viernes, 24 de septiembre de 2021

MI MULA FRANCIS (1950), de Arthur Lubin

 

Un momento, un momento. Antes de que pongan cara de sorpresa por escribir sobre esta película, sólo quiero decir una cosa. Es una de las más divertidas de la década de los cincuenta. Esa mula vale millones. Entre otras cosas porque los diálogos que tiene, obra del guionista David Stern, no tienen precio. Es difícil encontrar en toda la historia del cine a un animal tan cínico, tan lleno de dobles y triples sentidos, con tanto sarcasmo y tanta retranca. Por supuesto, la víctima de todo ello es Donald O´Connor, que se toma su papel de lunático que habla con una mula que sólo oye él como lo que debe de ser, o sea, un tipo lleno de problemas que se busca un desahogo en la guerra. Y no, no es para niños. Es bien adulto el asunto. Es incomprensible que haya caído en el olvido sin una carcajada de despedida, al menos. Las merece todas. Es tronchante en situaciones, con la mula soltando sus socarronerías a la de tres y poniendo en aprietos a ese teniente que no está demasiado bien de la cabeza. Aunque, eso sí, ha proporcionado información vital para la batalla de Birmania. Los problemas, naturalmente, vienen cuando se ve obligado a confesar la fuente de la que provienen las confidencias. Una mula que habla con él. Está sonado. Irremediablemente.

Por supuesto, no hay mucho arte en toda esta comedia zoológico-absurda, pero hay muchas risas. De las buenas y de las amplias. Como se dijo en la época, la mula Francis es algo así como Groucho en un día malo. Y el enganche con la mula de marras es inevitable, porque cae bien a coces. Pongamos los puntos sobre las íes de la acémila. El humor que emana el enredo no es rápido, ni vertiginoso, ni tiene ese ritmo endiablado al que, muchas veces por desgracia, nos hemos acostumbrado con el cine de hoy. Hay que saborear lo que dice el animal y empatizar mucho con ella. Y es que esta chica es más que una mula. Eso sí, es entretenimiento para toda la familia, con Donald O´Connor diciendo diálogos corrientes que resultan hilarantes sólo levantando una ceja. Los recursos interpretativos de la mula están más limitados, pero, de verdad, se pasa un gran rato.

Con más contactos de los que parece con aquella otra maravillosa película que es El invisible Harvey, esta historia de la mula que habla dio inicio a una serie de secuelas (llegaron a ser hasta cinco, todas ellas dirigidas por el talento escondido y etílico de Arhur Lubin) durante los años cincuenta siempre con O´Connor interpretando al Teniente Peter Starling, ese loco desatado que lo consulta todo con el equino de carga que posee tanta agudeza que, a veces, uno querría ser más mula y menos persona.

Y ya no voy a decir más porque, si deciden verla, luego empezarán con “no es para tanto” y, encima, el culpable voy a ser yo. Así que háganse responsables y sean valientes. La mula no es para todos los gustos, pero la risa, sí.

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