Con este artículo sobre una película atípica quiero desear una Feliz Navidad a todos. Como el cordero se está haciendo y el dinero pide a gritos salir de las carteras, suspenderemos parcialmente la actividad del blog, como todos los años. Sólo se publicará el artículo del estreno semanal los jueves 27 de diciembre y 3 de enero para retomar el ritmo habitual el martes 8 de enero. Y no olvidéis dejar algún hueco entre tanto trasiego para ir al cine. Es un regalo fantástico que, demasiado a menudo, no sabemos apreciar. Besos para ellas. Abrazos para ellos.
Navidad, Navidad, dulce
Navidad…Para unos presos es una auténtica Navidad porque, por fin, las puertas
se van a abrir. Van a ser libres. Rudy espera volver a casa, sentir el calor
familiar, dormir en su propia cama, probar de nuevo la tarta de mamá y ver
partidos de fútbol con su viejo. Sin embargo, algo se tuerce. Su mejor amigo en
la cárcel es asesinado y, por aquella vieja máxima de echar una cana al aire,
decide pasarse por él. Rudy se convierte en Nick. Y resulta que la cana al aire
acaba por ser un cañón en la sien. Y Nick-Rudy es el que posee la información,
aunque sabe menos que Papá Noel en el desierto. Así que va a tener que tirar de
ingenio para poder salir airoso de ésta. No, en esta ocasión, la Navidad, la
dulce Navidad, no va a ser tan dulce.
Así que Nick se las
tiene que ver con una serie de facinerosos que quieren el dinero de un casino.
Mientras tanto, cree que puede mantener su relación con Ashley, que es una
chica de bandera y la razón por la que Rudy comenzó a ser Nick. Está
prisionero. Ella también. Debe de inventarse algún retraso, alguna trampa que
le permita ganar tiempo. Y el cañón sigue apuntando a su sien. Y no sabe nada.
Y no sólo eso. No hay manera de saber nada, porque el lío continúa enredándose
y todos vestidos de Santa Claus en un atraco imposible con dinero a espuertas y
disparos a mansalva. La cosa pinta mal y a Nick se le acaban las ideas. Bien es
verdad que nunca ha sido demasiado inteligente y que lo va a demostrar una vez
más, pero por intentarlo que no quede. La nieve es demasiado fría ahí fuera. Y
a lo mejor, tal y como es posible que rueden las cosas, Santa Claus deje un
regalo en unos cuantos buzones. De esa manera, Nick podrá volver a ser Rudy y
todavía comprobará que hay algo en su interior que sigue vivo y que es bueno.
La última película de
un director de leyenda como John Frankenheimer deja toda una lección de cómo
convertir una película de evidente serie B en un homenaje y en un
entretenimiento en toda regla. El ritmo del que siempre hizo gala el director
se demuestra una vez más con una historia que, en manos de cualquier otro,
sería una perfecta mediocridad. Sin embargo, Frankenheimer consigue unas
notables interpretaciones de Ben Affleck (quizá una de las mejores que haya
hecho nunca), de Gary Sinise (algo estereotipado) y, sobre todo, de Charlize
Theron (que toca registros muy interesantes). En medio hay una película de
acción con sentido, que se pasa en un suspiro, sin necesidad de acudir a la
innecesaria espectacularidad para tener atrapado al espectador cómplice de una
Navidad que, esta vez sí, puede ser inolvidable.
Y es que Santa Claus se
presenta de las más diversas formas. Tanto es así que puede que, en esta
ocasión, lo tengamos bajo el disfraz de unos cuantos rateros aficionados que
quieren dar el golpe de sus vidas y que, lo más probable, acaben con sus vidas
de golpe. Respiren, sigan. Esto tiene mucho que contar y aún más que repartir.
Navidad, Navidad, dulce Navidad…
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