martes, 23 de enero de 2018

A TIRO LIMPIO (1964), de Francisco Pérez-Dolz

Si os apetece escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor de "Bajo la arena (Land of mine)", de Martin Zandvliet, podéis hacerlo aquí.

El pasado de los vencidos suele cargar las armas de resentimiento y de rabia. Aunque ya el fin solo acabe en los bolsillos y no haya ningún matiz político, ya es hora de ser vencedores, de burlar a la policía, de despertar del sueño a los acomodados de posguerra. No importa si es un garaje, un banco o el patronato de las quinielas o, incluso, un prostíbulo. De lo que se trata es de meterse unos cuantos cientos de miles entre pecho y espalda y huir de un país gris y rastrero, un país que nunca tuvo un mañana y ahora, menos que nunca. Por ahí, habrá que asociarse con unos individuos que, en realidad, ya no saben lo que significa luchar y no tienen ningún problema en apretar el gatillo sin ningún remordimiento y eso siempre es peligroso. Es hora de coger las maletas y empezar a abrirse camino en otra parte.
No hay nada como crear maniobras de distracción para que la policía mire hacia otro lado mientras el auténtico golpe se está produciendo en la otra punta de la ciudad. Eso desconcierta y crea sensación de inseguridad, de que la policía, en el fondo, no sabe por dónde se anda. Lástima de la ambición que suele truncar los mejores planes. Cuando una simple ayuda se puede necesitar, aparece el instinto asesino y las cosas comienzan a torcerse. Y más si uno en cuestión tiene antecedentes. Habrá que ajustar cuentas. No se puede matar así como así a un compañero con el que se ha compartido tantas batallas y salirse de rositas. El día tiene que adentrarse en la noche, y en una casa abandonada se van a decir unas cuantas verdades. Y que la verdad se parapete detrás de una ametralladora no deja de ser toda una ironía.

Estremecedora película, final del género negro en la España del franquismo, que pone en juego la dureza de unos cuantos atracadores que tienen que disparar a discreción para dejar las cosas claras. Barcelona es el escenario en el que se mueven estos individuos en una película en la que la labor de la policía es secundaria y se sigue a los ladrones como si la cámara hiciera labores de vigilancia. Al fondo está Stanley Kubrick y su Atraco perfecto e, incluso, Julio Salvador con Apartado de correos 1.001 aunque también viene una corriente de frío polar francés. En cualquier caso, la historia es violenta, sin concesiones, con increíbles concesiones a una relación homosexual y al lenguaje catalán en plena dictadura. Una obra maestra que debería estar en nuestras escuelas de cine y abrirse paso a tiro limpio.

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