jueves, 6 de diciembre de 2018

EJERCICIO PARA CINCO DEDOS (1962), de Daniel Mann

El pulgar es Pam. Es pequeñita, pero brillante. Quizá sea la auténtica genio de la familia. Se defiende muy bien con el piano y estudia francés. Sabe divertirse y también sabe aislarse del resto porque, de alguna manera, está más lejos del resto. Es simpática, pizpireta, sincera y auténtica. Tiene una mirada clara sobre sus obligaciones y sus limitaciones. Está a punto de vivir y sabe que su aportación puede ser fundamental. Tiene curiosidad por todo. Se mueve por todo. Y todo le afecta, a pesar de que es capaz de echar una mirada escéptica e irónica a esa manada de dedos que tiene en casa. Ella, quizá, sea la mejor.
El índice es Stanley. Es el padre de familia. Es el típico hombre que se ha hecho a sí mismo, pero que, de tanto trabajar, se ha olvidado de cultivar el espíritu. Es un bruto mental, bastante primario, que no ve ninguna utilidad en los demás dedos. Ni siquiera en un hijo que está estudiando en Harvard. Se ve continuamente desplazado a pesar de que es el que siempre marca el camino a seguir y, en el fondo, el que siempre tiene razón. Está tan acostumbrado a señalar que se olvida que el primer señalado podría ser él mismo. Quizá se ha olvidado de la familia demasiadas veces intentando escalar hasta la cima. Lo peor de todo es que, siendo el jefe, estando en la élite, se siente incómodo. Jamás ha sabido quién escribió qué. Nunca ha tenido curiosidad por pararse a escuchar ninguna melodía inmortal. Cree que la vida y la muerte están siempre relacionadas con el dinero. Con el dinero que ha ganado.
El corazón es Walter. Es el extraño en la casa, pero es el que más aporta. Es encantador en su carácter, se preocupa por los demás. Es el nexo de unión de toda la mano. Vino de Alemania huyendo del nazismo y de su familia y, en América, ha encontrado algo parecido a lo que nunca tuvo. Personas a las que aprecia desde su cálido carácter europeo porque sabe que él puede darles el amor que nunca han tenido. El problema es que, como no lo han tenido nunca, es posible que nunca lo necesiten. Quiere ser un hijo más, pero no sabe cómo conseguirlo. Tal vez, ese dedo corazón lo único que desea es que le amen.
El anular es Louise. Es la madre. Ha tenido que buscarse algún papel que tuviera alguna importancia porque, poco a poco, ha sido difuminada por los tiras y aflojas de la vida. Se ha sentado a escuchar. Se ha parado a pensar. También ha creído que lo que más le falta es amor y dirige sus miradas hacia quien no debe, esperando ser aún atractiva, deseando ser importante para alguien. Intenta reemplazar al índice, pero sus movimientos son torpes y prescindibles. Sin embargo, es la primera que se dará cuenta de que las cosas tienen que ser como son, más allá de intrusos, mucho más allá de los deseos ajenos.
El meñique es Philip. También brillante, pero ya empieza a abrir los ojos. Se ahoga en casa porque no tiene nada de qué hablar con su padre y no entiende el ansia por ser necesaria de su madre. Sabe que está llegando la hora de tomar decisiones y tiene miedo. Tal vez quisiera algo más de comprensión, de valoración por haber podido y querido entrar en Harvard. Él encuentra en las palabras el refugio que no consigue hallar en el hogar. Al final, tendrá que mentir. Sólo…tan sólo por afirmarse él mismo.

Annette Gorman, Jack Hawkins, Maximilian Schell, Rosalind Russell y Richard Beymer llevaron adelante esta adaptación de Peter Shaffer. Letras que hunden sus raíces en las relaciones familiares, distorsionadas por la permanente contradicción entre el deseo y la realidad y, aunque de desenlace ligeramente precipitado, podemos mirar con atención al interior de un hogar que es posible que sólo se sostenga con muchos ceros en la cuenta corriente.

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