusiera a tu altura. Has perdido, Tula. Y lo has perdido todo.

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