martes, 7 de septiembre de 2021

EL ÚLTIMO DEBER (1973), de Hal Ashby

Primera lección: No tomes todas las cartas que la vida te ofrece.

Buddusky y Mulhall son dos veteranos de la Marina a los que les encomiendan una misión aparentemente sencilla. Tienen que recoger a un muchacho, un novato, que está en prisión y traerlo hasta la base. El viaje es largo y estos dos tipos se lo toman como si fuera un permiso a cuenta del Estado. Se va, se recoge al prisionero y se vuelve y, si por el camino, se toman un par de copas y se pasa alguna buena noche, estupendo. Sin embargo, el muchacho, un tal Meadows, está al borde de las lágrimas. Robó dinero de una colecta caritativa de la mujer del almirante y le han caído ocho años de trena. Buddusky cree que el camino de vuelto va a ser un poco más largo. Habrá que instruir al chaval, dejarle que se divierta una última vez y, luego, entregarle. Es un ladronzuelo que sólo ha cometido un error y el castigo se va a llevar su juventud. Que se emborrache y aprenda a beber y que pierda su virginidad antes de pasarse ocho largos años rodeado de tipos poco recomendables. Es como suspender la realidad durante unas horas. Es mejor hacerlo así porque el chico no está preparado para entrar en la cárcel. No está preparado para nada.

Mulhall, sin embargo, guarda un temor. Es posible que aquello les cueste el puesto y él quiere seguir en la Marina pase lo que pase. Siente pena por el muchacho, pero no está dispuesto a sacrificarlo todo para que el chaval reciba unas cuantas lecciones en un curso acelerado sobre la vida. Sí, en esos largos y eternos cinco días, van a intercambiar muchas experiencias vitales y, quizá, sea un último detalle para un imberbe que cometió una travesura desproporcionadamente castigada. Buddusky cree que la escala de la oficialidad destaca por su indiferencia y eso no es justo. Sobre todo porque hay muchos, como Mulhall, dispuestos a entregar los mejores años de su vida al servicio y merecen una mirada, aunque sea breve, más comprensiva. Lo cierto es que, durante esos interminables días, se pueden apreciar las particularidades del comportamiento humano y cómo las decisiones que se toman pueden estar condicionadas por los estamentos superiores. Y, por si fuera poco, la despreocupación del mundo de los adultos hacia los jóvenes, a los que se les niega cualquier puente para la siempre difícil transición de la adolescencia hacia la madurez.

El soberbio trabajo de Jack Nicholson en esta película, en la piel del Marinero de Primera William Buddusky, es digno de recordarse. En él confluye la tragicomedia, la redención, el realismo y el verdadero drama humano de una situación que no tiene demasiadas salidas. La dirección de Hal Ashby es acertada, con mucho ritmo y siempre desarrollando una particular empatía hacia los personajes, cada uno con sus motivaciones y aspiraciones, pero con un leve tono de desesperanza en todos ellos.

Y es que, entre orden y deber, hay un lugar en el cual a los camaradas les gusta compartir. Incluso la experiencia es un grado y un nexo de unión cuando el uniforme es común. Es cierto que esos dos marineros que deben cumplir un último deber están deseando perderse en el mar, pero saben que la Marina, esa amante que han escogido, hace lo que tiene que hacer con todos los hombres. Sean buenos o malos.

No hay comentarios: